Aristòtil contra Plató: el debat de les imatges.



El rapto de Perséfone por Hades

En el ataque a la creación de imágenes, Platón, siguiendo a su mentor Sócrates, caracterizó esa práctica como mímesis, sustantivo formado a partir del verbo mimeisthai, que significa “hace mimo”: una interpretación corporal en la que, sin hablar, se cuenta una historia o se recuerda la presencia de alguien. La insistente y llamativa imitación de las apariencias que provocaba el desdén de Platón puede adivinarse en los escasos fragmentos de pintura de gran tamaño que han sobrevivido de su época, como el mural funerario descubierto en Macedonia (ver imagen). Hoy podríamos considerarlo “con talento pictórico”, pero desde el punto de vista religioso de Platón no era más que una trivialidad sobre otra trivialidad, un doble distanciamiento de la verdad.

Sin embargo, la mímesis iba a convertirse en el principio que sustentaría la categoría intelectual de la pintura occidental durante siglos. El desarrollo del concepto se debe a Aristóteles, que escribió una generación después de Platón. En lugar de intentar transcender el mundo visible, Aristóteles se embarcó en el empeño de dar una explicación coherente del mismo y consideró la mímesis como una herramienta fundamental para lograrlo. Empleó el término para describir algo que se repite en toda pintura, escultura, poesía y drama, y también en algunas formas de la música. A través de estos medios, escribió Aristóteles, los hombres realizan imitaciones de otras personas o fenómenos, “se meten en ellos”, por así decirlo, como un modo de comprenderlos. “A través de la mímesis el hombre adquiere sus primeros conocimientos”. Es probable que Aristóteles hubiera incluido en esta categoría, aunque no lo haga explícitamente, las fantasías y los juguetes infantiles, lo que hoy en día denominaríamos “apoyos para el primer aprendizaje”. Desde su punto de vista, toda esa actividad era un modo sensato de ensanchar el acceso de la mente al mundo, que, además, poseía el potencial de purificar las emociones más que atormentarlas y deformarlas. Era un juego de niños, pero un juego con una intención.

Tanto la aprobación aristotélica de las imágenes como el rechazo platónico y judaico de las mismas giran en torno a una oposición de términos antigua y muy trillada: conocimiento frente a sentimiento, lógica frente a intuición, cabeza frente a corazón. Aristóteles tiende a considerar que las imágenes proceden de un lado de esa oposición: el hombre las crea por su deseo de conocimiento. Platón sospecha que proceden del otro extremo: el hombre las produce para satisfacer sus deseos, que para él son vanos.

La batalla entre estos dos puntos de vista ha continuado hasta la actualidad. Siglos después de que los judíos suprimieran las imágenes de su cultura, los musulmanes impusieron un sistema de valores similar a lo largo y ancho de su imperio. Los emperadores bizantinos León III y Constantino V llevaron a cabo una resuelta tentativa de hacer otro tanto en Bizancio, en el siglo VIII, mientras los puritanos dejaron Inglaterra prácticamente sin imágenes tras su Reforma. En 1996, los talibán, al ocupar la ciudad de Herat, eliminaron todos los televisores –sus máquinas de imágenes- y las ensartaron formando grandes torres espantapájaros ornamentadas con cintas de vídeo que ondeaban al viento, a las puertas de la ciudad. Pero no nos es preciso recurrir a lugares exóticos para encontrar iconoclastia. En todas las campañas vecinales contra un quiosco que exhibe revistas pornográficas subyace el supuesto de que esas fotografías pretenden satisfacer deseos humanos y, por lo tanto, de que dichas fotografías pueden desviar esos deseos. En tanto las imágenes sigan teniendo fuerza, también la tendrán las objeciones morales contra ellas. (pàgs. 15-19)

Julian Bell, ¿Qué es la pintura? Representación y arte moderno, Galaxia Gutenberg/Círculo de lectores, Barna 2001 

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