El valor de la humilitat.
Un sesgo cognitivo bien estudiado –por ejemplo, en los jugadores de azar– es la ilusión de control. Se trata de la tendencia innata de los seres humanos a creer que podemos controlar, o al menos influenciar, resultados en los que claramente no tenemos ninguna influencia: por ejemplo, sucesos aleatorios.
En el “experimento vudú” –de Dan Wegner,
un psicólogo de Harvard, y Emily Pronin, de Princeton– se invita a dos
personas a jugar al hechicero. Una persona –el sujeto del experimento–
lanza una maldición a otra clavando agujas a un muñeco. Sin embargo, la
segunda persona participa en el experimento conchabada con los
investigadores y, según ha convenido anteriormente, actúa o bien de
manera detestable para caer mal al que clava las agujas, o bien con
simpatía. Al cabo de un rato, esta supuesta víctima se queja de un dolor
de cabeza. Pues bien: en los casos en los que la persona había sido
desagradable, el sujeto tendía a hacerse responsable de su dolor de cabeza: un ejemplo de ese “pensamiento mágico” que llamamos ilusión de control. Escribe la doctora Iona Heath:
“Todos tratamos de darle sentido a la vida mediante la construcción
de un relato coherente fundado en relaciones de causa y efecto. Nos
decimos, y les decimos a los demás, que algo sucedió porque hicimos esto
o porque se nos hizo aquello; pero el vínculo entre causa y efecto
suele ser más tenue de lo que nos gusta pensar. La actual ola de
afirmaciones exageradas sobre el poder de la medicina preventiva forma
parte del mismo fenómeno. Queremos creer que si nos comportamos bien, si
comemos los alimentos adecuados y con moderación, si hacemos ejercicio
de manera habitual, etc, se nos recompensará con una vida larga y
saludable. Sin embargo (…) no necesariamente es así.”[1]
Arthur Kleinman, citado por la misma doctora británica, señala que
enfermedades como el cáncer constituyen “un recordatorio perturbador del
núcleo inexorable de azar, incertidumbre e injusticia –todas ellas
cuestiones de valor– de la condición humana.”[2]
Según diversos estudios, la gente con depresión clínica parece tener una percepción más realista de
su importancia, reputación, posibilidades de control o capacidades que
la gente “normal”. Éste es el fenómeno conocido como “realismo de los
depresivos”. En cambio, los no deprimidos son más propensos a funcionar
con autoimágenes exageradamente positivas, y a mirar el mundo a través
de “gafas de color de rosa” (gracias a la disonancia cognitiva y a otra serie de mecanismos defensivos, entre ellos la ilusión de control).
Se diría que no controlamos mucho ni lo de fuera ni lo de dentro, ni
el mundo exterior ni nuestro fuero íntimo. Y, sin embargo, vivimos como
si todo dependiera de nosotros… “Así, tenemos tendencia a sentirnos
culpables por infortunios moldeados por corrientes invisibles, a
desilusionarnos cuando no se cumplen nuestras detalladas expectativas, a
rompernos la cabeza indagando porqués cuando se esconden en los
designios inescrutables de nuestros pensamientos subterráneos… Si
fuéramos más humildes respecto a nuestra capacidad de control,
sufriríamos menos.”[3]
Arrogancia epistémica
Otro fenómeno vinculado con la ilusión de control es nuestra característica arrogancia epistémico. Desde luego –reflexiona Nassim Nicholas Taleb– sabemos muchas cosas, pero tenemos una tendencia innata a pensar que sabemos un poco más de lo que realmente sabemos, “lo bastante de ese poco más
para que de vez en cuando nos encontremos con problemas. (…) Es verdad,
nuestro conocimiento crece, pero está amenazado por el mayor
crecimiento de la confianza, que hace que nuestro crecimiento en el
conocimiento sea al mismo tiempo un crecimiento en la confusión., la
ignorancia y el engreimiento. (…) La arrogancia epistémica produce un
efecto doble: sobreestimamos lo que sabemos e infravaloramos la
incertidumbre.”[4]
Nos sentimos demasiado cómodos con lo que (creemos que) sabemos… Un
ejemplo de este tipo de investigaciones en psicología social y
neurociencia cognitiva es el siguiente: si se pide a una muestra
representativa de sujetos humanos que calibren un rango de valores para
un número (que puede referirse a cualquier cosa, desde la población de
un país lejano como El Salvador al número de amantes de Catalina II de
Rusia) de manera que piensen que tienen el 98% de posibilidades de
acertar y menos del 2% de posibilidades de equivocarse (es decir, que
sea lo que sea lo que imaginen, que haya menos de un 2% de
probabilidades de que quede fuera del rango que han imaginado), resulta
que el índice de error del 2% resulta ser, muchas veces, hasta de un 45% en las poblaciones analizadas. Se mueve en un rango de entre el 15 y el 45%. Se diría que nos sentimos veinte veces demasiado cómodos con lo que sabemos…
El valor de la humildad
La ilusión de control, una forma de wishful thinking
(pensamiento desiderativo) que funciona a todo gas en el plano de
nuestras psiques individuales, se ve magnificada por la tecnolatría y la
mercadolatría de nuestra cultura occidental…[5] La humildad, como proponía en 1968 Gregory Bateson, habría de concebirse no sólo como una virtud moral, sino como un principio para la investigación científica.
“Durante el período de la Revolución Industrial, el desastre más
serio fue quizás el incremento enorme de la arrogancia científica.
Habíamos descubierto cómo fabricar trenes y otras máquinas. Sabíamos
cómo poner un cajón encima de otro para llegar a la manzana, y el hombre
occidental se vio a sí mismo como un autócrata con poder absoluto sobre
un universo que estaba hecho de física y de química. Y los fenómenos
biológicos tendrían, finalmente, que ser controlados como procesos en un
tubo de ensayo. (…) Pero esa arrogante filosofía científica está ahora
obsoleta, y en su lugar alboreó el descubriomiento de que el hombre es
sólo una parte de sistemas más amplios, y que la parte nunca puede
controlar el todo.”[6]
La humildad socrática del “sólo sé que no sé nada” debería
lógicamente prolongarse en el reconocimiento de que controlamos mucho
menos de lo que nos figuramos controlar. Pero, lejos de ello, nuestras
sociedades están cada vez más extraviadas en su hybris mercadolátrica
y tecnolátrica… El penúltimo e impresionante ejemplo es la crisis
primero financiera, y luego económica general, que comenzó en 2007.
Economistas neoliberales ebrios de prepotencia se convencieron a sí
mismos –y convencieron a los poderes políticos— de que sus cálculos de
riesgo con escenarios futuros eran fiables, e intoxicaron la economía
con inextricables titulizaciones de activos financieros, y derivados
esotéricos con los que se comerciaba sin saber de verdad qué había por
debajo… El tinglado, como se sabe, se vino abajo llevándose por delante
la economía productiva y el empleo. Pero lejos de hacer al
neoliberalismo/ neoconservadurismo responsable de sus propios errores,
la “salida de la crisis” que se ha ido imponiendo después de 2009 es
precisamente ¡la aplicación del “programa de máximos” –o casi— del
neoliberalismo! Se recompensa a esta insensata plutocracia nihilista,
extraviada en sus ilusiones de control, con aún más desregulación,
privatizaciones, depresión de los salarios, reducción de los servicios
públicos, desmantelamiento de la protección social, abolición de las
restricciones medioambientales…
Jorge Riechmann, La ilusión del crontol, tratar de comprender, tratar de ayudar, 08(12/2011
[1] Iona Heath: Ayudar a morir, Katz, Madrid 2008, p. 24.
[2] Heath, op. cit., p. 25.
[3] Jenny Moix: “¿Controlamos nuestras vidas?”, El País Semanal, 13 de noviembre de 2011.
[4] Nassim Nicholas Taleb: El Cisne Negro, Paidos, Barcelona 2008, p. 208 y 211.
[5]
Un buen ejemplo lo proporciona el proyecto FuturICT de la Comisión
Europea. “La posibilidad de adelantar todo tipo de eventos sociales,
políticos, medioambientales e incluso económicos es el reto que se
plantean en la iniciativa FuturICT. Esto es, aplicar todo el potencial
de la supercomputación y el manejo de cantidades monumentales de datos e
información a las ciencias sociales, del mismo modo que otro proyecto
rival, Future of Medicine, lo quiere aplicar a la salud y el tratamiento
de las enfermedades. ‘Es hora de revelar los procesos y las leyes
ocultas que transforman las sociedades a través de un trabajo conjunto, y
un esfuerzo multidisciplinar a gran escala’, aseguraba a Público
el líder del proyecto, Dirk Helbing, del Instituto Suizo de Tecnología,
tras la presentación de su propuesta a principios de año. Según sus
cálculos, cuando el proyecto se ponga en marcha estarán realizando la
mayor recopilación de conocimiento jamás emprendida. Con una intención:
procesar todos los datos para desentrañar la complejidad de las
relaciones humanas que gobiernan el mundo, entenderlas, analizarlas y
adelantarse a ellas. Según los responsables, serán capaces de evitar
escenarios negativos para la sociedad porque tendrán desmenuzados los
mecanismos que están detrás de desastres financieros, crisis
medioambientales y pandemias” (Javier Salas, “Ciencia mayúscula”, Público, 8 de diciembre de 2011).
[6] Gregory Bateson, Pasos hacia una ecología de la mente, Carlos Lohlé/ Planeta Argentina, Buenos Aires 1991, p. 468.
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