L'ofensiva puritana contra el sud d'Europa.
Veamos. ¿Qué puede significar que el origen de Europa,
Grecia, esté hoy en el punto de mira? Que el Sur está en el punto de mira, esto
es, que lo está el Mediterráneo como sincretismo donde convergen muy distintas
culturas y razas, creando el espacio común de una “cultura de los sentidos” (Weber). El sur piensa, vive y obra
según la percepción, la presencia sensible. Según lo vivido, lo visto y oído:
es esto lo que debe acabarse.
Ya sólo la estética que brota de esa ancestral cultura
sensible no tiene nada que ver con la actual separación económica que insulariza
a cada ser humano, separándolo de sus comunidades locales y de su entorno
terrenal. La esencia de la economía no es económica; tampoco ideológica. El
capitalismo laico es sobre todo una nueva religión triunfal, un integrismo de
la separación. Cada hombre, un voto: cada minuto, una ocupación, un dígito, una
imagen. Nos salva, bajo cualquier ideología, una cronología de la producción.
La vida real, local, debe ser recortada por la
movilización total, como ya algunos visionarios avanzaron en los años 20. Ya
solamente vivir, despreocupadamente, es hoy un pecado para la religión que vino
del Norte, esta magia blanca de la economía. Ni siquiera Marx es ajeno a esta
ofensiva puritana que debe acabar con la “pereza” y las alucinaciones del Sur,
incluso en la misma Alemania.
Se trata de una operación de neutralización sin
precedentes, pues debe conseguir que los individuos sepulten en lo privado sus
sueños (sueños que, por esa misma clandestinidad, serán cada vez más
patológicos). Se trata también de que los países del sur conviertan en turística
su singularidad, sus paisajes, sus costumbres y sus vinos. De ahí la catatonia
del actual ciudadano medio europeo, su bloomización, pues está exiliado
de sus raíces in situ. La depresión y el suicidio son en Francia
un “problema nacional”. Pero nos libra de otras variantes del trastorno bipolar
el hecho de que, a diferencia de Texas, entre nosotros no circulen las armas.
Así, la gente desaparece lentamente.
En tal mutilación anímica, se debe cercenar en
nosotros todo lo que sea origen, una fatalidad natal de la que nuestra libertad
debe despegar. Naturalmente, este integrismo tiene expresiones geográficas. Ni
Irlanda ni Rusia; tampoco Inglaterra, Italia y España se salvarán de esta
sospecha que debe recorrer los bordes asilvestrados del geométrico imperio que
tiene su sede en Bonn. Aunque quizás el gran fantasma europeo sea África, ese
“anti-piso muestra” recorrido por las matanzas, el terrorismo, el sida y las
nuevas plagas bíblicas con las que nos ocupa el orden informativo que
acompaña al político.
El colmo de las paradojas es que la cándida España se
apunte entusiasmada a este dispositivo que debe clonarnos. Bien es cierto que
nosotros tenemos un problema adicional que nunca han tenido Italia o Marruecos:
fuera del folclore, odiamos nuestro ser, nos avergonzamos de nuestra diferencia
(en tal sentido, una guerra civil larvada jamás terminará entre nosotros). De
ahí la maravillosa frase, hace ya diez años, de un intelectual de la talla de
Solana: “Por fin hemos dejado de ser españoles”.
De ahí que hayamos depositado nuestro destino en la
burocracia de Bruselas, sin entender que cuando Europa es algo no degradante
(tal vez para Francia y Alemania) lo es a partir de la soledad de cada nación,
del ejercicio de fuerza que realiza. En este punto, la sabiduría inglesa
siempre ha sido envidiable.
¿Resultado de la ilusión española? Una constelación de
síndromes, todos ellos preocupantes. Primero, como decía Ortega hace casi cien años, abandonamos toda aventura exterior. La
más importante de ellas, ese universo de quinientos millones de almas hispanas.
Segundo, al perder el coraje para el exterior, crispamos el interior hasta el
límite: duplicando la furia ideológica, los partidismos locales y regionales,
las instancias administrativas, la burbuja turística e inmobiliaria, la casquería
nacional del cotilleo... Frente a la simplicidad de lo primario (tierra,
nación, esfuerzo, creatividad, industria) nos hemos refugiado en la burbuja de
lo terciario y complejo. Burbuja intrínsecamente corrupta si le falta un
suelo.
La corrupción está servida en un país donde medio
mundo quiere medrar sin generar riqueza. Dicho sea con toda la prudencia, y
otra vez al margen de las ideologías, es difícil no pensar el paro español también
como un síntoma de nuestra pasividad, de nuestra heteronomía. Nuestro índice de
paro crónico comenzó en cierto modo con un “paro anímico”. Funcionarios
de nosotros mismos, dependemos siempre de otro, una entidad pública o privada
que nos contrate.
Finalmente, en tercer lugar, la disgregación nacional.
No entendimos que sin lo primario no se puede vivir, por eso, al reprimirlo, lo
primario ha regresado en formas perversas. No entendimos tampoco que sin
agricultura e industria, sin nación, cultura y creencias no se puede vivir. El
último corolario de esto es que las culturas hispanas laboriosas y pegadas a la
tierra, no sólo los vascos y los catalanes, se aferran a su propia versión de
lo primario, que no odian. De ahí el consiguiente razonamiento, que nunca se
hará expreso: si España renuncia a sí misma, a su unilateral tarea exterior,
para disolverse en la economía europea, nosotros preferimos
“insularizarnos” por nuestra cuenta, como nación que debe conservar sus
características culturales y ejercer su fuerza en Europa. Catalanes y vascos
han entendido mejor de qué manera implacable funciona Europa que el resto de
los españoles.
No es un problema de ideología. Al menos para los
países periféricos, Europa es la coordinación de la dispersión, la organización
sonriente de la humillación “terciaria”. Es normal que Inglaterra se resista.
La bonanza económica, y un dinero europeo que siempre
estuvo envenenado, han subvencionado nuestro desarraigo y deslocalización
nacional. Nos ha endeudado con sonriente facilidad, tapando durante décadas el
castillo de naipes del “milagro” español. Ahora que el espejismo del bienestar ha
desaparecido, nos va a costar recuperarnos y despertar de este sueño de
dependencia.
Ignacio
Castro Rey, . Europa
(Breve crónica de un suicidio a plazos), Madrid, 26 de enero de 2013
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