El que ens han explicat de Pitàgores.
Pitàgores |
La Fama se adelanta precedida y
propagada por la Equivocación y, aun en los casos en que es merecida, raramente
se debe a lo más valioso; muchos aprecian a Cervantes por esos convencionales
cuentos de pastores que plagan el Quijote; otros admiran en Shakespeare esas calamitosas frases que
yuxtapone a los versos más dramáticos:
Here’s to my
love! O true apothecary!
Thy drugs
are quick. Thus with a kiss I die.
Son generalmente los defectos,
los vicios, las tonterías, las vulgaridades y las frases que nunca dijeron lo
que realza la celebridad de los grandes hombres. Einstein es famoso por la frase “todo es relativo”, y por su pelo;
la frase es equivocada y expresa un programa mortal para Einstein; el pelo nada tiene que hacer con la genialidad de su
propietario.
Difícilmente un gran hombre
escapa a este melancólico destino y tanto más difícilmente cuanto más famoso,
porque las equivocaciones aumentan con la popularidad y con el tiempo. Las
famas antiguas son asi las peores: como en esos monumentos restaurados en todas
las épocas ya no queda casi nada del original. Cuando el hombre ha dejado una
obra escrita —el caso de Platón— se
puede siempre reivindicar la verdadera doctrina en medio de las falsas
interpretaciones, aunque de todos modos es un hermoso problema distinguir una
interpretación falsa de una verdadera, pues, por esencia, una interpretación es
ya algo distinto del original; pero cuando, como en el caso de Pitágoras, no hay documentos dejados
por el autor, todos y en la medida en que han contribuido a la creación del
mito tienen derecho a reivindicar su propia contribución. En estos casos, es
una pretensión escolástica la de querer mostrar al “verdadero” pensador: su
única verdad es su historia.
Este monstruoso Pitágoras nace en la isla de Samos,
enseña sus doctrinas en Italia, entra en la teología cristiana y se propaga, a
través de la magia y de la arquitectura, a todo el pensamiento occidental hasta
nuestros días. Su fama es merecida y puede decirse que de haber prevalecido
sobre Aristóteles, el pensamiento
moderno habría llegado varios siglos antes; pero las causas de su fama
constituyen lo menos valioso de su doctrina: el teorema del triángulo
rectángulo era ya conocido antes de él y la magia de los números pequeños había
sido ya elaborada por los chinos (es muy difícil no ser precedido por los
chinos) y es lo más deleznable de toda su obra.
Realizando experiencias con el
monocordio, Pitágoras descubrió que
el tañido de una cuerda al mismo tiempo que el de otra cuerda de longitud
mitad, da un acorde perfecto; es el armonioso sonido que forman una nota con su
octava. Nuevos experimentos revelaron que todos los acordes eran siempre
producidos por cuerdas que guardaban entre sí relaciones de longitud dadas por números
pequeños y enteros. De pronto, la inefable y sutil armonía musical se
mostraba rígidamente gobernada por los números.
Es posible imaginar el revuelo
que este descubrimiento debe de haber producido en la logia pitagórica; el
descubrimiento es en verdad un hecho importante en la historia de la ciencia,
porque frente al puro razonamiento introduce la experiencia y la medida, los
más grandes motores del movimiento científico moderno; pero, desde luego, no
fue por esa razón que la logia se entusiasmó sino porque reforzaba ciertos
postulados de la organización.
El entusiasmo no es el estado de
ánimo más favorable para escribir un buen poema; con mayor razón, tampoco lo es
para organizar una concepción del mundo. Es cierto que la idea pitagórica de la
medición es muy superior a la idea aristotélica de la clasificación y es muy
probable que la ciencia moderna habría llegado antes de haber prevalecido ese
aspecto del pitagorismo. La causa de que no haya sido así es, quizá, la
exaltación de sus partidarios, que deformó y exageró la esencia de la doctrina.
Es difícil ver la relación que
puede haber entre un monocordio y el sistema planetario; pero el entusiasmo,
como el amor, tiene la virtud de disminuir la inteligencia y de convertir los
deseos en realidades objetivas: hay que creer para ver. Los pitagóricos
decretaron que el universo respondía a un esquema musical y que los planetas
giraban a distancias adecuadas de un centro común para que sus rotaciones
produjesen una armonía celestial regida por los números pequeños. Esa música
celeste tenía un pequeño inconveniente: no se oía.
El descubrimiento del monocordio
inició la orgía númerológica: los números enteros y pequeños eran mágicos y
sagrados, regían el Cosmos como a un gran instrumento musical. El 1 era el
número místico por excelencia, puesto que era el origen de todos los demás, el
que por desdoblamiento engendra la multiplicidad del mundo; el 2 es el signo de
ese desdoblamiento o de esa oposición, como en la tesis y en la antítesis de Hegel; el 3, suma del origen y de la
duplicidad, tiene que ser, necesariamente, un número sagrado; el 4 es el
cuadrado de 2; la suma del 3 y del 4 da el 7, prestigioso en muchas religiones
y clubes internacionales. La combinación ansiosa de estas cifras da origen a tantos
resultados que casi no queda ningún número pequeño —y grande— que no pueda
aspirar a la magia. San Agustín
hace, por ejemplo, la siguiente combinación: el 1 (Dios) sumado al 3 (Trinidad)
da 4; la suma de las cuatro primeras cifras da 10; el 4 multiplicado por 10 da
40, razón por la cual esta cantidad debe ser considerada como sagrada para los
ayunos; en opinión del santo, el desconocimiento de esta clase de manejos
dificulta enormemente el entendimiento de las Escrituras.
El nombre de Pitágoras fue propagado con esta clase de interpretaciones. En el Critias
nos enteramos de que en la Atlántida había diez príncipes, diez provincias y
diez toros sagrados. El 5, mitad del 10, suma del primer número masculino y del
primer número femenino, es la cifra de Afrodita y sus cualidades están a la
vista: había 5 planetas, los acordes derivan de quintas, la mano tenía 5 dedos;
como consecuencia, el pentágono, la estrella de cinco puntas y el pentagrama
eran sagrados.
El pitagorismo y la cábala judía
se propagaron al cristianismo primitivo y a la masonería. La edificación quedó
vinculada a problemas sobre la estructura del Universo y, así como los
templos se construían de acuerdo con ciertos números regulares, el Cosmos debía
de obedecer a alguna cifra secreta impuesta o respetada por el Gran Arquitecto;
encontrar esa cifra equivalía a encontrar la clave del misterio y durante
siglos infinidad de hombres se empeñaron en esa pesquisa. El doctor Evelino
Leonardi, por ejemplo, en su obra La unidad de la Naturaleza, manifiesta
haber encontrado por fin la clave, el número 744; de acuerdo con el astrónomo
Gabriel, cada 744 años el Sol, la Tierra y la Luna se vuelven a encontrar en la
misma posición recíproca; pero 744 equivale a 67 períodos de manchas solares
undecenales; con la ayuda del 11 y del 744, el doctor Leonardi encuentra
interesantes vínculos entre las formaciones geológicas, el desarrollo del feto
humano, el número de electrones atómicos y la multiplicación del ganado vacuno
(op. cit., capítulo IV).
El pitagorismo, en tanto que arte
de cubilete y magia combinatoria, nada tiene que hacer con el pensamiento
moderno. La grandeza del pitagorismo reside en algo menos popular pero que
permite colocarlo como iniciador de la matemática moderna: el descubrimiento de
que el número pertenece a un universo que no es el universo físico en que
vivimos.
Tres pirámides y tres panteras no
tienen casi nada de común: aquéllas son inertes, geométricas, no se reproducen,
no tienen garras, no son cuadrúpedos ni carnívoros. Y sin embargo, entre ambos
grupos hay un núcleo idéntico que queda cuando todos los caracteres físicos han
sido descartados: la trinidad de los dos grupos.
Los niños no saben razonar con
números puros: necesitan sumar manzanas o libros; mucho más tarde, inconscientemente,
prescinden de los objetos físicos y calculan con números puros, abstraídos de
la realidad física por un largo proceso mental. Es muy probable que en los
pueblos primitivos haya pasado algo semejante y es Pitágoras a quien el mundo occidental debe el primer atisbo de este
notable hecho: aunque participan en este mundo, los números y las formas
geométricas son entes abstractos que pertenecen a una realidad más pura y
esencial.
Sin embargo, que para llegar
hasta el ente matemático se necesite un proceso mental no significa que sea
inventado por la mente: el hombre no inventa el carácter común a un
grupo de pirámides y uno de panteras; descubre algo preexistente. El
tres y el triángulo existieron antes de aparecer los hombres y subsistirán, por
toda la eternidad, después que estos seres hayan desaparecido del Universo.
Cheops, construida con dura
piedra y con el sacrificio de miles de esclavos, es implacablemente derruida
por la arena y el viento del desierto; la pirámide matemática que forma su
alma, invisible, ingrávida, impalpable, resiste el embate del tiempo; más,
todavía, está fuera del tiempo, no tiene origen, no tiene fin.
Este mundo de los entes
matemáticos es un mundo rígido, eterno, invulnerable, un helado Museo de formas
petrificadas que nuestro universo físico, en un proceso sin fin y sin eficacia,
intenta copiar.
Mucho tiempo después de la muerte
de Pitágoras, Platón intentó, con el mito de Fedro,
explicar el misterioso acceso del hombre mortal e imperfecto a ese museo de las
formas eternas: el espíritu y el apetito son dos caballos alados que arrastran
el carro conducido por el alma; todavía no se ha corporizado, todavía tiene
algo de los dioses y marcha con ellos hacia el lugar donde residen las formas
puras. Cuando alcanzaba a entrever el resplandor divino de las formas, el alma
pierde el gobierno de sus caballos y cae a tierra, donde se encarna y olvida el
maravilloso mundo que entrevió. Ahora estará condenado a ver las groseras
encarnaciones de las formas puras que constituyen este universo cotidiano,
fluyente y contradictorio. Su inteligencia es quizá un resto de su
confraternidad con los dioses; las ciencias exactas del peso, del cálculo y de
la medida, le advierten en un arduo proceso que este mundo fluyente es quizá
una ilusión y que por detrás del árbol que tímidamente crece y muere, de los
hombres que luchan y de las civilizaciones que aparecen y desaparecen, hay un
mundo rígido donde imperan el Número y las Formas Eternas.
Bajo el cielo de Calabria,
ayudado por la Música, la Aritmética y la Geometría, fue el poderoso cerebro de
Pitágoras el primero que tuvo la
intuición de este topos uranos.
Ernesto
Sábato, Uno y el Universo
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