Carlemany, inventor d'Europa.

Carlemany
Henri Pirenne, el insigne historiador belga, puso fecha exacta al nacimiento de Europa. La intuición le sobrevino, durante la Gran Guerra, en los días de su cautiverio en Alemania mientras impartía un curso para prisioneros rusos. A fin de explicarse a sí mismo su hallazgo intelectual inició allí mismo la redacción de Historia de Europa, que abandonó cuando fue liberado. Luego consagró a esa idea el resto de los años que le quedaban de vida. Cuando cayó enfermo el 28 de mayo de 1935 —día de la muerte de su hijo mayor— dejó sobre su escritorio el manuscrito de la investigación en la que fundamentaba su tesis: Mahoma y Carlomagno. Otro hijo suyo publicó póstumamente los dos libros.


Lo primero que sorprende del Imperio romano es su carácter mediterráneo, extendido horizontalmente en torno al Mare Nostrum, una unidad económica y comercial. Esta situación no cambió, tras la caída del Imperio, con los merovingios sino, sostiene Pirenne, más tarde con Carlomagno. Al morir Mahoma (632), los árabes conquistaron las riberas africanas y España, y convirtieron el Mediterráneo en un lago musulmán separando por primera vez dentro del Imperio el Este (Constantinopla) del Oeste (Roma). Y entonces ocurrió el hecho fundador. El papa León III, siguiendo el ritual bizantino, impuso a Carlomagno la corona imperial y con ello forjó una alianza vertical que hizo época. Roma abandonó el Este, dominado por el islamismo, y se alió con el Norte cristiano. El antiguo eje EsteOeste, románico-mediterráneo, es sustituido por el nuevo eje Norte-Sur del Imperio franco, el cual deja el mar, se vuelve al continente y añade el ingrediente germánico. Esto acontece el 25 de diciembre del año 800. Nace Europa, un ensayo de civilización romano-germánica.

Al principio esa naciente civilización no se llamó Europa sino Cristiandad, en nombre de la cual se emprendieron las cruzadas de reconquista de los santos lugares del Este perdido. Hacia 1620 la palabra “Europa” aparece rara vez, pero en los alrededores de 1750 ya es de uso común y “Cristiandad”, en cambio, un arcaísmo. El cambio léxico sugiere una más profunda transformación geopolítica: el Renacimiento del Sur había compartido protagonismo cultural con la Reforma del Norte, pero ahora la Roma papal veía con resignación cómo a partir de la Ilustración el peso del eje europeo se desplazaba hacia el Norte protestante. Renacimiento y Reforma, aunque coetáneos, responden a impulsos muy distintos. El Renacimiento representa una síntesis provisional entre la Antigüedad clásica y la emergencia de un nuevo antropocentrismo todavía insertado en el cosmos simbólico antiguo. En cambio, la Reforma, con ese dualismo radical que separa el mundo interior de la fe, la conciencia moral y el libre examen, de un lado, y el desencantado mundo exterior, material y político confiado a la razón, de otro, prepara el advenimiento de la modernidad: el capitalismo, la ciencia empírica, el Estado laico. Europa denota esa continuación del eje Norte-Sur fundado por Carlomagno pero ahora bajo el liderazgo del Norte y sobre bases ilustradas, igualitarias y secularizadas.


A lo largo de la época contemporánea, el eje experimenta fuertes convulsiones en las que Francia siempre mantiene su presencia en relación dialéctica primero con Reino Unido y luego con Alemania. El enfrentamiento entre Alemania y Francia —la última configuración estable del eje Norte-Sur— conoce su paroxismo en las dos guerras mundiales: una orgía de barbarie desatada en el corazón mismo de la civilización europea con el balance, para los dos países mencionados, de la derrota bélica (también Francia fue vencida), la ruina económica, la humillación política y la degradación moral. La pregunta entre los supervivientes fue: ¿qué hacer ahora, tras esta indecible bajada colectiva a los infiernos, con aquel proyecto que nació con Carlomagno y se unió a la historia de Occidente hasta entrar en el siglo XX? Las guerras mundiales podían ser interpretadas como el fracaso absoluto y la clausura definitiva de ese proyecto milenario, que tendría una fecha de nacimiento y otra de defunción: Europa (800-1945). Pero, por otra parte, a pesar de ese nadir de inhumanidad al que se había descendido a la vista del mundo entero, el mito de Europa seguía conservando intacto su poder carismático de fascinación general merced a las cimas espirituales y artísticas alcanzadas colectivamente y consideradas parte de la identidad del continente europeo y fuente irrenunciable de su tradición cultural.

Se decidió continuar con esa civilización romano-germánica si bien por otras vías.

Se dijo que solo había fracasado una versión ideológica (imperialista-nacionalista) del eje Norte-Sur y que era la hora de intentar una versión limpiamente pragmática de la antigua idea europea, sustentada esta vez en unas lealtades de intereses comunes con eficacia cohesionadora. Es en este horizonte donde se sitúa la célebre declaración de Robert Schuman, uno de los padres de la nueva Europa, pronunciada el 9 de mayo de 1950: “Europa no se hará de una vez ni en una obra de conjunto: se hará gracias a realizaciones concretas, que creen en primer lugar una solidaridad de hecho. La agrupación de las naciones europeas exige que la oposición secular entre Francia y Alemania quede superada, por lo que la acción emprendida debe afectar en primer lugar a Francia y Alemania”. He aquí la renovación de aquel remoto pacto carolingio que ha dado lugar a la actual Unión Europea. Sin duda, se trata de una empresa muy imperfecta —la crisis económica ha hecho rechinar una vez más el eje Norte-Sur aireando sus muchos defectos estructurales— pero, con todo, esta imperfección que ahora está en marcha ha proporcionado al continente un periodo de paz y prosperidad sin precedentes y parece con mucho preferible al anterior perfeccionismo ideológico de esos imperios y naciones en continua expansión que convirtieron Europa en un camposanto.

El Premio Nobel de la Paz concedido en 2012 a la Unión Europea nos ha recordado oportunamente que el invento de Carlomagno, en esta última etapa de su historia, ha asumido la forma de un ideal de concordia entre los pueblos.

Javier Gomá Lanzón, Idea de Europa, Babelia. El País, 02/02/2013

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