Ideologia i democràcia (Ignacio Sánchez-Cuenca).
Argumento:
1. Las personas tienen desacuerdos ideológicos irresolubles.
2. La democracia, aun si establece un margen amplio para la deliberación y el acuerdo, apela al voto como mecanismo para tomar decisiones colectivas ante desacuerdos irresolubles.
3. La ideología no es una mera reputación, no es un mecanismo para ahorrar costes de información. La ideología contiene valores y principios que nos permiten formarnos una idea global sobre los asuntos públicos. La ideología es una forma de organizar nuestras opiniones sobre la política.
4. La ideología no viene determinada ni por los genes ni por el interés económico. Es más bien una cuestión de carácter moral.
5. Las diferencias ideológicas proceden de nuestra distinta sensibilidad hacia las injusticias.
6. Las personas de izquierdas tiene una mayor sensibilidad hacia las injusticias que las personas de derechas y por eso desarrollan un sentimiento de superioridad moral.
7. El exceso de moralidad en la política, típico de la izquierda más radical, lleva a intentar realizar la justicia a toda costa, aun si eso supone un coste social enorme.
8. En la derecha, como reacción, se desarrolla un sentimiento contrario, de superioridad intelectual ante cualquier propuesta de un cambio profundo.
9. El mayor idealismo moral de la izquierda explica la frecuencia de sus conflictos internos, de sus rupturas y escisiones.
10. La socialdemocracia como programa de cambio encarna el compromiso más acabado entre moralidad y eficacia políticas. La socialdemocracia entra en crisis cuando desequilibra ese compromiso en detrimento de su compromiso moral con la justicia.
1. Las personas tienen desacuerdos ideológicos irresolubles.
2. La democracia, aun si establece un margen amplio para la deliberación y el acuerdo, apela al voto como mecanismo para tomar decisiones colectivas ante desacuerdos irresolubles.
3. La ideología no es una mera reputación, no es un mecanismo para ahorrar costes de información. La ideología contiene valores y principios que nos permiten formarnos una idea global sobre los asuntos públicos. La ideología es una forma de organizar nuestras opiniones sobre la política.
4. La ideología no viene determinada ni por los genes ni por el interés económico. Es más bien una cuestión de carácter moral.
5. Las diferencias ideológicas proceden de nuestra distinta sensibilidad hacia las injusticias.
6. Las personas de izquierdas tiene una mayor sensibilidad hacia las injusticias que las personas de derechas y por eso desarrollan un sentimiento de superioridad moral.
7. El exceso de moralidad en la política, típico de la izquierda más radical, lleva a intentar realizar la justicia a toda costa, aun si eso supone un coste social enorme.
8. En la derecha, como reacción, se desarrolla un sentimiento contrario, de superioridad intelectual ante cualquier propuesta de un cambio profundo.
9. El mayor idealismo moral de la izquierda explica la frecuencia de sus conflictos internos, de sus rupturas y escisiones.
10. La socialdemocracia como programa de cambio encarna el compromiso más acabado entre moralidad y eficacia políticas. La socialdemocracia entra en crisis cuando desequilibra ese compromiso en detrimento de su compromiso moral con la justicia.
En la anterior entrega hablé de la existencia de fuertes divergencias ideológicas que impiden la consecución de acuerdos o consensos. La democracia se hace cargo de este problema: aunque deja amplio espacio para la deliberación, conserva siempre un último recurso, la votación, en la que resolvemos una disputa contando voluntades. Hoy quisiera continuar el argumento tratando de aclarar la naturaleza de la ideología. Entre los científicos sociales se ha ido extendiendo la tesis original de Anthony Downs según la cual la ideología es un expediente que utilizamos los ciudadanos en democracia para ahorrarnos costes de información. Como enseguida mostraré, se trata de una tesis profundamente errónea.
Quienes consideran que la ideología es un mecanismo que utilizan los partidos para dispensar a los ciudadanos de la pesada responsabilidad de leerse los programas electorales razonan del siguiente modo. Parten de la base de que la política se ha vuelto crecientemente compleja. Por ello, quienes ocupan el poder deben tomar decisiones sobre los asuntos más abstrusos y técnicos, desde la política fiscal hasta la promoción del turismo, desde el mantenimiento de la seguridad interna hasta la política exterior, desde las políticas sociales hasta la organización de la administración. Los permisos de caza, el impuesto de sociedades, los requisitos para acceder a las ayudas a la dependencia, la financiación de la sanidad, la construcción de infraestructuras, y un larguísimo etcétera: ¿quién puede saber de todos estos asuntos? Las políticas públicas concretas derivan de unos principios ideológicos y no al revés. Si no fuera primero la ideología, ¿con qué criterio se elegirían unas políticas u otras?
Se supone que en los programas electorales los partidos ofrecen un catálogo exhaustivo de las medidas que tomarán si llegan a gobernar. ¿Pero realmente alguien se lee los programas electorales antes de decidir su voto? Es dudoso que los propios candidatos lo hagan. De hecho, un momento clásico en los debates electorales se produce cuando un candidato pone en aprietos a su rival preguntándole por alguna oscura medida contenida en el programa electoral de su partido, sobre la que el interpelado no suele tener ni idea.
Según Downs, los partidos políticos desarrollan posiciones ideológicas para resultar predecibles. Aunque nadie se lee el detalle de los programas, la gente es capaz de anticipar lo que harán los partidos una vez en el poder gracias a su reputación ideológica. Así, los partidos liberales y conservadores darán un peso menor al Estado en los asuntos económicos, los partidos socialdemócratas gastarán más en políticas sociales y así sucesivamente.
La ideología, según este peculiar punto de vista, sería un instrumento del que nos valemos para ahorrar tiempo y energía. Sin necesidad de pensar mucho en lo que ofrecen los partidos, votamos a uno u a otro en función de nuestra proximidad ideológica a los mismos. La ideología, por decirlo así, nos libera de tener que leer la letra pequeña.
A mí este planteamiento me parece equivocado por un buen número de razones. En primer lugar, entiendo que la política funciona justamente al revés: las políticas públicas concretas derivan de unos principios ideológicos y no al revés. Si no fuera primero la ideología, ¿con qué criterio se elegirían unas políticas u otras? ¿De qué modo se combinarían e integrarían entre sí las distintas políticas? La cadena causal es clara: porque se poseen unos valores e ideas generales sobre cómo debería organizarse la sociedad (ideología), los partidos optan por unas políticas específicas.
En segundo lugar, me parece que la ideología, lejos de ser un atajo informativo, es el motivo principal por el que buscamos información política. Quienes más interés sienten por la política y más información adquieren son precisamente aquellos que están más ideologizados. En cambio, las personas sin ideología política, es decir, quienes tienen una relación muy superficial con la cosa pública y no se sienten parte activa de la misma, son las más ignorantes en cuestiones políticas. De la misma manera que las personas con una pasión por el deporte son capaces de retener en su memoria cantidades enormes de datos sobre campeones, récords, etc., las personas con pasión política, es decir, con creencias ideológicas fuertes, son también quienes mayor información atesoran sobre los asuntos públicos.
En tercer lugar, las ideologías han existido antes y al margen de la democracia representativa. Ya existían las ideologías políticas antes de las campañas electorales. Intentar explicar la ideología por una función marginal como es generar una reputación que nos libere de la pesada carga de leernos los programas electorales parece un puro reduccionismo.
A mi juicio, las ideologías son conjuntos de valores, principios y objetivos que guían la acción política. Puesto que los contenidos nucleares de las ideologías son muy abstractos y están formados por valores básicos, sus consecuencias se extienden como tentáculos hasta apresar los asuntos más concretos. A partir de tales valores, se van derivando posiciones sobre los temas más variados: de ahí que la ideología tenga ese poder organizador que unifica asuntos en principio muy distintos. Las ideologías, aun cuando siempre contengan ciertas incoherencias y tarden un tiempo en tomar posición sobre nuevos conflictos y problemas, ofrecen una especie de paquete completo que nos permite fijar una primera posición sobre asuntos políticos, económicos, sociales y culturales.
La ideología tiene la capacidad de penetrar profundamente en la mentalidad del individuo. Hasta tal punto es poderosa la influencia de las ideas políticas que en ocasiones las personas valoran fenómenos externos al ámbito de la política a partir de sus creencias ideológicas. Por supuesto que en la vida real hay toda clase de excepciones, pero es frecuente encontrarse a gente que proyecta sus ideas políticas hacia la música, el cine o la literatura, de modo que tiene sus creadores de referencia porque encuentra en ellos una afinidad estética de raíz ideológica. La ideología, con otras palabras, es una forma de abrirse al mundo.
Con esta entrega doy por concluidos los primeros pasos, que eran meramente aclaratorios. El argumento principal comienza con el siguiente capítulo, en el que intento averiguar la razón última de las diferentes elecciones de la gente en cuestión de ideología.
(continuará)
Ignacio Sánchez-Cuenca, 2. La potencia de la ideología (La superioridad de la izquierda), ctxt.es 29/03/2017
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