El domini del 'pathos' i la posveritat.



Como apuntaban los latinos, no hay nada nuevo bajo el sol. Todo lo que se está diciendo sobre la posverdad estaba ya escrito en El Arte de la Retórica, la genial obra de Aristóteles que se adelantó en casi 25 siglos a lo que ahora llamamos modernidad.

En realidad, el sabio griego no concibió su reflexión como un tratado para los filósofos, sino que parece que se trata de notas, de una especie de manual práctico que fue confeccionando para sus alumnos del Liceo ateniense.

Cuando Aristóteles reivindicó la importancia de la retórica, ésta se hallaba muy desprestigiada por los usos y abusos de sofistas como Gorgias e Isócrates, a los que el maestro de Alejandro Magno despreciaba como demagogos, es decir, como agitadores del pueblo.

Los sofistas empleaban el lenguaje para manipular la verdad al servicio del poder o de los ricos. Por eso, Aristóteles estaba empeñado en devolver la dignidad a la palabra, siendo perfectamente consciente de los peligros de la posverdad que latía en la filosofía idealista de Platón y algunos de sus discípulos, empeñados en negar la observación empírica de los fenómenos.

Zenón de Elea, discípulo de Parménides, llegó a sostener que el movimiento no existe y que jamás el veloz Aquiles podría recorrer la distancia que le separaba de la tortuga, lo cual exasperaba a Aristóteles, que se consideraba un científico que extraía sus conclusiones de la mirada sobre la realidad.

Aristóteles sostenía que la retórica era un contrapunto de la dialéctica, que él entendía como las reglas del razonamiento abstracto. Para el oriundo de Estagira, la retórica era, literalmente, "la técnica para persuadir". Y como tal, estaba integrada por tres elementos: el logos, el ethos y el pathos. El logos era el propio pensamiento, la coherencia interna del discurso. El ethos incluía la sabiduría, la credibilidad y la convicción del hablante. Y el pathos consistía en la apelación a los sentimientos del que escucha, que Aristóteles consideraba esencial porque explicaba el éxito de los sofistas.

No hace falta ser muy listo para darse cuenta de que los líderes populistas de nuestros días, muy especialmente Donald Trump, son maestros en el dominio del pathos. Dicen lo que el público quiere oír y manejan la información para manipular al electorado. En este aspecto, superan en mucho a los políticos convencionales, que no saben sacar rendimiento al poder de las palabras.

Trump recurre continuamente a la utilización de vocablos cargados de emotividad para conectar con su público y defender sus iniciativas. Pero carece de ethos, que es la cualidad fundamental de un orador.

Como subraya Mark Thompson, el editor del New York Times, lo que estamos viviendo es una profunda crisis de la retórica política, porque se ha producido un vaciamiento de palabras como libertad, igualdad o tolerancia, cuyo desgaste ha generado un nuevo significado.

Ello se sustenta en muchas causas que van desde el impacto de la crisis económica a la falta de ejemplaridad de los dirigentes, pero no podremos entender lo que está sucediendo a nuestro alrededor si no profundizamos en ese arte de la retórica, que es una vía para alcanzar la felicidad, en palabras del propio Aristóteles, que ya estaba de vuelta antes de que nosotros empezáramos a recorrer este camino que nos parece tan peligroso.

Pedro G. Cuartango, Todo está ya dicho, el mundo.es 20/03/2017

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