George Orwell, veritat i poder.
Recuerdo que una vez le dije a Arthur Koestler: «La historia se detuvo en 1936», a lo que asintió con una inmediata comprensión. Ambos estábamos pensando sobre el totalitarismo en general, pero más concretamente sobre la Guerra Civil española. Antes ya había notado que ningún suceso es correctamente relatado en la prensa, pero en España, por primera vez, vi periódicos cuyos reportajes no tenían ninguna relación con los hechos, ni siquiera la mínima relación que se sobreentiende en una mentira ordinaria. Vi narradas grandes batallas donde no había existido combate alguno, vi completo silencio allí donde cientos de hombres habían muerto. Vi soldados que habían luchado valientemente ser denunciados por cobardes y traidores, y a otros que nunca habían visto pegar un tiro ser ensalzados como los héroes de victorias imaginarias; vi periódicos en Londres que vendían estas mentiras y vi a ávidos intelectuales construyendo superestructuras emocionales sobre eventos que nunca habían tenido lugar. Vi, de hecho, la historia escrita no en términos de lo que sucedió sino de lo que debería haber sucedido de acuerdo con diversas «políticas de partido». (…) Sé que está de moda decir que la mayor parte de la historia escrita está hecha de mentiras. Aun así, quiero creer que es en su mayor parte inexacta y subjetiva, pero que lo peculiar de nuestra propia época es el abandono de la idea de que puede ser verazmente escrita. En el pasado la gente mentía deliberadamente, o inconscientemente coloreaba lo que escribía, o se esforzaba por descubrir la verdad sabiendo que iba a cometer muchos errores; pero en cada caso creían que los «hechos» existían y que más o menos podían ser descubiertos. Y en la práctica siempre había un considerable cuerpo de hechos con los que hubiese estado de acuerdo casi cualquiera. (…) La teoría nazi, específicamente, niega que existe tal cosa como «la verdad». No hay, por ejemplo, tal cosa como «la ciencia». Solo hay «ciencia alemana», «ciencia judía», etc. El objetivo implícito de esta línea de pensamiento es un mundo de pesadilla en el cual el líder, o alguna camarilla gobernante, controla no solamente el futuro sino el pasado. Si el líder dice que tal o cual evento «nunca sucedió»… bien, entonces nunca sucedió. Si dice que dos y dos son cinco… bien, entonces dos y dos son cinco. Esta perspectiva me asusta mucho más que las bombas; y después de nuestras experiencias de los últimos años, esta no es una afirmación frívola.
(George Orwell, Recuerdos de la guerra de España, 1943).
—¿Cuántos dedos estoy mostrando, Winston?
—Cuatro.
—¿Y si el partido dice que no son cuatro, sino cinco, entonces cuántos hay?
—Cuatro.
La palabra terminó con un jadeo de dolor. (…)
—Aprendes muy despacio, Winston —dijo O’Brien con suavidad.
—¿Cómo puedo evitarlo? —sollozó. —¿Cómo puedo evitar ver lo que está frente a mis ojos? Dos y dos son cuatro.
—A veces, Winston. A veces son cinco. A veces son tres. A veces son todo eso a la vez. Debes esforzarte más. No es fácil alcanzar la cordura.
(George Orwell, 1984, 1949).
La guerra de España y otros eventos de 1936-37 inclinaron la balanza y supe dónde me encontraba. Cada renglón de cada obra seria que he escrito desde 1936 ha sido escrito, directa o indirectamente, contra el totalitarismo y en favor del socialismo democrático. (Por qué escribo, 1946).
Escribir un libro es una horrible, agotadora lucha, como un largo combate contra alguna dolorosa enfermedad. Uno nunca se metería en semejante cosa si no fuese impulsado por algún demonio al que no puede resistir o comprender. Solo sabe que ese demonio es el mismo instinto que hace a un bebé llorar para recibir atención. Y aun así, es también cierto que uno no puede escribir nada legible a menos que pelee constantemente por borrar en ello todo rastro de su propia personalidad. (Por qué escribo, 1946)
Cualquiera que sienta el valor de la literatura, cualquiera que vea el papel central que desempeña en el desarrollo de la historia humana, debe también ver que es necesario, cuestión de vida o muerte, resistir al totalitarismo, ya venga impuesto desde fuera o desde dentro. (Intervención radiofónica de Orwell en la BBC, 19 de junio de 1941).
Se nos dijo una vez que el avión había «abolido las fronteras»; en realidad, desde que el avión se convirtió en un arma seria, las fronteras se han vuelto definitivamente infranqueables. De la radio se esperaba que promoviese la comprensión y cooperación internacional; ha resultado ser un medio para aislar unas naciones de otras. La bomba atómica puede completar el proceso al robarle a las clases explotadas y los pueblos todo su poder de revuelta, y al mismo tiempo poniendo a las potencias poseedoras de la bomba en una situación de igualdad militar. Incapaz de conquistarse unas a otras, estas potencias, posiblemente, continuarán gobernando el mundo entre ellas, y es difícil ver cómo ese balance puede ser trastocado excepto por lentos e impredecibles cambios demográficos. («You and the Atomic Bomb», Tribune, 19 de octubre de 1945)
Pero siempre —no olvides esto, Winston—, siempre estará la borrachera de poder, siempre creciendo, siempre haciéndose más sutil. Siempre, en cada momento, estará la emoción de la victoria, la sensación de pisotear a un enemigo que está indefenso. Si quieres una visión del futuro, imagina una bota aplastando un rostro humano… para siempre. (George Orwell, 1984, 1949)
E.J. Rodríguez, George Orwell: dos y dos son cinco, jot down 22/03/2017
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