Els valors no s'estudien, es practiquen.




La enseñanza de valores morales es condición del cambio político. Para conseguir una sociedad basada en el valor X sería imprescindible que los ciudadanos aprendieran el valor X mediante una asignatura de moralidad o de religión. Una vez aprendido el valor X, el individuo regiría sus acciones por X. El aprendizaje de la igualdad sería condición de posibilidad de la sociedad igualitaria. Ejemplos extremos de esta tesis los encontramos en la revolución cultural china o en “el hombre nuevo” guevariano, comprometido con la igual- dad o la fraternidad. En la coordinación de los procesos económicos, el sistema de precios del mercado encontraría un óptimo sustituto entre comunistas que, en sus tratos mutuos, piensan en los demás. El sistema económico no sería muy diferente a una familia, con los padres atentos a las necesidades de sus hijos. 

También ahora hay razones para la cautela. Si queremos distribuir un pastel en trozos iguales, y si descartamos dejar el reparto en manos de una autoridad central de la que no habría por qué fiarse, quizá intentemos cambiar las mentalidades, educar. Parece, sin duda, una solución mejor, con cierto aire, eso sí, de tautología. El problema se “resuelve” por vía estipulativa, por definición: si todos creen que deben quedarse con un trozo igual y actúan en consecuencia, es muy probable que se queden con un trozo igual. La dificultad radica en su discutible realismo. Primero, en un sentido elemental: aunque no faltan muestras de que con frecuencia el comportamiento humano se aleja del egoísmo, resulta bastante más complicado el altruismo a tiempo completo en una sociedad medianamente compleja –no en una familia, en un convento o en un club social– en la que conviven millones de personas con tratos ocasionales entre ellas. Las experiencias del socialismo real en las que no faltaron las campañas de educación y hasta de reeducación, no invitan a la euforia. 

Hay más problemas. Y es que los valores no se estudian, sino que se practican cuando se hacen otras cosas. Con los valores pasa como con la felicidad o el sueño, que no se conquistan directamente. Los valores no se aprenden como se aprende un número de teléfono, sino como se aprende a reconocer los pollos y a caparlos, con la práctica, sin pautas ni manuales. No se adquiere valentía estudiando la vida de los exploradores ni generosidad leyendo el catecismo.

Félix Ovejero Lucas, El leproso mudo. Acerca del buenismo político, Claves de Razón Práctica nº 234, Mayo/Junio 2014

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