La superioritat moral en política.
Nosotros, a diferencia de nuestros rivales, actuamos por principios. Esta tesis, que asume la superioridad moral del propio punto de vista, nos viene a decir que mientras nosotros buscamos la verdad, el bien y la belleza, nuestros rivales serían memos, mezquinos y zafios. Los adversarios participan de la triple I: Ignorante, Idiota e Inmoral. La izquierda no puede contemplar que a un político de derechas le guste la poesía o le conmueva la pobreza y la derecha entiende que la izquierda está movida por la envidia social y solo aspira a vivir del cuento. Resulta inconcebible que el rival defienda sus ideas porque está convencido de su calidad y crea honestamente que pueden solucionar los problemas colectivos. Lo único que hace, se dice, es defender los intereses, de los ricos o de los burócratas sindicales.
El mal aqueja a todos. Abundan los conservadores que atribuyen cualquier defensa de la intervención pública o de la redistribución a vagancias, parasitismos presupuestarios o sobornos administrativos y también los progresistas que no ven en la derecha más que interés desnudo. Para unos las políticas públicas no son otra cosa que formas encubiertas de ineficientes clientelismos y para los otros las privatizaciones no buscan más que “beneficiar a los amiguetes”. Al final lo único que quedaría es un miserable con una caja registra- dora. En el mismo paquete habría que incluir las respectivas des- calificaciones del Estado o del mercado –o del capitalismo o, ya en la pendiente, del “sistema”– cuando unos apelan a la ambición, el egoísmo, la avaricia o la mezquindad de los políticos (“los políticos ladrones” de la derecha) y los otros a lo mismo pero en el caso de empresarios y banqueros.
Esa empalagosa superioridad moral confunde la calidad moral de las ideas (igualdad, libertad) con la calidad moral en la defensa de las ideas, que atañe a otros principios (honestidad intelectual, afán de verdad, respeto en la discusión). La falacia ad hominem es su única estrategia heurística. Todo se resuelve en acusaciones personales, en descalificaciones de opiniones por descalificaciones de quienes las presentan. Por supuesto, yo estoy convencido de que las mías son mejores que las tuyas, de otro modo, si pensara que las tuyas son mejores, tendría las mismas que tú. Pero, por lo mismo, el que tiene ideas diferentes también está convencido de la superioridad de las suyas. Quien descalifica al que difiere por el hecho mismo de diferir cancela el debate. Si mutuamente atribuimos las ideas del otro a torpezas o turbios motivos (deshonestidad, interés, estupidez), no cabe la discusión. Por no caber, no cabe ni siquiera la inteligibilidad, que reclama aceptar que el otro trata sinceramente con sus convicciones, que hay un afán de verdad en lo que dice.
Félix Ovejero Lucas, El leproso mudo. Acerca del buenismo político, Claves de razón Práctica nº 234, Mayo/Junio 2014
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