Treball mort (Grup Krisis)
5. El trabajo es un principio social coercitivo
«De ahí que el obrero se sienta en su casa fuera del trabajo y en el trabajo fuera de sí. Está en casa cuando no trabaja, y cuando trabaja no está en casa. Su trabajo, por lo tanto, no es voluntario, sino obligado, trabajo forzado. No es, por lo tanto, la satisfacción de una necesidad, sino sólo un medio para satisfacer necesidades fuera de éste. Su carácter ajeno lo pone de relieve el hecho de que, tan pronto deja de existir alguna coacción física o de cualquier otro tipo, se huye del trabajo como de la peste.»Karl Marx, Manuscritos económico-filosóficos, 1844
El trabajo no significa de ninguna manera que las personas
transformen la naturaleza o se relacionen entre sí por su actividad.
Mientras haya gente, se construirán casas, se producirán alimentos,
vestidos y otras muchas cosas, se criará a los niños, se escribirán
libros, se discutirá, se cultivarán huertos, se compondrá música y
muchas más cosas por el estilo. Esto es algo banal y obvio. Lo que no es
obvio es que la actividad humana por excelencia, el puro «empleo de
fuerza de trabajo», sin importar su contenido, de forma totalmente
independiente de las necesidades y de la voluntad de los implicados, sea
elevado a un principio abstracto que domina las relaciones sociales.
En las antiguas sociedades agrarias había todo tipo de formas de
dominio y de relaciones de dependencia personal, pero ninguna dictadura
de la abstracción trabajo. Las actividades de transformación de la
naturaleza y de las relaciones sociales no tenían, desde luego, un
carácter autodeterminado, pero tampoco estaban subordinadas a la «venta
de fuerza de trabajo», sino que más bien estaban imbricadas en complejos
sistemas de reglas de prescripciones religiosas, de tradiciones
sociales y culturales de obligaciones recíprocas. Cada actividad tenía
su momento y su lugar especial; no había una forma de actividad
general-abstracta.
Fue el sistema productor de mercancías, con su fin absoluto de la
transformación incesante de energía humana en dinero, el que hizo surgir
por primera vez una esfera «separada» del resto de relaciones, que
hacía abstracción de cualquier contenido, el llamado trabajo: la esfera
de la actividad no independiente, incondicional, sin relación con nada y
robotizada, ajena al contexto social restante y obediente a una
racionalidad final «empresarial» abstracta más allá de las necesidades.
En esa esfera separada de la vida, el tiempo deja de ser tiempo vivo y
vivido. Se convierte en una mera materia prima que debe aprovecharse
óptimamente: «el tiempo es dinero». Cada segundo cuenta, cada ida al
lavabo es motivo de enfado, cada cruce de palabras con los compañeros,
un crimen contra el fin de producción independizado. Allá donde se
trabaje, sólo se puede hacer uso de energía abstracta. La vida tiene
lugar en otro sitio, o en ninguno, porque el ritmo del trabajo se adueña
de todo. A los niños se les adiestra para el tiempo, para que después
sean «laboralmente aptos». Las vacaciones sólo sirven para reproducir la
«fuerza de trabajo». E incluso cuando comemos, salimos por las noches o
amamos suena el reloj de fondo.
En la esfera del trabajo no cuenta lo que se hace, sino que el hacer
se haga como tal, puesto que el trabajo es un fin absoluto en la medida
en que es portador de la explotación del capital-dinero: la
multiplicación infinita del dinero por mor de sí mismo. El trabajo es la
forma de actividad de este fin absoluto absurdo. Sólo por eso, no por
causas objetivas, todos los productos se producen como mercancías.
Porque sólo así representan la abstracción dinero, cuyo contenido es la
abstracción trabajo. En esto consiste el mecanismo de la calandria
social independizada, en la que está presa la humanidad.
Y por eso mismo, el contenido de la producción es tan indiferente
como el uso de las cosas producidas y como sus consecuencias sociales y
naturales. Que se construyen casas o se fabrican minas antipersona, que
se impriman libros o se cosechen tomates transgénicos, si por eso la
gente se pone enferma o sólo se estropea un poco el sabor, todo eso no
tiene transcendencia mientras, de la manera que sea, la mercancía se
convierta en dinero y el dinero en nuevo trabajo. Que la mercancía exija
un uso concreto y que éste sea destructivo le es completamente
indiferente a la racionalidad empresarial, ya que para ésta un producto
sólo es el resultado de trabajo pasado, de «trabajo muerto».
La acumulación de «trabajo muerto» como capital, representado con la
forma dinero, es el único sentido que conoce el sistema moderno
productor de mercancías. ¿«Trabajo muerto»? ¡Una locura metafísica! Sí,
pero una metafísica convertida en realidad al alcance de la mano, una
locura cosificada que tiene cogida por el cuello a esta sociedad. Las
personas no se relacionan como seres sociales conscientes en el eterno
comprar y vender, sino que ejecutan como autómatas sociales el fin
absoluto que les ha venido impuesto.
Grupo Krisis, Manifiesto contra el trabajo
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