Diguem no.
Accentuate the positive
Eliminate the negative
Dont't mess with Mister In-Between
Si, de todos modos, las circunstancias hacen que este argumento a
favor del optimismo se vuelva inoperante o increíble, siempre nos queda
otro, más pragmático y seguramente más honesto: que si hacemos como si
fuéramos felices molestaremos menos a los demás con nuestras quejas y
dejaremos de interrumpir el curso natural del progreso histórico, para
el cual los derrotistas y los melancólicos siempre han sido un estorbo
muy incómodo. La presión no es aquí tanto para creer que una actitud
positiva nos beneficiará sino para que, en lugar de abatirnos por
nuestra mala suerte, luchemos contra ella, de tal manera que será
considerado como un miserable cobarde quien, por ejemplo, se resigne a
morir sin previamente haber librado, como quería Macbeth, una batalla
heroica contra la Parca. El raimoniano “diguem no” se considera hoy como
una actitud muy antipática, a menos que presentemos alternativas a
aquello que nos abruma. Es una versión del “hay que pasar página” o del
“hay que seguir adelante” que tanto se ha prodigado siempre en entierros
y velatorios. Pero —y esto no es pensamiento negativo, sino solo
interrogativo— ¿no hay ocasiones en las que es imposible pasar página o
seguir adelante, ocasiones en que la lucha está irremediablemente
perdida y, a pesar de no haber alternativas, tenemos todo el derecho a
decir no? ¿No es eso lo que nos recomiendan las campañas contra las
drogas (“simplemente, di no”)? ¿Es que no hay situaciones de las que
podemos y hasta debemos decir que son una porquería, aunque no se nos
ocurra ninguna solución ni salida honrosa para ellas? El oficial que,
para cumplir la orden de tomar una colina en una guerra, grita:
“¡Adelante!” al pelotón que se dirige a una muerte segura, ¿qué podría
contestar a la tropa que objetase que si avanzan les matarán? “¿No seáis
negativos?”. “¿Pensad positivamente?”. “¿Yes, we can?”. “¿Sí se
puede?”. En una época que se dice tan poco heroica como la nuestra, no
conseguimos desembarazarnos del prejuicio épico que convierte en la peor
de las vergüenzas el darse por vencido y “tirar la toalla”, incluso
cuando la victoria es imposible o inmoral. Y como antaño sucedía con los
magos y los augures, en situaciones desesperadas o insufribles —o sea,
cuando ya nada se puede hacer— aparecen, invariablemente, los hechiceros
del psiquismo (no necesariamente psicólogos o psiquiatras en el sentido
serio de la palabra) para conjurar ese tabú socialmente inaceptable:
que no se pueda hacer nada.
Es cierto que, como advertía Nietzsche, la alegría es buena
incluso para el resfriado, pero no está claro que pueda producirse a
placer, como quien hace churros o infla globos, o que sea siempre
socialmente deseable —hay muchos asesinos en serie que matan para estar
más contentos—, o que la neumonía sea una consecuencia de la tristeza.
¿Cuántos desempleados, desahuciados o trabajadores autónomos arruinados
habrán acabado por creer en esta crisis que son su “falta de
personalidad”, su “pesimismo”, su poca “agresividad” en las relaciones
humanas, su escasez de ilusión y, en suma, su “negatividad” lo que ha
forjado su fatal destino? ¿Cuántas víctimas de la injusticia o de la
casualidad se habrán convertido en culpables con este falaz argumento
que “psicologiza” su fracaso y les hace más manejables? ¿Cuántas veces
hemos oído que en materia económica todo es cuestión de “psicología”,
que es el “pensamiento negativo” lo que lleva al empobrecimiento y a la
ruina, como si hubiera bastado que, en lugar de la malhadada “educación
para la ciudadanía”, se hubiera ofertado en la ESO una buena asignatura
de “pensamiento positivo” que fomentase el espíritu emprendedor con las
armas de la terapia cognitiva para haber evitado la “falta de alegría”
en el consumo interno y en el crédito bancario que tanto daño nos ha
hecho?
En un inciso de la canción con cuyos versos comenzaba este
artículo, Johnny Mercer (que utilizó la letanía de un sermón escuchado
en la iglesia para poner letra a la melodía del gran Harold Arlen)
ofrece como “ilustración” de las virtudes del buen ánimo los casos
bíblicos de Noé o de Jonás (el de la ballena): ¿Qué hicieron ellos
cuando las cosas se pusieron feas? ¡Acentuar lo positivo y eliminar lo
negativo! Es una hermosa manera de mostrar la inanidad del pensamiento
positivo llevándolo al extremo: cuando en otros tiempos los sacerdotes,
como aves que huelen la putrefacción, se dejaban caer por las
habitaciones de los enfermos terminales en los centros sanitarios, ¿qué
otro argumento podían ofrecerles para evitar la desesperación que no
fuese la resurrección de la carne o al menos un milagro comparable a la
salvación de Jonás o de Noé? A quienes no pueden ofrecer milagros,
aunque hoy se envuelvan en los óleos de la bioética para hacerse cargo
de estos “fracasos” que a la medicina le cuesta admitir y a la
administración hospitalaria gestionar, ruego se abstengan de comerciar
con el sufrimiento ajeno intentando culpabilizar a los moribundos de sus
“pensamientos negativos” y de obligar a prolongar un poco más el dolor
de todos aquellos que, como el escribiente Bartleby, preferirían no
hacerlo. ¿Es que ni siquiera en ese trance va a ser posible decir “No”?
José Luis Pardo, Pensamiento negativo, Babelia. El País, 05/04/2014
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