La màquina i la vida.
Las ciencias se comportan conforme al esquema siguiente: si queremos conocer el funcionamiento de un reloj, no nos preguntamos si hay bacterias sobre sus engranajes o péndulos; el hecho de su presencia no tiene la menor importancia para la construcción y la cinética de su mecanismo. ¡Las bacterias no pueden influir en la marcha de un reloj! Asimismo se pensaba entonces que los seres racionales no podían inmiscuirse en el funcionamiento del mecanismo cósmico, en cuya investigación debía ignorarse por completo su eventual presencia.
Con esta bella metáfora, Stanislaw Lem
nos quiere mostrar la idea de inconmensurabilidad (tan presente en su
obra), de incomunicación o si se quiere, de cierre categorial, entre la
física y la biología. Efectivamente, la primera gran cosmovisión del
Universo fue la aristotélica, de corte eminentemente biologicista (y es
que los griegos no tenían máquinas, ni les importaba demasiado
construirlas) y la segunda, la newtoniana, estrictamente fisicalista
(propia del culto a la máquina de la Ilustración). Necesariamente,
Newton tuvo que machacar a Aristóteles, puesto que, volvemos a la
metáfora de Lem, en un gran reloj cósmico no hay lugar para bacterias.
¿Qué tiene que ver un bacilococo con la máquina de vapor de Newcomen?
¿Acaso influye la mitosis celular en la presión de las calderas que
hacen funcionar el ferrocarril que lleva mis productos de Manchester a
Londres y que, a la postre, me hará rico?
Y entonces llegó Schrödinger y se hizo la
luz. Un grandísimo físico aficionado a la biología intenta explicar el
funcionamiento de los seres vivos en términos de dinámica de
partículas. Los biólogos experimentan un profundo escalofrío en sus
entrañas y todo cambia. Ahora, explicamos el funcionamiento de la célula
en términos mecanicistas (hablamos a menudo de “maquinaria celular” y
el interior del citoplasma no nos parece demasiado alejado de una gran
factoría). La intención de Schrödinger, como la de todo buen vienés de
la primera mitad del XX, era reduccionista: la física como el saber
último que todo ha de explicar. Sin embargo, yo creo que su hazaña tuvo
efectos no deseados contrarios a tal propósito: unió dos disciplinas
casi antagónicas sin conseguir reducir la una a la otra. Únicamente
ofreció una nueva visión para los biólogos que iluminó campos antes
oscuros. Schrödinger no consigue explicar del todo qué es la vida (ni
desde luego, su todavía misterioso origen), solo nos da ciertas
descripciones de su funcionamiento: ese desequilibrio termodinámico
generador de orden en un universo entrópico. Si se quiere, Schrödinger
amplifica más el misterio: ¿por qué en un cosmos que tiende al desorden
aparecen unos organismos empecinados en llevarle la contraria?
No creo en la inconmensurabilidad radical
entre teorías ni disciplinas. Es más, precisamente, creo que lo
realmente interesante, las grandes revoluciones que conmocionan el
pensamiento, se dan cuando alguien mete el hocico en un campo que no es
el suyo, cuando dos paradigmas irreconciliables se tocan. Lo interesante
ocurre siempre en las fronteras, nunca en el pacífico centro. Es
posible que las bacterias se dediquen a corroer los oxidados engranajes
del reloj.
Santiago Sánchez-Magallón Jiménez, Bacterias en la máquina, La máquina de Von Neumann, 10/04/2012
Santiago Sánchez-Magallón Jiménez, Bacterias en la máquina, La máquina de Von Neumann, 10/04/2012
Comentaris