Treball i sexisme (Grup Krisis)
7. El trabajo es dominio patriarcal
«La humanidad se ha tenido que hacer cosas espantosas antes de conseguir crear el sí mismo, el carácter idéntico, instrumental, masculino del ser humano, y algo de eso se repite todavía en cada infancia.»Max Horkheimer y Theodor W. Adorno, Dialéctica de la Ilustración
Aunque la lógica del trabajo y su transformación forzada en materia
dinero puedan presionar en esa dirección, no todos los ámbitos sociales y
las actividades necesarias se dejan apresar en esa esfera del tiempo
abstracto. Por eso, junto con la esfera «independizada» del trabajo,
surgió, en cierto modo como su otra cara, también la esfera privada del
hogar, de la familia y de la intimidad.
Esto también vale para los estereotipos sexuales que experimentaron
su generalización con el desarrollo del sistema de producción de
mercancías. No es casual que se convirtiera en un estereotipo extendido
la imagen de la mujer de comportamiento natural e instintivo, irracional
y llevada por sus emociones de manera paralela a la del hombre
trabajador, creador de cultura, racional y con dominio sobre sí mismo. Y
tampoco es casualidad que la autopreparación del hombre blanco para las
exigencias del trabajo y de la administración estatal de recursos
humanos se viese acompañada durante siglos de una brutal «caza de
brujas». También la apropiación científica del mundo que comenzó al
mismo tiempo estuvo contaminada en sus raíces por el fin absoluto de la
sociedad del trabajo y sus prescripciones para cada género. De esta
forma, el hombre blanco, para poder funcionar sin dificultades, expulsó
de sí todos los sentimientos y necesidades emocionales que en el reino
del trabajo sólo resultan factores molestos.
En el siglo XX, sobre todo en las democracias fordistas de posguerra,
las mujeres fueron integradas progresivamente en el sistema laboral.
Sin embargo, el resultado sólo ha sido una conciencia femenina
esquizofrénica. Pues, por un lado, la entrada de las mujeres en la
esfera del trabajo no podía traer una liberación, sino la misma
disposición respecto al ídolo trabajo que los hombres. Y por otro lado,
la estructura de la «separación» continuó existiendo y, con ella,
también la esfera de las actividades definidas como «femeninas» fuera
del trabajo oficial. Las mujeres fueron sometidas, de esta manera, a una
doble carga y, a la vez, a imperativos sociales completamente
contrapuestos. En la esfera del trabajo siguen ocupando hasta el
presente, en su mayoría, puestos de trabajo peor pagados y subalternos.
Una lucha, conforme con el sistema, por cuotas y oportunidades de
carrera para mujeres no cambiará nada de esto. La lamentable visión
burguesa de la «compatibilidad de profesión y familia» deja intacta la
separación de esferas del sistema de producción de mercancías y, en
consecuencia, la estructura del «desdoblamiento». Para la mayoría de las
mujeres esa perspectiva es invivible; para una minoría de «mejores
sueldos» se convierte en una posición pérfida de ganadora en el
apartheid social, al poder delegar las tareas domésticas y el cuidado de
los niños a empleadas («obviamente» mujeres) mal pagadas.
La sagrada esfera burguesa de la llamada vida privada y de la
familia, en realidad, se ve cada vez más mermada y degradada en la
totalidad de la sociedad, porque la usurpación de la sociedada del
trabajo exige la totalidad de la persona, entrega completa, movilidad y
disponibilidad temporal total. El patriarcado no es abolido, se vuelve
más salvaje en la crisis no reconocida de la sociedad del trabajo. En la
misma medida en que se derrumba el sistema de producción de mercancías,
se hace responsable a las mujeres de la supervivencia en todos los
ámbitos, mientras que el mundo «masculino» sigue manteniendo de manera
simulada las categorías de la sociedad del trabajo.
Grupo Krisis, Manifiesto contra el trabajo
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