Un món més enllà del treball (Grup Krisis)
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16. La abolición del trabajo
«El “trabajo” es, por su esencia, una actividad no libre, inhumana e insocial, condicionada por la propiedad privada y creadora de propiedad privada. La abolición de la propiedad privada no se hará realidad hasta que no sea concebida como abolición del “trabajo”.»
Karl Marx, Sobre el libro de Friedrich List «El sistema nacional de economía política», 1845
La ruptura categorial con el trabajo no encuentra un campo social objetivamente determinado y acabado como la lucha de intereses limitada inmanentemente al sistema. Es una ruptura con la legitimidad objetiva falsa de una «segunda naturaleza»; o sea, que ella misma no es consumación casi automática, sino conciencia negadora: rechazo y rebelión sin el respaldo de alguna «ley de la historia». El punto de partida no puede ser un nuevo principio abstracto general, sino solamente el hastío ante la propia existencia como sujeto del trabajo y la competencia y la negación categórica a tener que seguir funcionando así a un nivel cada vez más miserable.
Pese a su predominio absoluto, el trabajo nunca ha conseguido acabar completamente con toda la aversión que provocan las imposiciones por el implantadas. Junto a todos los fundamentalismos regresivos y toda la locura competitiva de la selección social, también hay un potencial de protesta y resistencia. En el capitalismo hay una gran cantidad de malestar presente, pero éste se ve relegado a la clandestinidad sociopsíquica. No se acaba con él. Por eso le hace falta un nuevo espacio mental libre, para hacer pensable lo impensable. Hay que romper el monopolio de interpretación del mundo que tiene el campo del trabajo. A la crítica teórica del trabajo le toca desempeñar, en consecuencia, el papel de catalizador. Tiene el deber de atacar frontalmente las prohibiciones de pensamiento dominantes, y de expresar abierta y claramente lo que nadie se atreve a saber, pero muchos sospechan: que la sociedad del trabajo ha llegado a su fin definitivo. Y no hay la más mínima razón para lamentar su fallecimiento.
Sólo la crítica del trabajo formulada expresamente y el correspondiente debate teórico pueden crear esa nueva contrainformación, que es condición indispensable para que se constituya un movimiento social práctico contra el trabajo. Las disputas internas dentro del campo del trabajo se han agotado y se hacen cada vez más absurdas. Tanto más apremiante es redefinir las líneas sociales del conflicto, a lo largo de las cuales se puede formar una coalición contra el trabajo.
Lo que sí se puede es bosquejar en líneas generales qué metas se pueden plantear de cara a un mundo más allá del trabajo. El programa contra el trabajo no se alimenta de un canon de principios positivos, sino de la fuerza de la negación. Si la imposición del trabajo supuso la expropiación de la gente de las condiciones de su propia vida, entonces la negación de la sociedad del trabajo sólo puede consistir en que la gente se vuelva a apropiar de sus relaciones sociales a un nivel histórico más alto. Los enemigos del trabajo van a impulsar, por tanto, la constitución en todo el mundo de federaciones de individuos asociados libremente que le arrebaten los medios de producción y de existencia a la máquina vacía del trabajo y la explotación y los tomen en sus propias manos. Sólo en la lucha contra la monopolización de todos los recursos sociales y potenciales de riqueza por los poderes alienantes del mercado y del Estado es posible conquistar los espacios sociales de la emancipación.
Por lo que a esto se refiere, hay que atacar la propiedad privada de una manera nueva. Para la izquierda, hasta ahora, la propiedad privada no era la forma jurídica del sistema productor de mercancías, sino nada más que el subjetivo «poder de disposición» ominoso de los capitalistas sobre los recursos. Así pudo surgir la idea absurda de querer superar la propiedad privada sobre la base de la producción de mercancías. De ahí que, por lo general, pareciese que lo opuesto a la propiedad privada había de ser la propiedad del Estado («estatalización»). Sin embargo, el Estado no es otra cosa que la comunidad forzosa externa o la generalización abstracta de los productores de mercancías socialmente atomizados; y, por tanto, la propiedad del Estado, sólo una forma derivada de la propiedad privada, independientemente de que se le aplique el adjetivo «socialista» o no.
En la crisis de la sociedad del trabajo, tanto la propiedad privada como la propiedad estatal se vuelven obsoletas, porque ambas formas de propiedad presuponen en la misma medida el proceso de explotación. Justo por eso, los medios objetivos correspondientes quedan progresivamente en desuso y permanecen cerrados. Y los funcionarios estatales, empresariales y judiciales se cuidan celosamente de que eso siga así y de que los medios de producción se pudran antes que ser usados para otros fines. De ahí que la conquista de los medios de producción mediante asociaciones libres, contra la administración estatal y judicial impuesta, sólo pueda significar que esos medios de producción ya no se van a movilizar en forma de producción de mercancías para mercados anónimos.
En lugar de la producción de mercancías aparece la discusión directa, el acuerdo y la decisión común de los miembros de la sociedad sobre el uso adecuado de los recursos. Se genera una identidad socio-institucional de productores y consumidores, impensable bajo el dictado del fin absoluto capitalista. Las instituciones enajenadas del mercado y del Estado son sustituidas por un sistema escalonado de consejos, en los que las asociaciones libres –desde el barrio hasta un nivel mundial– determinan el flujo de los recursos según los puntos de vista de una razón sensual, social y ecológica.
El fin absoluto del trabajo y el «empleo» ya no determina la vida, sino la organización del uso sensato de posibilidades comunes, que no es comandada por una «mano invisible» automática, sino por una actuación social consciente. La riqueza producida es aprehendida directamente según las necesidades, y no según la «capacidad de compra». Junto con el trabajo, desaparece la generalización abstracta del dinero así como la del Estado. En lugar de las naciones separadas surge una sociedad mundial que ya no necesita fronteras, en la que todas las personas se pueden mover libremente y apelar al derecho universal de acogida en cualquier sitio de su elección.
La crítica del trabajo es una declaración de guerra al orden dominante y no una coexistencia pacífica en los resquicios de sus imposiciones. El lema de la emancipación social sólo puede ser: «¡Cojamos lo que necesitamos! ¡No nos arrastraremos por más tiempo de rodillas bajo el yugo de los mercados de trabajo y la administración democrática de la crisis!». La condición previa para esto es el control de las nuevas formas de organización social (de asociaciones libres, consejos) sobre las condiciones de reproducción de toda la sociedad. Tal pretensión diferencia fundamentalmente a los enemigos del trabajo de los políticos de los resquicios y las almas cándidas del socialismo de jardín de casa.
El dominio del trabajo divide al individuo humano. Separa el sujeto económico del ciudadano, el animal de trabajo de la persona en su tiempo libre, lo abstractamente público de lo abstractamente privado, la masculinidad producida de la feminidad producida; y enfrenta al uno individualizado con su propio contexto social, como un poder ajeno que lo domina. Los enemigos del trabajo persiguen la abolición de esta esquizofrenia mediante la apropiación concreta del contexto social por personas que actúan de manera consciente y autorreflexiva.
Grupo Krisis, Manifiesto contra el trabajo
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