El jo i l'error de Descartes.
Seguimos con las trasnochadas lecturas de Hume:
“Por mi parte, cuando entro más íntimamente en lo que llamo mí mismo (myself), siempre tropiezo con alguna percepción particular, de calor o frío, luz o sombra, amor u odio, dolor o placer. En ningún momento puedo nunca cogerme a mí mismo sin una percepción, y nunca puedo observar nada excepto la percepción. Cuando desaparecen mis percepciones por algún tiempo, como cuando estoy profundamente, durante tal tiempo estoy insensible a mí mismo, y puede en verdad decirse que no existo”
Tratado sobre la naturaleza humana, libro I
La tradición hablaba del alma, de la
mente humana como de aquello que permanecía en el cambio. Desde que yo
era un bebé, todas las moléculas de mi cuerpo han cambiado, sin embargo,
yo tengo la idea de seguir siendo yo mismo desde entonces, ¿por qué?
Porque mi yo es una substantia, algo que subyace por debajo de la realidad cambiante (una forma, una ousía).
Además, mi yo es ese teatro cartesiano, ese lugar donde se dan todas
mis ideas y percepciones, aquel “sitio” donde pienso, siento o creo. Mi
yo es algo de naturaleza invariable, indivisible, idéntico a sí mismo,
que “acompaña”, que “está en el trasfondo de todo lo que ocurre en mi
mente”. Al ser inmutable e indivisible, es inmaterial (ya que todo lo
material es extenso y nadie puede medir un pensamiento) por lo que su inmortalidad parece una consecuencia lógica de todo esto.
Que Hume ponga en duda la existencia del
yo debido a que no tenemos ninguna impresión de él no es lo más
interesante (a pesar de que de por sí dé mucho que hablar), sino su
crítica a la yuxtaposición cartesiana entre res cogitans y res extensa,
entre cuerpo y alma. Todo lo que consideramos dentro de nuestro mundo
material se define por su extensión, por tener longitud, es decir, por
ser divisible en partes. Sin embargo, nuestra mente no es extensa, no
tiene ninguna cualidad espacial (¿alguien puede decir cuántos
centímetros mide la soledad?). Para decir el lugar de cualquier objeto
tenemos que tener un sistema de referencia (otro objeto) a partir del
cual situar el primero. Así decimos que la taza está a la derecha del
cazo. Sin embargo, cuando decimos que el ser humano es un compuesto de
cuerpo y alma, estamos yuxtaponiendo dos cosas que, previamente, hemos
definido como categorialmente diferentes. ¿Cómo va a estar la mente
JUNTO al cuerpo?. Así prosigue Hume:
“Y esto es lo que evidentemente ocurre con todas nuestras percepciones y objetos, excepto los de la vista y el tacto. Una reflexión moral no puede estar situada a la derecha o a la izquierda de una pasión, ni puede un olor o un sonido tener figura circular o cuadrada”
El error de Descartes consistió en
concebir la mente como algo SIMILAR al cuerpo, yuxtaponible a él, por lo
que dotó a la mente con propiedades mecánicas (las propiedades del
universo galileano recién nacido). Así, su res cogitans tenía que ser la
causa eficiente de los movimientos del cuerpo. Sin fuerzas a distancia,
necesitaba algo así como que el alma “empujara” al cuerpo para iniciar
el movimiento.
Este grave error continúa afianzado con
mucha fuerza en el memorandum colectivo (además de por Descartes, por el
Cristianismo y su otro mundo prometido. Lo siento, tenía que decirlo) y
hace que nos cueste mucho plantear teorías de la mente libres de sesgos
dualistas o no causales (como la wittgensteiniana, de la que hablaremos
en próximos posts… ¿no parece revolucionaria la idea de que nuestra
mente NO SEA LA CAUSA de nuestros actos? Próximamente…).
Santiago Sánchez-Magallón Jiménez, La ilusión del yo como yuxtaposición, La máquina de Von Neumann, 17/03/2010
Santiago Sánchez-Magallón Jiménez, La ilusión del yo como yuxtaposición, La máquina de Von Neumann, 17/03/2010
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