Ignorància, identitat i saber.
by Gregory Thielker |
Obviamente no es fácil saber con
precisión en qué consiste lo que no sabemos, pero conviene tener en
cuenta que no es simplemente aquello que desconocemos. En verdad, algo
se hurta a la presencia, lo que se oculta, o desvía, o desfigura, lo que
se esconde, lo que se acalla, lo que se silencia Hay que saber bastante
para conocer lo que no sabemos. Y no tanto para aislarlo o rodearlo,
sino para abordarlo desde el saber. Pero esta topografía consideraría que saber y no saber lindan por una línea que se trata simplemente de flanquear.
No siempre es lo mismo conocer que saber, y menos aún saber que estar informado. Viene muy bien conocer y estar informado para saber, pero no es suficiente. Saber supone un modo de relación con lo conocido, algo semejante a lo que Hegel denominaría reconocimiento, ya que, a su juicio, “lo conocido, precisamente por ser conocido no es reconocido”. Esto es, tenemos noticias de ello, nos resulta notorio, hacemos acopio de su contenido, pero eso no supone saberlo. Así, que puestos a no saber, podríamos no saber en qué radica saber. Pronto nos encontraríamos con la cuestión que el filósofo señala desde el Prólogo de la Fenomenología del espíritu,
la del desafío de conocer, que parecería paradójicamente exigir conocer
previamente en qué consiste el conocimiento, incluso para llegar a
conocerlo. El camino, más bien, habrá de ser otro. Además, a su juicio,
saber es siempre saber algo, pero nunca se reduce a ese algo sabido. Así que es recomendable ir con más cuidado.
Por eso sorprende tanto que haya a quienes no les cabe la menor duda.
Presumir de lo que se sabe es ya dejar en evidencia que se desconoce el
alcance de nuestro no saber. Bajo los auspicios de los indudables
avances y conquistas, sólo llaman no saber a lo que parece
estar dispuesto a ser sabido, a ser percibido y captado por el
cazamariposas del pensamiento, en una operación eficiente más o menos
práctica. Su “humildad” se reduce a que no se lo saben todo, pero su actitud
no siempre es la de estar dispuestos a dejarse decir algo, sino a la de
creer que lo saben ya todo y mejor que los demás. Este modo de saber,
que es otra forma de arrogante ignorancia, tiende a anidar en cada uno
de nosotros. Saberlo es ya saber algo.
Lo que no sabemos también nos constituye. No es el magma indiferenciado
de lo que desconocemos. Uno es asimismo lo que no sabe y, en algún
sentido, se requiere abrazarlo. Con ello, no es cosa de generar
pesadumbre, sino un principio de activación del saber, imprescindible para proseguir en la tarea de buscar y de buscarnos, de crecer.
Sin duda tenemos certezas, lo que confirma ya un modo de relación,
simplemente el de que estamos ciertos de algo. Sería precipitado
identificarlo sin más con la verdad. Los excesos de esta imprescindible
palabra y cuestión no son superiores a los que se requieren para hablar
de saber y de vida. Y, como Foucault nos recuerda,
convendría no desvincular estas cuestiones de las del poder. Precisamos
seguridad, pero según crece nuestro conocimiento, algo sin duda
deseable, a la par se incrementan las incertidumbres. Son nuevas, son
otras, pero no dejan de serlo. Conocer es asimismo saber mejor lo que
desconocemos.
Por eso, puestos a evaluar, lo interesante es apreciar y valorar
lo que alguien sabe, reconocerlo y construir sobre ello la tarea de
proseguir mejorando, y no se trata tanto de demostrar lo que desconoce.
La cuestión no es ponerlo en evidencia. Cada quien tiene buenas razones
para no hacer ostentación, e incluso quien pone a prueba a alguien tiene
sus propios desconocimientos. Y aquí, comprender es a
su vez una forma de saber. También es interesante el modo en que no se
sabe, la relación con el propio no saber. Y una de las claves de la
posibilidad de aprender. Y nada es más delator que ignorarlo
absolutamente, cayendo en la osadía de exhibirlo como conocimiento.
Aprender es en cierto modo una forma de trato con el
no saber, que no se limita a su constatación. Eso significa que en
algún sentido ha de estar identificado o, si se prefiere, hemos de estar
suficientemente diferenciados de ello. Lo que no sabemos no solo es lo
que nos diferencia, es lo que nos permite aprender y saber. Y saber,
entonces, que aprender no es simplemente un medio para saber, sino explícito saber.
El saber del aprender confirma hasta qué punto es importante aprender,
aprender lo que no sabemos, que es asimismo reconocerlo.
De no ser así, aprender no pasaría de ser un acopio de conocimientos, más o menos útiles, que no se incorporarían a quienes somos, sino que se adjuntarían, como un mero añadido, a lo que somos. Seríamos más o menos, pero nunca otros, ni mejores.
Hay que estudiar bastante para llegar a saber lo que no sabemos. Y para apreciarlo y desearlo. En definitiva, Aristóteles
nos recuerda que es propio de los seres humanos buscar, muy
singularmente eso tan enigmático que es la verdad, o el ser de lo que
hay. Ello no se nos aparece. Y menos por el mero hecho de colocarnos en
el deseo de conocer. Se precisa todo un trabajo minucioso y pormenorizado para que, súbitamente, como señala Platón, “después
de una larga convivencia con el problema, después de haber intimado con
él, de repente, como la luz que salta de la chispa, surge la verdad en
el alma y crece espontáneamente.”
El demorarse y permanecer en determinados asuntos, de una concreta manera, con intensidad y con dedicación,
abre el espacio de lo que podría llegar a ocurrir. Quizá solo así
irrumpa el espacio en el que brotaría la idea, tal vez la que nos
procure el mayor bien posible. Recriminar a quien reconoce no saber
supone constatar el desconocimiento de quien lo hace. Precisamente se
trata de crear las condiciones para una relación diferente. El mayor
problema no es que no sabemos lo que somos, es que lo que no sabemos también es quienes somos. Y lo que no sabemos es quiénes somos.
Ángel Gabilondo, Lo que no sabemos, El salto del Ángel, 01/04/2014
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