Servint al cadàver dominant del treball (Grup Krisis)

forges
17. Un programa de abolición contra los amantes del trabajo


«Pero es el trabajo en sí mismo, no sólo bajo las condiciones actuales, sino en la medida en que su fin es el mero aumento de la riqueza, es el trabajo en sí mismo, digo yo, el que es dañino, contraproducente; esto se sigue, sin que lo sepa el economista nacional (Adam Smith), de sus propios desarrollos.»
Karl Marx, Manuscritos económico-filosóficos, 1844

A los enemigos del trabajo se les reprochará que no son más que ilusos. La historia habría demostrado que una sociedad que no se base en los principios del trabajo, de la obligación de rendir, de la competencia de la economía de mercado y del interés individual no puede funcionar. ¿Acaso queréis afirmar, apologetas del estado de cosas dominante, que la producción de mercancías capitalista ha deparado realmente una vida aceptable, aunque sólo sea remotamente, para la mayoría de las personas? ¿Acaso llamáis «funcionar» al hecho de que sea precisamente el crecimiento brusco de las fuerzas productivas el que excluya a millones de seres humanos de la humanidad, teniendo que contentarse con sobrevivir en basureros? ¿Al hecho de que otros muchos millones sólo aguanten esta vida agitada bajo el dictado del trabajo, aislándose y quedándose solos, aturdiendo su espíritu sin placer alguno y enfermando física y psíquicamente? ¿Al hecho de que el mundo sea transformado en un desierto sólo para sacar más dinero del dinero? Pues bueno. Ésta es, de hecho, la manera en que vuestro grandioso sistema «funciona». ¡Pero nosotros nos negamos a realizar prestaciones semejantes!

Vuestra autosatisfacción se basa en vuestra ignorancia y en la debilidad de vuestra memoria. La única justificación que encontráis para vuestros crímenes presentes y futuros es la situación del mundo, que es consecuencia de vuestros crímenes pasados. Habéis olvidado y ocultado la masacre que ha sido necesaria para meter en la cabeza de la gente vuestra engañosa «ley natural» de que es verdaderamente una suerte estar «empleado», según determinaciones ajenas, y dejarse chupar la energía vital para el fin absoluto abstracto de vuestro ídolo sistema.

Para que la humanidad estuviese en condiciones de interiorizar el dominio del trabajo y del interés propio tuvieron que ser exterminadas todas las instituciones de la autoorganización y de la cooperación autodeterminada de las antiguas sociedades agrarias. Quizá sea cierto que se hizo un trabajo redondo. No somos unos optimistas exagerados. No podemos saber si lograremos la liberación de esta existencia condicionada. Queda abierto si el ocaso del trabajo traerá consigo la superación de la locura del trabajo o el final de la civilización.

Argüiréis que con la abolición de la propiedad privada y de la obligación de ganar dinero cesaría toda actividad y se extendería una pereza generalizada. ¿Acaso confesáis que todo vuestro sistema «natural» se basa en la pura imposición? ¿Y que por eso os asusta la pereza como pecado mortal contrario al espíritu del ídolo trabajo? Los adversarios del trabajo, sin embargo, no tienen nada en contra de la pereza. Una de sus metas principales es volver a recrear la cultura del ocio que un día conocieron todas las culturas y que fue destruida para una forma de producir sin descanso y ajena a todo sentido. Por eso, los adversarios del trabajo paralizarán primero, sin restitución alguna, todos los numerosos sectores productivos que sólo sirven para mantener, sin reparar en pérdidas, el fin absoluto absurdo del sistema de producción de mercancías.

No estamos hablando sólo de sectores laborales claramente peligrosos para todos como la industria automovilística, armamentista y nuclear, sino también de la producción de aquellas numerosas prótesis del sentido y estúpidos objetos de entretenimiento, con los que se pretende simular un sustituto para la vida desperdiciada de las personas de trabajo. También desaparecerá esa cantidad enorme de actividades que sólo existen porque las masas de productos tienen que hacerse pasar a la fuerza por el aro de la forma dinero y la mediación del mercado. ¿O acaso pensáis que los contables y tasadores, los especialistas en marketing y los vendedores, los representantes y los redactores de páginas publicitarias van a ser necesarios cuando las cosas se elaboren según la necesidad y cada uno tome lo que le haga falta? ¿Y para qué va a seguir habiendo funcionarios de Hacienda y policías, asistentes sociales y administradores de la pobreza, si ya no se va a tener que defender la propiedad privada ni administrar la miseria social y a nadie se le va a obligar a aceptar las imposiciones enajenadas del sistema?

Ya oímos los gritos de indignación: ¡tantos puestos de trabajo! Pues claro que sí. Calculad, con tranquilidad, cuánto tiempo de vida se roba diariamente la humanidad a sí misma sólo para acumular «trabajo muerto», administrar a la gente y mantener engrasado el sistema dominante. Cuánto tiempo podríamos pasar tomando el sol en vez de desollarnos por cosas sobre cuyo carácter grotesco, represivo y destructor ya se han escrito bibliotecas enteras. No tengáis miedo. De ninguna manera cesará toda actividad cuando desaparezcan las imposiciones del trabajo. Lo que sí es cierto es que toda actividad cambia su carácter, cuando ya no se ve encasillada en la esfera sin sentido y autofinalista de tiempos en cadena abstractos, sino que puede seguir su propia medida de tiempo individualmente variable y está integrada en contextos de vida personales; cuando son las propias personas las que determinan el transcurso también respecto a las grandes formas organizativas de producción, en vez de verse determinadas por el dictado de la explotación de la economía de empresa. ¿Por qué dejarse acosar por las exigencias insolentes de una competencia impuesta? Lo que hay que hacer es redescubrir la lentitud.

No desaparecerán, por supuesto, tampoco las actividades domésticas ni del cuidado de las personas que la sociedad del trabajo ha hecho invisibles, ha separado y definido como «femeninas». Se puede automatizar tan poco la preparación de la comida como el cambio de pañales a un bebé. Cuando se supere, junto al trabajo, la separación de las esferas sociales, estas actividades necesarias podrán aparecer a la luz de una organización social consciente más allá de las prescripciones de genero. Perderán su carácter represivo en tanto que no supondrán la subordinación de unas personas a otras y serán realizadas, según las circunstancias y las necesidades, por igual tanto por hombres como por mujeres.

No decimos que, de esta manera, toda actividad se va a convertir en un placer. Unas más y otras menos. Por supuesto que siempre habrá cosas necesarias que hacer. ¿Pero a quién le va a asustar esto, siempre que no te consuma la vida? Y siempre habrá muchas más cosas que se podrán hacer por decisión libre. Ya que la actividad es una necesidad igual que el ocio. Ni siquiera el trabajo ha sido capaz de acabar del todo con esa necesidad, sino que la ha instrumentalizado para sí y la ha succionado hasta el agotamiento como un vampiro.

Los adversarios del trabajo no son ni fanáticos de una activismo ciego ni mucho menos de un no-hacer ciego. Tiene que conseguirse que ocio, tareas necesarias y actividades elegidas libremente guarden una proporción razonable entre sí, que se rija por las necesidades y las circunstancias vitales. Una vez sustraídas a las imposiciones objetivas capitalistas del trabajo, las modernas fuerzas de producción podrán incrementar enormemente el tiempo libre disponible para toda la gente. ¿Para qué pasar tanto tiempo en fábricas y oficinas, cuando autómatas de todas clases pueden hacer buena parte de esas actividades por nosotros? ¿Para qué hacer sudar a cientos de cuerpos humanos, cuando bastan unas pocas segadoras? ¿Para que malgastar ingenio en una rutina que también puede hacer un ordenador sin más?

En todo caso, para estos fines sólo se podrá aprovechar una parte mínima de la técnica en su forma capitalista. A la mayor parte de los agregados técnicos se le tendrá que dar una forma completamente nueva, puesto que fueron construidos según los criterios obtusos de la rentabilidad abstracta. Por otro lado, por esta misma razón, no se han llegado a desarrollar muchas posibilidades técnicas. Aunque la energía solar se puede obtener en cualquier rincón, la sociedad del trabajo trae al mundo centrales eléctricas centralizadas y peligrosas. Y aunque se conocen desde hace mucho tiempo métodos inocuos para la producción agraria, el cálculo pecuniario vierte miles de venenos en el agua, destruye los suelos y contamina el aire. Por razones puramente económicas, se le hacen dar tres vueltas al globo a materiales de construcción y alimentos, aunque la mayoría de las cosas se podrían producir fácilmente a nivel local sin grandes rutas de transporte. Una parte considerable de la técnica capitalista es tan absurda e innecesaria como el gasto de energía humana que conlleva.
Con todo esto no os estamos diciendo nada nuevo. Y, a pesar de todo, no vais a sacar consecuencias de lo que ya sabéis muy bien por vosotros mismos. Pues os negáis a tomar una decisión consciente sobre qué medios de producción, transporte y comunicación tiene sentido emplear y cuáles son perjudiciales o sencillamente innecesarios. Cuanto más agitadamente soltáis vuestra letanía de la libertad democrática, con tanta más obstinación rechazáis la libertad de decisión social más elemental, porque queréis seguir sirviendo al cadáver dominante del trabajo y sus pseudo-«leyes naturales».

Grupo KrisisManifiesto contra el trabajo

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