Pobresa i salut.



Un viejo aforismo médico dice que la salud es un estado transitorio de bienestar que no presagia nada bueno: al final todos nos ponemos enfermos. Por eso la prevención ha de tener una proporcionalidad, una racionalidad, no puede ser un absoluto que acabe generando más problemas que los que trata de resolver. Algo que nuestra sociedad está olvidando cada vez más.

Ya decíamos en otro artículo que la racionalidad era algo que hoy se consideraba superado, amortizado, desfasado, ante el brillo que acompaña a la intuición y la emoción, que por lo visto deben ser nuestras guías en la vida. Pues bien, justamente esa es la diana por la que entra la hipocondrización, a través de la irracionalidad, los miedos, fácilmente inducidos en relación a la salud. Y esta diana va asociada por supuesto a la enorme ausencia de formación en salud que padece la población. Por ejemplo, por qué no se explica la racionalidad y desmitificación que ofrece el modelo evolucionista, para el que la enfermedad no es un castigo, una amenaza o un mal bíblico sino la consecuencia de la interacción de determinados factores de adaptación que se conocen hoy cada vez mejor y que si son entendidos, con frecuencia pueden ser resueltos. La enfermedad es un accidente, un reto adaptativo.

Con la loable excusa de hacer prevención de las enfermedades, algo muy importante por supuesto, se está llevando a cabo una gran campaña de hipocondrización de la población: por ejemplo una parte relevante de la publicidad versa sobre riesgos de enfermedades, y los consiguientes productos para prevenirlas. Con la encomiable intención de protegernos, primero se nos mete el miedo en el cuerpo, luego se acude raudo a ofrecernos el producto que puede salvarnos. (Un viejo procedimiento, por otra parte bien conocido en otras áreas de la sociedad).

Es verdad que la declaración de la OMS de 1948 consagró la famosa definición de que “la salud es el estado de completo bienestar físico, mental y social y no la mera ausencia de enfermedad” con el bienintencionado propósito de integrar los aspectos psicosociales en el concepto de salud. Aquella definición se planteó en el contexto de la aparición de los sistemas públicos de salud y la descolonización, y tuvo como objetivo mostrar la importancia de mejorar las condiciones de vida de la sociedad. Pero a la larga esta idea se ha modificado, podríamos decir ha ido pervirtiendo su sentido, y se ha pasado a considerar que la salud es un absoluto por el que debe pagarse cualquier precio, paradójicamente aún a riesgo de la propia salud, como ocurre cuando para prevenir se toman pastillas con peligrosos efectos secundarios o se hacen indiscriminadamente repetidas pruebas exploratorias de riesgo.

El sistema dominante actual, fundamentado en la idea capitalista de la pelea de gladiadores, necesita tener siempre un enemigo al que eliminar o explotar. Como señala Sandín, las bacterias y los virus cumplen a la perfección este papel. Se ha de transmitir a la población el mensaje de que vive en permanente peligro, en guerra. “¿Ya has tomado tus defensas?” nos dice un conocido anuncio mostrando a alguien que justo acaba de levantarse de la cama. Esto es la guerra, “más madera”, que diría Groucho Marx.

Pues bien, apenas un 1 por cien de los virus y bacterias nos son hostiles, y eso en determinadas circunstancias, pero ya tenemos un enemigo exterior en la línea del Orwell de 1984. Es sabido que nuestro cuerpo tiene más bacterias simbióticas con nosotros, que forman parte de nosotros mismos, que células. Nuestro DNA está constituido en gran parte por virus incrustados, que cumplen importantes funciones, pero aquí estamos instalados en la guerra a los virus y las bacterias para conseguir la asepsia total, la necesidad de mejorar siempre nuestras defensas en esta guerra permanente en la que nos hallamos. Las consecuencias, a parte del gasto sanitario innecesario y el miedo en que vivimos…. son, por ejemplo, el incremento de las alergias y la disminución de la respuesta inmunitaria.

No hablemos ya a nivel psicológico, tema que he tratado en otros artículos en este mismo blog, donde la confusión premeditada entre estrés y trastornos de ansiedad, duelo y depresión, etc. es algo masivo.

Sin embargo, conocemos muy bien, en relación a la prevención de la enfermedad, que lo que más afecta a la salud es la pobreza, algo que está creciendo de modo exponencial en nuestra sociedad. Ahí debería radicar una parte muy relevante de la verdadera prevención, no en hipocondrizar. Hoy conocemos muy bien que tan solo por vivir en un área pobre de un ciudad la esperanza de vida disminuye en 10 años, o que vivir en la calle resta 20 años de vida . “La calle mata”. Porque, como se señala desde la epidemiología, en la salud pesa más el código postal que el código genético.

Joseba Achotegui, Lo que es verdaderamente peligroso para la salud, Público, 13/04/2014

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