Vida i mort del marxisme.
1. En primer lugar, si una crítica de la Realidad, una denuncia de la mentira necesaria del Estado [1],
puede ser que de veras se enfrente con el Estado y le ataque en algún
modo “desde fuera” y sobre la Realidad actúe de una manera negativa o,
como se dice, revolucionaria, está claro que, viceversa, todo estudio o
comentario acerca de aquella crítica y denuncia (lo mismo da
aproximadamente si a su vez crítico o encomiástico) no puede menos de
realizar, con el solo hecho de producirse, una reificación de la crítica
(pues no se puede hablar sino de aquello que es una cosa; o si se
prefiere, cosa es aquello de lo que se puede hablar) y contribuir al
proceso de asimilación del ataque y denuncia del Estado, a la
organización del Estado mismo. Puede ser que un texto de Marx, por
ejemplo, hable de la Realidad y que esté ejecutando un análisis o
disolución de sus estructuras, mientras sea el texto de Marx el que está
hablando; un estudio sobre ese texto de Marx, por el contrario, estará
integrando a ese texto, como objeto histórico, filosófico o literario,
en el contexto de la Realidad. El hablar de lo posiblemente negativo lo
convierte con certeza en positivo; el examinar objetivamente la
actividad de destrucción del Estado es una actividad de reconstrucción
del Estado; y hablar de la revolución es por esencia reaccionario.
2. Ya se ve pues que, en la medida que estimemos que
hay en las palabras que Carlos Marx nos ha legado algo virulento y
activo frente al Orden vigente, alguna luz eficaz que siga
desembrollando la textura de sus mentiras, no podríamos ponernos a
hablar de nada de eso en estos apotegmas, so pena de contribuir con ello
al proceso de asimilación de Carlos Marx y “sus” ideas a la Realidad o
Historia, proceso harto ya avanzado en nuestros días, cuando toda la
burguesía occidental (aunque ‘burguesía’ es un término cada vez más
indefinido y Occidente ya va siendo más o menos todo) habla de él y de
“sus” ideas, los usa como políticamente rentables para sus grupos y
asociaciones, económicamente rentables para sus editoriales, y en fin,
como moneda corriente los maneja.
3. No será por tanto de eso de lo que aquí hablemos:
con lo que en los escritos de Carlos Marx haya de virulencia, de
negación viva del Estado, no se podrá hacer otra cosa que leer, oír,
penetrarse de ello, ejercitarse en ello: entender, no a él, sino con
ayuda de él a la Realidad; aprender, no a él, sino de él; hacerse al
método del análisis y el ataque, y ejercerlo y prolongarlo en una
dedicación a las nuevas fuerzas y formas del Estado que se presenten .
4. Y no tendría sentido que accediéramos a versar
sobre Marx o las doctrinas que de su nombre se deriven en la
conmemoración de su nacimiento, si no fuera que, aparte de lo que Marx
pueda estar en ese sentido vivo, Marx también está muerto; o, mejor
dicho, que, como la vida de los muertos es la muerte de los vivos y
viceversa [2],
aparte de lo que las palabras de Marx puedan seguir siendo de ataque
mortal a la perpetuación de la opresión y la miseria, mucho hay de sus
palabras que, ya debidamente asimilado a la Realidad vigente, contribuye
a la manutención y vitalidad de la opresión y la miseria. Y hay por
tanto alguna parte en Marx o, por mejor decir, en el marxismo, de la que
podemos hoy hablar sin el temor de contribuir a reificar ideas o
doctrinas, ya suficientemente reificadas por la Historia. Respecto a lo
que en las palabras de Marx haya de vivo y negativo, y así nos llegue
por la tradición ardiente de los pueblos oprimidos por el Trabajo o ya
por la más fangosa vía de los libros, no hablamos de (como objeto), sino
más bien tratemos de actuar con (como instrumento y compañía); de los
pesos muertos del marxismo es de lo que aquí hablamos. Vivirá la
rebelión contra el Estado presente con la vida de lo que siga vivo en
sus palabras; vivirá también con la muerte de lo que esté muerto en las
doctrinas asimiladas con su nombre por el Estado. A esta segunda oscura
labor de matar lo que está muerto es a lo que querríamos que estas
líneas se dedicaran.
5. Esa ganga ideológica o subproducto inevitable de
la crítica, ese alimento de las nuevas formas del Poder y del Dinero,
esa materialización –por acudir a un símil espiritista– de lo que no era
de este mundo, no será principalmente en los escritos de Carlos Marx
donde vayamos a encontrarlos sólo secundariamente, volviendo de la
experiencia histórica a la lectura, descubriremos ya también en los
escritos los gérmenes letales de la ideología y la doctrina; pero donde
primariamente lo hallaremos es en las ideas más vulgarizadas que bajo
nombre de marxismo –y a veces sin él también– circulan por la Sociedad:
las que se hace asimilar en folletos y breviarios a los sufridos
militantes de la clase obrera, las que oímos reproducir con admirable
fidelidad a muchos de nuestros compañeros estudiantes de los últimos
años.
6. Ni se nos tache de pesimismo porque reconozcamos
justamente en lo más vulgarizado del marxismo lo más inerte y
reaccionario. Confiamos en la virtud revolucionaria de la visión
marxista, pero en todo caso, su éxito ideológico es la contrapartida de
su virtud revolucionaria: aquello en que no ha sido destructivo como
fuerza es aquello en lo que ha sido asimilado como supraestructura.
7. Bien fácil es de percibir esto en el proceso de
docencia de la doctrina: es, en efecto, duro de adquirir y transmitir a
otros un método y una disposición dialéctica, esa sensibilidad a las
contradicciones de la estructura de la Sociedad y esa habilidad para
denunciarlas y derruirlas: es duro, porque así como ello amenaza de
verdadera subversión al Orden reinante, así resulta amargo de aprender y
perturbador para cada Individuo; es, por el contrario, fácil de enseñar
y de grabar en las mentes, por ejemplo, la doctrina de que “el único
medio válido para derrocar el sistema capitalista es una fuerte
organización de los obreros de las fábricas de los capitalistas”. Es
fácil de asimilar, porque en cierto modo ya estaba asimilado: el sentido
común lo recomienda, y para corroborarlo el nombre de Marx apenas
cumple más función que la de autoridad.
8. Pero que el sentido común no sea reaccionario tan
sólo sería posible en un mundo comunista, esto es, un mundo en que los
bienes no fueran propiedad de nadie, sino comunes, y así también común
la inteligencia, propiedad de nadie. Entre tanto, la inteligencia,
propiedad del Estado y manifestándose congruentemente como propiedad
del Individuo (pues que la Propiedad privada es el sostén y
manifestación del Orden dominante, como bien demuestra saberlo el Orden
dominante mismo), no podrá, bajo nombre de sentido común, ver ni decir
más cosa que lo que al Estado le convenga para su evolución y
subsistencia.
9. Y así ha sido como aquello que bajo nombre de
marxismo corre y se utiliza, aquello que reconocemos como lo aceptable
para la Sociedad y lo asimilable para el Individuo, ha venido cada vez
más a distinguirse sólo por el nombre de otros dictados de la mente
sumisa a la perpetuación que se revisten con otros nombres como los de
realismo, positivismo, pragmatismo. Resultado particular de ello, la
facilidad de la coexistencia pacífica. Otro, que el ansia de hacer la
revolución, de hacerla ser, obliga a hacerla cada vez más factible,
rebajando progresivamente las exigencias negativas que la crítica del
Estado implicaba y sigue implicando siempre. Para el sentido común ha
quedado muchas veces el marxismo reducido a ser una utopía realizable.
¿Qué habría pensado Carlos Marx –perdonen sus manes la hipótesis irreal–
si hubiera oído hace unos días a aquel amigo nuestro que, refiriéndose a
una sociedad ya revolucionada, por un significativo error de lengua, en
vez de hablar de sociedad socialista (valga la redundancia) o tal vez
de sociedad comunista (valga la contradicción), dijo “sociedad
marxista”?
10. Pero el sagrado terror, ante la evidencia de su
propia cosificación, de sentir la palabra subversiva y liberadora
convertida en Ley reguladora, se habría de haber disuelto seguramente en
una benévola sonrisa: pues sociedad marxista, a la verdad, lo es la
nuestra: por un lado, porque a Marx nos lo tenemos ya debidamente
asimilado; y por el lado opuesto, porque esta Sociedad nuestra sigue
siendo un objeto adecuado de la crítica marxista, y en el seno de ella
siguen siendo sus métodos y palabras elemento inasimilable, subversivo
para ésta y para cualquiera imaginable desde ésta.
I. 11. ¿Cuáles son pues las ideas o doctrinas
asimiladas y vulgarizadas bajo nombre de marxismo que nos proponíamos
tocar a lo largo de estos apotegmas? Pues bien, aparte de otros
conceptos y proclamaciones más pragmáticos y vagos, a los que tenemos
intensión de dedicamos hacia el final ya del escrito, sabido es que a
las ideas marxistas en general se suele aludir principalmente como
“materialismo dialéctico” y corno “dialéctica histórica” (dejando de
lado por ahora “materialismo histórico”). En ambas denominaciones entra,
ya como adjetivo, ya incluso como sustantivo, la referencia a la
dialéctica o lo dialéctico. Ello es justamente lo que, como actividad
que tiene por materia las ideas-cosas, no puede ser idea ni doctrina; y
por supuesto que, después de lo dicho, no vamos aquí a permitirnos el
menor intento de análisis o congelación, en forma ni de resultados ni
de recetario, de ese elemento de la actividad lógica a que se alude con
los términos de “dialéctico” o de “dialéctica”.
I. 12. Viva por siempre y siga siempre libre, por
nosotros, el corazón contradictorio del liberto, cuya libertad consiste
en descubrir, a cada liberación, su propia esclavitud. Eso de la
dialéctica, la ingenua costumbre de la lógica humana de volverse sobre
sí misma, arrancaba del ejercicio del diálogo entre Yo y tú, que es
nombre del no-Yo [3]; saltaba en una segunda fase a fijarse en la relación entre los términos antitéticos del lenguaje (la oposición entre A1 y A1
revela la identidad o sustancia A, pero así la sustancia se revela como
contradicción), y de ese modo al lenguaje, siervo constitutivo del
Estado, le hacía traicionar al Amo; en fin, venciendo el último
subterfugio que el Estado se había maquinado (en el paso, por así decir,
de la edad antigua a la moderna) con la pretensión de que una cosa era
la lengua y otra la Realidad, ha descubierto en la Realidad sin más la
misma trama lógica, y al denunciar las antítesis reales que El no dejaba
aparecer o mostrar la inanidad de las que El establecía, lo ha dejado
desarmado de las armas del engaño ante el ataque de los hijos de la
miseria. Claro está pues que esa costumbre, o arte o guerra o juego, por
no llamarla con ningún nombre, que no tiene, no es cosa que vayamos
aquí a usar para nada como tema. Es ello acaso lo que puede que pueda
usamos a nosotros. Que tenga a bien usamos [4].
I. 13. Y así nos limitaremos, en lo tocante a ese
elemento que al marxismo se atribuye, a rememorar brevemente de qué es
de lo que se trata por medio de la conmemoración de alguna de sus gestas
gloriosas de las que más raigambre marxista tengan. Que apenas podrá
ser otra que la del asalto y derrocamiento de la antítesis entre Persona
y Cosa (que podría también decirse la de Voluntad y Condicionamiento, o
bien incluso la de Subjetivo y Objetivo). Es a saber, algo como lo
siguiente. El Trabajo pretende seguir teniendo su esencia en la relación
del trabajador con la cosa que trabaja, a la que hace ser y que le hace
ser. Pero en realidad el Trabajo no tiene sentido ninguno en sí, no es
una relación viva, desde el momento que él a su vez es una cosa, objeto
de las operaciones económicas, que son las que le dan su ser (social) de
mercancía. Y aún más: que no una cosa, sino la Cosa de la Economía es
él, en cuanto que todas las demás se dejan reducir a ésa, al
Trabajo-mercancía, que es la que les da su valor (su ser social) a todas
ellas. Ahora bien, esa virtud valoradora del Trabajo, en la que consume
su sentido como acción, no puede tenerla el Trabajo en sí, que, como
mera relación abstracta, si no se nutriera de sustancia ajena, sería
estéril como donador de ser, sino que la saca de la carne y sangre –por
hablar en metáfora que el propio Marx no desdeñaba– del trabajador, de
la “fuerza de trabajo” del hombre (que se nos permitirá glosar como
“posibilidad de hacer otra cosa”), esto es, del hombre mismo (empleando
convencionalmente la palabra ‘hombre’, con minúscula, para designar su
potencialidad), en cuanto el hombre se ve obligado a convertirse en Ser
económico al ponerse en venta. El Trabajo-mercancía en que así se
convierte el hombre no tiene, a su vez, medida más apropiada que la del
Tiempo [5],
cuya epifanía por tanto coincide con aquella cosificación o
socialización. Y nótese de paso que esa venta de la potencia quiere
decir la conversión de la posibilidad en Ser, la realización de la
entelequia, alabada y divinizada por Aristóteles. Es así, en fin, cómo
el hombre, que pretendía ser lo otro que la cosa, se revela identificado
con la cosa y con todos los atributos económicos de ésta [6];
y aquí termina la anulación de la antítesis en el primer sentido.
Pasemos al segundo. Observamos pues que, en virtud de la operación
dialéctica en primer sentido, que acabamos de reseñar, el Dinero, nombre
común de todas las cosas ha ingerido en sí, como una savia vivificadora
y humanizadora, la virtud que adquiriera por el proceso de compra-venta
de aquella posibilidad de hacer o “fuerza de trabajo”: es así cómo el
Dinero deja de ser una cosa inerte [7] y se convierte en Capital, que es el Dinero vivo y –sin el más leve asomo de metáfora– hecho hombre [8].
Como tal, le corresponden y manifiesta efectivamente todas las
características y actividades de la criatura viva y en especial de la
criatura humana (entiéndase “del Hombre”, en abstracto, que es la sola
manera en que deberíamos haber hablado de Él); y así crece, se ayunta
con sus semejantes, recibe cargos y honores, constituye asociaciones de
capitales y establece organismos políticos y ejércitos a su servicio, se
reproduce, resulta más o menos fecundo, muere (al menos,
individualmente, como los hombres; cupiera augurarle alguna suerte
análoga como género y abstracción real, la misma suerte que al Hombre,
idéntico con Él), y en fin, hereda todos los rasgos de subjetividad que
los trabajadores le han cedido; tiene también su voluntad y sus
caprichos (pues capricho se llama no a otra cosa que al actividad que el
observador no ha conseguido explicarse racionalmente; y los fenómenos
inflacionarios de nuestra época producen a los economistas muy similares
desazones y desconciertos, recubiertos de fatuidad, a los que antaño
las mujeres a sus amantes) y también, por supuesto, sus necesidades
imperiosas de ámbito vital y de materias primas, de las cuales la
esencial la carne y la sangre humana que arriba metafóricamente se
citaba. Así es como se cumple el paso de la anulación de la antítesis en
sentido inverso y queda al desnudo la vanidad de la oposición entre
Cosa y Hombre; que sin embargo, se sigue manejando en nuestro mundo y se
seguirá mientras subsista el Sistema que la necesita [9].
I. 14. Conque, glosado ya brevemente, pulsadas para
recordación –espero que no con demasiada infidelidad– algunas de las
teclas del esqueleto marxista, y cumplido así el grato deber de
discípulos torpes, pero voluntariosos, del Dr. Marx, podemos pasar ya a
ocuparnos de lo que queda en las expresiones ‘materialismo dialéctico’ y
‘dialéctica histórica’, una vez eliminada la referencia a lo dialéctico
que en ellas se contiene. Lo cual es, como se ve, ‘materialismo’ por un
lado, ‘histórica’ por otro.
II. 15. ‘Materialismo’ se diría que es una palabra
sólida, poco sutil ni ambigua o que pudiera desorientarnos tomando, como
Proteo al sentirse asido por los brazos del atacante, nuevas y diversas
acepciones. Y en efecto, con confianza hoy, gracias a la madurez de las
contradicciones en que nuestras clases viven, podemos anunciar que,
entiéndase como se entienda la referencia a la Materia que en ella se
contiene, ella se destruye a sí misma y dice lo contrario de lo que
quiere.
II. 16. Es evidente, sin embargo, que la Materia a
que las posiciones materialistas se refieren no es una materia
propiamente material. ¿Sino una materia ideal, entonces? Lejos de
nosotros la humana tentación de mantener semejante antítesis, que es tal
vez justamente contra la que vamos. La Materia es, por ejemplo, de
ordinario aquello contra lo que choca y se da de coscorrones la criatura
humana en juventud o estadio de formación, hasta el momento en que por
medio de esos repetidos golpes aprende definitivamente a conocer la
Realidad y colocarse en ella. Y llamar materia al sitio contra el que
esas colisiones docentes se producen puede ser muy justo, pero implica
desde luego una modificación en el concepto de materia con respecto al
que en la Física regía en otros tiempos y sigue rigiendo en el sentido
común cuando a los hechos físicos se refiere.
II. 17. Por los escritos de Carlos Marx en todo caso
está bien claro que a lo que él de ordinario alude, lo que usa
prácticamente en su especulación bajo nombre de actitud materialista,
implica una Materia que consiste en la Necesidad de las leyes económicas
o sociales; y se define de la manera más vulgar tal actitud como la
concepción teórica de que los condicionamientos económicos o reales son
previos e imperativos sobre las concepciones teóricas que en ellos
surgen. Tal es la Materia marxista propiamente dicha, por más que no
deje de resultar conmovedor y significativo ver sobre todo a aquel leal
San Pedro, por buen nombre Federico Engels, prototipo de tanta aplicada
juventud de hoy día, cuando trata voluntariosamente de convencerse de
que toda la materia son transformaciones de una misma, la social como la
física, unas mismas las leyes físicas y las sociales, y llega por ese
camino con toda congruencia a describir el comportamiento dialéctico de
los cuerpos físicos, en los cambios de estado por ejemplo; con lo cual
se contribuía a desarrollar la concepción, tan cara a las ansias
totalizadoras y unificadoras de la Ciencia positiva, de que de la
materia inorgánica sale la orgánica, de la orgánica la vida, de la vida
los monos, de los monos los cazadores, de los cazadores el comunismo
primitivo, de éste la sociedad esclavista, de la cual la feudal, de la
cual la burguesa, de la cual la revolución burguesa, de la cual la
proletaria, de la cual el estadio socialista, del cual el comunismo.
II. 18. Mas si pudiéramos por un momento dejar de
lado las arrogantes y confortables construcciones de la Ciencia y
atenernos a la más humilde observación en torno y dentro, parece claro
que la única materia con la que tropezamos es ésa de las Leyes
Económicas o Reales (con ocasional manifestación en leyes propiamente
dichas y en instituciones laborales o militares), y que las pobres cosas
materiales, en la medida en que de alguna manera existen todavía, lo
hacen más bien como mero objeto de Ellas y pretexto visible de su
aplicación [10];
que si una vez, según se cuenta, el frío y el hambre en algún modo
crearon el Estado, de hecho y ya el frío y el hambre, y sobre todo el
miedo prehistórico de ellos, no son sino otras armas del Estado.
II. 19. Ahora bien, si esa Materia es en realidad de
carácter legal, psíquico, social, jurídico, verbal y todo lo que se
quiera por el estilo, ¿por qué se la llama materia todavía, con una
palabra que al hablante ingenuo le sigue sugiriendo la masa que el
panadero apuña entre sus manos, las esquirlas de átomo que los físicos
le siguen haciendo ver hasta en fotografía, y aquel peso, soñado en el
más dulce abandono a la ley de la gravedad, del cuerpo de la amada? Pues
bien, por un lado parece que es verdad que es esa Materia la que ha
adquirido y ocupado todos los atributos de la materia, el oprimir, el
desgarrar, el golpear, en suma, todas las manifestaciones de la inercia y
la resistencia. Pero es que, por otro lado, con la denominación y la
concepción científica parece contribuirse a recubrir y disimular, en
función de supraestructura, el hecho de que lo social es lo natural, lo
abstracto lo concreto, lo psíquico lo pesado, la convención la
necesidad; a ocultar, en suma, que si el trono del tirano sigue en su
sitio, es el joven heredero el que, expulsado el rey anciano, se ha
sentado en él sin que nos demos cuenta y, para mejor disfrazarse, ha
seguido conservando el mismo nombre [11].
II. 20. He tratado de describir hasta aquí meramente
algo de la situación real y las contradicciones que implica con sus
propios nombres. Pero quiero ahora tratar de mostrar el error dialéctico
mismo que ha llevado en el marxismo a la conservación de la concepción
materialista, error por el que el marxismo se instituye, con toda la
Ciencia positiva de su tiempo, en supraestructura y trata de encerrar en
la expresión ‘materialismo dialéctico’ una flagrante falta de sentido.
II. 21. El pensamiento marxista, en efecto, se veía
forzado a adoptar una posición materialista por reacción a la ideología
idealista, y en especial a la congelación del Espíritu hegeliano y a la
entusiástica charlatanería de los diadocos de Hegel, que a veces
incluso, habiendo descubierto que toda la Sociedad era en último término
y en su fundamento mismo Ideología y Religión, se ilusionaban más o
menos explícitamente con la idea de que bastaba por tanto la demolición
crítica de la Ideología para revolucionar la Sociedad misma. Con mucha
razón pues se rebelaba Marx contra semejantes concepciones (pues
justamente, si la Idea estaba hecha Realidad, ello mismo implicaba que
no eran las ideas ni las críticas teóricas lo que pudiera tener poder
sobre lo que era una realidad material, en el sentido social de la
palabra), y así, condenando la Razón hegeliana como la última cara de la
progresiva sublimación de Dios y el idealismo como la última forma
–confiaba él– de la Religión, se metía como remedio contra ello en las
filas, que avanzaban nutridas y vigorosas, de la Ciencia de su tiempo y
restablecía (que digo “re-” porque “la danza sale de la panza” era cosa
vieja) la Realidad material como el verdadero fundamento por el que
también los llamados fenómenos espirituales no podían menos de estar
condicionados.
II. 22. Ahora bien, ‘materia’ era evidentemente
polo de una antítesis con Espíritu: si Espíritu se quita, la Materia no
es materia; pues la entidad de uno sólo en su contraposición al otro
puede asentarse. La antítesis se anulaba por su reducción a un solo
término: justamente la manera en que las antítesis nunca pueden
anularse. Al Espíritu se le ha hecho materia (en cuanto que se le ha
reconocido como producto suyo o supraestructura); pero la Materia no
puede demorar así al Espíritu sin asimilarse lo que era propio de la
sustancia de éste, sin hacerse a su vez en cierto modo Espíritu; que es
lo que en este caso ha sucedido. La negación de ‘Espíritu’ por su
reducción a ‘Materia’ podía haber sido una destrucción real tan sólo si
la anterior tentativa de síntesis en sentido inverso, la hegeliana o
posthegeliana, de hacer del Espíritu una realidad (al concebir la
Realidad misma corno epifanía del Espíritu) hubiera podido tener éxito,
esto es, hubiera en realidad la Materia quedado convertida en espíritu:
entonces, una negación de la síntesis, en forma de negación del
Espíritu Material, habría constituido una anulación de la antítesis y la
hubiera destruido realmente. Ahora bien, todo aquello era fantasía: el
Espíritu hegeliano seguía siendo espíritu (supraestructura), flotando en
el éter de los profesores y oponiéndose a la miseria de los pueblos
trabajadores; por lo tanto, la negación del Espíritu no realizaba
anulación ninguna de la antítesis, sino que seguía siendo una anulación
teórica y la antítesis seguía en realidad rigiendo; únicamente, se tenía
así, en vez de un Espíritu material, una Materia espiritual, esto es,
ideológica, teológica, divina. Dicho por el camino corto: la negación
del Espíritu lo reduce teóricamente a materia; la afirmación de la
materia la convierte realmente en Idea. Y así todo el proceso dialéctico
se mantiene dentro del gabinete de los teóricos, sirviendo de ese modo,
como supraestructura real, al mantenimiento del Estado.
II. 23. Confío, con las debidas precauciones, en no
estar inventando nada al describir ese proceso: si puede uno a estas
alturas denunciar con cierta simplicidad semejante error, apenas podrá
ser sino sobre la base de que el error ha florecido suficientemente en
la Realidad. Que la Realidad llamada material es hoy un dogma
intangible, que “realista” quiere decir aproximadamente “moralmente
bueno”, que la Ciencia positiva, sea Física o sea Economía, cumple como
ninguna otra religión las funciones de la Religión de nuestro mundo, y
entre ellas la principal: la de ser opio del pueblo (baste con el dolor
de ver las llamadas masas contemplando boquiabiertas la ascensión del
Hombre hacia la luna [12]),
que, en fin, la adhesión a esa creencia y culto ha sido buena parte a
que el socialismo haya tirado por caminos que hoy al ojo frío del
observador se le aparecen como una evolución, tan brillante como
trivial, y al corazón ardiente del rebelde como traición en algún modo,
son unos cuantos hechos en los que espero que no haga falta insistir
mucho.
II. 24. En cuanto a aquello que al claro pensador
que conmemoramos le forzaba ya en parte a mantenerse fiel a falacia tal,
sólo superficialmente consiste en la contaminación con el entusiástico
desarrollo de la Ciencia positiva y progresista que en sus años
producía, como necesario sostén suyo, la economía capitalista posterior a
la revolución burguesa: mirado más a fondo, ello estriba en una
necesidad tan vieja como el mundo histórico y que se demuestra
absolutamente imperiosa en él para la sustentación del Estado mismo: la
necesidad de Causa. No se podía anular la antítesis porque la
insoslayable obligación de ofrecer recetas para hacer algo obligaba a
situar el principio del mal en algún sitio determinado; y así, a pesar
de que el análisis de Marx mostraba eximiamente en el Dinero la
reducción a abstracción de todas las realidades, sin embargo la Materia
(concretamente hablando, la base económica) vino a ocupar el puesto de
la Causa, y pese a todos los esfuerzos de la dialéctica marxista, la
relación entre Ella y la supraestructura (el Espíritu destronado) no una
antítesis anulada, sino vigente, y en verdad no como una desnuda
relación de antítesis siquiera, sino en la vieja relación de
Causa-efecto. Pero ello es que probablemente todo lo que se establece
como Causa última ocupa el lugar de Dios, y que en tanto subsista la
necesidad de relación causal (mero disfraz científico de la necesidad
jurídica de inculpación), la ilusión de la libertad humana subsiste y,
por tanto, la esclavitud.
II. 25. No parece pues que sea afirmando un polo
como se niegan las antítesis, sino destruyéndolas en su funcionamiento
mismo; y ésta entre Materia y Espíritu, entre Realidad y teoría, no es
ninguna antítesis que pueda la teoría destruirla, ni el materialismo ni
ninguna otra, sino tal vez la rebelión de los miserables, que es a un
tiempo contra la opresión y contra la mentira que, sustentada por la
opresión, a la opresión sustenta. Le cabe confiar al corazón rebelde
(pues nadie le ha demostrado lo contrario y tal vez él sabe que no puede
demostrársele) que mal no hay (como antitético de bien), puesto que
mal es Todo, y que ese Todo es tan sistemático y estructurado por lo
menos como el lenguaje mismo, de tal manera que, cualquiera de sus
antítesis o síntesis que se ataque, se está atacando al Todo; o séase,
que todas las antítesis son causa, en cuanto todas sostén de la
estructura; bien que quepa añadir “unas más que otras” en algún sentido,
y ahí probablemente el fundamento de cualquier táctica. Mas por lo
pronto, al propósito presente, bien será que sigamos fieles a Marx en el
asalto a todos los idealismos, a todas las sucesivas caras últimas del
Señor, y así, en nombre del deseo de que los cuerpos resuciten, que es
el grito de revolución de los miserables, toda teoría materialista habrá
de ser rechazada firmemente como idealista y heredera de los engaños y
tiranías de la Religión.
II. 26. Pero no será bien tampoco pasar de aquí sin
formular nuestra alabanza a Marx en el respecto de que él siempre
representa, en relación a los profesores universitarios de que procedía,
el momento de la teoría saliéndose de sí misma, saliendo, por así
decir, a la calle, precisamente al negarse a sí misma como motor de
revolución. Cierto que es justamente a la necesidad que, al así salirse,
se le presenta de recomendar vías de acción a lo que acabamos de
atribuir en parte su reducción de nuevo a ideología, materialista entre
otras cosas; pero el acto mismo de negarse a sí misma la teoría y de
salirse, por así decir, a la calle no se critica con ello, sino bien por
el contrario. La teoría no puede salir ciertamente, como una ciencia
aplicada cualquiera, a recomendar praxis (y cuando en realidad lo que se
pretenda sea simplemente alguna evolución más justa y algún progreso y
arreglar la administración de las naciones, para lo cual, como para
cualquier otro negocio de menor nobleza, se requiera Causa y Ciencia y
dioses, se haría tal vez mejor en declararlo así y en no emplear en ello
fuerzas y nombres de revolución), pero sí que sale a denunciar su
propia miseria como teoría y, tratando de confundirse con el pueblo,
con las otras manifestaciones de la miseria y la esclavitud, contribuir
con ellas a desmontar las síntesis y antítesis reales en que el Orden de
la Sociedad se asienta.
III. 27. Y ahora, en cuanto a lo de “histórico”. Que
la dialéctica sea histórica podía querer decir sencillamente que las
operaciones dialécticas no son elucubraciones de la mente observadora,
sino alteraciones de la Realidad; en ese caso, se sugeriría que la
Realidad es de algún modo dialéctica, que el Ser padece contradicción y
trata eternamente de resolverla; que los procesos lógicos son reales, en
cuanto que no pueden menos de identificarse con los procesos del Ser
mismo. Pero puede querer decir también que la dialéctica del Ser se
manifiesta en las transformaciones desarrolladas sobre el Tiempo que la
ciencia histórica registra y rememora; en ese caso, al revés, lo que se
está sugiriendo es que los procesos dialécticos de la Realidad son de
naturaleza histórica. Y es en esta segunda acepción donde tendríamos que
sospechar una presión sobre el análisis marxista de la ideología
historicista, que no por casualidad floreció con toda pujanza durante
los años de la vida de Carlos Marx; una cesión a la presión de las modas
vigentes de la Ciencia que no podremos tratar con menos comprensión
que la que desearíamos que alguien usara un día al sospechar sobre
nuestro pensamiento la presión, por ejemplo, de la manía estructural
característica de la Ciencia de nuestros días.
III. 28. Pero aún más: si al ensamblar ‘dialéctica’
con ‘histórico’ lo que se quiere es insistir en la realidad de las
operaciones dialécticas, ¿por qué a la Realidad se la llama Historia?
Ese es el punto de arranque para nuestra crítica de ese aspecto de la
ideología marxista. Pues si se dice que ‘histórico’ puede ser un mero
sinónimo de ‘humano’ o ‘social’ y ‘dialéctica histórica’ equivalente de
‘dialéctica de la Sociedad’ o ‘de los comportamientos públicos humanos’,
y que se trataría puramente de una renovación terminológica,
responderemos que no hay puras renovaciones terminológicas: que cuanto
menos evidente sea la alteración del sentido con la adopción de una
designación nueva, tanto más evidente debe de ser la intención real, la
necesidad social, que está promoviendo el cambio de la designación. Y
así en este caso, puede que ‘histórico’ no quiera decir lo mismo que
‘social’ sino que implique más que nada la idea de Tiempo, obedeciendo a
una fase de nuestra Sociedad en que la concepción de lo social se
vuelve esencialmente histórica, en el sentido de ‘temporal’.
III. 29. Porque veamos lo que sucede con la
Historia. Sucede ante todo que la misma palabra que nació para designar
la investigación y narración de los hechos humanos, la ciencia de ellos,
se aplica sin más para designar a los hechos mismos [13].
Ahora bien, ya que una narración, el curso de una investigación
incluso, esté sometida a aquella “ley de la linearidad del significante”
enunciada por De Saussure, la realidad misma que se estudia o narra
¿estará sometida del mismo modo a esa ley de ordenación enunciada para
el lenguaje? ¿No lo vendrá a estar precisamente en virtud de la
identificación del objeto con su narración escrita? O en todo caso, la
designación de los hechos sociales como ‘Historia’ ¿no estará
contribuyendo a imprimir a esos hechos un carácter, por así decir,
histórico, a que de hecho se invierta la relación entre narración y
acciones, de tal modo que, al revés de la pretensión originaria, no
venga ya la narración a dar cuenta de las acciones, sino que, haciendo
verdad la vanagloria del aedo, sean las acciones las que tengan su
esencia en dar contenido a la narración histórica?
III. 30. ¿Qué fenómeno, si no, es éste de la
conciencia histórica, que tan peculiar parece ser de este último siglo y
medio cuyo transcurso estamos hoy conmemorando? Ello consiste, al
parecer, en que cada vez más, progresivamente, cada cosa que se hace o
que sucede se contempla sub specie Historiae, cada vez más se
sabe a sí misma como suceso histórico; o sea (puesto que, según la diosa
le enseñó a Parménides, ser y saber vienen a ser lo mismo) que el hacer
algo padece una reducción cada vez más inmediata a ser algo. La postura
que el presidente o el capitán de empresa toman a la cabecera de su
mesa cada vez imita más la imagen fotográfica que debe eternizarla; la
emoción de la competición deportiva consiste ya más que nada en un
constante acoso tras las cifras en que el marcador vaya a quedar
paralizado; ya casi sobre el lecho mismo del amoroso juego los ojos del
amante están cantando el “Ya es mía Yasumiko” de la coplilla japonesa; y
mismo entre nosotros, los días que no arde el claro fuego de la plebe
estudiantil, que son los más del año, nos encontramos lanzándonos a
acciones muchas veces que consisten en hacer las noticias de los diarios
de la mañana siguiente [14].
III. 31. Todo está en el Tiempo. El conservadurismo
más feroz es el más dinámico; y es el Tiempo la máscara predilecta del
Ser en nuestros días. Donde por ‘Tiempo’ se entiende exactamente lo que
sigue: extensión lineal sobre la que los recuerdos y las esperanzas (o
expectativas) ocupan posiciones simétricas con respecto a un eje,
carente de otra entidad que ésa de ser eje de simetría entre los unos y
las otras. Uno de los segmentos –digamos el positivo– llámase Futuro; su
simétrico, pasado; y presente, el cero móvil de la línea. No pregunte
el lector si es que esa línea está en las mentes de los hombres (acaso
imbuida allí por la circunstancia de que los principales hablantes de
Occidente se han criado en lenguas que tienen todas un verbo organizado
en los tres tiempos) o si por el contrario está en la realidad con
independencia de observadores y referentes: porque está en la Realidad tout court.
Compruébese, si no: ¿sería acaso recibida como más realista la
propuesta de otra imaginación distinta de las cosas, como, por ejemplo,
que el pasado no fuera más que recuerdos de los cuerpos vivos y elemento
de los mecanismos actuales de la Sociedad, y el Futuro (pese a agendas o
planes quinquenales) no más que sus deseos, esperanzas o temores, y que
todo no era sino un ovillo, y que el hilo aquel del Tiempo no se ve por
ninguna parte? En alguna situación arcaica y anacrónica puede que una
manera de ver como ésa pudiera contar como más sensible o más directa;
pero hoy la Realidad es lo otro: esa línea del Tiempo es nuestras vidas;
y la entidad de Napoleón no es muy distinta, salvo por el signo, de la
del alcalde de Nueva York del año 2120, de cuyos problemas urbanos y
ocupaciones diversas muchos tienen una idea más clara que de las
andanzas del corso; y en cuanto a la entidad, lector, de éste que esto
escribe, nula, salvo la parte en que pertenece al segmento de Napoleón y
de aquella con que participa del segmento del futuro alcalde.
III. 32. Mentiría pues quien dijera que el Tiempo es
una mera convención, tan indiferente como otra para su utilización en
cualquier sentido; que no merecería por tanto perder en él (time is money)
el que le estamos dedicando en nuestra crítica, y que para nada atañen
al interés de la acción revolucionaria ni la línea del Tiempo ni la
visión histórica del mundo. Mentiría, porque Tiempo es nombre de la
Realidad vigente, esto es, de aquello a lo que el corazón rebelde y la
razón despiadada niegan todo derecho a subsistir. Muy cargados de
intereses en el Mercado tendrían que estar los ojos que no vieran que la
aceptación del Tiempo es incompatible con cualquier aspiración
denegadora del Estado, o llámesele revolucionaria: pues, esa aceptación
por sí misma transforma aquel impulso en motor de una evolución a lo
largo de la línea del Tiempo. Quien sostiene el Tiempo sostiene el
Capital, con el que en la fórmula del interés tan fácilmente se
trasmuta. “Revolución en el tiempo” es una verbalización reaccionaria,
tan hueca de sentido como cargada de intenciones negras: la revolución
dentro de la Historia no puede ser sino un proceso (de carácter tal vez
revolucionario) que contribuye a la evolución de la Sociedad, y por
tanto a su subsistencia. De revolución si alguien se atreviera a hablar
(que no debiera, por lo dicho en el §1), sólo habría de decir, siguiendo
en el lenguaje temporal todavía, que es el fin de la Historia, y de una
manera más limpia, que ella es por definición incompatible con la
Historia.
III. 33. Ahora bien, el marxismo corrientemente
¿observa tal carácter temporal o histórico de nuestra Realidad para
denunciarlo y desmontarlo? No: el marxismo de ordinario opera también él
con una visión histórica de los hechos, es decir, con la visión vulgar e
impuesta por la Sociedad vigente. Testimonio de ello el más visible y
superficial tenemos en las concepciones referentes al Futuro: que, así
como el punto en que la doctrina marxista falla de la manera más
notoria para la opinión vulgar es el de la profecía, donde se anunciaba
un desarrollo del Capital y del Mundo que no metía en cuenta la
integración de la propia profecía en el Mundo y sus nuevas formas de
Capital, así también, correspondientemente, hoy en día, cuando estamos
viviendo en el Futuro de la fe marxista, no suelen encontrar los adeptos
del marxismo el más ligero empacho en proclamarse al mismo tiempo
progresistas, en hablar del Progreso, en competir incluso con los
capitalistas en alcanzar más pronto algunas de las metas que están
señalizando los raíles del Futuro; ni en hablar, en fin, de cosas tales
como las etapas de la Revolución, condenando así la revolución a ser
Historia, que es el sitio de las etapas y del Progreso, y haciéndola así
ser –nomen omen– revolución en el sentido de “vuelta a las andadas”.
III. 34. Pero la idea de que la revolución, al igual
que los negocios, los matrimonios, el desarrollo de los sistemas
económicos, los planes de saneamiento de las marismas, de supresión del
chabolismo o de subida en un 3,5 % del nivel medio de vida, se haya de
cumplir en el Tiempo y dentro de la Historia no es más que la
manifestación extrema y provocativa del error más profundo que aparece
en la raíz de la Ideología, desde el momento en que, en vez de someter
el Tiempo al análisis dialéctico, se conciben los procesos dialécticos
desarrollándose en el Tiempo. La tentación es vieja: no sé si fue la
propia mala hora de Heráclito (en su mundo, por otra parte, no debía de
ser el Tiempo enemigo de tanto cuidado todavía) o si ha sido algún
celoso glosador de su texto el que, como segunda parte del fr. 88 Diels
(“lo mismo vivo que muerto, y despierto que dormido, y joven que
viejo”), ha hecho seguir la infortunada aclaración “Pues esto, en
transmutándose, es aquello, y aquello a su vez, en transmutándose, eso”.
¿Qué de extraño que el propio Marx cediera de vez en cuando a esa
servidumbre? Y más aún: ¿Quién puede pretender que, dentro de un mundo
histórico, se pueda pensar de una manera que no sea histórica al fin y
al cabo?
III. 35. Pero no faltaría más sino que, encima de
tener todos los motivos para juzgar tal pretensión de salirse fuera de
la Historia con los escritos o la imaginación como descabellada,
siguiéramos pretendiendo que alguna de esas visiones o concepciones
necesariamente temporales de los hechos pueda tener algún destino más
allá de ser ella a su vez arrastrada por el torrente de los tiempos.
Desaparezca de ello el Trabajo y la jornada laboral y los fines de
Semana: a ver en qué queda la concepción lineal del Tiempo y la realidad
del Tiempo mismo con toda su metafísica acompañante.
III. 36. De momento limitémonos modestamente a la
negación de esto que se nos impone y que el marxismo mismo parece asumir
como aceptable de ordinario: que las contradicciones de la Realidad se
desarrollen ni resuelvan, ni deban desarrollarse o resolverse, en orden
cronológico. Ni la antítesis “caliente/frío” se resuelve calentándose lo
frío y enfriándose lo caliente (por el contrario, ésa es la manera de
que la antítesis subsista eternamente) ni la antítesis “trabajo/ocio”
ganándole progresivamente horas al Trabajo para el ocio (con lo cual el
resultado –ya se ve– no es sino que el ocio se vuelva progresivamente
trabajoso), así como tampoco la de “mujer/varón” haciéndose la mujer
varón y afeminándose el otro (o si no, sería una revolución del Amor, y
no la trivial modalidad que es, el amor homosexual, donde el Amor mismo
reconstruye la misma oposición de sexos, con total menosprecio de los
cuerpos), ni, en fin, la antítesis “oprimidos/opresores” se altera, sino
se conserva por un proceso de traslado del Poder de la opresión. Ni es,
en general, la contradicción que desgarra la Realidad proceso alguno
histórico o combate que a lo largo del Tiempo se desarrolle, ni hay
síntesis alguna de las antítesis como transformación. No hay más
síntesis de las antítesis reales que su irrealidad; y la síntesis por
transformación no es más que la aparición histórica de la Permanencia,
el ardid del Ser para seguir siendo.
III. 37. Es decir, que este mundo no es todo él nada
más que este mundo; y así como de él son, según se dice, los postes del
telégrafo Managua-Tegucigalpa y las nevadas cúspides del Cáucaso, o las
reservas de divisas del Banco de España y el gozo de Sofía Loren por
ser madre, igualmente y asimismo son de él la historia de las Cruzadas o
de la Guerra civil española, los pronósticos de gripe asiática en
Madrid el mes que viene, la profecía de un sol apagado dentro de dos mil
millones de años o las esperanzas y temores de que para 1980 Alemania
esté reunificada. De todo ello está integrado este Presente, este Orden
subsistente al que el corazón rebelde y la razón despiadada niegan todo
derecho a subsistir, y que si a cada momento cambia sólo es para ser el
mismo siempre [15].
Y así, en ese devenir que es el Ser cualquier alteración en las
estructuras económicas o reales arrastra el cambio correspondiente del
sol y de la luna, de Julio César y del primer presidente negro de los
Estados Unidos de América del Norte.
III. 38. ¿Preguntará el lector en este punto todavía
sí ese cambio dentro o fuera? ¿si en la imaginación mítica del pasado y
–bajo nombre de dinamismo, de evolución y de progreso –paralizador,
todo lo que seriamente coloque las contradicciones (o su modalidad
moderna de conciencia histórica) y en el proyecto o la esperanza del
Sujeto, o si por el contrario un cambio en las realidades? Un cambio en
la Realidad Histórica (la única Realidad para la visión historicista,
que es la única concepción realista): es decir: en la medida que Julio
César y el futuro presidente son puras ideaciones, un cambio puramente
ideal; pero en la medida que Julio César y el Futuro son reales, un
cambio justamente en la Realidad.
III. 39. Si el Futuro no está escrito, el pasado no está hecho [16].
La Historia no tiene por qué no ser alterable (el pasado lo mismo que
el Futuro, de cuya fijación en forma de Destino la Historia real es el
reflejo), ya que la visión histórica es un idealismo. Es aquella forma
de idealismo que consiste en que la acción, por el anhelo de verse a sí
misma y sustanciarse o sustantivarse, se identifica con los hechos
visibles, es decir, muertos, con lo que se llama pasado; el cual
inversamente por la misma necesidad deja de ser recuerdo o mito para
investirse de la realidad que su identificación con la acción real le ha
conferido, viniendo a ser así objeto de la Ciencia; y objeto de esa
Ciencia serán ya no sólo los hechos muertos, sino las acciones vivas que
con ellos se han identificado; de modo que la acción viva tiende a
reemplazar se con el Saber o Idea de la acción [17].
Y además no se olvide, de todos modos, que el Tiempo y la visión
histórica no nacen del pasado, sino del Futuro (los profetas bíblicos es
seguramente lo que con más razón podríamos llamar precursores de la
conciencia histórica): quiero decir que nace el Tiempo de la necesidad
de anticipar el saber qué va a ser lo que se está haciendo.
III. 40. Más materialista en cambio parece, en todo
caso, la divertida sentencia del Oscuro (aunque no pueda por mi parte
presumir de poderla glosar con certidumbre), cuando en el solo lugar
(fr. 52 Diels) en que habla de algo que aproximadamente podría
equivaler a lo que nosotros llamamos Tiempo (aión) dice aquello de que “El tiempo es un niño que retoza jugando al castro: ‘castro-hecho-y-derecho’ le salió al niño!” [18].
Al menos la alusión al capricho (pero no de nadie) o al azar (en el
sentido de “falta de direcciones privilegiadas y de metas”) no engaña;
pues tomada seriamente, no puede ser más que negación del encadenamiento
de las causas en el Tiempo. Engañoso en cambio y –bajo el nombre de
dinamismo, de evolución y de progreso– paralizador, todo lo que
seriamente coloque las contradicciones reales y su síntesis o resolución
sobre esa línea. Pues la lucha de los miserables de la tierra no es por
un Después que repare un Antes (como en los buenos tiempos de la
Religión), sino por la aniquilación del Siempre [19]. No Domingos, sino no Trabajo; no Futuro triunfal, sino subversión de la Historia.
IV. 41. Hasta aquí, una crítica, lo más cuidadosa
que se ha podido, con que tratábamos de ir desembarazando al marxismo
de algunas de sus más pesadas adherencias, que justamente de sus
condicionamientos históricos trae hasta aquí colgadas. Bien sería tocar
ahora algunos de los temas menores que más notoriamente sean parte del
marxismo vulgarizado, y que para muchos de los partidarios que no hayan
leído a Marx o en todo caso el Manifiesto (una de las piezas seguramente
más deleznables de los escritos) vienen a constituir en realidad el
cuerpo de la doctrina. Pero apenas hay aquí lugar para ello, y además
algunas de las opiniones a que aludimos son en parte derivaciones de los
errores más crasos, a que nos hemos dedicado. Nos limitaremos pues a
dar un breve índice de algunas de esas doxas marxistas, acompañadas de
unas pocas observaciones.
IV. 42. Sea la primera la adopción, cada vez más
descarada entre los marxistas, del tópico, general en toda la Sociedad
burguesa, de la valoración positiva del Trabajo [20]
o –mejor dicho– la admisión de que el Trabajo asalariado es
ciertamente objeto del ataque crítico, en cuanto explotación, pero que
hay un Trabajo-en sí, contra el que nada hay que decir y que, más que
bueno, es necesario, inherente a la Naturaleza Humana (pues en todas
estas aceptaciones la creencia en una Naturaleza Humana aparte de la
Historia vuelve a cobrar sus fueros). Baste aquí con denunciar el abuso
terminológico mismo en que el engaño se sustenta: no conociéndose más
trabajo que el Trabajo (esto es, aquella actividad privada de sentido
como actividad al estar destinada por su propia venta, a ser objeto), el
Trabajo de la maldición de Jehová, se quiere designar con ese mismo
nombre toda posible actividad de hombres; con lo cual, en efecto, se
contribuye a que no haya ninguna actividad posible sino el Trabajo.
IV. 43. Y en la alternativa de que se admita que el
Trabajo no es, efectivamente, nada neutro, sino esencial al Estado
contra el que se combate, pero que también es por medio del Trabajo como
se aspira y se procede hacia el gran Ocio final, más grueso todavía el
yerro: no se advierte que con esa concepción no se está haciendo otra
cosa que volver a describir el ciclo mismo del Trabajo: pues ya el
Trabajo en la Sociedad normal se define precisamente, bajo su aspecto
subjetivo, como destinado a ganar el Ocio; se trata, naturalmente, del
Ocio del Trabajo, que no puede ser sino un Ocio cargado de Trabajo,
idéntico con el Trabajo mismo, cada vez más puro cebo y pretexto
subjetivo suyo; tanto más vana cada vez cuanto más proclamada la
antítesis entre ambos. Considérese tan sólo, para no detenernos en el
tema por ahora, la progresiva semejanza entre las máquinas de
disfrutar del Ocio y las máquinas de la producción.
IV. 44. Sea nuestro segundo punto la observación, ya
casi trivial, de que parece como si el esquema marxista (y esta
deficiencia o desequilibrio sería ya en parte de los escritos del propio
Marx), al centrarse sobre el campo de la producción, hubiera
desatendido en gran medida el del consumo; esto es, que hubiera dejado
ese campo como dialécticamente inerte, como una especie de constante,
por así decir, indiferente al mecanismo de la función. Extrañamente se
percibe a veces como si la demanda y el consumo –el campo de las
necesidades– fueran factores fijos o –mejor– regidos por impulsos
naturales (o lo que es lo mismo, voluntarios; o lo que es lo mismo,
metafísicos), como si no se prestara bastante atención al hecho, bien
conocido sin embargo para Marx y desde antes, de que, como complemento
(o sustituto) de su operación sobre la producción por medio de los
procesos de explotación del tiempo de los productores, el Capital actúa
también sobre el consumo y pone en rendimiento asimismo a su servicio
el tiempo del consumidor, según el conocido esquema “producir más
barato > producir más > vender más > comprar más > trabajar
más”, no ya en cuanto que las horas de producción hayan de aumentar para
atender a las necesidades creadas por la necesidad de mercado del
Capital, sino además en cuanto que la actividad misma de la compra y
consumición adquiere progresivamente los caracteres de un trabajo y
una ocupación, y aleja a la perspectiva más remota el ocio y el
disfrute, al ocupar el tiempo que engañosamente el trabajo de producción
prometía libre.
IV. 45. Falta tal vez mucho para que se pudiera escribir (en caso de que no haya fenecido entre tanto la era de los libros) un segundo Capital,
dedicado a un análisis inverso del proceso de explotación, a un estudio
del Ocio o tiempo libre. Pero, de todos modos, he aquí algo en lo que
resplandece la virtud inagotable del método marxista: se puede echar de
menos el otro brazo de la ecuación con que pudiera atenazarse el
vestiglo de la explotación humana; pero, en primer lugar, se echa de
menos en virtud justamente de un cierto acostumbramiento al método
marxista mismo; y luego, es su ejemplo y ejercicio lo que sin duda mejor
podrá contribuir a que esa prolongación o reduplicación del análisis
no se ciegue en los equívocos más triviales. Si alguien, por ejemplo,
inicia una crítica del Amor (designando así la institución fundamental
de la esfera del consumo o tiempo libre, a la que, las demás en algún
modo puedan reducirse), difícilmente podrá, después de Marx,
empantanarse en los engaños ni del idealismo (tomar la Ley o Convención
de Amor como una realidad en sí –natural, subjetiva, metafísica en
suma–: aproximadamente a lo que se alude vulgarmente cuando la gente se
pregunta si el Amor existe) ni en los del realismo-nominalismo: creer
que Amor sea un mero flatus vocis, una palabra o mito subjetivo, ajeno a la Realidad y prescindible por Obra de la mera negación verbal de su realidad.
IV. 46. Sea lo tercero lo tocante al tópos marxista por excelencia, el de la lucha de clases como mecanismo de la Historia [21].
Las evidencias cotidianas de la pérdida de sentido real de las
palabras, con un proletariado que, nunca en las regiones campesinas y
cada vez menos en las sociedades industriales más desarrolladas, se
parece al concepto clásico de proletariado (“aburguesamiento del Obrero”
no es más que una alusión superficial y torcida a la diferencia real de
las condiciones [22]),
el desenvolvimiento de clases nuevas, que lo son ya por la novedad de
su cuantía relativa ya por la de sus papeles, como las tecnocracias en
sus varias modalidades, pero con su común tendencia a absorber en su
seno a las clases clásicas, burguesía y proletariado, son evidencias a
las que en el análisis, sin embargo, sólo cautelosamente se alude y que
por todos los medios tratan de compaginarse con la fidelidad al sagrado
esquema; el cual, basado en una observación tan justa (sólo la
manifestación de las contradicciones del Estado en forma de contienda
entre oprimidos y opresores, esto es, la subjetivación de las
condiciones objetivas, puede ser motor de la transformación de la
Realidad [23]),
se vuelve dogma por la congelación en realidades históricas generales
de una modalidad de clases oprimidas y opresoras propia de una situación
histórica, por la generalización de ‘unas clases’ en ‘las Clases’.
IV. 47. Entre los marxistas más fieles (fidelidad es
traición, sin que la viceversa esté garantizada) apenas si más que una
corrección del dogma (corrección que en los escritos de Marx está
apuntada, por otra parte) ha venido imponiéndose en este caso: aquella
que consiste en decir que, si es verdad que en ciertos países avanzados
la manifestación de la explotación de clase por clase puede llegar a
oscurecerse, en cambio y compensación se puede hablar de pueblos o
naciones (los que ahora se llaman con tanta necedad como falta de
respeto sub desarrollados) que sufren explotación por las naciones
progresadas: que hay naciones proletarias y naciones empresarias. Tal
extensión fiel concepto de explotación, al ser puerilmente metafórica y
tan insuficiente, resulta decididamente mentirosa. He aquí un ejemplo
de cómo en la ideología se describe muchas veces el sino de la praxis
que apoyándose en ella se desarrolla: al hacerse el socialismo nacional
en su realización, la ideología socialista tenía que hacerse cada vez
más nacionalista en los esquemas de su desarrollo. Así como por la
necesidad histórica y guerrera de restringir el experimento socialista a
una nación, de subordinar (que esto es) la revolución a la Nación, de
renunciar definitivamente al internacionalismo al admitir el
nacionalismo como un paso para la supernacionalidad futura, se hubo de
empobrecer hasta la falsificación de la moneda, no el socialismo de esa
nación, sino el socialismo universal, así ya en la ideología la
necesidad (para proyectos de éxito inmediato) de fijar el análisis
sobre una estructura peculiar de clases correspondiente a determinadas
naciones empobrecía y esquematizaba la teoría en una concepción mecánica
de lucha entre esas clases, que si eran reales en la Inglaterra de
1850, se volvían ideales en cuanto se las hacía ser las Clases, y
forzaba por ende a que la única manera de extensión de la teoría fuera
la generalización mecánica de la concepción primera, ya por ampliación
bruta (todos los pueblos han de pasar por un estadio similar al de la
Inglaterra de 1850 antes de venir a la lucha de clases definitiva), ya
por el expediente metafórico que nos ocupa (naciones capitalistas y
pueblos explotados), que en sí mismo contenía el crimen sin disculpa de
tener que conservar y ratificar para realizarse el concepto mismo de
Nación. Como si todos los explotados del mundo, bajo cualquier forma y
en cualquier fase de desarrollo, no fueran unos mismos (para poder oír
la llamada del propio Marx) y todo Capital no fuera el mismo Dominus;
cuyas variantes mañas tienen que descubrir los oprimidos, en cada caso,
en cada momento (descubrir –esto es– cómo cada caso y cada momento
representan la explotación eterna), pero sin caer en medias
abstracciones, que hagan de una cara del Señor el Señor único y
contribuyan por ende a multiplicar los reinos de las sucesivas epifanías
del Señor. Han sido los pueblos sin proletariado industrial capitalista
los que en estos cincuenta años han tenido que dar el mentís a la
rígida primera fórmula, y los pueblos de las naciones capitalistas
progresadas, principalmente las imperialistas (pero incluidos, por
cierto, en esos pueblos toda clase de proletariados harapientos, cuyos
harapos –con error táctico tan lamentable como indigna la adulación a
los asalariados decentes que en ello se contenía– ha venido el marxismo
desdeñando impenitentemente), serán los que puedan darle el mentía tal
vez a la segunda versión pobremente generalizada que en este párrafo
criticamos.
IV. 48. Mas a cambio de ese insuficiente modo de
extensión del esquema de las clases, algunos otros, dos al menos,
parecen apuntar ya; de los que aquí ofrecemos un par de indicaciones.
Uno, por ejemplo, deriva de la consideración simultánea de dos hechos ya
anotados más arriba (#II.7 y nota 11, #I.13 y nota 7): el de que todas
las cosas, incluso los abstractos (que con ello justamente se consagran
como cosas reales y concretas) admitan representación por dinero y del
Dinero sean a su vez vicarias; y el otro hecho de que el Dinero se
sublima progresivamente y cada vez menos necesita de una cosa que lleve
como sustantivo de objeto o de materia el nombre de dinero. Resulta
así que el Poder ser y el Ser, esto es, el Poder y el Capital, realizan
una confluencia, que puede venir a dar en identificación. Sucedía en la
situación anterior que el Dinero daba poder y que el Poder sin posesión
de dinero, el Poder político, funcionaba como siervo y perro guardián
del Capital: el Dinero compraba poder y el Poder se vendía por dinero,
con lo que el banquero Craso llegaba al triunvirato y el gobernador
Salustio se hacía rico. De la identificación a que por esa vía había de
llegarse el hecho de que desde pronto el Capital-Gobierno empleara para
reventar huelgas a los soldados del Ejército regular (o que un joyero
del centro de la metrópoli pueda emplear, no ya serenos, sino números de
la Policía gubernamental para guardar sus escaparates) era una
premonición y un símbolo. Pero en tanto, por un lado, a medida que el
posesor se vuelve más poderoso, se hace una persona jurídica más
abstracta: de hacendado a capitalista, de aquí a sociedad de empresa
(que es el sitio justamente en que la Persona jurídica se inventa), de
ahí a agrupación de empresas con vocación monopolista, de ahí al Estado
gerente de toda la riqueza; y por otro lado, en cuanto el Dinero se
reduce progresivamente a crédito, ya la mera detentación de un alto
cargo en el Gobierno, la posesión de poder político, constituye
directamente una forma de dinero [24]. ¿O sodes, Raquel e Vides?
Desde la época en que a los reyes les prestaban los judíos o la polis
de Orcómeno de Beocia era deudora de la rica señora Nicáreta de Tespias [IG DII
3172, Schw. 523, año 222-220 a. J.), pasando por la fundación de los
Bancos nacionales, con los que el Estado iba aprendiendo a ser su propio
banquero por medio de préstamos y empréstitos a sus ciudadanos, se ve
alborear el día en que la diferencia entre el Estado y el Capital se
anule plenamente; y por una repetición en lo más progresado de lo más
arcaico, la figura del rey más absoluto, dueño de vidas y de haciendas,
que no necesita dinero contante alguno para manejar los bienes, vuelve a
dibujarse en el horizonte. Pues bien: a los nuevos modos del
capitalismo corresponden unas nuevas clases de oprimidos y una nueva
modalidad de la opresión; y que la vieja burguesía, reducida al servicio
burocrático (la misma condición a la que se trata de ascender a los
obreros) venga a formar parte de aquéllos a nadie debería sorprenderte
demasiado. Lo enojoso de la nueva modalidad de la explotación es que así
la ordenación de clases pierde un tanto de su nitidez de oposiciones,
en cuanto que se reduce a la estructura gradual del escalafón; y esa
táctica es tal vez la principal astucia del Dinero. Mas no por ser
difícil la decisión de límites vaya a negarse la presencia misma de la
opresión: a través de “los que mandan más que sirven y los que sirven
más que mandan”, o bien “los que pertenecen más al Poder que al pueblo o
más al pueblo que al Poder” la oposición entre oprimidos y opresores se
mantiene siempre, esto es, se manifiesta siempre de una manera objetiva
subjetivamente. El Estado no ha heredado de los desheredados: ha
heredado de los banqueros; y el que hereda lo hereda todo. Pensar que el
Estado pudiera llegar a ocuparse de la administración de la riqueza,
perdiéndose con ello su condición de capitalista y viniendo a coincidir
el bien del Estado con el bien del pueblo [25],
es algo así como pensar en una opresión sin oprimidos (como uno que
pensara en contraer matrimonio para la administración de la casa o de
los goces sexuales contando con que por lo demás el status
jurídico y real de la cónyuge quedara en suspensión y pudieran ser
buenos amigos); y pensar en vacío es pensar en tirano: en esa
aspiración, al parecer sólo demente, a una anulación de la antítesis
“pueblo/Estado” por reducción a un solo polo es la efectiva aniquilación
del pueblo, en cuanto gentes vivas e indefinidas, lo que se prepara.
Mientras hay Poder constituido, hay una forma de Capital, y mientras hay
Capital, es que sigue en marcha todo el proceso de la explotación. Ni
puede pensarse, sino demasiado jesuíticamente, por así decir, que puede
ser la fortificación del Capital-Poder un paso para su destrucción. Es
por cierto este punto justamente aquél en que la preclara testarudez de
Miguel Bakunín llevaba la razón (es decir, la voz del pueblo) frente a
la pragmática ilusión de Carlos Marx.
IV. 49. La segunda sugerencia para la extensión
honesta del esquema de la lucha de clases se refiere a algo menos
tanteado que lo anterior, aunque sin duda complementario de ello. Se
refiere al hecho de que, a medida que la explotación de los ciudadanos
se realiza más en forma de tenaza, por el consumo al tiempo que por la
producción, más cada vez el proceso mismo practica una desintegración de
la institución del Individuo, ilustre y cimental entre todas para la
sociedad y mentalidad de la dorada burguesía; por tal manera que el que
yo sea explotador de mí mismo es algo cada vez menos metafórico, más
repetido y más real. Cada día mejor se palpa que el Individuo que
entresemana se agota en sacar del horno trescientas planchas diarias o
dar cien pulsaciones por minuto en la calculadora, para una noche luego
meterse en el Night Club a cambiar en dorado licor o redondos discos la
riqueza de su tiempo, es explotador el Sábado y explotado el Lunes. Las
necesidades se ponen al alcance de todos; las necesidades podrán tener
que ser cada vez más viles, pero todos pueden mediante ellas machacar
dinero, que es lo decisivo para asegurarse de que se es también señor en
parte, que se es algo explotador y se detenta en cierto grado la
autoridad del Capital. Pues bien: ese parcial traslado de la lucha de
clases al interior del Individuo, que al convertir al Individuo en campo
de batalla lo desintegra efectivamente, es el fari fiendo que
denuncia la mentira de la unidad e identidad individual, que el análisis
freudiano del alma comenzara a desmontar en teoría, de modo análogo a
como la lucha de las clases clásicas denuncia la mentira de la unidad y
continuidad de la estructura de la Sociedad, tan necesaria la una
mentira como la otra para la subsistencia del Ser en marcha, de lo Mismo
de siempre. Pues Estado y Yo no son sino las dos caras de lo Mismo, la
pública y la privada –que es la apariencia necesaria de la pública–, el totum y el omnis, el Yo total y el Todo de cada uno [26].
De tal modo que no cabe pensar derrumbamiento del uno sin el del otro; y
todo amor de revolución que conserve la pretensión de hacer la
revolución para el Individuo condena la rebelión a la misma falsedad e
ineficacia que el que pretendiera hacerla para la Familia o para el
gremio de farmacéuticos o militares o para el Estado mismo; ni que se
piense en individuos ideales, ya que el nombre no tiene más sentido que
aplicado a la realidad que conocemos. No, Moisés no entra en la tierra
prometida. Y es éste el punto principalmente en el que Miguel Bakunín no
acaba de llevar del todo la razón, o sea la voz del pueblo.
V. 50. Pero vamos ya con esto concluyendo la
retahíla de sumarias observaciones acerca del marxismo y principalmente,
como se ha visto, de las cesiones y extravíos que, ya desde los
escritos de Carlos Marx o más bien en el proceso de divulgación de la
doctrina, se le han venido agregando al marxismo por presión de las
condiciones económicas y del saber vulgarizado dominante. Bien habrá
quedado claro para el lector que se ha tratado de discernir como
aciertos del marxismo aquello en que éste no hace sino afilar en forma
de descubrimientos y de formulaciones limpias y penetrantes lo que ya la
voz de los miserables de la tierra dice; la voz de los que claman “Esto
es así: por tanto, esto no es así ni puede ser así”; como errores, en
cambio, todo aquello en que, al ceder a los condicionamientos de la
Historia, venía a ser el marxismo producto de la Sociedad, por así
decir, y a cumplir funciones de mera supraestructura. Tenemos pues
igualmente que confiar en que estos apotegmas mismos sólo podrán en
algún grado practicar la denuncia de los errores del marxismo en cuanto
que ellos a su vez hayan salido como dictados por aquella voz anónima de
los que siguen explotados y oprimidos, y los declaramos desde aquí a su
vez erróneos en todo aquello en que, a través del inevitable redactor
(pues el redactor es el principal condicionamiento histórico de los
apotegmas y vía de presión de todo condicionamiento), sean producto de
la Historia de los tiempos en que se escriben. Por lo demás, para la
corrección de los errores del marxismo una ayuda más valiosa sin duda
será siempre leer y releer atentamente los escritos de Carlos Marx.
V.51. En fin, por otra parte, no sólo por la lectura
de Marx se hace uno marxista (ni, desde luego, por afiliación ninguna),
sino que también se es marxista por nacimiento: que, así como el
oximoro de Tertuliano, aun a riesgo de dejar en entredicho la necesidad
del bautismo y asestando uno de los más certeros golpes a la oposición
entre Historia y Naturaleza, proclamaba cristiana por naturaleza al
alma, así podemos anotar nosotros anima naturaliter marxista,
no sólo porque pueda encontrar el alma su disolución en la conciencia,
adiestrada en Marx, de los principios económicos de su propio
funcionamiento, sino porque ella obedece de hecho a los principios
económicos en Marx descritos. Como también, para más justeza, podríamos
proclamar y proclamamos anima naturaliter freudiana, donde,
como se ve, no hay manera de saber si lo que se dice es que el alma
inevitablemente se hace adepta, con mortal riesgo para ella, del
psicoanálisis, o si más bien que el alma, desde su nacimiento, desde
antes del nacimiento de Freud, estaba constituida y comportándose de la
forma que el psicoanálisis describe.
Anónimo (Comuna Antinacionalista Zamorana), Hablar de la revolución es por esencia reaccionario.Apotegmas sobre el marxiasmo, fronterad, 02/01/2014
Notas
[1]
Se emplea en estos apotegmas la palabra ‘Estado’ (con mayúscula) para
hacer referencia al Orden social vigente, lo que los personalistas
llamaban hace años “desorden establecido” y a lo que algunos aluden
actualmente por eufemismo con el vocablo inglés establishment;
esto es, el hecho de que tas cosas sean como son la estructura misma de
las cosas que son como son y la fuerza o Ley que las hace ser como son.
No se estima inconveniente, sino por el contrario, el hecho de que la
palabra ‘estado’ tenga de antes un uso más restringido en la
terminología política: esa palabra, en efecto, por su inigualada
facilidad para las aplicaciones más arbitrarias (de las que “Estado = Yo”
no fue más arbitraria que las otras, sino denuncia de su
arbitrariedad), por aquella inimitable vaguedad que la hacía inasequible
a cualquier intento de definición (se ve tan sólo que se trataba de que
hubiera un concepto que no coincidiera ni con el de Gobierno ni con el
de pueblo, pero que confundiera y fusionara en sí los dos contrarios
inconciliables), revelaba que sólo precisamente en la pretensión de los
opresores usuarios suyos, para sus fines de falsificación y
sustentación, tenía la palabra ‘estado’ un valor concreto, técnico o
preciso, pero que, en verdad, para el pueblo, estaba vacía de todo
significado que no fuera esa intención del Estado que para su
confirmación la usaba; de manera que, no por su significado, que no ha
tenido nunca, sino por su carácter ejemplarmente metafísico (en el
sentido vulgar de la palabra, que alude a los procedimientos
supraestructurales destinados a recubrir miserias y conflictos con
conceptos), se presta a maravilla para designar con ella, como aquí le
hacemos designar, el Todo. Y en general, empleamos aquí las mayúsculas
honoríficas exclusivamente para aquellos nombres, herederos del de Dios
(que fue el primer y un tiempo único derechohabiente de ese tipo de
mayúscula), que de algún modo, por un uso suficientemente ya probado en
las aplicaciones prácticas del lenguaje, podemos estimar que sustituyen
al del Estado o constituyen epifanías particulares suyas.
[2]
Cfr. Heráclito, tr. 62 Diels: “Los inmortales mortales, los mortales
inmortales, viviendo éstos la muerte de aquéllos y de la vida de
aquellos estando muertos”.
[3]
Por cierto que la antítesis entre los dos personajes del diálogo, Yo y
tú, se denuncia verbalmente falsa en la segunda instancia dialéctica, y
queda así lista para su destrucción real, del siguiente modo: ‘Yo’ es
el nombre que se da la subjetividad parlante cuando se ve forzada por la
necesidad de la estructura de coexistencia a presentarse como un ser
entre los seres (“Yo soy un ciudadano, y todo el mundo tiene derecho a
llamarse Yo”); ‘tú’ a su vez es el nombre que se da a lo que, siendo, no
soy yo, a lo que me niega y aniquila en cierto modo, cuando por obra de
la misma necesidad social se le ha de reconocer, a ese extraño, a esa
amenaza de la monarquía de la pura subjetividad, una capacidad de hablar
conmigo, de hablar igual que yo: reconocerle, en suma, una subjetividad
(por ejemplo, “Te amo. ¿Me amas? Nos amamos mutuamente”). Pero desde el
momento que Yo se reconoce como “yo-que-me-disfrazo-de-ti” y tú como
“tú-que-te-disfrazas-de-Mí”, desde ese punto empieza a amanecer la
evidencia de que la oposición entre tú y Yo es falsa (tan falsa como
real), y no va (como era en los intentos de anulación del egoísta
idealmente cínico o del místico perdido en el objeto de su amor, vuelto
sujeto) por reducción a uno de los polos de la antítesis (tal es
justamente la trampa más elemental del método dialéctico), sino por
anulación de la antítesis en sí misma, que incluye naturalmente la de
sus dos polos a la vez: por descubrimiento de que lo que allí en común
había era la pura condición de objeto sostenida por la pretensión de
subjetividad o viceversa... Pero me temo estar tratando de derruir
verbalmente una antítesis más allá de lo que consiente la situación
actual misma del engaño y de la lucha contra él. Forse altro.
[4]
Las frases precedentes, y en especial las votivas, deberían leerse,
por penoso que explicarlo, con cierta solfa: no se vaya a pensar aquí
que confiamos en un Dios de la dialéctica que usa a los hombres (a
manera de rezagados discípulos de Hegel, a los que el abuelo Marx se
apresuraría a dar un palmetazo con la férula reservada para los
idealistas, de la que el propio Heidegger tendría que andar muy listo
para librarse); pero no: en lo único que se confía es en aquello que la
tercera instancia de la dialéctica, aquélla en la que Marx tan
aplicadamente trabajara, nos tiene revelado: a saber, que las
contradicciones son de la Realidad misma quizá; nuestro único dios es el
demonio de la contradicción que el Estado lleve en sus entrañas.
[5]
Obra de aprendices de dialéctica era en Marx el indicar al paso que
el caso del trabajo a destajo se reducía a caso particular del trabajo
asalariado, dado que el producto se valora por el trabajo consumido y
éste se mide en tiempo.
[6]
Nótese que cosas no hay más que las sociales, en cuanto que también
las que se llaman naturales (aquéllas de que se habla) son objetos el
Mercado y por lo tanto iguales socialmente. Significativa es a tal
propósito la repugnancia de Marx a admitir la tierra como fundamento de
valoración de la mercancía.
[7]
En la etapa de crecimiento y robustecimiento de la economía
capitalista el Dinero seguía corriendo peligro a veces de reducirse a
cosa inerte, de perder su alma, lo cual se percibía en la recuperación
de su cuerpo o materialidad: era la olla de Euclión el avaro, el dinero
improductivo, el dinero reconvertido en oro. Por el contrario, en el
pleno desarrollo de la Economía la materialidad se vuelve un pretexto
cada vez más innecesario, y el cuerpo del Dinero puede llegar a
consistir en cosa tan espiritual como la pura virtud burguesa y convenio
verbal del Crédito. De tal modo que una de las mejores gracias del
general De Gaulle fue sin duda cuando el año pasado con un irregular
aspaviento hizo temblar a los magnates de las finanzas en el terror de
que se fuera a desvelar el arcanum imperii, el secreto guardado
en los profundos y sellados sótanos de los templos (el desvelamiento
del arcano de los grandes dioses consiste siempre en el descubrimiento
de su vaciedad): que se descubriera –esto es– que en las cámaras se
guardaba oro todavía, el oro que en las cámaras se guardaba estaba casi
totalmente vacía ya de oro.
[8]
Que el Dinero estaba volviéndose un ser vivo lo sabían bien los
capitalistas antiguos, que llamaban en griego ‘cría’ a los intereses, en
latín ‘cabeza’ al capital, ‘parir’ al producir réditos; y véase cómo
en El Mercader autoriza Shylock la usura identificándola con
las ovejas de Jacob (“para sus fines cita el diablo la Escritura” que
exclamó en esto el virtuoso Antonio, con la habitual irreverencia para
con el amigo y vano escándalo publican o respecto a la Escritura); y aun
ya en el XVI con el Don Dinero de Quevedo tenemos el paso a la
personificación, o mejor aún cuando el mismo enuncia en un soneto el
proceso de sustitución del Hombre-microcosmos por el Dinero: “este en
dineros ásperos cortado/ orbe pequeño al hombre le compite/ los blasones
de ser mundo abreviado”. Pero ello es que, no antes, sino aun después
de Marx siguen las gentes tomando tales expresiones como metáforas y
burlas, como en la necia convicción de que en verdad las riendas sigue
llevándolas el Hombre de todos modos y que el Hombre seguimos viéndolo
los hombres. He aquí cómo la poesía y el humor, pese a su pretensión
reveladora, en cuanto se venden como humor y poesía, se reconducen a la
función asimiladora y rinden su correspondiente pleitesía al Capital
[9]
Hay quienes tienden a pensar más bien que las antítesis no son entre
objetos (o sustantivos), sino entre proposiciones, pues que la
contradicción tan sólo entre proposiciones puede darse, sin ver que
objeto y proposición no son más que respectivamente la manifestación
real y la lógica de lo mismo, diferencia que el proceso dialéctico
tiende a anular como la última de las antítesis. En todo caso, una
antítesis como la recorrida en el párrafo precedente se deja reducir sin
más a su forma proposicional: por ejemplo “Los hombres hacen las cosas/
las cosas hacen al Hombre”, cuyo análisis podría comenzar convirtiendo
el verbo hacer en copulativo y añadiendo “Los hombres hacen a las cosas
Hombre/ las cosas hacen al Hombre cosa”, etcétera. Si se quiere, en
fin, otro ejemplo de antítesis proposicional (pues las hay en efecto,
que de primeras se presentan como tales), tómese el siguiente; “Julio
Verne previó la gesta de los astronautas/ los astronautas han seguido
tas instrucciones de Julio Verne”; que bien puedo dejarme aquí propuesta
como ejercicio de dialéctica sobre el que volver en mejor momento,
aunque prometiéndome que probablemente habré de venir a lo largo de él a
tropezarme, desde punto de ataque tan distinto, con algunas de las
tesis dominantes sobre la institución del Tiempo y de la Historia, a las
que pienso dedicarme en el capítulo III.
[10] Uno de los Angry Young Men literarios, Jóvenes Airados que
tuvieron como campos de expresión el teatro, la literatura y el cine.
En literatura: al lado de Alan Sillitoe, John Braine y Keith
Waterhouse. En teatro: John Osborne. En cine: Osborne, Lindsay
Anderson, Tony Richardson, John Schlesinger, Karel Reisz, Jack Clayton.
[11]
Es en este punto donde la buena mala conciencia burguesa, que con
frecuencia presume de política, esa piedad ginebrina, por así decir, que
continuamente embrolla los posibles ímpetus de la mala conciencia mala,
suele acudir a la India: quiero decir, a rememorarnos de que hay sitios
en que la gente se muere también de hambre. Por supuesto que uno
prefiere hablar de las modalidades de Estado que conoce más de cerca, y
que al tiempo parecen las más modernas y dominantes. Ojalá salgan del
pueblo indio voces claras que describan con despiadada precisión por qué
procedimientos se muere allá la gente de hambre, aunque nada más sea,
para un primer estudio, comparando en la medida que se pueda con los
procedimientos por los que se moría antes del contacto con Occidente. En
tanto, no hay por qué negar aquí que en una situación del mundo, a
pesar de los esfuerzos sistematizadores del Estado, tan compleja y tan
incongruente haya dentro de la Historia en algún modo restos y
apariciones de la prehistoria, esto es, de la situación hipotética en
que la opresión de la tribu operaba desde fuera de la tribu, por medio
de los dioses del frío y de las necesidades naturales; no tiene el
análisis por qué ponerse a excluir de plano tal posibilidad (no más
misteriosa que el hecho, de que igualmente se nos habla, de que, a pesar
de que la enfermedad parece un hecho social y fruto de la maldición de
Jehová, haya bestias que padezcan epidemias, al parecer, naturales), con
tal de que no se esté queriendo sacar de ello subrepticiamente la
consecuencia de que los verdaderos enemigos, contra los que hay que ir,
no ya por la administración, sino por la revolución también, siguen
siendo siempre el frío y las necesidades naturales, como entes que ahí
siguieran independientes y exteriores.
[12]
La historia de las fórmulas o modismos acuñados por una sociedad, si
se analiza con una cuidadosa objetividad (o sea, sin confundir con el
objeto lingüístico acuñado sugerencias que al investigador, como
Individuo hablante de la misma lengua del modismo, pudieran ocurrírsele)
y siempre que se trate de una fórmula profundamente arraigada en el
estado de sociedad correspondiente, no puede por menos de iluminar la
contextura de la sociedad a la que corresponde y que no sólo ha
producido ese modo de hablar, sino que está producida por él también.
Así, el “estar en la luna”, que era cosa que antaño conseguía la
Humanidad por medio de la Religión y las novelas de viajes y
sentimentales o el embaucamiento de los juramentos amorosos o la
propaganda política, meramente verbal afín, a medida que la imaginación,
por el propio éxito en la realización de sus engendros, se va agotando
entre las gentes, ese estar en la luna se ha ido convirtiendo en algo
que requiere una operación científica y real (“el Hombre ha llegado a la
luna”, “ya estamos en la luna”), aunque conservando, por supuesto, la
misma función social que antaño, como la identidad de la fórmula verbal,
“estar en la luna”, nos lo denuncia. Lo que ha cambiado es que antes se
trataba de un modismo, con conciencia de sentido figurado y utilizado
en son de crítica, mientras que ahora, puesto que el modismo se ha
realizado materialmente, aquella conciencia ha desaparecido y no se
trata de un modismo, sino de una frase corriente del lenguaje serio.
[13] Podría decirse que también se habla de la anatomía de una persona (español antiguo notomía)
y que la retórica falangista desarrolló entre sus costumbres más
notables la de decir que las gentes se paseaban por la áspera geografía
de España: usos, como se ve, que, aparte de su extensión restringida a
círculos de hablantes y épocas de moda, no creo que llegaran a darse
nunca emancipados de la conciencia de uso figurado, cosa que no sucede
con Historia. En cuanto al uso de Gramática lo mismo para el estudio de
una lengua que para el objeto de su estudio, hay que dejarlo aparte:
pues ahí la relación entre el objeto y el estudio del objeto es de una
naturaleza singular, que permitiría en cierto modo hablar de real
identidad entre ambos.
[14]
Recordemos, con el debido dolor y respeto para quienes en el día que
se escribían estas líneas iban a comparecer ante el Tribunal, aquella
indignada exclamación que el grupo más activista de nuestros compañeros
del pasado curso imprimía en una de sus hojas al lado de la referencia
de cada una de las gestas realizadas por el grupo: “¡¡La Prensa calla!!”
[15]
En boca de pensadores crecidos en las márgenes de aquella Alemania que
fue el ámbito matriz del historicismo surgen a veces las más sensibles
reacciones sobre la visión histórica, no ya en el caso del desterrado
Marx, sino más tarde en alguno de aquellos ilustres marxistas de
Frankfurt del Meno o del destierro. Encuentro en W. Benjamin, en su
introducción al estudio sobre Edward Fuchs (cito por la edición italiana
del volumen L‘opera d’arte, Turín, 1966, p. 83), el siguiente
párrafo (que le surge al profundizar sobre unas frases de Engels en su
carta a Mehring del 14 de julio de 1893), muy pertinente al intento de
proclamar el objeto de la visión como un presente que es el todo:
“Cuanto más se reflexiona sobre las frases de Engels, tanto más resulta
claro que cualquier visión dialéctica de la historia sólo puede
conquistarse por medio de la renuncia a aquella contemplación que es
típica del historicismo. El materialista histórico debe abandonar el
elemento épico de la historia. Esta se convierte para él en objeto de
una construcción cuyo lugar no es el tiempo vacío, sino aquella época
determinada, aquella vida determinada, aquella obra determinada. El
materialista extrae la época del ámbito de la continuidad histórica reificada,
y asimismo la vida de la época, y asimismo la obra de la obra de una
vida. Pero el fruto de esa construcción es que en la obra resulta
mantenida y a la par traspuesta la obra de una vida, en la obra de una
vida la época y en la época el curso de la historia”.
[16] Cfr. A. Machado CI: “Hombres de España, ni el pasado ha muerto,/ ni está el mañana –ni el ayer– escrito”.
[17]
Con lo cual, por cierto, si daría ocasión a una posible actuación
liberadora de la crítica, en cuanto que llevado a su límite el proceso,
al aplicarse la visión histórica exactamente a su momento mismo, habría
de liberar a la acción de las cadenas del Ser; al producirse el
arrepentimiento del burgués cada vez más inmediatamente después de
cometido el pecado, cuando llegara a producirse en el momento del pecado
mismo, haría desaparecer el pecado, en vez de ser, como es de hecho el
arrepentimiento, su confirmación y perpetuación. Claro que tales
proyectos implican la operación del paso al límite, respecto a la cual
todas las dudas se levantan nuevamente.
[18] El
juego del castro (con su jugada de cierre cantada con la fórmula
“Castro hecho y derecho”) es el que entre nosotros más debe de parecerse
al que en Heráclito se menciona, el mismo o semejante al que en otras
partes llaman “Tres-en-raya” y creo que también al que llaman los
ingleses “Ticktacktoe” (cfr. ‘The Game of Tick-tack-toe’ Mathematics Teacher XLIV, 1951, y el capítulo ‘Games of Alinement and Configuration’, en H. J. R. Murray: History of Board Games other than Chess,
Oxford, 1952); todos ellos se juegan en competición, pero el elemento
de competición es en ellos accesorio y prescindible para efectos de la
presente comparación. Tiene en todo caso que tratarse, si mi
interpretación va por buen camino, de un juego tal que cada
configuración de fichas que se produce sobre el esquema de las rayas,
lejos de conseguirse, como una obra, por acumulación progresiva de
elementos, es como una cifra de la combinación simultánea de todas las
jugadas anteriores y posteriores; cada jugada en sí contiene todas las
demás, y contiene asimismo un indicador de su orden (es este elemento
del orden el que dará lugar a la concepción de la línea del Tiempo), de
tal manera que el grado de azar en la producción de las jugadas se
identifica con el grado de incapacidad en el jugador para la concepción
simultanea del proceso; el niño de Heráclito, que consigue cerrar el
juego, no sería pues el más incapaz de dicha concepción simultánea,
sino, por el contrario, el que, estando más libre de la concepción
lineal por su escaso sometimiento a la cadena del trabajo, sabe ver en
cada momento todos los momentos y así anular con el cierre, como si todo
hubiera sido una broma, el fatigoso encadenamiento de las jugadas. El
ajedrez y algún tipo habitual de solitarios podrían seguramente iluminar
bajo aspectos algo distintos la situación.
[19] Cfr. A. Machado CXXXI: “Este hombre no es de ayer ni es de mañana,/ sino de nunca”.
[20]
El rasgo acaso en que se revela de la manera más precisa la valoración
positiva del Trabajo es el hecho de que aquellos que se dedican a
actividades que en otros tiempos, al parecer, no eran Trabajo, sino
cosa de vagabundos y pertinentes a la parte del otium de los
romanos (canto y danza, curiosidad investigadora, música, escritura
artística, actividades políticas) tiendan a declarar sus actividades
orgullosamente como trabajo (y aun profesión): “Voy a ver si trabajo un
par de horas”, anuncia el que está tratando de descifrar un silabario de
la región tartesia o corrigiendo la letra de una canción para guitarra;
y deja con ello patentes la vergüenza de la entrega a una actividad
ociosa y el carácter en el más alto grado justificante y honorificiente
del término trabajo. No querría poder decir que también se oye a veces
decir lo mismo a algunos de nuestros compañeros en ocasión de dirigirse a
los políticos estudios o barullos de la conjura revolucionaria. ¿Qué
menos pedir, en todo caso, sino que ello suene con la misma solfa con
que ocasionalmente lo decían el ladrón o la prostituta?.
[21] Comparada tan oportunamente por F. Engels (prólogo al 18 Brumario de
Carlos Marx) con la Ley de Transformación de la Energía en las ciencias
físicas; pues es, en efecto, aleccionador considerar las maneras en que
también en las ciencias físicas, al cabo de un siglo de procesos de
análisis y generalización teórica –desarrollados a la par del desarrollo
de la sociedad capitalista–, aquella Ley también se ha transformado.
[22]
“Aburguesamiento del Obrero” es, por cierto, tan gran falsedad como
sangrante injuria: pues justamente la difuminación de la clase
proletaria va de par con la de la burguesía clásica; y cuando ya a duras
penas ni los más pudientes y sutiles de los burgueses pueden alcanzar a
disfrutar de algún dorado vislumbre de lo que debió de ser la calidad y
estado de burgués de un siglo atrás, sería una gran estolidez, propia
de la caída del pensamiento burgués en la más negra vulgaridad, la de
seguir pretendiendo que el Obrero de hoy pueda acceder jamás a semejante
paraíso
[23] Cfr. el heraclitano Pólemos patèr pánton,
aquello de “la Guerra padre de todo”; o “madre” que diríamos nosotros
por tentación de la concordancia gramatical, pero cayendo así
seguramente en una fórmula más confusa; ya que respecto al proceso de
transformación histórica sería más bien función paterna, y no maternal,
la que cumple aquella Guerra, esto es, la objetivación de la
subjetividad correspondida por la subjetivación de las condiciones
objetivas.
[24]
Vale a este propósito la pena leer un comentario humorístico como el
siguiente de la prensa del corriente año acerca del proceso de
aconchabamiento entre el Poder y el Capital: “Dialectique financiere.
–Ainsi donc, dans le même temps oú l’Etat demande au secteur privé de
lui venir en aide pour le financement de ses équipements autoroutiers et
téléphoniques, il crée une institution chargée de donner á l‘industrie
privée les crédits d‘Etat qui lui font défaut pour ses investissements.
–Cet admirable mouvement de balance et d‘entraide porte bien la marque
de notre tradition d‘equílibre, de générosité et de bon sens. –Une
question se pose cependant: est-ce que le Trésor public, en prétant de
l’argent an secteur privé, va mettre celuici en mesure d’avancer des
capitaux á l’Etat? Ou bien sont-ce les capitaux privés qui, en prétant
de l’argent á l’Etat, vont lui donner la possibilité d’ouvrir des
ctédits á l’industrie? Jean-F. Lévy”. (Recuadro ‘Au jour le jour’, Le Monde, 7721,
9-10 de noviembre de 1969). Por la demás cfr. nota 8 acerca de cómo el
humor, a cambio de la prerrogativa de poder decir las cosas como sin
decirlas, tiene que cumplir con la triste ley de, diciéndolas, no
decirlas sin embargo.
[25]
‘Pueblo’ sólo puede definirse como ‘oprimido’ (súbditos,
contribuyentes, reclutas, objeto, en suma, del Poder); por manera que en
la sola palabra Democracia (que une ‘pueblo’, demo-, como genitivo sujeto de kratos,
‘el Poder’, pretendiendo que signifique no “fuerza ejercida sobre el
pueblo” sino “fuerza ejercida por el pueblo”, evidentemente sobre nadie)
se contiene el germen de todas las falacias, aquéllas en cuya virtud el
pueblo elige sus gobernantes y éstos son representantes del pueblo y
por tanto el pueblo gobierna, sea dictatorial – o democráticamente; lo
cual, por la definición, quiere decir exactamente que no hay ya pueblo
(esto es, gentes, ciudadanos, simples contribuyentes), sino tan sólo
gobernantes.
[26]
Discurriendo con un viejo amigo que elabora un estudio sobre la
representación y las figuras y cuestiones afines, se nos aparece la
Bandera (nacional), como símbolo de muy especial naturaleza: algo que
tiene por un lado el carácter de los signos convencionales, como creado
ad hoc para la representación, pero cuyo nexo con la cosa no es el de la
pura significación, sino, como en los casos dc metonimia o de metáfora,
el de una sustitución, de tal modo que no menciona a la Patria la
Bandera, sino que es la Patria: recuérdese la historia que se cuenta en
el himno de la infantería española, donde ambas se intercambian hasta el
punto de que se dice “Y la Patria, a quien su vida/ le entregó,/ en la
frente dolorida/ le devuelve agradecida/ el beso que recibió” (e. e. la
Bandera en el momento de la jura); y es en calidad de tal sustituta como
se la puede adorar, escupir y pisotear, en lo que apenas si hallamos
otro caso como el de la conexión eucarística (donde la situación por
otra parte es ya diferente por el hecho mismo de que haya una doctrina
explícita de la identidad). No puede menos de pensarse que con ese tipo
de relaciones de sustitución se trataba de imitar y reafirmar la unidad
dual de “cuerpo-arma” consagrada previamente por la Ideología. Pero
coincide que el desarrollo de ese cuerpo (o más precisamente, cara) para
la Patria con la Bandera nacional no se produce para cualquier tipo
histórico de patria, sino para el Estado, y éste justamente se consolida
como entidad abstracta (en el sentido de “aquello que tanto más es
cuanto menos existe”) simultáneamente con la moderna reformulación del
alma bajo la forma del Yo, proceso del que fue síntoma el empleo del
pronombre personal sustantivado. Y así como más o menos coincide con la
consolidación del Estado el establecimiento y fijación de las Banderas
nacionales, así coincide con la consolidación del Yo el establecimiento,
por un lado, de los documentos personales de identidad y, por el otro,
el desarrollo de ese aura visible que suele llamarse (por ejemplo, en
los slogans de la propaganda) personalidad (cuanto más sublimado el Ser
tanto más necesita de caras visibles dedicadas a su vicaría), y a su vez
más o menos coinciden entre sí los dos procesos paralelos.
La Comuna Antinacionalista Zamorana era una criatura animada sobre todo por Agustín García Calvo, a quien con la reproducción de estos Apotegmas sobre el marxismo con motivo del 150 aniversario de Carlos Marx,
publicados en abril de 1977 por La Banda de Moebius, queremos recordar.
Agradecemos a Isabel Escudero su amable intercesión para recuperar este
texto y a Javi Sanmartín, animador del Baúl de trompetillas, dedicado a mantener viva toda la obra de García Calvo, y de donde hemos recogido –del apartado Libros anónimos- estos Apotegmas.
Agustín García Calvo era gramático, dramaturgo, poeta y filósofo.
“Los libros donde se tratan estas cuestiones”, escribió en un mensaje,
están publicados por la editorial Lucina: Análisis de la sociedad
del bienestar, Avisos para el derrumbe, Noticias de abajo, Que no, que
no, 37 adioses al mundo, De verde a viejo, de viejo a verde. Sus textos pueden también leerse en la red en la página web www.editoriallucina.es y en el blog http://agustingarciacalvo.blogspot.com/. En FronteraD publicamos El Poder y el Dinero están fundados en la fe.
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