Les veritats temporals de l'Església catòlica.
El 6 de octubre de 1983, festividad de santa María Francisca de las Cinco Llagas, el presidente de las Cortes, Gregorio Peces Barba, entra en la sala donde está reunida la dirección del Grupo Parlamentario Socialista con una noticia que le quema la boca. Acaban de comunicarle que, quienes voten la vulgarmente llamada ley del aborto, serán inmediatamente excomulgados por el Papa, entonces el polaco Juan Pablo II. No dice su fuente, pero parece haberse creído la amenaza. Está acongojado. Se le hace poco caso. La votación, aquella misma tarde, dio este resultado: 186 votos a favor (el PSOE tenía entonces 202 diputados), 109 en contra, 4 abstenciones y 48 ausencias. En el debate, resucitado ahora, habían abundado calificativos muy gruesos (sinónimo: groseros), como el tachar de asesinos, literalmente, a los proponentes. No hubo excomunión, claro está. El Vaticano y sus obispos en España iban de farol. Media Europa llevaba décadas con leyes sobre el aborto más amplias, aprobadas por Gobiernos conservadores e, incluso, cristianos, y nunca habían llegado a tanto las execraciones eclesiásticas.
Ahora que han pasado 30 años y que un partido conservador gobierna en España y propone una ley del aborto
“semejante a aquella de 1983”, ningún obispo alza la voz con ira, salvo
para reclamar que la norma “no sea un coladero”. Es la preocupación del
cardenal Rouco. Lo declaró la semana pasada al Abc. Ayer, ni siquiera
entró en el tema, en un discurso de 2.334 palabras que sus fieles
acogieron sin aspavientos, como fríos. Solo esta frase puede tomarse
como crítica: “Ni siquiera el don de la vida se entiende como definitivo
e inviolable”.
Que la ley Gallardón es “semejante a aquella de 1983”, promovida por
los socialistas, lo ha dicho el ministro proponente, pero también el
presidente Rajoy, este con el calificativo de “igual”. Tomemos que es
verdad, a efectos dialécticos (que no lo es). ¿En qué posición quedan
los obispos, aceptando ahora como mal menor un proyecto que hace tres
décadas merecía la excomunión? ¿Entreguismo a un Ejecutivo que sienten
como propio, acaso? Relativismo moral, les diría el teólogo Ratzinger,
papa emérito. Relativismo que absolutiza lo relativo, añadirá un
dialéctico avispado.
Al filósofo Sebreli, argentino como el papa Francisco, le resulta tan
fastidioso como inútil amontonar argumentos para demostrar que toda
sociedad está en el tiempo. Este cambio de chaqueta, que también alcanza
a la derecha, demuestra algo que suele desagradar a los jerarcas del
catolicismo romano: que su institución también es fieramente humana. El
Vaticano se negó a creer durante siglos que la Tierra fuera redonda y
girase alrededor del Sol. Todavía mantiene viva la inocentada de un
Herodes que manda matar a miles de sus súbditos recién nacidos. Ayer
enarboló Rouco esa enormidad. “No estáis solos, como tampoco lo estaban
María y José cuando se desencadena por Herodes la persecución del Niño
Jesús y la matanza de los inocentes”, proclamó. En cambio, apenas han
pasado 30 años y ya suaviza sus intransigencias ante el aborto
voluntario. Los ultracatólicos trinan, pero al ministro Gallardón,
ejecutor de la contrarreforma, le habrá parecido prodigioso.
Juan G. Bedoya, El relativismo absolutiza lo relativo, El País, 30/12/2013
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