Cal ser molt fort per ser moderat.

Sèneca
Se dice que pensar es medir. Y ello requiere sin duda algunas consideraciones. Se prejuzga en qué consiste hacerlo, y se utiliza para apuntalar así la objetividad de nuestros planteamientos, aunque tal vez precisemos detenernos antes de presuponer demasiado. Si por medir se entiende simplemente elaborar cálculos, o establecer numéricamente distancias, alturas, longitudes, superficies o volúmenes, difícilmente estaríamos de acuerdo. No se reduce a un asunto de dimensión. Eso no significa que al hacerlo dejemos de pensar, pero desconcierta una cierta tendencia a estimar que hemos de constreñirnos a dar cuenta y razón, como si ello garantizara la verdad. En tal caso, sería suficiente con comprobar y con comparar. Ahora bien, baste con recordar que el sentido de la medida no se limita a medir. E incluso que medir tiene otro y mayor alcance. Desde luego se requiere competencia pero, además de que aquello que nos ocupa sea mensurable, también se precisa capacidad de mesura.


La ponderación es la capacidad de sopesar, incluso los actos. Y más aún, hasta sus consecuencias. Entre otras razones, porque una acción en rigor ha de incluirlas. Los efectos no son indiferentes, ni es cosa de eludirlos desde una apática irresponsabilidad. Presumir que uno no lo buscaba ni lo deseaba, como eximiéndose de ello, es ignorar que el actuar activa mecanismos y procedimientos capaces de continuar lo que llamamos actos, que es la puesta en marcha de un proceso con tendencia, por tanto, a proseguir. Así que, si de medir se trata, conviene  no dar por medido de entrada aquello que dice querer medirse.

Parecería que semejantes inquietudes minusvaloran el sentido de la mesura. Al contrario, esta no es un mero ingrediente sino un componente de la acción, lo que justamente la caracteriza como ajustada y susceptible de ser justa. El equilibrio, la armonía, la serenidad no son formas de displicente indiferencia para con la cosa, sino un modo radical de atención y de contemplación.

La mesura incluye la capacidad de comprender que ni todo se agota en la distancia respecto de nuestros ojos, ni se restringe al alcance de nuestros brazos, ni de nuestra voz, ni de la facultad de nuestro oído. En definitiva, porque “el hombre es la medida de todas las cosas”, como asegura Protágoras, precisamente por eso, conviene no estar tan seguro de que serlo se reduce a medir. No basta la vista, se requiere la mirada, no basta el brazo, se precisa el abrazo, no es suficiente con la voz, se necesita la palabra, no basta el oído hace falta la escucha. Y siempre pensamiento.

La mesura no consiste sin más en medir las consecuencias, sino en tenerlas en consideración para decidir y asumir el riesgo con entereza. La audacia de ser mesurado no es la ausencia de decisión, es un modo de decidir. No es estar exento de intensidad y de pasión, es dar con la distancia idónea y pertinente. Y no hay demasiadas indicaciones al respecto. No es el temple del apaciguamiento de la voluntad de actuar, sino el de la templanza en la acción. Entre el miedo y la osadía, la mesura cultiva la prudencia. Es la moderación de ocuparse directa y claramente, sin distracciones en el mero cálculo. Es inteligencia práctica. Se pronuncia contra la supuesta eficacia del descuido. La mesura incluye el alcance y repercusión en los demás de lo realizado. La mesura ha de cultivarse y es educación.

La desmesura social no ha de confundirse con la firmeza en las actitudes y comportamientos. Como si ser desconsiderado fuera una prueba de energía. Menos aún se trata de estimar que es garantía de éxito en las acciones. Las buenas razones y los buenos argumentos precisan de la coherencia e insistencia de las convicciones y de los modos pertinentes para hacerlos valer. Y no pocas veces precisamente el exceso de las cautelas o la ausencia de las mismas debilitan la incidencia de lo realizado. En este sentido, la mesura es eficiente y en numerosas ocasiones produce efectos de incorporación y de asentimiento que no le restan ni fuerza, ni alcance.

Reducir el pensamiento a puro cálculo no es sino otra desmesura. Ni el cuidado es mera meticulosidad, ni es cuestión de pretender confundir el sentido de la medida con el control absoluto, la garantía inequívoca y el dominio total. No es suficiente con que nos convenga. Es preciso que sea conveniente. Y en esto Aristóteles nos enseña que la pertinencia de algo no se agota en nuestro interés individual, ni en la mera satisfacción o posesión. La mesura no pretende clausurar en cada caso la realidad de lo viable. Más bien inaugura otras posibilidades, dado que no es ninguna mediocridad, ni medianía, ni término medio. Antes al contrario, se trata de la innovación que procura la tensión y la exigencia de lograr la mejor armonía.

En cierta medida, también la mesura empieza por uno mismo, por tratar de armonizar y de coordinar la pluralidad de voces en que uno consiste. Reconocer que somos diálogo, incluso singularmente, como ya Gadamer de la mano de Platón nos recuerda, que nuestro pensamiento se sustenta en esta acción de acordarnos es clave para comprender.

Sin embargo hay una cierta tendencia a considerar que la mesura es tibieza o ausencia de compromiso, falta de contundencia, mientras goza de privilegio el exceso. Y tal planteamiento empieza por impregnar nuestro lenguaje. Presumimos que se es más sincero y más directo si se es descuidado, incluso con las propias palabras, si se es intransigente, prueba por lo visto de autenticidad, si no se atiende a razones, lo que confirmaría la determinación y la claridad de ideas. Escuchar, buscar, conversar serían ceremonias de dilación, y más aún si se hiciera mesuradamente. La sensatez, la circunspección o la discreción completarían la constatación de falta de intrepidez.

Ya Séneca nos previene de que hay que ser muy fuerte para ser moderado. Y ello supone toda una actitud personal, social y política. En momentos singularmente complejos, convocados por urgencias insoslayables, conviene no olvidar que la mesura es una manera de abordar directamente los asuntos, una forma de considerar la acción, con alcance y repercusión, pero sin ampararse en prisas que no pocas veces emboscan otros intereses. Entre la mesura y la audacia, más vale la audacia de la mesura.

Ángel Gabilondo, La audacia de ser mesurado, El salto del Ángel, 04/02/2014

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