Cal ser molt fort per ser moderat.
Sèneca |
La ponderación es la capacidad de sopesar, incluso
los actos. Y más aún, hasta sus consecuencias. Entre otras razones,
porque una acción en rigor ha de incluirlas. Los efectos no son
indiferentes, ni es cosa de eludirlos desde una apática
irresponsabilidad. Presumir que uno no lo buscaba ni lo deseaba, como
eximiéndose de ello, es ignorar que el actuar activa mecanismos y
procedimientos capaces de continuar lo que llamamos actos, que es la
puesta en marcha de un proceso con tendencia, por tanto, a proseguir.
Así que, si de medir se trata, conviene no dar por medido de entrada
aquello que dice querer medirse.
Parecería que semejantes inquietudes minusvaloran el sentido de la
mesura. Al contrario, esta no es un mero ingrediente sino un componente
de la acción, lo que justamente la caracteriza como ajustada y
susceptible de ser justa. El equilibrio, la armonía, la serenidad no son
formas de displicente indiferencia para con la cosa, sino un modo
radical de atención y de contemplación.
La mesura incluye la capacidad de comprender que ni todo se agota en
la distancia respecto de nuestros ojos, ni se restringe al alcance de
nuestros brazos, ni de nuestra voz, ni de la facultad de nuestro oído.
En definitiva, porque “el hombre es la medida de todas las cosas”, como asegura Protágoras,
precisamente por eso, conviene no estar tan seguro de que serlo se
reduce a medir. No basta la vista, se requiere la mirada, no basta el
brazo, se precisa el abrazo, no es suficiente con la voz, se necesita la
palabra, no basta el oído hace falta la escucha. Y siempre pensamiento.
La mesura no consiste sin más en medir las consecuencias, sino en
tenerlas en consideración para decidir y asumir el riesgo con entereza. La audacia de ser mesurado no es la ausencia de decisión, es un modo de decidir. No es estar exento de intensidad y de pasión, es dar con la distancia
idónea y pertinente. Y no hay demasiadas indicaciones al respecto. No
es el temple del apaciguamiento de la voluntad de actuar, sino el de la
templanza en la acción. Entre el miedo y la osadía, la mesura cultiva la
prudencia. Es la moderación de ocuparse directa y claramente, sin
distracciones en el mero cálculo. Es inteligencia práctica. Se pronuncia
contra la supuesta eficacia del descuido. La mesura incluye el alcance y
repercusión en los demás de lo realizado. La mesura ha de cultivarse y
es educación.
La desmesura social no ha de confundirse con la
firmeza en las actitudes y comportamientos. Como si ser desconsiderado
fuera una prueba de energía. Menos aún se trata de estimar que es
garantía de éxito en las acciones. Las buenas razones y los buenos
argumentos precisan de la coherencia e insistencia
de las convicciones y de los modos pertinentes para hacerlos valer. Y
no pocas veces precisamente el exceso de las cautelas o la ausencia de
las mismas debilitan la incidencia de lo realizado. En este sentido, la mesura es eficiente y en numerosas ocasiones produce efectos de incorporación y de asentimiento que no le restan ni fuerza, ni alcance.
Reducir el pensamiento a puro cálculo no es sino otra desmesura. Ni
el cuidado es mera meticulosidad, ni es cuestión de pretender confundir
el sentido de la medida con el control absoluto, la garantía inequívoca y
el dominio total. No es suficiente con que nos convenga. Es preciso que
sea conveniente. Y en esto Aristóteles nos enseña que
la pertinencia de algo no se agota en nuestro interés individual, ni en
la mera satisfacción o posesión. La mesura no pretende clausurar en cada
caso la realidad de lo viable. Más bien inaugura otras posibilidades,
dado que no es ninguna mediocridad, ni medianía, ni término medio. Antes al contrario, se trata de la innovación que procura la tensión y la exigencia de lograr la mejor armonía.
En cierta medida, también la mesura empieza por uno mismo, por tratar de armonizar y de coordinar la pluralidad de voces en que uno consiste. Reconocer que somos diálogo, incluso singularmente, como ya Gadamer de la mano de Platón nos recuerda, que nuestro pensamiento se sustenta en esta acción de acordarnos es clave para comprender.
Sin embargo hay una cierta tendencia a considerar que la mesura es tibieza o ausencia de compromiso, falta de contundencia, mientras goza de privilegio el exceso. Y
tal planteamiento empieza por impregnar nuestro lenguaje. Presumimos
que se es más sincero y más directo si se es descuidado, incluso con las
propias palabras, si se es intransigente, prueba por lo visto de
autenticidad, si no se atiende a razones, lo que confirmaría la
determinación y la claridad de ideas. Escuchar, buscar, conversar serían
ceremonias de dilación, y más aún si se hiciera mesuradamente. La
sensatez, la circunspección o la discreción completarían la constatación
de falta de intrepidez.
Ya Séneca nos previene de que hay que ser muy fuerte
para ser moderado. Y ello supone toda una actitud personal, social y
política. En momentos singularmente complejos, convocados por urgencias
insoslayables, conviene no olvidar que la mesura es una manera de
abordar directamente los asuntos, una forma de considerar la acción, con
alcance y repercusión, pero sin ampararse en prisas que no pocas veces
emboscan otros intereses. Entre la mesura y la audacia, más vale la audacia de la mesura.
Ángel Gabilondo, La audacia de ser mesurado, El salto del Ángel, 04/02/2014
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