De Tales a Empèdocles.
¿Qué es physis? Hasta que repasemos los conceptos de cada sabio al respecto, físico significa autoconstituido, cosa que es por sí, formada a partir de su propia substancia. Lo físico es principio (arjé) en sentido estricto, como factor que a la vez rige la presencia en su conjunto, y que explica también su diversificación.
Con pocas excepciones, los libros escritos por los primeros filósofos griegos se llaman Peri physeos, una expresión que suele traducirse por «Sobre la naturaleza». También el universo mágico era «naturaleza» o cosa heredada, pero lo que distingue el principio griego es que se trata de una naturaleza precisamente «física». Aunque los griegos fueron un pueblo tan tolerante como escéptico hacia casi todo lo considerado dogma por otras civilizaciones, esa experiencia de lo autoconstituido o por sí tiene para ellos la fuerza de lo evidente. De ahí la frase que abre la Física aristotélica:
«Que hay la physis es ridículo intentar ponerlo de manifiesto».
El mero hecho de plantear lo «que hay» de ese modo impulsa
a los griegos a no quedarse en su representación simbólica
—como los primitivos con su tótem—, sino a tratar de
precisar ese qué y su cómo, inaugurando así el proyecto
de la ciencia. Partir de lo físico les permitía combinar
el recién descubierto realismo con su capacidad de abstracción,
tan superior a la de otros pueblos antiguos.
Tales de Mileto, que vivió entre los siglos VII y VI a.C. fue uno de los siete Sabios de Grecia. Viajó a Egipto, donde pudo aprender los fundamentos matemáticos que le permitieron más tarde predecir un eclipse y hacer varias demostraciones geométricas . Estas proezas, y algunas otras que se le atribuyen, son quizá meras leyendas.
Tales es considerado el primer «físico» porque redujo el principio de todo a la humedad. «Principio» (arjé) significa en griego «lo que rige para algo», y ese término constituye lo verdaderamente fundamental de Tales, porque prefigura la noción de causa. Que el arjé sea precisamente agua es ya una tesis que queda algo por detrás de lo presentido. Su principal valor será prescindir de las teogonías vigentes en todas las culturas por entonces. El agua como principio ofrece la ventaja adicional de preparar el concepto del elemento, que es un modo de explicar lo real por causas «inmanentes» y no por factores «trascendentes».
En ese ingenuo camino de identificar la fuente activa del cosmos con un elemento particular, Tales fue seguido por su compatriota Anaxímenes, que en vez del agua atribuyó el principio al aire, y que trató de demostrarlo con una dinámica de rarefacción (donde se convierte en fuego) y condensación (donde se convierte en viento, nubes, agua y finalmente tierra). Anaxímenes fue también el primero en afirmar que la Luna refleja la luz del Sol, considerando que los eclipses solares y lunares se debían a cuerpos semejantes a la Tierra que giraban por el cielo. Al igual que sucede con Tales, lo más importante de Anaxímenes como pensador es seguir atribuyendo al universo una causalidad inmanente, basada en una autoorganización de lo físico.
Entre Tales y Anaxímenes aparece el primer pensador profundo y consecuente. Anaximandro alcanzó prestigio por sus conocimientos astronómicos y geográficos (compuso un mapa de la Tierra, fabricó una esfera, inventó relojes solares), y tuvo notables atisbos de biología evolutiva. Asombra la intuición de que «el hombre fue engendrado por animales de otra especie, y los primeros seres vivos surgieron de las aguas calentadas por el Sol.”.
Pero a Anaximandro principios como el agua o el aire le parecen resultados, y concretamente resultados finitos, incapaces explicar la riqueza y variedad de la presencia. Busca por eso el principio universal en algo libre de cualquier figura exterior determinada, realmente infinito y eterno, a lo que llama ápeiron. Este neologismo está compuesto por una partícula privativa (equivalente a la a de amoral, o al in de invisible) y el término péras, que en griego significa determinación, límite. Cualquier cosa dotada de figura logra su definición sobre la base de precisar dónde termina o acaba, describiendo sus «perfiles». Lo ápeiron, que no se constituye «negativamente» o por contraste, rechaza esa restricción. Como dice el comentarista Simplicio,
«Anaximandro (...) no consideró como principio el agua ni ningún otro de los llamados elementos, sino otra substancia ilimitada de la cual proceden todos los cielos y cosmos que hay en ellos».
El pensamiento especulativo nace cuando esta substancia ilimitada
se pone en relación con el reino de los límites.
El primer fragmento de Anaximandro, que parece haberse conservado intacto,
dice:
«Principio y elemento de las cosas es lo ápeiron. De donde las cosas tienen origen, hacia allí tiene lugar también su perecer, según la necesidad; pues pagan unas a otras su injusticia conforme al orden del tiempo».
Si se descarta una interpretación en la línea de los misterios
órficos (a los que luego aludiremos), lo que se obtiene es una
idea de la materia. Como ápeiron, el principio-elemento
de las cosas es algo incorruptible e indestructible, sometido a un movimiento
donde alternan cohesión y disgregación. Lo que se distingue
de esta materia -como resultado aparente- son las «cosas».
Cualquier cosa definida proviene de una generación y —según
otro fragmento de Anaximandro— «la generación resulta
de la separación de los contrarios». En esa misma medida,
las cosas son presencias unilaterales, predominios de unas determinaciones
o cualidades sobre otras, que pagan el hecho de alzarse hasta una
definición precisa con tener como entidad sus límites,
esto es: aquello donde «terminan». Eterno sólo puede
ser aquello indiferente a la negación, y cualquier algo
distinto del ápeiron se constituye por oposición
a otros algos. La «necesidad» física es que esa especie
de cera primordial —«principio y elemento»— vaya
moldeándose de innumerables modos, para recaer una y otra vez en
lo ilimitado.
Vertiginosamente denso y abstracto a la vez, este concepto inaugura la filosofía en cuanto tal. El mundo sensible se presenta como suma de determinaciones, cuya base son precisamente tales y cuales límites, sostenidos a su vez sobre una separación de contrarios. Dichos contrarios (grande-pequeño, caliente-frío, sólido-gaseoso, etc.) remiten siempre a un soporte físico que existe por sí, y que invita a la investigación.
Aunque nació aproximadamente un siglo después que
Anaximandro, y por edad corresponde al segundo periodo de la especulación
presocrática, la orientación de los milesios es proseguida
fundamentalmente por Empédocles. Personalidad deslumbrante
para sus conciudadanos, príncipe y mago, naturalista y poeta, Empédocles
constituye una especie de Fausto antiguo. Como comenta Zeller,
«...en él se mezcla una pasión por la investigación científica con el no menos vehemente deseo de elevarse sobre la naturaleza [...]. Su propósito era descubrir qué fuerzas gobernaban en el mundo natural, para ponerlas al servicio de los demás hombres».
Estudió con atención botánica y zoología,
y llegó a la conclusión —presentida ya por Anaximandro—
de que en la creación de los seres vivos se observa un progreso
sostenido hacia formas cada vez más perfectas. El punto de
partida fueron aglomerados informes, que con el transcurso del
tiempo acabaron estructurándose en organismos superiores.
Añadió a ello que la naturaleza del pensamiento depende
de la del cuerpo, al igual que la percepción de los sentidos,
y que ambas cosas eran funciones de la estructura orgánica,
siendo por lo mismo innecesario postular «almas».
La gran influencia ejercida por Empédocles, prácticamente hasta el siglo XVIII, cuando la química y la física descartaron su sistema, proviene de la teoría de los cuatro elementos, que él llamaba «raíces de todas las cosas»: fuego, aire, agua, tierra. Inalterables en sí, eternas y resistentes a cualquier amalgama capaz de crear con ellas cuatro alguna nueva, estas «raíces», se combinan de modo exterior para formar todos los cuerpos del universo. Cada cosa es sólo una cierta proporción de ellas, que si bien se mezclan para constituir esto y aquello permanecen interiormente aisladas, prestas a disgregarse tan pronto como cese por muerte o por otros medios mecánicos la cohesión de la cosa. Para explicar la mezcla y la separación de los elementos, Empédocles recurrió a dos fuerzas cósmicas que llamó Amor y Odio, representante la primera de la tendencia de la unidad y representante la segunda de lo inverso, la separación.
Antonio Escohotado, Los primeros pensadores griegos
BIBLIOGRAFIA
ZELLER, E:, Fundamentos de la filosofía griega, Siglo Veinte,
Buenos Aires, 1968.
KIRK, G.S., y RAVEN, J.E., Los filósofos presocráticos (Historia crítica y selección de textos), Gredos, Madrid, 1978 (2 vols.)
HEGEL, G.W.F., Lecciones sobre historia de la filosofía (vol. I), FCE, México, 1955.
ESCOHOTADO, A., De physis a polis. La evolución del pensamiento filosófico griego desde Tales a Sócrates, Barcelona, Anagrama, 1975.
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