Les proves a favor del sistema heliocèntric.
Como es sabido las discusiones entre Galileo y la Iglesia Católica (IC) estuvieron centradas en cómo interpretar los nuevos datos observacionales obtenidos al apuntar por primera vez un telescopio al cielo nocturno. Pero para poder entender el desarrollo de estas discusiones sin caer en el presentismo (juzgar el pasado desde el conocimiento y actitudes del presente), se hará necesario retomar un poco de perspectiva.
Si olvidamos
por un momento lo que nos han enseñado de lo descubierto en los últimos
400 años, nos dejamos guiar por nuestro sentido común y sólo podemos
observar el cielo con nuestros ojos desnudos, se llega a unas
conclusiones un poco chocantes, todas compatibles con los datos
observacionales disponibles:
a) La Tierra, esférica, parece ser el centro del universob) Los movimientos observados de los objetos celestes pueden ser descritos con precisión suficiente por el sistema de Ptolomeoc) No existe evidencia empírica que respalde el sistema de Copérnico. Este sistema es un truco matemático que simplifica el de Ptolomeo (hay que recordar que el sistema de Copérnico, de órbitas circulares, sigue recurriendo al artificio ptolemaico de los epiciclos; habrá que esperar a Kepler para su eliminación).
Es decir, en
el momento en el que Galileo presenta sus observaciones con el
telescopio (que resumiremos en la próxima anotación), la visión
geocéntrica del universo, más allá de filosofías y religiones, desde un
punto de vista estrictamente científico, es la posición archiestablecida
y compatible con las observaciones. Por poner un ejemplo un poco
extremo: Un empiricista ateo radical en 1600 sería geocentrista y se
plantearía el heliocentrismo como hoy se podría plantear la teoría de
los universos paralelos sugerida por algunas interpretaciones de la mecánica cuántica: una posibilidad sugerida por las matemáticas.
Imaginemos
ahora que tenemos un telescopio (y nuestros conocimientos de 1600).
¿Podemos descartar inmediatamente el geocentrismo? No es tan evidente
como nos gustaría creer, y comprender esto nos permitirá valorar las
pruebas aportadas por Galileo en su justa medida.
Para ello
volvamos un momento a la actualidad. Hoy, con todos los avances
tecnológicos que tenemos, poseemos tecnologías que nos permiten ver un átomo, incluso el orden de los enlaces químicos, pero no existe ninguna tecnología que muestre directamente
que la Tierra se mueva alrededor del Sol o el Sol alrededor de la
Tierra (una animación por ordenador del Sistema Solar no es una
observación directa, es una simulación basada en una teoría).
Nuestra prueba de más peso de que la Tierra se mueve (alrededor del Sol) es la paralaje estelar,
cuyos primeros intentos de medición en el XVIII chocaron con la
insuficiente capacidad de los telescopios disponibles, y que sólo a
finales del XIX pudo empezar a medirse con resultados significativos.
Pero esta prueba, estrictamente hablando, tampoco se puede considerar
directa.
Los planetas
del Sistema Solar están en un plano, y las sondas espaciales se mandan a
explorar en ese plano, que es donde están las cosas interesantes. Para
poder observar los movimientos relativos de los planetas y el Sol
tendríamos que mandar una sonda perpendicularmente a ese plano (y que
viajase unas cuantas décadas) para que tomase fotos. Ni siquiera una de
esas fotos en las que apareciese, por poner un caso, el Sol, Mercurio,
Venus, la Tierra y Marte, nos diría quién se mueve alrededor de quién.
Ni siquiera un vídeo nos lo podría decir: sólo mostraría movimientos relativos
de los cuerpos, es decir la forma en la que planetas y Sol se mueven
relativamente entre sí. Y se podría argumentar que los movimientos
observados son compatibles con un sistema geocéntrico como el de Tycho (aquí hay una preciosa comparación dinámica de los sistemas de Copérnico y
Tycho, sin epiciclos), eso sí, modificado (con órbitas elípticas y
velocidades planetarias variables, conceptos ambos keplerianos) para
eliminar los epiciclos y las órbitas circulares. Vemos, pues, que los
datos experimentales siguen siendo interpretables en virtud de
diferentes hipótesis; serán necesarios otros datos diferentes para
decidir cuál es la hipótesis más correcta (en este caso esos nuevos
datos podrían ser, por ejemplo, las observaciones de la paralaje estelar
que mencionábamos antes).
El punto que
intento ilustrar, y que es importante cuando veamos la recepción de los
hallazgos de Galileo, es que las pruebas que obtenemos con la
tecnología disponible no es tan directa como tendemos a asumir. Dicho
claramente, en la época en la que se produjeron, los descubrimientos de
Galileo no podían zanjar la cuestión entre geocentrismo y heliocentrismo. Lo iremos viendo en las próximas anotaciones.
César Tomé López, Galileo vs. Iglesia Católica redux (II): Perspectivas, Cuaderno de Cultura Científica (kzk), 03/09/2013
Comentaris