Desplaçar el concepte "nació" del centre de les reivindicacions democràtiques.
Dos vecinos que no se soportan. Sufren desencuentros en su día a día, se
infligen mutuamente inocentes maldades para hacerle al otro la vida un
poco más difícil. Pero en la Diada de Catalunya de 2013 inopinadamente
se encuentran: con el Mediterráneo al fondo, recelosos al principio,
acaban por darse la mano ya que deben completar un tramo de la cadena
humana. Las diferencias han quedado aparcadas para otro momento porque,
como concluye una voz incorpórea, «tenim una cosa en comú: Catalunya».
El escritor Quim Monzó y el actor Juanjo Puigcorbé protagonizan así
el vídeo que l'Assemblea Nacional Catalana (ANC) lanzó como convocatoria
de la Via Catalana Cap a la Independència. Lejos de ser irrelevante,
este spot sintetiza el imaginario puesto en marcha por la ANC que ha
conducido al indiscutible éxito de la pasada Diada. No es una anécdota
este relato entrañable, que tiene su clave en una filigrana
perturbadora: los problemas que propone dejar a un lado, todo lo que
tiene menos importancia que la «cosa en común», se reduce a minucias
cotidianas de dos varones blancos de clase media citadina. En este
territorio de ficción no existen conflictos de género, de origen
cultural o étnico; no hay diferencias de clase. De hecho, ni siquiera
parece haber problemas a propósito del territorio mismo que se dice
tener en común.
El imaginario movilizado por la ANC higieniza la política en busca de
superar las diferencias en el proyecto de construcción nacional. El
conflicto fundamental, allí donde se encuentran todos los problemas, se
proyecta hacia un afuera de «nuestra» comunidad. En este imaginario de
«lo común» bajo el significante «Catalunya» no se perciben élites ni
oligarquías, mucho menos corrupción de la política. No existen sujetos
excluidos de la ciudadanía, ni racismo, ni xenofobia, ni centros de
internamiento para extranjeros. Nadie parece haber sido desposeído de
sus derechos; no hay desatención sanitaria ni desahucios, ni
malnutrición infantil o represión de la protesta. Esta política
higiénica es, en realidad, la representación de una Catalunya
internamente despolitizada propugnada por las voces hegemónicas en el
reclamo del «Estat independent». Parece casi una banalidad señalarlo.
Pero incluso para algunas posiciones políticas que reconocen conflictos
«internos» de Catalunya, estos parecen quedar aparcados o pospuestos
para un segundo momento: la lucha que vendrá «después» de alcanzar la
soberanía. Primero conseguir un Estado propio, del resto, «ja en
parlarem». Cabe preguntar si acaso es posible diferenciar entre estos
dos momentos del conflicto: ¿qué efectos políticos tiene el permitir que
sea hegemónico el imaginario higienizado de una sociedad que en
realidad se encuentra inevitablemente atravesada por las diferencias?
Una sociedad donde la cotidianidad de las personas, lejos del relato
costumbrista de roces entre vecinos compatriotas, se desliza hacia el
deterioro vertiginoso de las condiciones de vida de la mayoría. ¿Qué
resultados tiene situar el objetivo de la nación por delante de la vida
real de las personas? ¿Se puede concebir una comunidad por fuera, antes o
más allá de sus conflictos internos, de la manera como en su interior
se administra incluso la violencia que unos sujetos ejercen contra
otros? ¿Quiénes se pueden permitir aparcar o posponer sus conflictos o
sus diferencias en favor de qué lugar común?
El discurso típico de los eslóganes de la ANC enfatiza ese común
voluntarista: «No et perdis aquest moment històric», «hi ha molta feina
per fer i ho hem de fer tots junts». Ese nítido discurso sobre la
comunidad —identificada con la Nación— por encima de las diferencias y
las contradicciones encierra una paradoja: parece dar por hecho el
significado de la Independència. El imaginario hegemónico movilizado por
la ANC encuentra otra de sus claves en el binomio
dependencia/independencia. Cabe preguntarse: ¿de qué dependen quiénes?
En Catalunya, tiene lugar en este momento una amalgama de la revolución
«independentista» y la «revolución democrática» que nadie con madurez
política puede pasar por alto. Pero nos parece importante preguntar si
la asociación entre ambas no se está produciendo a costa de evitar
discutir también el conflicto entre uno y otro tipo de revolución. No
hay discusión posible acerca de la legitimidad democrática del reclamo
de un territorio autodeterminado por la sociedad que lo habita. De ese
suelo de reconocimiento democrático tenemos que partir. Pero también
resulta imprescindible preguntar en este proceso: ¿cuáles son los
problemas que conlleva asimilar la emancipación colectiva a la
consecución de un Estado propio?
Parece que en la actual representación hegemónica del soberanismo en
Catalunya la emocionalidad juega un papel importante a la hora de
confundir el proceso –una revolución democrática hacia la
independencia-- con su objetivo finalista: un Estado propio. ¿De qué
poderes dependemos? ¿Qué y quiénes quebrantan la soberanía de esta
sociedad? La respuesta no puede ser única; pero el acento puesto en unos
u otros posibles tipos de respuesta, caracteriza las diferencias entre
las concepciones de la revolución democrática que hoy estarían en juego.
¿Cómo deja un Estado de estar sometido al dictado de los mercados
financieros, tal y como lo están los Estados que hoy conforman la Unión
Europea? Pensar una independencia «catalana» en términos de democracia
real, esto es, de reparto de la riqueza y de distribución efectiva del
poder político, nos sitúa en una escala diferente de la visión finalista
del Estado propio. Mirado con atención, el proceso histórico que ha
hecho de la Troika europea el órgano de planificación y decisión sobre
nuestras vidas nos obliga a pensar más allá de la propuesta soberanista
hegemónica, para activar un nuevo tipo de soberanía del «pueblo
catalán». Y del pueblo «griego». Y del «italiano». Y del «español».
La soberanía sólo puede pasar por la emancipación respecto del poder
fundamental que hoy se ejerce sobre los sujetos que habitan el
territorio histórico de Europa: la Unión Europea secuestrada por la
dictadura financiera. Esa dictadura está tanto «afuera» como «adentro»,
también en el caso de Catalunya. De hecho, solo nos parece posible
pensar la independència de Catalunya redefiniendo el concierto de los
Estados europeos, lo que implica tanto España, como al conjunto de la
UE. Sea cual sea la modalidad de Estado que se conformase –Estado
catalán europeo, Estado catalán federado al resto de una España
reconfigurada...– No sería nunca de por sí un Estado de pleno derecho,
como no lo son siquiera ya los grandes Estados europeos. Los pequeños,
hace tiempo que han devenido «dominios» de una UE raptada por las élites
financieras.
Sea como sea, creemos importante no confundir el proceso con su
determinación finalista. La cuestión que importa no es el futuro de un
Estado catalán, sino cómo se está conformando el actual proceso
soberanista. Durante el pasado 11 de septiembre, la Diada fue escenario
de otras manifestaciones diferentes de la Via Catalana, como fue el caso
de “Encerclem la Caixa» –Rodeemos la Caixa–. Pero resultaron casi
invisibles frente a la representación hegemónica del soberanismo. Bajo
el poder emocional y el poder político efectivo del imaginario
higiénico, ¿se hace posible poner en dificultades reales a las élites
enriquecidas por el desempoderamiento criminal y la desposesión violenta
de la ciudadanía? ¿Se hace posible construir un proceso de emancipación
inclusivo de quienes hoy son despojados hasta de su mera condición de
ciudadanos?
¿Cómo hacer de la revolución democrática un proceso que no disimule
frente a la debacle histórica que está provocando el poder financiero?
¿Qué tipo de alianzas políticas se han de establecer entre los
fragmentos de una sociedad dividida, rota en favor de los intereses de
las élites? ¿No es en solidaridad y alianza política con los sujetos
desposeídos del resto de los territorios europeos —lo que incluye al
resto de la península— donde invertir los esfuerzos de una revolución
democrática? En una coyuntura histórica grave y urgente, ¿podemos seguir
permitiéndonos que la Nación se sitúe en el centro, desplazando la
multiplicidad de conflictos de la sociedad existente?
Fundación de los comunes, ¿Una revolución higiénica? No, una revolución democràtica, Saberes. Asaltar los cielos, 16/09/2013
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