L'independentisme: el valor polític de la il.lusió.
.
.. el nacionalismo ya ha dado el paso que faltaba y ha decidido transitar desde un soberanismo que todavía dejaba margen a una cierta ambigüedad (si no hubiera entre qué escoger, no habría decisión posible) al secesionismo más inequívoco. La consecuencia ha sido que el espacio político catalán se ha ido achicando de manera vertiginosa. Y de la misma forma que, durante años, solo cabía ser catalanista o nacionalista, el mensaje con el que ahora se nos bombardea desde los medios de comunicación públicos catalanes es que no hay vida política fuera del secesionismo. Tal vez fuera más propio decir que en las tinieblas exteriores al independentismo solo habitan la irrelevancia pública o, peor aún, el españolismo más rancio y casposo. Que nadie considere estas últimas palabras como una exageración. Era precisamente el actual conseller de cultura (sí, de cultura, han leído bien) del gobierno catalán el que hace pocos días dejaba caer, en un discurso que por cierto llevaba escrito, la afirmación de que solo se pueden oponer a la creación del Estado catalán "los autoritarios, los jerárquicos y los predemócratas o los que confunden España con su finca particular".
Este secesionismo independentista, pretendiendo presentarse como algo
prepolítico (o suprapolítico), lo que en realidad reedita es la vieja
tesis conservadora de la obsolescencia de las ideologías, de la
superación del antagonismo entre derechas e izquierdas, en este caso por
apelación a una instancia superior jerárquicamente en la escala de los
valores como es la nación (ya saben: "ni derecha ni izquierda:
¡Cataluña!"). Este genuino vaciado de política no es en absoluto
inocente: gracias a él, el gobierno catalán está consiguiendo rehuir
todas las críticas que se le plantean (por ejemplo, a sus políticas
sociales) a base de aplazar al día después de la independencia,
identificada con la plenitud nacional catalana (Artur Mas dixit), la
solución taumatúrgica de todos los problemas. De ahí que resulte
preocupante el ruinoso seguidismo practicado por los partidos de
izquierda catalanes en relación con el nacionalismo no solo durante
todos estos años sino, muy en especial, en los últimos tiempos. Sin que
sea de recibo argumentar, para intentar maquillar o neutralizar este
carácter conservador del programa independentista, el valor político que
representa el hecho de que dicha corriente haya conseguido movilizar,
insuflando ilusión, a amplios sectores de la sociedad catalana.
Entiéndaseme bien: sin duda ha sido así, pero resulta obligado
plantearse el valor político de dicha movilización o, si se prefiere, el
contenido de la ilusión en cuanto tal. Quienes tanto se complacen en
señalar el carácter histórico de cuanto está ocurriendo, o dibujan
analogías extravagantes con determinados momentos del pasado (por
ejemplo, con los procesos de descolonización del Imperio Español), no
deberían ser tan hipersensibles cuando se les advierte de paralelismos
históricos mucho más pertinentes. Cualesquiera intransigentes, fanáticos
e intolerantes (de los cruzados medievales a los jóvenes españoles que
se alistaban voluntarios en la División Azul, pasando por todos los
ejemplos que se les puedan ocurrir) se sienten ilusionadísimos ante la
expectativa de alcanzar sus objetivos, pero a nadie en su sano juicio se
le ocurriría sumarse a su causa solo por ello.
Con otras palabras, ni la ilusión es un valor en sí mismo ni, menos
aún, constituye la instancia última con la que dirimir entre diversas
opciones programáticas. La política es discusión racional sobre fines
colectivos en la plaza pública. No cabe, sin contradicción, apelar
constantemente a la necesidad de la política y, al mismo tiempo, optar
por la irracionalidad de la ilusión sin más. Porque si la indiferencia
es mala, el unanimismo acrítico es, sin el menor género de dudas, mucho
peor.
Manuel Cruz, Cataluña: unanimismo versus plutalismo, El País, 23/09/2013
Comentaris