Pierre Bayle, el filòsof itinerant.

El filósofo francés Pierre Bayle (1647-1706) es uno de los nombres mayores de la filosofía moderna europea, a quien se refería Voltaire como “el inmortal Bayle, honor del género humano”. Él mismo afirmaba ser poco dado “a diversiones, partidas placenteras, juegos y comidas” y tener “el mayor y más encantador ocio que un hombre de letras pueda desear”. Era una persona solitaria, enfermiza, en situación de apuro económico, sospechoso de heterodoxia e incluso de ateísmo, de gran talento, decidido a hacer uso de la razón en la búsqueda de la verdad y de una independencia insobornable en su propósito de ilustrar al ser humano.(...)
 
Pierre Bayle
Su vida fue itinerante tanto geográfica como religiosa y profesionalmente. Nació en 1647 en la ciudad pirenaica de Carla-leComte, que hoy lleva el nombre de CarlaBayle, y vivió en Toulouse, Rouen, París, Ginebra y Rotterdam, la ciudad de Erasmo, donde fue profesor durante 12 años hasta su cese por el consistorio de la ciudad. Allí murió en 1706. Su padre era pastor calvinista y él transitó del calvinismo al catolicismo para volver al calvinismo. Fue precisamente su heterodoxia religiosa y filosófica la que le llevó a una vida migrante. La revocación del Edicto de Nantes —que reconocía la libertad de cultos a los protestantes— por el despótico Luis XIV le obligó a refugiarse en Holanda, donde sufrió la persecución de la ortodoxia calvinista, que le acusó de herejía. Un defensor de la tolerancia religiosa perseguido por la intolerancia de los dirigentes religiosos. ¡Qué paradoja! 

Ubicado en la mejor tradición filosófica crítica, somete a examen los problemas filosóficos, teológicos, morales y políticos. Es considerado precursor de los ilustrados franceses en el sentido kantiano de Ilustración: pensar con libertad y hacer uso público de la razón. Se le suele situar del lado del pensamiento escéptico. Su escepticismo filosófico inspiró el de David Hume. Pero ¿de qué escepticismo se trata? No ciertamente de un escepticismo nihilista ni radical, sino crítico, como parece deducirse de un texto del prefacio a la primera edición del Diccionario: “De las dos leyes inviolables de la Historia… he observado religiosamente la que ordena no decir nada falso. Mas en lo que toca a la otra, que ordena decir cuanto es verdadero, no podría jactarme de haberla seguido siempre. La considero a veces contraria no solo a la prudencia, mas también a la razón”. Estamos ante un racionalismo cauteloso. 

El Diccionario histórico y crítico es pionero en el empleo del método histórico-crítico desde la convicción de que la investigación histórica puede lograr un elevado grado de certidumbre, mayor a veces que el de las verdades geométricas. Ejerció una gran influencia en los diferentes campos de la cultura de la Ilustración y sirvió de paradigma para otras obras del mismo género, la más importante, sin duda, la Enciclopedia, editada por Diderot y D’Alembert. Demuestra unos profundos conocimientos en materia religiosa y teológica, cuyos temas y problemas de fondo aborda polémicamente. Cuestiona los prejuicios infundados, desmonta los dogmatismos religiosos y filosóficos, critica las intolerancias de todo tipo, se muestra iconoclasta con las supersticiones, depura las creencias desviadas y corrige no pocos errores que había encontrado en obras similares. 

Escrito a lo largo de veinte años, la primera edición apareció en Rotterdam en dos volúmenes entre 1696 y 1697. La publicación generó un gran entusiasmo, contó con un éxito editorial insospechado y tuvo varias ediciones. “Hizo furor en toda Europa”, comentó Diderot tras su aparición, en parte por las prohibiciones a las que se vio sometido. 

Juan José Tamayo, Palabras mayores, Babelia. El País, 29/09/2013

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