transcendir el capitalisme (Roberto Esposito)
Walter Benjamin |
Siguiendo, ¿acaso eso que llamamos "crédito" no proviene del latín
"credo"? Esto explica también el doble significado de "acreedor"
[creditore] y de "fiel" [fedele] en la palabra alemana Gläubiger. Y
luego, ¿la "conversión" no cubre tanto el área de la fe como de la
moneda? Pero Benjamin no se detiene aquí. El capitalismo no es una
religión como cualquier otra, en el sentido de que resulta caracterizado
por tres rasgos específicos: el primero es que no produce un dogma o
revelación, pero sí un culto o adoración; el segundo, que tal culto es
permanente, no incluye días festivos; y el tercero que, lejos de salvar o
redimir, condena a aquellos que lo veneran a una culpa infinita. Si se
echa un ojo sobre el nexo semántico entre la culpa y la deuda, la
actualidad de las palabras de Benjamin aparecen incluso inquietantes. No
sólo el capitalismo se ha convertido en nuestra religión secular, sino
que también, imponiéndose su culto, se nos destina a una deuda inmensa
que termina por destruir nuestra vida cotidiana.
Lacan ya había identificado en este poder autodestructivo la forma
peculiar del discurso del capitalista. Pero la mirada de Benjamin
penetra tan profundamente en nuestro presente, para plantear una
pregunta que no puede escapar a la reflexión filosófica contemporánea.
Si el capitalismo es la religión de nuestro tiempo, ¿quiere esto decir
que algo más allá de él no puede darse? ¿Que cualquier alternativa que
se le pueda oponer se derrumbará finamente dentro de sus fronteras —al
punto de que el mundo mismo está "dentro del capital", como dice el
título de un libro de Peter Sloterdijk (Il mondo dentro il capitale,
Meltemi 2006)? O, más allá de él, ¿se puede pensar en algo diferente
—como si nos esforzáramos en hacer lo que muchos teóricos del
post-capitalistmo? Alrededor de este conjunto de cuestiones gira un
libro interesante, originado de un debate entre filósofos alemanes,
ahora traducido por Stefano Franchini y Paolo Perticari en Mimesis,
titulado Il capitalismo divino. Coloquio sobre el dinero, el consumo, el
arte y la destrucción. Por un lado, impulsa al análisis del Benjamin
más tardío, por ejemplo en relación al inevitable culto nuevo de la
marca. Tal es su fuerza de atracción que, incluso aunque esté escrito en
letras grandes que fumar mata, continuamos comprando el mismo paquete
de cigarrillos. Como en cualquier religión, la fe es más fuerte que la
evidencia. Dior, Prada y Lufthansa ofrecen para nosotros más de lo que
nuestro bolsillos disponen. Las acciones culturales son medidas
generadoras de confianza que no se pueden desaprovechar. No es
casualidad que los partidos políticos digan ser "La confianza en
Alemania", que no es diferente a aquellas palabras escritas en el dólar
"In God we trust". Pero, entonces, si el destino no es —como creía
Napoleón— la política, sino más bien la economía; si el capital, al
igual que todas las religiones, tiene sus propios lugares de culto, y
sus sacerdotes, su propia liturgia —así como sus herejes, apóstatas y
mártires—, ¿qué futuro nos espera?
Sobre este punto los filósofos comienzan a dividirse. Según Sloterdijk,
con la entrada en escena del modelo oriental —que nació en Singapur y
creció en China e India— se estaría rompiendo la tríada occidental de
capitalismo, racionalismo y democracia liberal en el nombre de un
capitalismo autoritario nuevo. De hecho, hoy en día estamos asistiendo a
un curioso intercambio de mercancías entre Europa y Asia. Estamos en el
momento en que, a nivel estructural, la tecnología europea y
estadounidense triunfa a escala planetaria, y culturalmente el budismo y
los diferentes "tao" invaden Occidente. La tesis de Žižek, en un ensayo
titulado Star Wars III, es que entre las dos partes se ha determinado
un perfecto (y perverso) juego de las partes. En la ética taoísta y el
espíritu del capitalismo virtual (ya incluido en el mismo volumen),
encontramos en el budismo en salsa occidental la ideología paradigmática
del capitalismo tardío. Lo que no es otra que lo que corresponde a la
naturaleza virtual de los flujos financieros globales: la falta de
contacto con la realidad objetiva, y sin embargo capaz de influir sobre
ella en gran medida. De esta comparación se puede sacar una consecuencia
apologética o incluso una más crítica, si no podemos identificar
interiormente con un juego de espejos, o de sombras con las manos, en
que también hay movimiento. Pero en cada uno de estos casos
permaneciendo prisioneros de lo mismo.
¿Será ésta la última palabra de la filosofía? ¿Todos se convertirán,
tarde o temprano, devotos oficiales del culto capitalístico en cualquier
versión, liberal o autoritario, esos que están presentes? Personalmente
no arrojaría esta desolada conclusión. Sin necesidad de acceder a la
utopía futurista del Movimiento Zeitgeist o del Proyecto Venus —ambas
dirigidas a sustituir la economía financiera actual con una organización
social basada en los recursos naturales—, creo que la única fuerza
capaz de recoger la nueva religión del capital financiero está
constituida por la política. Mientras sea demasiada libre de —pero nunca
abandonada por completo— su máscara teológica. Incluso antes de su
terreno práctico, la batalla se juega en el nivel de comprensión de la
realidad. En su último libro, Alla mia sinistra (Penguin, 2011),
Federico Rampini recorre la misma ruta —de Oeste a Este y viceversa—
pero dibujando una lección diferente. A la idea del "mundo en el
capital" de Sloterdijk es posible oponer una perspectiva inversa, que
sitúe el capital en el mundo, es decir, que disminuya adentro la
diferencia de la historia y de la política. Sólo esto último puede
restar la economía a la deriva autodisolutiva, regulando los procesos e
invirtiendo su dirección.
Roberto Esposito, Moneda y marcas de culto en la mística del capitalismo, La Repubblica, 06/12/2011
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