transcendir el capitalisme (Roberto Esposito)

Walter Benjamin
«Hay que ver en el capitalismo una religión, es decir, el capitalismo sirve esencialmente a la satisfacción de las mismas preocupaciones, suplicios e inquietudes a las que daban respuesta antiguamente las llamadas religiones.» Estas palabras fulminantes de Walter Benjamin —obtenidas de un fragmento de 1921, publicado ahora en sus Scritti politici, editados por M. Palma y G. Pedullà en la Editori Internazionali Riuniti— expresan la situación espiritual de nuestro tiempo mejor que todos los tratados de macroeconomía. El paso decisivo que esto señala, con respecto a los análisis de Weber sobre la ética protestante y el espíritu del capitalismo, es que el capitalismo no se deriva simplemente de una religión, sino que también es una forma de religión. Con un solo golpe Benjamin parece dejar atrás tanto la clásica tesis de Marx de que la economía es siempre política y así también —en el mismo año teorizada por Carl Schmitt— de que la política es la verdadera heredera moderna de la teología.

Siguiendo, ¿acaso eso que llamamos "crédito" no proviene del latín "credo"? Esto explica también el doble significado de "acreedor" [creditore] y de "fiel" [fedele] en la palabra alemana Gläubiger. Y luego, ¿la "conversión" no cubre tanto el área de la fe como de la moneda? Pero Benjamin no se detiene aquí. El capitalismo no es una religión como cualquier otra, en el sentido de que resulta caracterizado por tres rasgos específicos: el primero es que no produce un dogma o revelación, pero sí un culto o adoración; el segundo, que tal culto es permanente, no incluye días festivos; y el tercero que, lejos de salvar o redimir, condena a aquellos que lo veneran a una culpa infinita. Si se echa un ojo sobre el nexo semántico entre la culpa y la deuda, la actualidad de las palabras de Benjamin aparecen incluso inquietantes. No sólo el capitalismo se ha convertido en nuestra religión secular, sino que también, imponiéndose su culto, se nos destina a una deuda inmensa que termina por destruir nuestra vida cotidiana.

Lacan ya había identificado en este poder autodestructivo la forma peculiar del discurso del capitalista. Pero la mirada de Benjamin penetra tan profundamente en nuestro presente, para plantear una pregunta que no puede escapar a la reflexión filosófica contemporánea. Si el capitalismo es la religión de nuestro tiempo, ¿quiere esto decir que algo más allá de él no puede darse? ¿Que cualquier alternativa que se le pueda oponer se derrumbará finamente dentro de sus fronteras —al punto de que el mundo mismo está "dentro del capital", como dice el título de un libro de Peter Sloterdijk (Il mondo dentro il capitale, Meltemi 2006)? O, más allá de él, ¿se puede pensar en algo diferente —como si nos esforzáramos en hacer lo que muchos teóricos del post-capitalistmo? Alrededor de este conjunto de cuestiones gira un libro interesante, originado de un debate entre filósofos alemanes, ahora traducido por Stefano Franchini y Paolo Perticari en Mimesis, titulado Il capitalismo divino. Coloquio sobre el dinero, el consumo, el arte y la destrucción. Por un lado, impulsa al análisis del Benjamin más tardío, por ejemplo en relación al inevitable culto nuevo de la marca. Tal es su fuerza de atracción que, incluso aunque esté escrito en letras grandes que fumar mata, continuamos comprando el mismo paquete de cigarrillos. Como en cualquier religión, la fe es más fuerte que la evidencia. Dior, Prada y Lufthansa ofrecen para nosotros más de lo que nuestro bolsillos disponen. Las acciones culturales son medidas generadoras de confianza que no se pueden desaprovechar. No es casualidad que los partidos políticos digan ser "La confianza en Alemania", que no es diferente a aquellas palabras escritas en el dólar "In God we trust". Pero, entonces, si el destino no es —como creía Napoleón— la política, sino más bien la economía; si el capital, al igual que todas las religiones, tiene sus propios lugares de culto, y sus sacerdotes, su propia liturgia —así como sus herejes, apóstatas y mártires—, ¿qué futuro nos espera?

Sobre este punto los filósofos comienzan a dividirse. Según Sloterdijk, con la entrada en escena del modelo oriental —que nació en Singapur y creció en China e India— se estaría rompiendo la tríada occidental de capitalismo, racionalismo y democracia liberal en el nombre de un capitalismo autoritario nuevo. De hecho, hoy en día estamos asistiendo a un curioso intercambio de mercancías entre Europa y Asia. Estamos en el momento en que, a nivel estructural, la tecnología europea y estadounidense triunfa a escala planetaria, y culturalmente el budismo y los diferentes "tao" invaden Occidente. La tesis de Žižek, en un ensayo titulado Star Wars III, es que entre las dos partes se ha determinado un perfecto (y perverso) juego de las partes. En la ética taoísta y el espíritu del capitalismo virtual (ya incluido en el mismo volumen), encontramos en el budismo en salsa occidental la ideología paradigmática del capitalismo tardío. Lo que no es otra que lo que corresponde a la naturaleza virtual de los flujos financieros globales: la falta de contacto con la realidad objetiva, y sin embargo capaz de influir sobre ella en gran medida. De esta comparación se puede sacar una consecuencia apologética o incluso una más crítica, si no podemos identificar interiormente con un juego de espejos, o de sombras con las manos, en que también hay movimiento. Pero en cada uno de estos casos permaneciendo prisioneros de lo mismo.

¿Será ésta la última palabra de la filosofía? ¿Todos se convertirán, tarde o temprano, devotos oficiales del culto capitalístico en cualquier versión, liberal o autoritario, esos que están presentes? Personalmente no arrojaría esta desolada conclusión. Sin necesidad de acceder a la utopía futurista del Movimiento Zeitgeist o del Proyecto Venus —ambas dirigidas a sustituir la economía financiera actual con una organización social basada en los recursos naturales—, creo que la única fuerza capaz de recoger la nueva religión del capital financiero está constituida por la política. Mientras sea demasiada libre de —pero nunca abandonada por completo— su máscara teológica. Incluso antes de su terreno práctico, la batalla se juega en el nivel de comprensión de la realidad. En su último libro, Alla mia sinistra (Penguin, 2011), Federico Rampini recorre la misma ruta —de Oeste a Este y viceversa— pero dibujando una lección diferente. A la idea del "mundo en el capital" de Sloterdijk es posible oponer una perspectiva inversa, que sitúe el capital en el mundo, es decir, que disminuya adentro la diferencia de la historia y de la política. Sólo esto último puede restar la economía a la deriva autodisolutiva, regulando los procesos e invirtiendo su dirección.

Roberto Esposito, Moneda y marcas de culto en la mística del capitalismo, La Repubblica, 06/12/2011 

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