Paraula i moral.


No cabe racionalmente discutir sobre si el verbo se hizo carne, pero siendo, como es, indiscutible que la carne llegó a hacerse verbo, cabe perfectamente preguntarse cómo tal cosa ocurrió. Cabe preguntarse por la razón de que en el registro genético se operara esa revolución por la cual a los instintos que reflejan simplemente la tendencia de la vida a perseverar diversificándose, se sumó ese "instinto de lenguaje" al que se refiere Steven Pinker, es decir: tendencia no meramente a perseverar sino a perseverar loquens; tendencia no tanto a conservar la vida como a conservar una vida impregnada por la palabra. El carácter subversivo de este nuevo instinto se refleja en el hecho de que puede llegar a no ser compatible con los instintos directamente vitales, tal como sucede cuando, bajo amenaza de tortura o muerte, un hombre no traiciona convicciones forjadas a través de una palabra compartida.

"Si no hay Dios, todo está permitido", afirma un atormentado héroe de Dostoyevski. La sentencia hubiera sido más convincente si en ella, en lugar de Dios figurara el término palabra. Pues como sabe perfectamente toda persona digna de tal nombre, el respeto a la palabra es a la vez condición necesaria y suficiente de un comportamiento moral, y ello como mero corolario de ser la expresión cabal de un comportamiento humano: "un hombre sin palabra no es un hombre", sentenciaba un modesto héroe antidostoyevskiano como explicación única de su aparentemente absurda disposición a no soslayar una situación imposible que había prometido afrontar.

Víctor Gómez Pin, El hombre, un animal singular, La esfera de los libros, Madrid 2005

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