Els drets i el no res.


Los derechos constitucionales y toda su evidente carga de buena voluntad constituyen, por desgracia y con más frecuencia de la precisa, todo un amplio catálogo de utópicas venturanzas; a los derechos humanos les pasa algo parecido, agravado por la impunidad que suele conceder la distancia, y los unos y los otros no hablan de trances y situaciones y propósitos hermosamente aceptables cada vez que se pone en juego la máquina de las teorías. ¿Quién puede estar en desacuerdo con los deseos de paz, de libertad, de alimento bastante, de salud y de educación? O, mejor dicho, ¿quién podrá negarse a aceptar tan buenos y necesarios supuestos para el prójimo, siempre que el acuerdo no comprometa en nada al que admite y acepta y aun concede el honor de la razón? Pero los derechos constitucionales y, más ampliamente, los derechos humanos, siempre funcionaron mal en su papel de contrato social y político, ya que se entienden como magníficas pretensiones que no implican a nadie en particular, dado que comprometen a todos en general. La sociología nos enseña (quiero decir que nos ha enseñado ya suficientemente) que los compromisos globales se proyectan hacia unas nebulosas entidades que nada significan. "Habría que hacer algo", suele ser la frase preferida de quienes jamás están dispuestos a hacer nada y, menos aún, nada que les afecte de modo personal, pero el diagnóstico del disgusto ante la perpetuación de la impotencia también puede expresarse con una frase dirigida hacia nada, hacia ninguna parte ni horizonte: "¿Hay que ver cómo es la gente!".

Camilo José Cela, Derechos constitucionales y derechos humanos, El País, 22/12/1984

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