Drets de la naturalesa?
Los ecologistas profundos ocultan alegremente toto lo que en la naturaleza es aborrecible. Sólo se refieren a la armonía, la paz y a la belleza. En esta óptica, algunos suelen descalificar la categoría de los seres nocivos, considerando que semejante noción, absolutamente antropocentrista, es un absurdo. Partiendo de una inspiración teológica, suponen que la naturaleza no sólo es el Ser Supremo, sino también el ens perfectum, la entidad perfecta que sería un sacrílego intentar mejorar. Una simple pregunta: ¿qué pasa entonces con los virus, las epidemias, los terremotos y todo lo que calificamos de catástrofe natural? (...) ¿Se consideraría acaso que tienen la misma legitimidad que nosotros para perseverar en su ser? ¿Por qué no, entonces, un derecho de los ciclones a destrozar, de los temblores sísmicos a engullir, de los microbios a inocular la enfermedad? A menos que se adopte una actitud en todos los aspectos y en todas las circunstancias antiintervencionistas, no queda más remedio que admitir que la naturaleza considerada como una totalidad no es buena en sí, sino que contiene lo mejor y lo peor. ¿Respecto a quién? cabe preguntar. Respecto al hombre, por supuesto, que sigue siendo, salvo prueba de lo contrario, el único ser susceptible de enunciar juicios de valor y, como dice la sabiduría de los pueblos, de separar el grano de la paja.
(...) El hombre puede y debe modificar la naturalesa, como puede y debe protegerla.
Luc Ferry, El nuevo orden ecológico, Tusquets, Barna 1994
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