Anacrònic!


¡Se ha quedado usted colgado en el pasado siglo!, me reprochó Pat. No, en el XIX, rectifiqué: en el XX mis colegas de oficio tecleaban en su Remington o su Olivetti. ¡Es usted una reliquia del pasado, un verdadero carcamal! Me temo que sí, admití, soy alérgico a las nuevas tecnologías. ¿No le interesa Internet? ¡Está fuera de mi pobre capacidad de escriba! ¿Cuánto tiempo le lleva componer un artículo de dos folios? Unas cuatro o cinco horas según el tema y mi grado de concentración; luego, el día siguiente corrijo el texto y lo paso a limpio. ¡Qué pérdida de tiempo, señor novelista; yo redacto mi ciberdiario en cuestión de minutos!
Pat me mira con creciente desprecio e incredulidad. ¡No sabe usted lo que se pierde! ¡tener toda la información del mundo con pulsar un botón y rastrear en el buscador! Lo lamento, la naturaleza ha sido muy cruel conmigo en lo que respecta a las cosas prácticas. Y ¿cómo se las arregla para componer sus artículos sobre Irán o Chechenia? Procuro hablar de lo poco que sé y no de lo mucho que no sé; por fortuna dispongo de un pequeño archivo de recortes de prensa sobre los temas que me interesan. ¿No sabe usted que Internet es el mejor archivo del mundo?
Pat rebosaba de orgullo y examinaba con desdén los bolígrafos, cintas correctoras, páginas llenas de tachaduras, lapiceros, gomas, afilalápices: toda la antigualla acumulada en la mesa del antediluviano amanuense que soy.
¿Puedo sacar una foto de su escritorio con mi móvil? Preparo una página sobre los que llamo anticuarios, destinado a los internautas de mi ciberdiario: ¡les hará mucha gracia saber cómo se trabajaba en tiempos pasados y usted es ya un ejemplar raro! Le dejé extasiarse ante mis útiles de trabajo y me resigné a su compasión. Soy una especie en vías de extinción, ¿verdad?, le dije. ¡Sí, exactamente! Pat sonreía y me dio una palmada cariñosa antes de despedirse.
Me quedé sentado junto a la mesa de trabajo, cubierta de artículos de escritorio caídos en desuso. Quería componer algo sobre la relación existente entre las exigencias de la industria armamentística y la permanente necesidad del terror, pero carecía de los datos indispensables para fundamentarla. Envidiaba a Pat, y medía melancólicamente los estrechos límites de mi condición de autor no especialista en todo, obligado a ser humilde ante quienes como el bloguero Pat sí lo son.

Juan Goytisolo, Especialista en todo, El País, 21/11/2009

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