Arendt i la mentida política (Alicia García Ruiz).
Las reflexiones contenidas en el ensayo La mentira en política son, obviamente, de un especial interés y vigencia. Su tesis central es sencilla, pero inapelable: el crecimiento antinatural de un poder desmaterializado, desaferrado a los hechos, genera autopoiéticamente su propia realidad. La mentira política es un instrumento crucial para esta producción totalitaria de realidad. "La elaboración de imágenes como política global", afirma Arendt, "es evidentemente algo nuevo en el gran arsenal de locuras humanas que registra la historia".
Lo primero que sorprende en este ensayo es la falta de sorpresa que expresa irónicamente Arendt ante las filtraciones de los documentos del Pentágono al New York Tímes. Juzga más interesante entender qué está pasando que escandalizarse. La mentira, y no solo la mentira política, piensa Arendt, es vieja como el mundo. Ya los romanos hablaban de los arcana ímperii o secretos de Estado. No necesariamente constituye algo negativo: la ficción y el relato forman parte de la vida política; de hecho, las revoluciones no se producen por describir lo que hay, sino por imaginar lo que puede ser: "La deliberada negación de la verdad fáctica -la capacidad de mentir- y la capacidad de cambiar los hechos -la capacidad de actuar- se hallan interconectadas". Sin embargo, hay una especificidad que no puede ser pasada por alto. Lo preocupante de la situación política actual no es tanto que los gobernantes mientan al pueblo, sino el efecto de realidad esquizoide que ello acarrea: creen sus propias mentiras, generando una realidad artificial desasida de los hechos. Se fabrican "estados mentales" colectivos urdidos por tecnócratas que no piensan, calculan; que no juzgan y disciernen, aplican principios teóricos. Son, en definitiva, lo que Arendt llama los "solucionadores de problemas" que ellos mismos crean. Estos personajes de la vida pública, figurantes en apariencia, pero actores principales entre bambalinas, asesores y analistas políticos de especies variadas, se encuentran hechizados por un voraz "apetito por la acción" a la vez que "enamorados de las teorías". Nada nuevo bajo el sol, pensará quien lea estas líneas.
Es importante reparar en que no se trata tanto de conspiradores en la sombra, sino de psicopatía social, un peligroso género de locura que hace que sea "este distanciamiento de la realidad lo que obsesionará al lector de los documentos del Pentágono que tenga la paciencia de llegar hasta su final". La mentira que se convierte en autoengaño es el signo manifiesto de un poder impotente y ciego en las sociedades de masas, que deviene artífice y víctima de su propia mendacidad, arrastrando consigo al resto de la sociedad:
Está fuera de toda duda la presencia de lo que Ellsberg ha denominado proceso de "auto engaño interno", pero se invirtió el proceso normal del autoengaño. [. .. ] Los engañadores empezaron engañándose a sí mismos. Probablemente por su elevada condición y la sorprendente seguridad en sus decisiones, se hallaban tan convencidos de la magnitud del éxito no en el campo de batalla, sino en el terreno de las relaciones públicas, y tan seguros de sus premisas psicológicas acerca de las ilimitadas posibilidades de manipulación de las personas que anticiparon una fe general y la victoria en la batalla por las mentes de los hombres. Y como vivían en un mundo desasido de los hechos no les fue difícil no prestar atención al hecho de que su audiencia se negaba a dejarse engañar.
La profesionalización de la política de la mentira, la consolidación del autoengaño, la fabricación de simulacros y el distanciamiento respecto a los hechos constituyen puntales destacados de la crisis de lo público y un peligro político de primera magnitud: "En el terreno de la política, donde el secreto y el engaño deliberado han desempeñado siempre un papel significativo, el autoengaño constituye el peligro por excelencia; el engañador autoengañado pierde todo contacto no con su audiencia, sino con el mundo real". Se pierde el contacto con la realidad solo hasta que esta nos explota en la cara. Tarde o temprano, este tipo de prácticas han de afrontar el estallido de lo real y es aquí donde Arendt comienza a meditar sobre la indignación, la desobediencia y la movilización como fenómenos destinados a tomar un papel cada vez más relevante en las décadas posteriores. Es preciso ponderar las posibilidades de regeneración política y riesgos de la movilización disidente que viene.
Alicia García Ruiz, Impedir que el mundo se deshaga, Los libros de la catarata, Madrid 2016
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