La piscifactoria social.
“A menudo me parece que muchos de los más importantes poemas del siglo XX pudieran ser los más fraternales que jamás se hayan escrito. De ser así, esto nada tiene que ver con consignas políticas. Se aplica a Rilke, que era apolítico; a Borges, que era reaccionario; y a Hikmet, que toda su vida fue comunista”. John Berger
Todo lo que ocurre en la vida, individual y colectiva, es
escandalosamente local: recordemos la muerte del pequeño tendero
tunecino que desencadena la revuelta en los países árabes. Así es
siempre, pues los individuos y las naciones viven en una especie de
epicentro real (absoluto local, decía Deleuze) del
cual todo movimiento visible es solamente una “réplica” posterior, como
ocurre con los seísmos. Lo común, la comunidad surge siempre de una
manera efímera, a veces insignificante. Una comunidad nace del acontecimiento de un encuentro, con o sin motivo de un antagonismo; un encuentro necesariamente contingente.
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Si queremos recuperar una comunidad sin la cual es imposible hacer nada, tampoco el cuidado
no doméstico de los otros, ni siquiera el cuidado (no narcisista) de
sí, es necesario recuperar la fuerza de la referencia real, una
singularidad (aquí, ahora) imposible de reproducir en la transparencia
informativa, en el plano transitivo de la cultura o de la sociedad del
conocimiento. Multitud en acto. Cuando escuchó por vez primera Light my fire, Patti Smith tuvo
que detener su coche. Sólo para percibir, en cada momento crucial es
necesario pararse, sustraerse a la banalidad de un intercambio
generalizado que nos anestesia, incluso cuando se presenta como
alternativo.
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Vivimos insertos, valga la expresión, en la corrupción estructural de
la interactividad. Somos los nudos de una malla gigantesca, un
conductismo de cien alternativas diarias, cristalizadas en el juego de
mayorías y minorías. Izquierda Unida interpela al gobierno por lo que ha
publicado El País, que a su vez publica unos
documentos “a los que ha tenido acceso”. Etcétera. Información y
movilización, acción y reacción, estímulo y respuesta: el parque humano
ya no necesita normas explícitas porque la normativa se limita a
cabalgar los incesantes eventos que surgen de un cuerpo social elevado
al rango de glorioso.
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Si hubiese un registro creíble de la famosa “teoría de la
conspiración” sería éste: las grandes corporaciones, los poderes
mundiales, la sociedad entera no quieren que nadie esté a solas,
interrumpiendo la comunicación para pensar y vivir según el diablo de su
sombra. Dios ha muerto, vida el nuevo dios. De hecho, fijémonos, todas
las películas de terror (también Gravity) comienzan con una
interrupción de las comunicaciones. De ahí que los múltiples momentos de
espera (al teléfono, en el metro, en cualquier cola numerada) en medio
de un “arresto domiciliario en el mañana” estén entretenidos con
pantallas y temas musicales. Una banda audiovisual acompaña nuestro
encierro polimorfo, de paredes tan flexibles como el tono de cada franja
horaria.
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Peces y redes. ¿Vivimos en una piscifactoría tejida por miles de conexiones? La imaginación ha llegado al poder con esta prisión rizomática de chips rfid, una trama numérica que es curiosamente analógica
de la adorable multiplicidad de la hierba. Cada uno de nosotros siente
mimado su narcisismo al ser un nudo personalizado de esta universal
vibración ondulatoria. Es difícil no relacionar tal bloqueo interactivo
con el éxito de las tecnologías de moda, las redes sociales y la
multiplicación de las comunicaciones. ¿Cuál es el nombre de esta
mutación antropológica que no se conseguiría sin la alianza profunda de
derecha e izquierda, sedentarismo portátil o nomadismo masivo?
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Atreverse a estar a solas, sin miedo a la marginalidad social que es
el gran fantasma de la época. Buscar “vacuolas de no comunicación”
(Deleuze) desde la que sea aún posible sentir algo exterior a la providencia informativa, sea mayoritaria o minoritaria. Pero estamos tan ocupados que no tenemos tiempo para nada, menos aun para pararnos. El real time
supone de facto la liquidación espacial, de ahí que use constantemente
sus restos: portal, sitio, muro, perfil, pestaña… Entre lo que me llega
por internet, el móvil o Facebook, y lo que me invade a través de la
televisión o el periódico, apenas tengo tiempo de sentir por mi cuenta,
vivir y pensar con las heridas que me atraviesan. Con los amigos no hago
después otra cosa que darle vueltas a lo que ya hemos compartido en los
jajaja incansables del encadenamiento global.
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Y lo que está en peligro no es precisamente la privacidad individual.
Al contrario, eso es lo que está blindado por doquier. Es la
experiencia común la que está por todas partes cercada. Mi cuerpo, mi
blog, mi piso, mi perfil, mi currículo, mis historias de pareja. Se ha
dicho cien veces: nuestra espectacular movilidad es la de la
indiferencia, la que circula a diario en el estruendo informativo, sea
mayoritario o alternativo. La izquierda participa de lleno en este
“integrismo del vacío” propio de la cultura capitalista, en el nihilismo
de la conexión perpetua. Tanto la economía como la tecnología tienen la
misma lógica “neutral” de la neutralización: aislamiento y
conexión, narcisismo y socialización, obediencia y espectáculo.
Parálisis de la acción: libertad obscena en la expresión.
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Nunca ha sido tan fácil liberarse, pasar a la clandestinidad, ser invisible en medio de esta organización espectacular y ciega
de la visibilidad: basta con hacer una pausa e interrumpir las
conexiones, dejar de participar, callarse, dar un paso al margen… Pero
esto es lo que hoy nos da pánico, pues el primer recorte se ha
realizado hace tiempo en el sujeto, expropiado de la ley única de su
gravedad, de la violencia de vivir; en suma, vaciado de la tecnología
analógica necesaria para dialogar con el silencio y las sombras que le
tejen por dentro. Posiblemente a algo así se refería Sócrates con
aquella misteriosa subordinación de la política a la ética. Es preciso
mantener a raya el estruendo de Atenas con la sombra común que duerme en
el alma del hombre.
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Rendirnos al imperativo protector de la urgencia, a esta velocidad
que es un arma bélica del sistema, nos quita el suelo de reposo e
invisibilidad desde el que podíamos sentir por cuenta propia, pensar
algo nuevo, decir algo distinto. Alianza masiva de aislamiento y
conexión, individualismo y socialización. El número febril de esta
personalización en masa siente pánico ante lo cualitativo sin dígito,
esa singularidad sin equivalencia. Insularización del mundo. Al no tener
nada dentro (esa idea ridícula era parte de la “ideología
alemana”), la conciencia individual es un reflejo del imperialismo del
contexto. Se trata pues de transformar el contexto, cambiando un
imperialismo por otro. ¿No explica esto la americanización europea?
Gracias, Charles, por ayudarnos a aprender inglés tan rápidamente.
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Alguien se ha tomado la molestia (Sociedad y barbarie,
Ed. Melusina, pp. 30 ss.) de explicar cómo los movimientos antagonistas
cayeron pronto en esta trampa letal. El temor de Marx a lo abstracto, a la niebla metafísica o fantasmagoría sensual (Ibíd., p.
26) es el temor al acontecimiento de lo irrepetible, a la potencia de
la individuación. Un temor que nos ha entregado a una cultura que no
quiere saber nada de la exterioridad real. La existencia común es así
el espectro que recorre las afueras, ahí donde derecha e izquierda
cierran filas, encerrando a las culturas exteriores (metáfora de lo
reprimido entre nosotros) en el estigma del atraso y el despotismo.
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Esta huida de la “desconocida raíz común” es la base subjetiva y
metafísica del capitalismo como policía social omnipresente, una
vigilancia sin vigilantes que apenas necesita cámaras ni agentes.
Rancière ha hablado de la política normal como policía y, por
el contrario, del acontecimiento político como irrupción de la “parte de
los sin parte”. Pero este acontecimiento y su recepción se han vuelto
incomprensibles desde el momento en que todos tenemos una identidad
asignada en la visibilidad global. En el lenguaje de Badiou, es como si
la expansión espectacular de las situaciones le hubiera segado la hierba
bajo los pies a cualquier posible acontecimiento. Incluso sentir, vivir
y pensar el momento (Llueve) se ha vuelto difícil en esta prisión de mallas virales y paredes interactivas.
Ignacio Castro Rey, Sociodependencia, fronteraD, 26/10/2013
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