La lògica del sexisme.
La desigualdad entre los sexos es buena para la economía. Han leído
bien. Aunque sabemos que, a largo plazo, la igualdad beneficiaría a las
personas, las economías y las sociedades, la desigualdad entre los sexos
es muchas veces una opción inmediata perfectamente racional.
Los desequilibrios de género y sus consecuencias económicas son visibles en todas partes, desde el mundo desarrollado hasta los mercados emergentes. En Brasil van a la universidad más mujeres que hombres, pero ellas cobran la tercera parte que los hombres por el mismo trabajo. En los Emiratos Árabes Unidos hay el triple de mujeres que de hombres en la universidad, pero solo la mitad en la vida laboral. En toda Europa, las mujeres obtienen mejores resultados académicos que los hombres y tienen una presencia similar en el mercado de trabajo, pero ocupan menos del 15% de los puestos en las juntas directivas. En Pakistán, donde me crié, una niña no tiene más que un 29% de posibilidades de llegar a la escuela secundaria, frente al 38% de un niño.
Existen pruebas económicas irrefutables sobre la aportación económica
que pueden hacer las mujeres, tanto en el ámbito familiar y comunitario
como en las empresas, con los beneficios de la diversidad demostrados
por estudios, además de los datos publicados por el Foro Económico
Mundial sobre la relación entre género y competitividad. Según ciertos
cálculos, la paridad de género en el empleo podría elevar el PIB de
países como los EAU en un 12%, Japón en un 9% y Estados Unidos en un 5%.
A pesar de todas las instituciones que constantemente señalan estas
posibles ventajas, seguimos progresando con una lentitud desoladora.
¿Qué es lo que nos frena?
Nosotros mismos. Millones de acciones diarias e individuales de
hombres y mujeres —a quién decide contratar un directivo, qué carrera
elige una mujer, cómo se distribuye el dinero en una familia— que, todas
juntas, perpetúan la desigualdad entre sexos. Y no siempre es cuestión
de sexismo descarado. A menudo, esas decisiones pueden ser reacciones
perfectamente racionales a las realidades inmediatas.
Imaginemos a una madre trabajadora, casada y con dos hijos, en Suiza.
Según las estadísticas, lo normal es que gane menos que su marido. Dado
el régimen fiscal del país y el coste de las guarderías, es lógico que
decida dejar de trabajar durante el periodo relativamente breve que dura
la infancia de sus hijos, pese a que hubiera preferido seguir
haciéndolo.
O pensemos en una familia de rentas bajas en Pakistán, con dos hijos y
tres hijas. Culturalmente, se espera que los hijos mantengan a sus
padres y las hijas se casen y pasen a cuidar de sus nuevas familias. Por
tanto, a corto plazo, es razonable que los padres que tienen poco
dinero que gastar den prioridad a la educación de los varones.
Pasemos a un director de recursos humanos en México. Incluso los más
sinceros a la hora de valorar a sus colegas femeninas piensan en que
ellas tienen más probabilidades de pedir permisos parentales, sobre todo
en un contexto en el que tradicionalmente los hombres mantenían a la
familia y las mujeres eran amas de casa. Ante dos personas de aptitudes
similares, un gerente no demasiado concienciado pensará que lo más
racional y práctico a corto plazo es contratar a un hombre.
Lo paradójico es que esas decisiones tan prácticas son las que están
produciendo consecuencias posteriores imprevistas y dañinas para quienes
las toman. Es posible que a la madre suiza, después del paréntesis, le
sea difícil encontrar un trabajo con un sueldo y una categoría
satisfactorios. Los padres paquistaníes, cuando sean ancianos, quizá
vivan mejor con cinco hijos bien formados y con buenos sueldos, además
de dos nueras también competentes. El gerente mexicano puede descubrir
que el hecho de tener empleados mayoritariamente varones provoca el
rechazo entre la clientela de la empresa, formada sobre todo por
mujeres.
Si sumamos estas decisiones lógicas inmediatas que se toman en
hogares, empresas y países, obtenemos varias pérdidas graves a largo
plazo. ¿Qué solución hay? Muchas, y la responsabilidad de aplicarlas es
de los Gobiernos y las empresas.
Con los incentivos apropiados, podemos hacer que la igualdad entre sexos sea la nueva decisión racional
En primer lugar, los Gobiernos deben regular de forma más
estratégica, crear incentivos y educar a la gente y las instituciones
para que tomen decisiones beneficiosas a largo plazo. En Turquía, por
ejemplo, donde solo trabaja el 26% de las mujeres, el Gobierno
recompensa a las empresas que dan trabajo a mujeres subvencionando sus
aportaciones a la seguridad social. En Noruega, una “cuota paterna”
asigna a los padres 12 semanas de permiso intransferible, lo cual
repercute en el reparto de papeles, tanto en casa como en el trabajo. En
Bangladesh e Indonesia, varios programas de incentivos monetarios
pretenden animar a los padres a enviar a sus hijas a la escuela
secundaria. Los Gobiernos de Malasia e India están aprobando cuotas para
las mujeres en las juntas directivas.
Son ejemplos útiles de innovación, pero un país no puede implantar
solo una o dos de estas políticas y esperar grandes resultados. Debe
aplicar todo un abanico de políticas, una estrategia múltiple que tenga
en cuenta sus especiales circunstancias y las peculiaridades de cada
capa de la sociedad.
Las empresas también tienen una gran responsabilidad. La estrategia
actual de muchas de ellas es crear programas insignia dirigidos a
mujeres y niñas pero como algo externo, no esencial para su negocio.
Pese a la utilidad de esos programas, para que las empresas se
beneficien plenamente de la diversidad de género es preciso que sus
directivos emprendan medidas integrales e introspectivas, reformas
fundamentales en la manera de contratar y retener a empleados, preparar y
promover a mujeres con gran potencial, sensibilizar a los directivos
sobre distintos estilos de liderazgo, gestionar el equilibrio entre vida
y trabajo para que no perjudique a las mujeres, fortalecer a las
mujeres en las cadenas de suministro y dirigir iniciativas eficaces de
responsabilidad corporativa para apoyar a mujeres y niñas.
Para lograrlo, las empresas necesitan intercambiar experiencias y
acelerar el cambio, en lugar de competir en la exhibición de programas
estrella. Desde el Foro Económico Mundial estamos llevando a cabo en
México, Turquía y Japón programas piloto innovadores y experimentales
con docenas de empresas en plataformas de colaboración, y ya está
empezando a verse el cambio.
La “cultura” es una creación humana. Lo que nos parecen prejuicios
irracionales y nocivos son ideas que en el pasado tenían lógica, una
lógica que tal vez hoy ya no sea válida, pero que no puede ignorarse al
elaborar soluciones. Con los incentivos apropiados, podemos hacer que la
igualdad entre sexos sea la nueva decisión racional.
Saadia Zahidi, La desigualdad entre sexos tiene su lógica, El País, 29/10/2013
Saadia Zahidi dirige el Programa de
Mujeres Líderes e Igualdad de Género en el Foro Económico Mundial y es
fundadora y coautora del informe anual Global Gender Gap Report, que se publicó el pasado 25 de octubre.
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