César Rendueles: Internet, un zoològic humà digital.
César Rendueles |
César Rendueles tiene
38 años, se doctoró en filosofía con una tesis sobre Marx cuando algunos
lo daban por superado y es profesor en la facultad de Sociología de la
Universidad Complutense. Antes trabajó en el Círculo de Bellas Artes y
en la Ladinamo, un colectivo de “intervención cultural” que en los
felices años de la burbuja se convirtió en un foco de discusión y
creación al margen de la corriente dominante. Comisario en 2011 de la
exposición Walter Benjamin. Constelaciones y autor para Alianza de una
antología de El Capital que, usando la traducción de Manuel Sacristán,
introduce la obra con rigor histórico y sin anteojeras ideológicas, es
decir, sin perder de vista ni la caída del muro de Berlín ni la de
Lehman Brothers. Si su edad le ha permitido vivir de cerca la
consolidación de Internet, su formación le hace sospechar que el papel
de la Red como motor de cambio político tiene algo de espejismo. La
aparición de Sociofobia (Capitán Swing), su primer libro, se ha
convertido en un pequeño acontecimiento que ha puesto en circulación un
concepto polémico: ciberfetichismo.
Según el ensayista, el ciberutopismo es “una forma de autoengaño” que
nos impide entender que los principales obstáculos para un mundo más
justo son “la desigualdad y la mercantilización”. Y eso que Internet es
un poderoso argumento para la teoría de que el avance tecnológico traerá
la liberación social: “Los revolucionarios [tradicionales] apenas
aspiraron a alimentar, educar y llevar la democracia radical a la
totalidad de la población mundial. Algo aparentemente factible y
deseable dado nuestro nivel de desarrollo tecnológico y político”. Pese a
que la Red parecía materializar la “utopía del equilibrio entre
libertad individual y calidez comunitaria”, por ahora, dice Rendueles,
ha producido “sobreocupación y paro” y apenas ha conseguido que “la
abundancia camufle la fragilidad de los vínculos sociales que genera”.
Como afirma en uno de los momentos más rotundos de su ensayo, “Internet
no es un sofisticado laboratorio donde se experimenta con cepas de
comunidad futura. Más bien es un zoológico en ruinas donde se conservan
deslustrados los viejos problemas que aún nos acosan, aunque prefiramos
no verlos”.
La conversación con César Rendueles tiene lugar en el piso de su
cuñada. El suyo, vecino, está tomado por el desorden de sus dos hijos.
Allí, con el ordenador portátil a mano, habla de la confusión que se
establece en la Red entre lo común y lo simultáneo: “Confundimos hacer
cosas a la vez con hacer cosas juntos. El individualismo es una herencia
ilustrada muy valiosa, pero a veces sí hay que hacer cosas juntos”. La
sociedad, por ejemplo. “Internet nos transmite un sucedáneo de vínculo
social. Por supuesto, nadie confunde un amigo en Facebook con uno real,
pero bueno, si no puedo estar con mis amigos porque el mercado laboral
me ha mandando a no sé dónde al menos me queda esto. Es como los
psicofármacos: nadie confunde el bienestar que te da el Prozac con una
vida plena, pero te sirve para ir tirando. A veces nos pasa eso con la
tecnología: no reparamos nuestra vida dañada, pero nos ayuda a seguir
tirando, el daño nos importa menos”.
Tan buen conocedor de la genealogía del capitalismo como de los
intentos de frenar sus excesos, Rendueles explica que Internet juega
ahora el papel que los liberales atribuyen al mercado: expresamos
nuestros intereses —del carrito de la compra al historial de navegación—
y estos se coordinan con los de gente que tiene los mismos sin
necesidad de llegar a un consenso a través de eso “tan lento y costoso”
que es la política. Sin embargo, afirma, Internet no nos ha hecho más
sociales ni más políticos ni más democráticos, simplemente “ha rebajado
nuestras expectativas” respecto a qué significan sociedad, política y
democracia: “La democracia no puede reducirse a la posibilidad técnica
de expresar nuestras preferencias individuales. Lo importante de una
asamblea no es cómo entras sino cómo sales. La deliberación política nos
transforma: entramos con unas convicciones y salimos con otras”.
El ciberfetichismo es la mayoría de edad política del consumismo,
se dice en otro lugar de Sociofobia. De nuevo, historial de navegación y
carrito de la compra. Con una salvedad, advierte Rendueles: la Red
puede producir los efectos del consumismo sin necesidad de dinero. Pero
¿y el altruismo que desborda la Red? “En Internet hay una abundancia que
el mercado no sabe gestionar. La alternativa es la espontaneidad:
coopero cuando quiero. No tengo nada en contra (la mía es una
autocrítica), pero no es suficiente. Hay proyectos que no pueden
sobrevivir así, cualquiera que tenga grandes dimensiones y necesite
estabilidad: un periódico, una orquesta, un laboratorio científico…
Pensemos en los problemas que tiene la Wikipedia pese a las visitas que
recibe y a la simpatía que genera. Necesitamos instituciones que medien
entre el interés público y el mercado”. Algunas ya existen: la
universidad, por ejemplo. “¿Quién hacía ciencia en el siglo XIX? Nobles y
curas. Y se encontraron cauces para democratizar el acceso a la
ciencia. Da rabia el discurso antieducación pública porque las
universidades son las mayores creadoras de tecnología y conocimiento. Y
han sobrevivido cinco siglos, más que la mayoría de las empresas”.
Javier Rodríguez Marcos, "Internet es un sucedáneo de sociedad ..." (César Rendueles), Babelia. El País, 26/10/2013
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