Jo de lletres, tú de ciències.

 
A pesar de que desde hace varios años se viene proclamando, por parte de algunas personas del ámbito de la cultura, pero fundamentalmente por quienes estamos trabajando en la divulgación de la ciencia, la falsedad de la existencia de dos culturas distintas, además de enfrentadas, la humanista (que es la que la sociedad en su conjunto denomina erróneamente cultura a secas) y la científica, sigue siendo necesario llevar este debate ante la opinión pública. La sociedad está reconociendo cada vez más el destacado papel de la ciencia, y de la tecnología que emana de ella, para su progreso y el del conocimiento, aunque desde una óptica cultural se la mira como algo anecdótico, sin excesivo interés y prescindible. Por cultura se entiende habitualmente la de letras, despreciando las aportaciones, el interés y trascendencia de la ciencia en la misma, y solo recientemente se ha empezado a utilizar el término cultura científica para admitir por fin que la ciencia en sí misma puede ser parte de la cultura, aunque dejando muy claro que no es la cultura con mayúsculas, es decir, la de las humanidades, y manteniéndola completamente alejada de ella, separada por un muro artificial.

Si miramos al diccionario de la RAE, en su vigésima segunda edición, nos encontramos con dos acepciones interesantes, en relación con este debate, de la palabra «cultura»,
···· conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar un
juicio crítico.
···· conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de
desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social,…
En esta segunda acepción, el propio diccionario ya reconoce la presencia relevante de la ciencia en la cultura, mientras que en relación a la primera, ¿cuáles son esos conocimientos que permiten desarrollar un juicio crítico? En mi opinión, la formación de las personas tiene dos pilares fundamentales, las matemáticas y el lenguaje, que junto con las demás enseñanzas, tanto científicas como humanistas, forman a los jóvenes de nuestra sociedad, convirtiéndoles en personas adultas, independientes y críticas. En ambos casos, no solamente es fundamental la aportación de los dos lados del conocimiento y la cultura, sino que en realidad estos están enmarañados. No podemos, y no debemos, separarlos. Al realizar de forma artificial dicha escisión, que bien podríamos calificar de quirúrgica, parte de nuestro saber y de nuestra cultura desaparecen, o se ven mutilados, en la operación.

De igual forma, la división de la humanidad bajo las denominaciones de letras y de ciencias, no solamente es artificial, sino que es simplista, falaz y esconde un problema más complejo, del que hablaremos más adelante.


Yo soy de ciencias
La existencia de dos mundos separados, el de ciencias y el de letras, hace que desde bien jóvenes tengamos que elegir en cuál de ellos habitar, y que miremos con recelo a los habitantes del otro. La propia sociedad nos ha enseñado que debemos considerar natural esta supuesta realidad. Por ejemplo, ya en la universidad, esta divergencia se manifiesta de una forma bastante clara, los de letras suelen opinar de los de ciencias, y con mayor vehemencia si es de los matemáticos de quienes se está hablando, que son empollones, aburridos, cabezas cuadradas, faltos de imaginación, o incluso unos incultos, mientras que estos piensan de los primeros que no estudian nada, están siempre de fiesta, sus carreras son ligeras, utilizan su imaginación para escaquearse y juegan con el lenguaje para parecer cultos. La separación entre ambos colectivos se mantiene desde las dos partes, mirándose con suspicacia o simplemente intentando ignorar la existencia de los otros.

Sin embargo, en mi opinión, que seguramente, y con razón, pueda ser calificada de subjetiva y sujeta al mismo defecto que se está intentando combatir, la situación no es simétrica y desde el mundo humanista hay una mayor militancia en contra del científico. Con bastante frecuencia los habitantes de éste se encuentran con la expresión «yo soy de letras», que suele ser utilizada a modo de comodín o escudo contra ellos. Una situación en la que es habitual escuchar esta expresión es cuando dos personas, una de letras y otra de ciencias, se conocen (ya sea un periodista que tiene que entrevistar a un científico, un artista y un físico que coinciden en un acto público, o los padres/madres de dos amigas de la escuela), y suele ser utilizada por la primera como defensa a la supuesta agresión de la persona de ciencias, con el fin de cortar todo intento que pueda existir por parte de ésta de hablar de su trabajo o de temas científicos, para que sepa que se considera de mal gusto que hable de su ocupación, que no interesa lo que pueda contar o simplemente que no se moleste ya que no le van a entender, ni van a intentarlo. Sin embargo, no suele ocurrir que un científico se defienda con la expresión «yo soy de ciencias» para que su interlocutor no mencione sus preocupaciones laborales o temas como el arte, la música, el cine, la historia o el periodismo.

Serán materias de las que podrá dialogar con toda naturalidad e interés. Aunque por desgracia aún tenemos mucho que avanzar para que en una conversación se puedan tratar con normalidad temas relacionados con la ciencia, es curioso observar la sorpresa que en ocasiones se llevan los de letras, cuando descubren que su interlocutor, de ciencias, no solamente es capaz de charlar de esos temas de cultura general, sino que en muchas ocasiones son unos apasionados o incluso expertos en alguno de ellos.

La expresión «yo soy de letras», o si el tema está relacionado en algún sentido con las matemáticas, manifestaciones del tipo «los números no son lo mío» o «a mí con las cuatro operaciones me vale y me sobra», suelen utilizarse también para justificar un error relacionado con la ciencia (por ejemplo, un error en un cálculo numérico, un porcentaje mal utilizado, o confundir un quark con una galaxia o un tipo de estrella), o incluso para anticiparse al posible error, como un método de defensa. Aunque esta expresión se usa con normalidad, y sin ningún pudor, no se entendería el empleo –de hecho ningún matemático o científico lo haría- de la frase «yo soy de ciencias» para justificar faltas de ortografía cometidas, un informe mal redactado o un error al establecer la época de un hecho histórico relevante. Más generalmente, la expresión «yo soy de letras» suele servir para transmitir, pero sobre todo justificar, con cierto orgullo, la falta de cultura científica. Se considera normal, incluso para los que somos de ciencias, conocer ciertos hechos históricos, las características de algunos movimientos artísticos, o quiénes eran personajes como Wolfgang A. Mozart, William Shakespeare, Winston Churchill, Charles Chaplin o Pablo Picasso, sin embargo, no hace falta saber quiénes eran Carl F. Gauss, Isaac Newton, Marie Curie, James D. Watson y Francis Crick, o Dame Jane Goodall, cuándo y cómo se unificaron y universalizaron los sistemas de medidas o cuándo ocurrieron algunos hechos científicos relevantes. Mientras que a un científico, o a cualquier persona, se le tachará de inculta si no sabe contestar a la primera serie de cuestiones, alguien del mundo de las humanidades que no sepa contestar a ninguna de las de la segunda serie, simplemente tendrá que utilizar el comodín «¡es que yo soy de letras!».

¿Por qué se mantiene esa separación absurda entre personas de ciencias y de letras, entre la cultura científica y la cultura (de las humanidades)? La mayoría de los muros que se levantan en nuestro planeta son fruto de la ignorancia o el desconocimiento de la otra realidad, así como del miedo. Y este caso no es una excepción.

Consecuencias de la brecha entre las dos culturas
Pudiera pensarse que la división de la población en personas de ciencias y de letras, es algo similar a ser del Madrid o del Barcelona en fútbol, ser de Kas Naranja o de Kas Limón como en el anuncio publicitario o ser una persona que tiene perro o tiene gato, es decir, una elección personal, inofensiva, que seguramente definirá parte del carácter del individuo pero sin graves consecuencias. Sin embargo, no es así. Esa separación, y más generalmente la brecha entre las culturas científica y humanista (en realidad, la consideración de la cultura de letras como la única, y el menosprecio y olvido de la ciencia) sí tienen secuelas en nuestra sociedad, tanto en lo personal, como en lo social.

En mi opinión, que seguramente sea tildada de exagerada por algunos de los lectores de este artículo, un efecto negativo que esta situación puede tener en lo personal es la falta de un desarrollo completo en la formación de algunas personas (por supuesto que la cuestión de qué es un desarrollo personal completo es muy interesante, así como clave para definir la educación que deben recibir los jóvenes, aunque no es el tema de este artículo). ¿Por qué? Este desprecio de la cultura científica hace que como sociedad no valoremos la importancia de la ciencia, y de las matemáticas, en la educación, y que los jóvenes (que lo han heredado de sus familias y su entorno social) las miren con desinterés, más aún con temor, como es el caso de las matemáticas escolares. En consecuencia, el desconocimiento o la mala formación en temas científicos, y muy especialmente en matemáticas, hace que hombres y mujeres no estén bien preparados para muchos temas de su vida, tanto personal como profesional, en los que un mínimo conocimiento científico es indispensable.

Algunos ejemplos. En 2008 pudimos leer el titular «Cinco países europeos recomiendan a sus sanitarios estudiar cálculo», y en la noticia se explicaba que «hasta un 45% de los fallos hospitalarios tienen que ver con un cálculo erróneo de los medicamentos suministrados por médicos y enfermeras». Somos muchos los que a diario leemos el periódico para estar informados, y se supone que la formación recibida en nuestra educación es suficiente para poder entender sus artículos. Una gran cantidad de los mismos pueden tener contenido relacionado con la ciencia, pero además, mucha de la información que se suministra se realiza en un formato matemático (estadísticas, probabilidades, medidas, proporciones, gráficos, datos numéricos…), luego este saber es imprescindible, tanto para el periodista que escribe el texto de la noticia, como para el lector.

Por ejemplo, el hombre, o la mujer, del tiempo anuncia: «La probabilidad de que llueva el sábado es del 50% y la de que llueva el domingo también es del 50%, por lo tanto, la probabilidad de que llueva el fin de semana es del 100%». Aunque esto pueda parecer un chiste matemático, errores similares a este (por cierto, la probabilidad de que llueva el fin de semana sería del 75%) se encuentran en la prensa (véase Un paseo por los medios de comunicación de la mano de unas sencillas matemáticas, R. Ibáñez, Revista sigma 32, 2008; o la web malaprensa.com). Por otra parte, cuando leemos un informe médico, económico o de otra índole, ya sea de nuestra vida privada o de nuestro trabajo, en una empresa o en la administración, debemos de entenderlo bien para poder extraer el conocimiento útil del mismo y tomar las decisiones correctas, y ahí el conocimiento científico también es primordial.

Si hablamos de nuestra sociedad, el desprecio de la ciencia está llevando a una falta de conocimiento de nosotros mismos y de nuestra cultura (incluyendo la humanista). Un ejemplo ilustrativo puede ser el siguiente. A finales del siglo XIX, y principios del XX, la cuarta dimensión (que venía de las matemáticas) fue un tema que interesó y cautivó a científicos, artistas, filósofos, escritores, personas religiosas, y público en general. En particular, tuvo una influencia importante en el cubismo, así como en otros movimientos artísticos del siglo XX. Sin embargo, hasta los años 70, en los estudios y publicaciones de Historia del Arte sobre el cubismo no aparecían referencias a las dimensiones superiores, lo cual seguramente era consecuencia de la falta de formación matemática e interés científico de los historiadores del arte, a pesar de que los propios artistas hablaban de la cuarta dimensión en sus escritos (cartas, conferencias, artículos o libros). Por suerte, la situación cambió en los años 70 y hoy es un hecho conocido y ampliamente documentado (véase por ejemplo La cuarta dimensión. ¿Es nuestro universo la sombra de otro?, R. Ibáñez, rba, 2010).

En general, una cultura y un conocimiento científicos pobres (y en particular, la incomprensión de una herramienta fundamental como son las matemáticas), hace que quienes tienen capacidad de decisión (ayuntamientos, gobiernos de autonomías o de la nación, empresas, fundaciones, etcétera) aprueben leyes y actuaciones fundamentales para nuestra sociedad teniendo una visión sesgada de la misma, lo cual tiene consecuencias negativas para nuestro presente y nuestro futuro (economía, desarrollo del país, educación, investigación científica y tecnológica, promoción de la cultura, organización de actividades culturales…).


La divulgación de la ciencia
La solución al problema de la brecha entre ciencias y letras, y de sus nefastos efectos en la sociedad, es la divulgación de la ciencia. Esta no solamente traerá una mayor cultura científica y acabará con la confrontación, sino que provocará un cambio de actitud de la población hacia las matemáticas y la ciencia, la desaparición del temor a ellas, un mayor interés por las mismas, una mejora de su imagen social, que las personas sean científica y matemáticamente más activas, pero también estimularán el desarrollo de la actividad en ciencia y tecnología, de la cultura científica y de sus relaciones con otras partes de la cultura. Teniendo en cuenta que los jóvenes de hoy se convertirán en las personas que dirigirán el mundo en el futuro, la divulgación científica debe de empezar en la escuela, pero no debe de quedarse ahí, sino que debe de extenderse a través de todo el sistema educativo, y a la sociedad en su conjunto.

Cuestiones como la importancia de la divulgación de la ciencia en nuestra sociedad, cómo y quiénes deben realizar esa labor, a través de qué medios, qué temas divulgar y cuál debe de ser el nivel científico de los mismos, a quién debe dirigirse, entre otras, son sumamente interesantes y merecerían un comentario más extenso que dejaremos para otra ocasión, puesto que queremos terminar analizando brevemente el papel de la universidad en la cultura científica.


La cultura científica en la universidad
Si centramos nuestra atención en los retos de futuro que tiene la universidad es probable que algunos únicamente piensen en el diseño y la gestión de la educación superior de nuestros jóvenes -los conocimientos y la sociedad cambian por lo que hay que adaptar la enseñanza universitaria a los nuevos tiempos- y también de la investigación -en la que la universidad debe de liderar la adquisición de nuevos conocimientos, el desarrollo de nuevas tecnologías o la creación cultural. Sin embargo, a estos dos retos, que han existido desde el inicio de la universidad (y que, de hecho, la definían hasta ahora), se les ha añadido un nuevo pero importante reto, la divulgación de la ciencia, aunque tendríamos que hablar realmente de la difusión de la cultura en su totalidad.

Hasta hace no mucho tiempo, la divulgación científica tenía un papel marginal dentro de nuestra sociedad, mucho más la matemática en la que hubo que esperar al año 2000 –Año Mundial de las Matemáticas- para que llegara su despertar, e incluso hoy en día nos encontramos con medios como la televisión en los que siguen siendo reacios a incluir ciencia en su programación, o simplemente a ofrecer noticias relevantes del ámbito científico. Además, la difusión de la cultura científica se estaba desarrollando fuera del ámbito universitario, por periodistas que habían girado su carrera hacia la ciencia o personas con formación científica que, a través de museos o revistas, trabajaron al margen de la universidad. Dentro del profesorado universitario se consideraba más un hobby personal que una labor valiosa que debían desarrollar y dentro de la institución tampoco había un gran interés en ella. Incluso no se veía con buenos ojos que algunos profesores se dedicaran a malgastar su tiempo, y, en el fondo, el de la universidad, en este tipo de labores.

Pero la situación ha cambiado, si no radicalmente sí de manera destacada. Se ha desarrollado un trabajo significativo en la transmisión de la cultura científica, tanto desde los museos, las editoriales y revistas, como desde la propia universidad, en la cual el profesorado ha empezado a darse cuenta de la importancia de esta labor, y de la conveniencia de que ellos, y ellas, estén involucrados, directa o indirectamente, en la misma. Se han organizado actuaciones de una gran calidad, con destacada presencia del público general, e incluso interés por parte de los medios de comunicación, que han servido de aval para el futuro.

La universidad ha entendido perfectamente la importancia que tiene la divulgación, así como que le corresponde a ella intentar liderar en gran medida el enorme trabajo que tenemos por delante, tanto en el desarrollo de la propia tarea de difusión, como en la gestión de la misma. Pero cuidado, reconocer el valor de la divulgación científica está bien, apoyar al profesorado en el desarrollo de la misma también, pero es necesario que haya un reconocimiento real, desde la universidad y también desde la administración, del trabajo que desarrollamos, no considerándolo un trabajo de segunda o de una cualificación inferior.

La universidad tiene la obligación moral y social de divulgar la cultura científica, y la no científica también, que en gran medida surge de entre sus paredes. La sociedad demanda cada vez más un mayor conocimiento de una institución de la que depende la educación superior, la investigación y el desarrollo cultural, quiere saber en qué se gasta el dinero que se invierte en ella y por qué es importante seguir invirtiendo, quiere saber qué educación se está ofreciendo a nuestros jóvenes, qué investigación desarrollan sus miembros y la relevancia de ésta para la sociedad, pero también la sociedad ha entendido, o está empezando a entender, que la ciencia forma parte de la cultura de la humanidad, y que el desarrollo personal y social no puede dar la espalda a la ciencia, y confía en la universidad como difusora de la cultura científica. Además, la propia imagen social de la institución depende también de esta actividad.

Estamos ante un reto ilusionante para el futuro como es el diseño y construcción de esa nueva parte del edificio universitario que es la divulgación, la difusión de la cultura humana.

Raúl Ibáñez, La cultura científica o la misteriosa identidad del señor Gauss, Cuaderno de Cultura Científica, 19/10/2013

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