La paradoxa de l'animal humà.
La posición de principio que da soporte a estos escritos es que la aparición del hombre constituye un singular momento, una auténtica emergencia, en la historia evolutiva ( en razón de lo cual la defensa del mismo equivale simplemente a defender lo objetivamente más precioso).
La paradoja del
animal humano es que siendo un fruto entre otros de la naturaleza (¿qué
otra cosa podría ser?) sin embargo no se haya sometido exhaustivamente a
la necesidad natural. El hombre tiene en relación a su raíz animal una
distancia traducida de entrada en el hecho de que su lenguaje no es
reductible a los sistemas de codificación que constituyen los llamados
lenguajes animales. [1]
La
libertad del hombre, heredada de la irreductibilidad de su lenguaje, se
traduce en la capacidad de someterse a reglas de conducta erigidas por
el mismo, siendo así sujeto de derecho, y en la posibilidad de crear
objetivos liberados de finalidades prácticas, tanto en el registro
cognoscitivo como en el perceptivo (lo que denominamos estética (en el
sentido etimológico de la palabra). La libertad del hombre se traduce
asimismo en la práctica de actividades que carecen de finalidad
práctica, que sólo aspiran a la plena actualización de las facultades de
simbolización y conocimiento y a la restauración de las mismas en caso
de que (por circunstancias sociales y educativas) hayan sido trabadas.
Expresión mayor de la inclinación natural a actividades sin finalidad
práctica sería la filosofía de la cual los "asuntos metafísicos" aquí
tratados pretenden ser una ilustración.
La
objeción es inmediata: se estaría pues defendiendo aquí un humanismo
trasnochado, cuya debilidad habría sido puesta de relieve desde Marx
hasta el llamado pensamiento post-moderno, pasando por las teorías
filosóficas que quieren ser realmente coherentes con la teoría
evolucionista.
Por un lado, se argumenta, la
libertad del hombre es presentada por los humanistas como un rasgo
universal, pero tal universalidad está una y mil veces puesta en tela de
juicio por la realidad empírica. La tesis de la libertad esencial del
hombre puede incluso sonar a sarcasmo para todo aquel que se ve
doblegado por el estatus social, la raza etcétera. Y como resulta que no
hay memoria histórica de sociedades en las que una u otra modalidad de
segregación no se haya dado, es imposible hablar de ellas como si se
tratara de contingencias. Así que el discurso que se refiere al hombre
como sujeto de derecho puede provocar simplemente hartazgo.
La
objeción es desde luego de enorme peso. Mas ha de hacerse una
diferencia entre quienes la sostienen desde posiciones meramente
escépticas (limitándose a decir que no dan crédito a pamplinas) y los
que combaten tales circunstancias mutiladoras allí dónde se den y en el
momento real, no aspirando a modificarlas de un plumazo, pero
distinguiendo niveles y etapas: momentos de incremento de libertad y
momentos de regresión; momentos de relativa pasividad y momentos de
resistencia. Como en algún momento he tenido ocasión de señalar, no se
ha renunciado a la defensa de la causa del hombre, de la actualización
de sus facultades, ni siquiera en los campos de concentración. La
libertad del hombre se realiza ya de una manera en la lucha por la
misma, lucha tanto objetiva en el plano social, como subjetiva, en la
guerra contra la inclinación, la inercia y la costumbre en las que la
subjetividad suele abismarse.
Actitud de combate
que, desde luego, nada tiene que ver con aquella que cabría tipificar
como nuevo estoicismo y que de hecho es un idealismo en el peor de los
sentidos, consistente en pensar que el pensamiento aparta de las
contingencias del mundo, las cuales pueden así seguir imperando. El
reino del pensamiento es ciertamente de este mundo y sólo relativiza
las contingencias míseras del mismo combatiéndolas, al tiempo que se
mantiene firme en sus objetivos teoréticos.
Pero
existe una segunda objeción al humanismo, más valiosa, simplemente por
ser más afirmativa y vigorosa, la cual consiste de hecho en una
radicalización del humanismo mismo. Se trata del llamado a veces post
humanismo, que apela a superar lo humano precisamente exacerbando el
poder de ciertas construcciones humanas. En esta teoría juega un enorme
papel implícito la polaridad naturaleza versus técnica aquí ampliamente considerada.
Lo
esencial de esta posición consiste en decir que nuestro arranque en
la biología nos hace víctimas de mil limitaciones y en consecuencia
conviene reducir el peso de la variable biología en nuestro ser,
abriéndonos a la incorporación de los útiles que pueden proporcionar la
tecnología. Mi respuesta es que no se trata aquí tanto de un tras-
humanismo como de una exacerbación del humanismo. Y ello en razón de la
postulada tesis de que en la técnica reside (junto al lenguaje y el
razonar indisociable del mismo) la singularidad de nuestro ser.
Víctor Gómez Pin, Asuntos metafísicos 20, El Boomeran(g), 24/10/2013
[1]
Los argumentos más transparentes al respecto se encuentran quizás en el
impagable artículo de Emile Benveniste, "Communication animale et
langage humain" publicado en la revista Diogène nada menos que en 1952.
El autor empieza por avanzar una posición de principio: hablar de
lenguaje animal es algo que sólo se sostiene en razón de un equívoco
terminológico. A su juicio no hay, ni siquiera bajo forma rudimentaria,
modalidad de expresión en animal alguno que tenga las características de
nuestro lenguaje.
La cosa le
parece indiscutible si lo que consideramos son animales susceptibles de
emisiones vocales: en los comportamientos que acompañan a toda emisión,
brillarían totalmente por su ausencia los componentes de lo que
cabalmente merecería el nombre de lenguaje.
A juicio de Benveniste, la única interrogación al respecto es la que
nos plantea la abeja, cuyo mecanismo de transmisión de información ha
llamado poderosamente la atención Que la abeja sea lo que puede
introducir la duda en la convicción de un Benveniste es tanto más
significativo cuanto que este insecto se encuentra muy alejado de
nosotros en el registro filogenético.
Como es sabido, el comportamiento "lingüístico" de la abeja había sido
minuciosamente observado por Karl von Frish, profesor de zoología en la
universidad de Munich y Premio Nobel de Fisiología en 1973. A través de
experimentos realizados desde 1920, llegó a describir el comportamiento
de una abeja que descubre en cierto lugar alejado de una colmena una
solución azucarada y, tras retornar a la colmena, comunica tal
descubrimiento a las demás. Benveniste se halla a la vez fascinado por
el asunto y escéptico respecto a que cupiera hablar de lenguaje. He
aquí su conclusión:
"El conjunto de
estas observaciones muestra la diferencia esencial entre los
procedimientos de comunicación descubiertos en las abejas y nuestro
lenguaje. Esta diferencia se resume en el término que nos parece más
apropiado a definirlo: el modo de comunicación utilizado por la abejas
no constituye un lenguaje, se trata de un código de señales"Entre otras razones esgrimidas por e lingüista cuentan las dos siguientes relativas a la forma.
-El mensaje emitido por una abeja no provoca respuesta comunicativa
sino una acción. Ausencia pues de "diálogo", es decir, "reacción
lingüística a una manifestación lingüística.
-El mensaje se refiere exclusivamente a un dato nunca a otro mensaje.
Así una abeja es incapaz de trasmitir algo que ella no haya percibido
directamente.
En consecuencia nada en el
lenguaje de las abejas permite hablar de esa sustitución de la
experiencia trasmisible sin límite en el espacio y en el tiempo que
caracteriza a l lenguaje humano.
Si nos
referimos ahora al contenido, se constata que la abeja no trasmite
señales más que relativas a un asunto, la fuente de alimento y la única
indicación que da a sus congéneres afecta tan sólo a una variable, la
espacial. Incomparable desde luego con el lenguaje humano dónde los
elementos a los cuales referirse son potencialmente infinitos y las
variables respecto a los mismos lejos de ser meramente topológicas
recubren todas las categorías del ser: de qué se trata, cuando tuvo lugar, dónde etcétera...Categorías
del ser que de hecho hay razones (avanzadas por el propio Benveniste)
de pensar que son precisamente indisociables del lenguaje.
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