La utilització feixista de Nietzsche.
El judío Judas traicionó a Jesús por una suma de dinero nimia:
después de eso, se colgó. La traición de los familiares de Nietzsche no
tuvo la consecuencia brutal que tuvo la de Judas, pero resume y termina
de volver intolerable el conjunto de traiciones que deforman la
enseñanza de Nietzsche (que la colocan a la altura de las pretensiones
de más corto alcance de la fiebre actual). Las falsificaciones
antisemitas de la señora Förster, su hermana, y del señor Richard
Oehler, primo de Nietzsche, tienen además algo que es más vulgar que el
comercio de Judas: más allá de toda medida, confieren el valor de un
golpe de látigo a la máxima con la que Nietzsche expresó su horror por
el antisemitismo: “¡NO FRECUENTAR A NADIE QUE ESTÉ IMPLICADO EN ESTE
ENGAÑO DESFACHATADO DE LAS RAZAS!”[ii]
El nombre de Elisabeth Förster-Nietzsche[iii], quien acaba de
clausurar, el 8 de noviembre de 1935, una vida consagrada a una forma
muy mezquina y degradante de culto familiar, no se ha convertido todavía
en objeto de aversión… Elisabeth Förster-Nietzsche no había olvidado,
el 2 de noviembre de 1933, las dificultades que se habían introducido
entre ella y su hermano con motivo de su casamiento, en 1885, con el
antisemita Bernard Förster. Ella misma publicó por sus propios medios
una carta en la que Nietzsche le recuerda su “repulsión” — “tan
pronunciada como es posible”— por el partido de su marido, este último
designado con especial rencor[iv] El 2 de noviembre de 1933 frente a
Adolf Hitler, a quien había recibido en persona en el Nietzsche-Archiv
en Weimar, Elisabeth Förster daba fe del antisemitismo de Nietzsche
leyendo un texto de Bernard Förster.
“Antes de abandonar Weimar para irse a Essen —informa el periódico El
Tiempo* del 4 de noviembre de 1933–, el canciller Hitler visitó a la
señora Elisabeth Förster-Nietzsche, hermana del célebre filósofo. La
anciana señora le obsequió un bastón que había pertenecido a su hermano.
Le hizo también visitar los Archivos Nietzsche.
El señor Hitler asistió a la lectura de un texto que el doctor
Förster, agitador antisemita, había dirigido a Bismarck en 1879, texto
en donde se quejaba de ‘la invasión del espíritu judío en Alemania’. Con
el bastón de Nietzsche en la mano, Hitler atravesó la muchedumbre en
medio de aclamaciones y subió a su automóvil para ir a Erfurt, y desde
allí a Essen.”
Nietzsche, en una carta despectiva enviada en 1887 al antisemita
Theodor Fritsch[v], concluía con estas palabras: “PERO AL FIN, ¿QUÉ CREE
USTED QUE SIENTO CUANDO EL NOMBRE DE ZARATUSTRA SALE DE BOCA DE LOS
ANTISEMITAS?”.
EL SEGUNDO JUDAS DEL NIETZSCHE ARCHIV
Adolf Hitler en Weimar se hizo fotografiar frente al busto de
Nietzsche. Richard Oehler, primo de Nietzsche y colaborador de Elisabeth
Förster en el Archivo, hizo reproducir la fotografía en el frontispicio
de su libro Friedrich Nietzsche y el futuro alemán[vi]. En esta obra
intentó mostrar el acuerdo profundo entre la enseñanza de Nietzsche y la
de Mein Kampf [Mi lucha]. Reconoce, es cierto, la existencia de pasajes
de Nietzsche que no serían hostiles a los judíos, pero concluye:
“Lo que más nos importa es esta advertencia: ‘¡Ni un judío más! ¡Cerrémosles nuestras puertas, sobre todo hacia el este! (…) Alemania tiene ya su buen número de judíos, el estómago y la sangre alemanes deberán padecer largo tiempo antes de haber asimilado esa dosis de ‘lo judío’; no tenemos la digestión tan activa como los italianos, los franceses, los ingleses, que pasaron por el trance de manera mucho más expeditiva.’ Obsérvese que esto es expresión de un sentimiento más general que exige que se lo escuche y que se actúe en consecuencia. ‘¡Ni un judío más! ¡Cerrémosles nuestras puertas, sobre todo hacia el este (incluida Austria)!’ He aquí lo que reclama el instinto de un pueblo cuyo carácter es todavía tan débil y tan poco marcado que corre el riesgo de ser abolido por la mezcla con una raza más enérgica.”
No se trata aquí solamente de “engaño descarado” sino de una falsedad
grosera y concientemente elaborada. Este texto figura, en efecto, en
Más allá del bien y del mal (§ 251), pero la opinión que expresa no es
la de Nietzsche; ¡es la de los antisemitas, retomada por Nietzsche a
modo de burla!
“No encontré todavía un alemán”, escribe, “que deseara el bien a los judíos; los políticos y los sabios, todos ellos y sin reserva, se esfuerzan en vano en condenar el antisemitismo. Lo que reprueban su sabiduría y su política, no se equivoquen ustedes, no es el sentimiento mismo, sino únicamente sus dudosos desencadenamientos, y las inconvenientes y vergonzosas manifestaciones que este sentimiento provoca una vez desencadenado. Se dice simplemente que Alemania ya está demasiado, etcétera.”
¡Y sigue el texto convocado por el fascista falsario a cuenta de
Nietzsche! Un poco más adelante se ofrece una conclusión práctica de
estas consideraciones: “Se podría muy bien comenzar por echar a la calle
a los antisemitas escandalosos…”. Esta vez Nietzsche habla en su
nombre. El conjunto del aforismo se expresa en el sentido de la
asimilación de los judíos por parte de los alemanes.
NO MATAR: REDUCIR A LA SERVIDUMBRE
“ACASO MI VIDA HACE VEROSÍMIL QUE YO PUEDA HABERME DEJADO ‘CORTAR LAS ALAS’ POR CUALQUIERA?”[vii]
El tono con el cual Nietzsche respondía en vida a los antisemitas
inoportunos excluye toda posibilidad de tratar la cuestión con ligereza,
de considerar la traición de los Judas de Weimar como venial: de eso se
tratan las “alas cortadas”.
Los parientes de Nietzsche emprendieron algo tan bajo como la tarea
de reducir a una servidumbre envilecedora a quien pretendía arrasar con
la moral servil. ¿Es posible acaso que no haya en el mundo
rechinamientos de dientes y que esto no cause, en la creciente
desorientación, el silencio y la violencia? ¿Cómo, bajo el golpe de esta
ira, podría no ser de una claridad enceguecedora que, en el momento en
que toda la humanidad se precipita hacia la servidumbre, haya algo que
no deba ser sojuzgado, que no pueda ser sojuzgado?
LA DOCTRINA DE NIETZSCHE NO PUEDE SER SOJUZGADA.
Solamente puede ser seguida. Ubicarla luego de o al servicio de
cualquier cosa ajena es una traición que merece el desprecio de los
lobos hacia los perros.
¿ACASO LA VIDA DE NIETZSCHE HACE VEROSÍMIL QUE HAYA PODIDO DEJARSE
“CORTAR LAS ALAS” POR CUALQUIERA? Sea el antisemitismo o el fascismo,
sea el socialismo, no hay más que utilización. Nietzsche se dirigía a
espíritus libres, incapaces de dejarse utilizar.
IZQUIERDA Y DERECHA NIETZSCHEANAS
El movimiento mismo del pensamiento de Nietzsche implica una debacle
de los diferentes fundamentos posibles de la política actual. Las
derechas fundan su acción en su ligazón afectiva con el pasado. Las
izquierdas la fundan en principios racionales. Ahora bien, Nietzsche
rechaza por igual la ligazón con el pasado y los principios racionales
(justicia, igualdad social). Debería entonces ser imposible utilizar sus
enseñanzas en cualquiera de estos sentidos.
Pero esas enseñanzas representan una fuerza de seducción
incomparable, y en consecuencia una “fuerza” a secas que los políticos
debían estar tentados de sojuzgar, o al menos de conciliar en beneficio
de sus emprendimientos. Las enseñanzas de Nietzsche “movilizan” la
voluntad y los instintos agresivos: era inevitable que las acciones
existentes buscaran arrastrar dentro de su movimiento esas voluntades e
instintos movilizados, y que habían quedado sin utilizar.
La ausencia de toda posibilidad de adaptación a alguna de las
direcciones de la política no tuvo, en estas condiciones, más que un
solo resultado. La exaltación nietzscheana, al no ser solicitada más que
en razón de un desconocimiento de su naturaleza, pudo serlo en las dos
direcciones a la vez. En cierta medida, se formó una derecha y una
izquierda nietzscheanas, de la misma manera que se formó en otros
tiempos una derecha y una izquierda hegelianas[viii]. Pero Hegel se
había situado a sí mismo en el plano político, y sus concepciones
dialécticas explican la formación de dos tendencias opuestas en el
desarrollo póstumo de su doctrina. Se trata en un caso de desarrollos
lógicos y consecuentes, y en el otro de inconsecuencia, de ligereza o de
traición. En conjunto, la exigencia expresada por Nietzsche, lejos de
ser comprendida, fue tratada como es tratado todo en un mundo en donde
la actitud servil y el valor de utilidad parecen ser los únicos
admisibles. A la medida de ese mundo, la transvaloración de los valores,
incluso si fue objeto de esfuerzos reales de comprensión, permaneció
tan generalmente ininteligible que las traiciones y las interpretaciones
banales de que es objeto pasan más o menos desapercibidas.
“OBSERVACIONES PARA LOS ASNOS”
El propio Nietzsche dijo que no sentía más que repugnancia por los
partidos políticos de su tiempo, pero existe un equívoco a propósito del
fascismo que no se desarrolló hasta mucho tiempo después de su muerte.
Además, el fascismo es el único movimiento político que conciente y
sistemáticamente utilizó la crítica nietzscheana. Según el húngaro Georg
Lukács (al parecer, uno de los pocos entre los teóricos marxistas
actuales que tuvo una conciencia profunda de la esencia del marxismo;
aunque es cierto que desde que se tuvo que refugiar en Moscú quedó
moralmente quebrado, y que no es más que la sombra de sí mismo), “la
diferencia muy clara a nivel ideológico entre Nietzsche y sus sucesores
fascistas no llega a ocultar el hecho histórico fundamental que hace de
Nietzsche uno de los principales ancestros del fascismo” (Littérature
internationale, 1935, número 9, p. 79). El análisis sobre el que Lukács
funda esta conclusión es quizás refinado y hábil a veces, pero no es más
que un análisis que prescinde de la consideración de la totalidad, es
decir, de eso que sólo es “existencia”. Fascismo y nietzscheanismo se
excluyen, incluso se excluyen con violencia, desde el momento en que uno
y otro son considerados en su totalidad: por un lado la vida se
encadena y estabiliza en una servidumbre sin fin, por el otro respira no
solamente aire libre sino un viento tempestuoso; por un lado el encanto
de la cultura humana se quiebra para dejar lugar a la fuerza vulgar,
por el otro la fuerza y la violencia se consagran trágicamente a ese
hechizo. ¿Cómo es posible no percibir el abismo que separa a un Cesar
Borgia, a un Malatesta, de un Mussolini? Unos, insolentes denigradores
de las tradiciones y de toda moral, sacan partido de acontecimientos
sangrientos y complejos en beneficio de una avidez de vivir que los
sobrepasa; el otro se ve sojuzgado lentamente por medio de todo aquello
que pone en movimiento paralizando poco a poco su impulso primitivo. Ya a
ojos de Nietzsche, Napoleón parecía “corrompido por los medios que se
había visto obligado a emplear”; Napoleón “había perdido la nobleza de
carácter”[ix]. Una presión infinitamente más pesada se ejerce sin
ninguna duda sobre los dictadores modernos, reducidos a encontrar su
fuerza identificándose con todos los impulsos que Nietzsche despreciaba
en las masas, en particular “esa admiración mentirosa de sí misma que
practican las razas”[x]. Existe un sarcasmo corrosivo en el hecho de
imaginar un acuerdo posible entre la existencia nietzscheana y una
organización política que empobrece la existencia al máximo, que
encarcela, que exilia o asesina a todo lo que podría constituir una
aristocracia[xi] de “espíritus libres”. Como si no saltara a la vista
que Nietzsche, cuando reclamaba un amor a la medida del sacrificio de la
vida, lo hacía por la “fe” que comunica, para los valores que su propia
existencia convertía en reales, y evidentemente no para una patria…
“Observación para los asnos”, escribía el propio Nietzsche, temiendo una confusión del mismo orden, también miserable”[xii].
MUSSOLINI NIETZSCHEANO
En la medida en que el fascismo se relaciona con una fuente
filosófica, no es con Nietzsche sino con Hegel[xiii] con quien debe
vinculárselo. No hay más que remitirse al artículo que el propio
Mussolini consagró en la Enciclopedia Italiana al movimiento que él
mismo había creado[xiv]: el vocabulario, y más que el vocabulario, el
espíritu, son hegelianos, no nietzscheanos. Es cierto que Mussolini
emplea allí dos veces la expresión “voluntad de poder”: pero no es por
azar que esta voluntad no es más que un atributo de la idea que unifica
la multitud…[xv]
El agitador rojo sufrió la influencia de Nietzsche: el dictador
unitarista se mantuvo aparte. El régimen mismo se expresó acerca de la
cuestión. En un artículo de Fascismo de julio de 1933, Cimmino niega
toda filiación ideológica entre Nietzsche y Mussolini. Solamente la
voluntad de poder constituiría un lazo entre sus doctrinas. Pero la
voluntad de poder de Mussolini “no es egoísta”, se predica a todos los
italianos, a los que el duce quiere convertir en “superhombres”. Porque,
afirma el autor, “cuando incluso nosotros seamos superhombres, no
seguiremos siendo más que hombres… Que por otra parte a Mussolini le
guste Nietzsche es más que natural: Nietzsche pertenecerá siempre a
todos los hombres de acción y de voluntad… La diferencia profunda entre
Nietzsche y Mussolini está en el hecho de que el poder en tanto que
voluntad, la fuerza, la acción, son productos del instinto, diría casi
de la naturaleza física. Pueden pertenecer a personas completamente
opuestas, pueden ser puestas al servicio de los fines más diversos. Por
el contrario, la ideología es un factor espiritual, es ella quien une
verdaderamente a los hombres”. No tiene sentido insistir en el idealismo
abierto de este texto que tiene el mérito de la honestidad si se lo
compara con los textos alemanes. Más notable es ver al duce quedar
limpio de una posible acusación de egoísmo nietzscheano. Las esferas
dirigentes del fascismo parecen haberse quedado en la interpretación
stirneriana de Nietzsche expresada alrededor de 1908 por el propio
Mussolini[xvi].
“Para Stirner, para Nietzsche”, escribía entonces el revolucionario,
“y para todos aquellos que, en su Geniale Mensch, Turk denomina los
antísofos del egoísmo, el Estado es opresión organizada en detrimento
del individuo. Y sin embargo, incluso para los animales de presa, existe
un principio de solidaridad… El instinto de sociabilidad, según Darwin,
es inherente a la propia naturaleza del hombre. Es imposible
representarse a un ser humano que viva fuera de la cadena infinita de
sus semejantes. Nietzsche sintió profundamente la ‘fatalidad’ de esta
ley de solidaridad universal. El superhombre nietzscheano intenta
escapar a la contradicción: desencadena y dirige contra la masa exterior
su voluntad de poder, y la grandeza trágica de sus emprendimientos
proporciona al poeta —por poco tiempo más— una materia digna de ser
cantada…”
Así se explica que Mussolini, acusando las influencias no italianas
que se ejercieron sobre el fascismo naciente, hable de Sorel, de Péguy,
de Lagardelle, y no de Nietzsche. El fascismo oficial pudo utilizar las
más potentes máximas nietzscheanas escribiéndolas sobre los muros: esto
no excluye que sus simplificaciones brutales deban ser mantenidas aparte
del mundo nietzscheano, demasiado libre, demasiado complejo, demasiado
desgarrador. La prudencia del fascismo italiano parece descansar, es
cierto, sobre una interpretación de la actitud de Nietzsche pasada de
moda: pero esta interpretación fue posible, y lo fue porque el
movimiento del pensamiento de Nietzsche constituye en última instancia
un dédalo, es decir, todo lo contrario de las directivas que los
sistemas políticos actuales piden a sus inspiradores.
ALFRED ROSENBERG
Sin embargo, a esta prudencia del fascismo italiano se opone la
afirmación hitleriana. Nietzsche, en el panteón racista, no ocupa
ciertamente un lugar oficial. Chamberlain, Paul de Lagarde o Wagner dan
satisfacciones más sólidas a la profunda “admiración de sí misma” que
practica la Alemania del Tercer Reich. Pero cualesquiera sean los
peligros de la operación, esta nueva Alemania debió reconocer a
Nietzsche y utilizarlo. Representaba demasiados instintos movilizados
disponibles para cualquier acción violenta, sin importar cuál, y la
falsificación era todavía demasiado fácil. La primera ideología
desarrollada del nacionalsocialismo tal como surgió del cerebro de
Alfred Rosenberg logra acomodar a Nietzsche.
Antes que nada, los chauvinistas alemanes debían liberarse de la
interpretación stirneriana, individualista. Alfred Rosenberg, haciendo
justicia al nietzscheanismo de izquierda, parece tomarse a pecho y con
rabia el hecho de arrancar a Nietzsche de las garras del joven Mussolini
o sus semejantes:
“Friedrich Nietzsche”, dice en su El mito del siglo XX[xvii],
“representa el grito desesperado de millones de oprimidos. Su prédica
salvaje del superhombre era una amplificación poderosa de la vida
individual, subyugada, aniquilada por la presión material de la época…
Pero una época amordazada desde generaciones atrás no llega a comprender
por impotencia más que el costado subjetivo de la gran voluntad y de la
experiencia vital de Nietzsche. Nietzsche exigía con pasión una
personalidad fuerte: su exigencia falsificada se convirtió en un
llamado, un desencadenamiento de todos los instintos. Alrededor de su
estandarte se reunieron los batallones rojos y los profetas nómades del
marxismo, una clase de hombres cuya doctrina insensata nunca fue
denunciada más irónicamente que por Nietzsche. En su nombre, avanzó la
contaminación de la raza por parte de los negros y los sirios, mientras
que él mismo se amoldaba duramente a la disciplina característica de
nuestra raza. Nietzsche había caído en los sueños de febriles gigolos,
lo que es peor que caer en manos de una banda de ladrones. El pueblo
alemán ya no escuchó hablar más que de supresión de las restricciones,
de subjetivismo, de ‘personalidad’, pero ya no se trataba de la
disciplina y la construcción interior. La más bella palabra de Nietzsche
(‘Desde el futuro se aproximan vientos con extraños aleteos, y en sus
oídos resuena la buena nueva’) no era más que una intuición nostálgica
en medio de un mundo insano en el que era, junto con Lagarde y Wagner,
prácticamente el único clarividente.”
“Si usted supiera cuánto me reí la primavera pasada leyendo las obras
de ese testarudo sentimental y vanidoso que se llama Paul de Lagarde”:
así se expresaba Nietzsche refiriéndose al célebre pangermanista[xviii]
La risa de Nietzsche podría evidentemente extenderse de Lagarde a
Rosenberg, la risa de un hombre asqueado tanto por los socialdemócratas
como por los racistas. Por otra parte, la actitud de un Rosenberg no
puede ser simplemente tenida por un nietzscheanismo vulgar (como se
admite a veces, como lo admite Edmond Vermeil). El discípulo no es
solamente vulgar, sino prudente: el simple hecho de que un Rosenberg
hable de Nietzsche es suficiente para “cortar las alas”, pero nunca le
parece a un hombre de esta especie que las alas estén suficientemente
recortadas. Según él, todo lo que no es nórdico debe ser suprimido
rigurosamente. ¡Ahora bien, solamente los dioses del cielo son nórdicos!
“Mientras que los dioses griegos”, escribe[xix], “eran los héroes de
la luz y del cielo, los dioses del Asia Menor no aria asumían todos los
caracteres de la Tierra… Dioniso (al menos por su faz no aria) es el
dios del éxtasis, de la lujuria, de la bacanal desencadenada… Durante
dos siglos se llevó a cabo la interpretación de Grecia. De Winckelmann a
Voss, pasando por los clásicos alemanes, se insistió sobre la luz, con
la mirada vuelta al mundo, lo inteligible… La otra corriente, romántica,
se alimenta de los afluentes secundarios indicados al final de la
Ilíada por la fiesta de los muertos, o en Esquilo por la acción de las
Erinias. Se vivificó en los contradioses ctónicos del Zeus olímpico.
Partiendo de la muerte y de sus enigmas, esta corriente venera a las
diosas-madre con Deméter a la cabeza, y finalmente resplandece en el
dios de los muertos: Dioniso. Es en este sentido que Welcker, Rohde y
Nietzsche convirtieron a la misma Madre Tierra en una engendradora de la
vida, informe en sí misma, que retorna perpetuamente a través de la
muerte en su seno. El gran romanticismo alemán se sacudía en
estremecimientos de adoración, y como se extendían velos cada vez más
sombríos frente a la faz radiante de los dioses del cielo, se hundió
siempre más profundamente en lo instintivo, lo informe, lo demoníaco, lo
sexual, lo extático, lo ctónico, en el culto de la Madre.”
Viene a colación recordar aquí antes que nada que Rosenberg no es el
pensador oficial del Tercer Reich, y que por supuesto su
anticristianismo no recibió ninguna consagración. Pero cuando expresa su
repulsión por los dioses de la Tierra y por las tendencias románticas
que no tienen como objeto inmediato una composición de fuerzas, sin
lugar a dudas expresa la repulsión del propio nacionalsocialismo. El
nacionalsocialismo es menos romántico y lo más maurrasiano que uno puede
a veces imaginar, y no hay que olvidar que Rosenberg es su expresión
ideológica más cercana a Nietzsche: el jurista Carl Schmitt, que no lo
encarna con menos realidad que Rosenberg, está muy cerca de Maurras; de
origen católico, siempre fue ajeno a la influencia de Nietzsche.
UNA “RELIGIÓN HIGIÉNICA Y PEDAGÓGICA”: EL NEOPAGANISMO ALEMÁN
Es el “neopaganismo” alemán[xx] el que introdujo la leyenda de un
nacionalsocialismo poético. Solamente en la medida en que el racismo
desemboca en esta forma religiosa excéntrica, expresa una cierta
corriente vitalista y anticristiana del pensamiento alemán.
Es exacto que una creencia algo caótica, pero organizada, representa
hoy libremente en Alemania esa corriente mística que, a partir de la
gran época romántica, se expresa en escritos tales como los de Bachofen,
Nietzsche y, más recientemente, Klages[xxi]. Dicha corriente nunca tuvo
la menor unidad, pero se distingue por la valorización de la vida
contra la razón y por la oposición de las formas religiosas primitivas
al cristianismo. En el interior del nacionalsocialismo, Rosenberg
representa hoy la tendencia más moderada. Teóricos profetas mucho más
aventureros (Hauer, Bergmann), se encargan, después del conde Reventlow,
de intentar una organización cultual análoga a la de las iglesias. Esta
tentativa no es nueva en Alemania, en donde “una comunidad de la Fe
germánica” existía ya a partir de 1908, y en donde el mismo mariscal
Ludedorf quiso convertirse, después de 1923, en el jefe de una iglesia
alemana. Después de la toma del poder por parte de Hitler, las diversas
organizaciones existentes reconocieron en un congreso la comunidad de
sus objetivos y se unieron para formar el Movimiento de la fe alemana.
Pero si es un hecho que los prosélitos de la nueva religión no oponen
a la exaltación romántica los límites estrechos y completamente
militares de Rosenberg, no por ello están menos de acuerdo en que, una
vez proclamado el anticristianismo y divinizada la vida, su única
religión sea la raza, es decir, Alemania. El antiguo misionario
protestante Hauer exclama: “No hay más que una virtud: ¡ser alemán!”. Y
el extravagante Bergmann, apasionado por el psicoanálisis y la “religión
higiénica”, afirma que si “Jesús de Nazareth, médico y protector del
pueblo, volviera hoy, descendería de la cruz a la cual lo clava todavía
una falsa comprensión; reviviría como médico del pueblo, como
doctrinario de la higiene de la raza”.
¡El nacionalsocialismo no escapa a la estrechez tradicional y
pietista más que para asegurar mejor su pobreza mental! El hecho de que
adeptos de la nueva fe practiquen ceremonias durante las cuales se leen
pasajes de Zaratustra termina de situar esta comedia muy lejos de la
exigencia nietzscheana, en la más vulgar fraseología de los histriones
que se imponen en todas partes.
Es necesario agregar finalmente que los dirigentes del Reich parecen
poco inclinados, cada vez menos inclinados, a sostener este movimiento
heteróclito: el cuadro de la participación dada en la Alemania de Hitler
al entusiasmo libre, anticristiano, y que se daba una apariencia
nietzscheana, finaliza entonces vergonzosamente.
MÁS PROFESORAL…
Queda —y quizás sea lo más serio—, la tentativa consecuente del señor
Alfred Bäumler, que utiliza conocimientos reales y cierto rigor teórico
en la construcción de un nietzscheanismo político. El pequeño libro de
Bäumler, Nietzsche, el filósofo y el político[xxii], publicado por
Ediciones Reclam en una tirada de numerosos ejemplares, hace salir del
dédalo de las contradicciones nietzscheanas la doctrina de un pueblo
unido por una voluntad de poder común. Tal trabajo es en efecto posible,
y era inevitable que fuese hecho. Desprende del conjunto una figura
precisa, nueva, notablemente artificial y lógica. Imaginemos a Nietzsche
preguntándose en algún momento: Para qué podría ser útil lo que yo
experimenté, lo que percibí?”. Es, en efecto, lo que el señor Bäumler no
hubiera dejado de preguntarse en su lugar. Y como es imposible ser útil
a lo que no existe, Bäumler se remite necesariamente a la existencia
que se le impone, que hubiera debido imponérsele a Nietzsche, la de la
comunidad a la que uno y otro se deben por nacimiento. Tales
consideraciones serían correctas a condición de que la hipótesis
formulada hubiera podido recibir un sentido en el espíritu de Nietzsche.
Sigue siendo posible otra suposición: lo que Nietzsche experimentó, lo
que percibió, no podía ser reconocido por él como una utilidad sino como
un fin. Al igual que Hegel esperó que el Estado prusiano realizase el
espíritu, Nietzsche, después de haberla vituperado, hubiera podido
esperar oscuramente que Alemania diera un cuerpo y una voz reales a
Zaratustra… Pero parece que la inteligencia del señor Bäumler, más
exigente que la de un Bergmann o la de un Oehler, elimina las
representaciones demasiado cómicas. Le pareció cómodo descuidar todo lo
que había sido experimentado por Nietzsche de manera demasiado
indiscutible como fin, y no como medio, y lo descuidó abiertamente a
través de observaciones positivas.
Cuando Nietzsche habla de la muerte de Dios emplea un lenguaje
conmocionado que es prueba de la experiencia interior más desesperante.
Bäumler escribe:
“Para comprender exactamente la actitud de Nietzsche respecto del
cristianismo, no hay que perder de vista que la frase decisiva, Dios ha
muerto, tiene el sentido de una constatación histórica.”
Al describir lo que había experimentado la primera vez que se le
presentó la visión del eterno retorno, Nietzsche escribía: “La
intensidad de mis sentimientos me hacía a la vez temblar y reír… y no
eran lágrimas de enternecimiento, eran lágrimas de júbilo”.
“En realidad”, afirma Bäumler, “la idea del eterno retorno no tiene
importancia desde el punto de vista del sistema Nietzsche. Debemos
considerarla como expresión de una experiencia intensamente personal. No
tiene ninguna relación con el pensamiento fundamental de la voluntad de
poder, e incluso, tomada en serio, esta idea quebraría la coherencia de
la voluntad de poder.”
De todas las representaciones dramáticas que dieron a la vida de
Nietzsche el carácter de un desgarramiento y de un combate palpitante de
la existencia humana, la idea de eterno retorno es por cierto la más
inaccesible. Pero de la incapacidad de acceder a ella, a la resolución
de no tomarla en serio, se ha franqueado el paso del traidor. Mussolini
reconocía en otras épocas que la doctrina de Nietzsche no podía ser
reducida a la idea de voluntad de poder. A su manera Bäumler, acorralado
en la traición, y consumándola, lo reconoce con un resplandor
incomparable: castrándola a plena luz del día…
EL “PAÍS DE MIS HIJOS”
La utilización de Nietzsche exige antes que nada que toda su
experiencia patética se oponga al sistema y le deje lugar. Pero su
exigencia se extiende más lejos.
Bäumler opone a la comprensión de la Revolución la comprensión del
mito: la primera estaría ligada, según él, a la conciencia del futuro;
la segunda, a un sentimiento agudo del pasado[xxiii]. Se sobreentiende
que el nacionalismo implica la sumisión al pasado. En un artículo de
Esprit (1 de noviembre de 1934, pp. 199-208), Levinas acuñó, en relación
con este punto, una expresión filosófica del racismo más profunda que
la de sus partidarios. Si citamos aquí lo esencial de ella, la oposición
de base entre la enseñanza de Nietzsche y su encadenamiento resurgirá
quizás, esta vez, con una brutalidad bastante grande:
“La importancia”, escribe Levinas, “acordada a ese sentimiento del
cuerpo con el que el espíritu occidental no se quiso nunca dar por
satisfecho está en la base de una nueva concepción biológica del hombre.
Lo biológico, con todo lo que implica de fatalidad, se convierte en
algo más que un objeto de la vida espiritual: se convierte en el
corazón. Las misteriosas voces de la sangre, los llamados de la herencia
y del pasado a los que el cuerpo sirve de enigmático vehículo pierden
su naturaleza de problemas sometidos a la solución de un Yo
soberanamente libre. El Yo no aporta para resolverlos más que las
incógnitas mismas de ese problema. Está constituido por ellas. La
esencia del hombre no está ya en la libertad, sino en una especie de
encadenamiento…
Desde entonces, toda estructura social que anuncie una emancipación
en relación con el cuerpo y que no lo comprometa, se convierte en
sospechosa, como si fuera una negación, una traición… Una sociedad de
base consanguínea se desprende inmediatamente de esta concretización del
espíritu… Toda asimilación racional o comunión mística entre espíritus
que no se apoye sobre una comunidad de sangre es sospechosa. Y sin
embargo el nuevo tipo de verdad no podría renunciar a la naturaleza
formal de la verdad, y dejar de ser universal. La verdad se esfuerza en
vano en ser mi verdad en el sentido más fuerte del posesivo, debe tender
a la creación de un mundo nuevo. Zaratustra no se conforma con su
transfiguración; desciende de su montaña y trae un evangelio. ¿Cómo
puede ser compatible la universalidad con el racismo? Habría allí una
modificación fundamental de la idea misma de universalidad. Debe abrir
paso a la idea de expansión, porque la expansión de una fuerza presenta
una estructura completamente distinta a la de la propagación de una
idea… La voluntad de poder de Nietzsche que la Alemania moderna vuelve a
encontrar y glorifica no es solamente un nuevo ideal, es un ideal que
trae al mismo tiempo su forma propia de universalización: la guerra, la
conquista.”
Levinas, que introduce la identificación de la actitud nietzscheana
con la actitud racista y no se ocupa de justificarla, se limita a dar de
hecho, sin haberlo buscado, una deslumbrante evidencia de su
incompatibilidad e incluso de su carácter de contrarios.
La comunidad sanguínea[xxiv] y el encadenamiento al pasado están en
su conexión tan alejados como puede ser posible, fuera de la vista de un
hombre que reivindicaba con mucho orgullo el apelativo de “sin patria”.
Y la comprensión de Nietzsche debe considerarse cerrada para aquellos
que no atribuyan todo el lugar que corresponde a la profunda paradoja de
otro epíteto que no reivindicaba con menos orgullo, el de HIJO DEL
PORVENIR[xxv]. A la comprensión del mito que Bäumler relacionaba con el
sentimiento agudo del pasado, responde el mito nietzscheano del
porvenir[xxvi]. El porvenir, la maravillosa incógnita del porvenir, es
el único objeto de la fiesta nietzscheana[xxvii]. “La humanidad, en el
pensamiento de Nietzsche, tiene todavía suficiente tiempo, más tiempo
por delante que por detrás, ¿cómo, de una manera general, el ideal
podría ser aprehendido en el pasado?”[xxviii] El don agresivo y gratuito
de uno mismo al porvenir, en oposición a la avaricia chauvinista,
encadenada al pasado, es lo único que puede fijar una imagen lo
suficientemente grande de Nietzsche en la persona de Zaratustra que
exigía ser negada. Los “sin patria”, los desencadenados del pasado que
viven hoy, ¿cómo pueden, sin inmutarse, ver encadenar en la miseria
patriótica a aquél de entre ellos cuyo odio a esta miseria consagraba al
país de sus hijos? Zaratustra, cuando las miradas de los otros se
aferraban al país de sus padres, a su patria, veía el PAÍS DE SUS
HIJOS[xxix]. Frente a este mundo cubierto de pasado, cubierto de patrias
como un hombre está cubierto de llagas, no existe expresión más
paradójica, ni más apasionada, ni mayor.
“NOSOTROS, LOS SIN PATRIA…”
Hay algo trágico en el simple hecho de que el error de Levinas sea
posible (porque se trata sin duda en este caso de un error, no de una
postura de base). Las contradicciones por las que mueren los hombres
aparecen de pronto extrañamente insolubles. Porque si los partidos
opuestos, al adoptar soluciones opuestas, resolvieron en apariencia esas
contradicciones, no se trata más que de simplificaciones groseras: y
estas apariencias de solución no hacen más que alejar las posibilidades
de escapar a la muerte. Los desencadenados del pasado son los
encadenados a la razón; quienes no están encadenados a la razón son los
esclavos del pasado. El juego de la política exige para producirse
posiciones igual de falsas y no parece posible superarlas. Transgredir
por medio de la vida las leyes de la razón, responder a las exigencias
de la vida misma contra la razón es, en política, entregarse
prácticamente con las manos atadas al pasado. Y sin embargo la vida
exige tanto ser liberada del pasado como de un sistema de medidas
racionales y administrativas.
El movimiento apasionado y tumultuoso que forma la vida, que responde
a lo que ella exige de extraño, de nuevo, de perdido, aparece algunas
veces encarnado por la acción política: ¡no se trata más que de una
corta ilusión! El movimiento de la vida no se confunde con los
movimientos limitados de las formaciones políticas más que en
condiciones definidas[xxx]; en otras condiciones, se continúa mucho más
allá, precisamente allí en donde se perdía la mirada de Nietzsche.
Mucho más allá, donde las simplificaciones adoptadas para un tiempo y
una finalidad muy estrechos pierden su sentido, allí donde la
existencia, allí donde el universo que la brinda aparecen de nuevo como
un dédalo…
No hacia las pobrezas inmediatas, sino hacia ese dédalo que, único,
encierra las posibilidades numerosas de la vida, se dirige el
pensamiento contradictorio de Nietzsche, a merced de una libertad
sombría[xxxi]. Parece incluso el único que escapa, en el mundo actual, a
las preocupaciones apremiantes que nos obligan a negarnos a abrir Ios
ojos tan lejos. Los que ya perciben el vacío en las soluciones
propuestas por los partidos, los que no ven siquiera en la esperanza
suscitada por esos partidos más que una oportunidad de guerras
desprovistas de otro olor que no sea el de la muerte, buscan una fe a la
medida de las convulsiones que sufren: la posibilidad, para el hombre,
de volver a encontrar no ya un estandarte y las matanzas sin salida que
encabeza dicha insignia, sino todo lo que en el universo puede ser
objeto de risa, de maravilla o de sacrificio…
“Nuestros ancestros”, escribía Nietzsche, “eran cristianos de una
lealtad sin igual que, por su fe, habrían sacrificado sus bienes y su
sangre, su estado y su patria. Nosotros —nosotros hacemos lo mismo.
¿Pero por qué, entonces? ¿Por irreligión personal? ¿Por irreligión
universal? ¡No, ustedes lo saben mucho mejor, amigos míos! El SÍ que se
esconde en ustedes es más fuerte que todos los NO y todos los TAL VEZ de
los que están enfermos junto con su época: y si es preciso que se vayan
al mar, ustedes, emigrantes, desvélense dentro de ustedes mismos para
encontrar —una fe..[xxxii]
La enseñanza de Nietzsche elabora la fe de la secta o del “orden”
cuya voluntad dominante hará el destino humano libre, arrancándolo de la
servidumbre racional de la producción como de la servidumbre irracional
hacia el pasado. Que los valores trastocados no puedan ser reducidos al
valor de utilidad es un principio de una importancia vital tan candente
que subleva con él todo lo que la vida aporta como voluntad tempestuosa
de vencer. Fuera de esta resolución definida, esta enseñanza no da
lugar más que a las inconsecuencias o a las traiciones de quienes
pretenden contemplarlas. La servidumbre tiende a englobar la existencia
humana completa, y lo que está en cuestión es el destino de esta
existencia libre.
George Bataille, Nietzsche y los fascistas, «ACÉPHALE. Religion / Sociologie / Philosophie», nº 2, 21 de enero de 1937. Traducción de Margarita Martínez.
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[i] En la edición crítica española de
Georges Bataille (Obras Escogidas, Barcelona, Barral, 1974), este texto,
anónimo en el número original de Acéphale, aparece atribuido a Georges
Bataille. [N. de la T.]
[ii] Œuvres posthumes, traducción de Bolle, París, Éditions du Mercure de France, 1934, 5 858, p. 309.
[iii] Sobre E. Förster-Nietzsche, véase la necrológica de W. F. Otto
en Kanstudien, 1935, número 4, p. V (dos retratos); pero mejor todavía,
E. Podach, L’effondrement de Nietzsche [El derrumbe de Nietzsche]
(traducción francesa), París, NRF, 1931; Podach otorga realidad a las
expresiones de Nietzsche acerca de su hermana (“las personas como mi
hermana son inevitablemente adversarios irreconciliables de mi manera de
pensar y de mi filosofía”; citado por Podach, p. 68): la desaparición
de documentos, las omisiones vergonzosas del Nietzsche-Archiv ya podían
ser cargadas en la cuenta de este singular “adversario”.
[iv] Carta del 21 de mayo de 1887, publicada en francés en Lettres choisies, París, Stock. 1931.
* En el original francés se habla del periódico Temps. No está claro
si se trata de una cita de un periódico francés (en cuyo caso debería
haber sido Le Temps) o una traducción al francés del título de un
periódico alemán, por ejemplo Die Zeit [El Tiempo]. [N. de la T.]
[v] La segunda de las cartas a Theodor Fritsch, que fue publicada en
francés por M. P Nicolas (De Hitler à Nietzsche [De Hitler a Nietzsche],
París, Fasquelle, 1936, pp. 131-134). Debemos señalar aquí el interés
de la obra de Nicolas, cuya intención es, en con-junto, análoga a la
nuestra, y que suministra importantes documentos. Pero hay que lamentar
que el autor hava estado preocupado antes que nada por mostrar a Benda
que no debía ser hostil a Nietzsche… y desear que Benda siga siendo fiel
a sí mismo…
[vi] Friedrich Nietzsche und die deutsche Zukunft, Leipzig, 1935. R. Oehler pertenece a la familia de la madre de Nietzsche.
[vii] En la primera de las dos cartas a Theodor Fritsch: véase más arriba, nota 4.
[viii] “¿No hubo acaso un hegelianismo de derecha y otro de
izquierda? Puede haber un nietzscheanismo de derecha y de izquierda. Y
me parece que incluso la Moscú de Stalin y Roma, ésta conciente y
aquélla inconsciente, plantean estos dos nietzscheanismos” (Drieu La
Rochelle, Socialisme fasciste [Socialismo fascista], NRF, 1934, p. 71).
En el artículo donde figuran estas líneas (titulado “Nietzsche contra
Marx”) Drieu, reconociendo que “no será nunca más que un residuo de su
pensamiento que habrá sido librado a la brutal explotación de los
activistas”, reduce a Nietzsche a la voluntad de iniciativa y a la
negación del optimismo del progreso… De hecho, si no en derecho, la
distinción de dos nietzscheanismos opuestos no está menos justificada en
el conjunto. A partir de 1902, en un panfleto titulado Nietzsche
socialiste malgré lui [Nietzsche socialista a pesar de él] (“Journal des
Debars”, 2 de septiembre de 1902). Bourdeau hablaba irónicamente de los
nietzscheanos de derecha e izquierda. Jaurès (que en una conferencia en
Ginebra identificaba al superhombre con el proletariado), Bracke
(traductor de Humano, demasiado humano), Georges Sorel, Félicien
Challaye pueden ser citados en Francia entre los hombres de izquierda
que se interesaron en Nietzsche. Es lamentable que la conferencia de
Jaurès se haya perdido, y es importante señalar una vez más que la
principal obra sobre Nietzsche se debe a Charles Andler, editor
simpatizante del Manifiesto Comunista.
[ix] La voluntad de poder, § 1026 (Œuvres Complètes, Leipzig, 1911, tomo XVI, p. 376).
[x] La Gaya Ciencia, § 377.
[xi] Nietzsche habla de aristocracia, habla incluso de esclavitud,
pero si se expresa a propósito de los “nuevos amos”, habla de “su nueva
santidad”, de su “capacidad de renuncia”. “Entregan”, escribe, “a los
más bajos el derecho a la felicidad, renuncian a ella para sí mismos.”
[xii] La voluntad de poder, § 942 (Œuvres Complètes, 1911, tomo XVI, p. 329).
[xiii] Se sabe que el hegelianismo, representado por Gentile, es prácticamente la filosofía oficial de la Italia fascista.
[xiv] Sub verbo “Fascismo”. El artículo fue traducido encabezando Le
Fascisme [El fascismo], Benito Mussolini, Denoël et Steele, 1933.
[xv] Mussolini escribe a propósito del pueblo: “No se trata ni de
raza ni de región geográfica determinada, sino de un grupo que se
perpetúa históricamente, de una multitud unificada por una idea que es
una voluntad de existencia y de poder…” (Ed. Denoël et Steele, p. 22).
[xvi] En un artículo publicado entonces en un periódico de Romagna, y
reproducido por Marguerite G. Sarfatti (Mussolini, traducción francesa,
Albin Michel, 1927, pp. 117-121).
[xvii] Der Mythus der 20. Jahrhunderts, Munich, 1932, p. 523.
[xviii] Primera carta a Theodor Fritsch, citada más arriba, notas 4 y 6.
[xix] Der Mythus der 20. Jahrhunderts [El mito del siglo XX] , p. 55.
Esta hostilidad del fascismo hacia los dioses ctónicos, los dioses de
la Tierra, es sin duda lo que lo sitúa más exactamente en el mundo
psicológico o mitológico.
[xx] Acerca del neopaganismo alemán, ver el artículo de A. Béguin, en la Revue de Deux-Mondes, 15 de mayo de 1935.
[xxi] Debemos señalar que a propósito del escritor contemporáneo
Ludwig Klages, célebre sobre todo por sus trabajos de caracteriologia,
el barón Sellière (De la dóesse nature à la déese vie [De la diosa
naturaleza a la diosa vida], Alcan, 1931, p. 133) emplea la expresión
acéphale [acéfalo]… Klages es por otra parte el autor de uno de los
libros más importantes que hayan sido consagrados a Nietzsche, Die
psychologischen Errumgensschaften Nietzsches [Los progresos psicológicos
de Nietzsche], 2ª. ed., Leipzig, 1930 (1ª. cd.: 1923).
[xxii] Nietzsche, der Philosoph und Politiker, Leipzig, 1931; los dos pasajes citados, pp. 98 y 80.
[xxiii] Véase a Seillère, op. cit., p. 37.
[xxiv] Nietzsche se interesa generalmente por la belleza del cuerpo y
de la raza sin que este interés determine en él la elección de una
comunidad sanguínea limitada (ficticia o no). El lazo de la comunidad
que él encara es sin ninguna duda el lazo místico, se trata de una “fe”,
no de una patria.
[xxv] La Gaya Ciencia, § 377, bajo el título “Nosotros, los sin patria”.
[xxvi] “Den Mythus der Zukunft dichten!” [“¡Componer el mito del
futuro!”], escribe Nietzsche en las notas para el Zaratustra (Œuvres
Complètes, Leipzig, 1901, tomo XII, p. 400).
[xxvii] “Die Zukunft feiern nicht die Vergangenheit!’ [“¡El futuro no
celebra el pasado!”, mismo pasaje que la cira precedente]; “Ich liebe
die Unwiessenheit um die Zukunft” (“Amo el desconocimiento acerca del
futuro”, La Gaya Ciencia, § 287).
[xxviii] Œuvres posthumes (Œuvres Complètes, Leipzig, 1903, tomo XIII, p. 362).
[xxix] Así habló Zaratustra, Segunda Parte, “El país de la
civilización”. “Fui expulsado de las patrias y de las tierras natales.
No amo entonces más que al país de mis hijos… Quiero redimir cerca de
mis hijos el haber sido hijo de mis padres.”
[xxx] Una revolución tal como la revolución rusa da quizás la medida.
La puesta en cuestión de toda realidad humana en un trastocamiento de
las condiciones materiales de la existencia aparece de repente como
respuesta a una exigencia sin piedad, pero no es posible prever su
alcance: las revoluciones hacen fracasar toda previsión inteligente de
los resultados. El movimiento de la vida tiene sin duda poco que ver con
las continuaciones más o menos depresivas de un traumatismo. Se
encuentra en las determinaciones oscuras, lentamente activas y
creadoras, de las que las masas al comienzo no tienen conciencia. Es
sobre todo miserable confundirlo con los reajustes exigidos por masas
concientes y operadas sobre el plano político por especialistas más o
menos parlamentarios.
[xxxi] Esta interpretación del “pensamiento político” de Nietzsche,
el único posible, fue notablemente expresado por Jaspers. Remitimos a la
larga cita que damos en la reseña de la obra de Jaspers.
[xxxii] Es la conclusión del § 377 de La Gaya Ciencia, “Nosotros, los
sin patria”. Este parágrafo caracteriza con más precisión que ningún
otro la actitud de Nietzsche frente a la realidad política
contemporánea.
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