Twitter, entre l'enginy i la vanitat.
“En democracia es indispensable encontrar un medio para hablarse
todos los días sin verse y marchar juntos sin reunirse”. Así justificaba
Alexis de Tocqueville la centralidad de los periódicos para la
vitalidad de las asociaciones y la fortaleza del sistema democrático.
Eran mediados del siglo XIX y, desde entonces, una larga tradición de
pensamiento político ha reafirmado la importancia de un debate público
fuerte para una democracia de calidad.
La irrupción de Twitter, facilitador de un diálogo colectivo, constante y en tiempo real, obliga a preguntarse por la naturaleza de este debate hoy. Como siempre que aparece un nuevo medio de comunicación, se enciende la controversia entre apocalípticos e integrados que, ante el nuevo artefacto tecnológico, ven riesgos insuperables los unos y liberaciones definitivas los otros. A la espera de entender el cambio social de fondo que habrá propiciado, el nuevo medio tiene virtudes y defectos que conviene conocer.
Por un lado, Twitter es sin duda un instrumento fascinante, que nos
permite aprender y entrar en contacto con gente que nos inspira respeto o
curiosidad. Además, en el actual magma de sobredosis informativa, la
red social nos ayuda a crear nuestra propia línea editorial y seguir a
determinadas personas para informarnos o formar nuestra opinión. En este
sentido, lejos del desbordamiento informativo del que se le acusa,
Twitter sería más bien un filtro, un límite, una mirada particular que
nos permite tener un relato, parcial claro está, a través de nuestros
propios referentes. Entre sus virtudes también están su potencial de
transparencia y la posibilidad de establecer una comunicación horizontal
entre ciudadanos, sin intermediarios, que favorezca una mayor crítica
del poder. Por último, existe en Twitter un elevado grado de azar que
permite llegar a voces inesperadas.
Parece indudable que Twitter se ha convertido en una fuente
privilegiada de información. Según un informe del Pew Research Center,
casi el 50% de usuarios de smartphones leen las noticias
regularmente a través de las redes sociales, enlazadas o no a las
fuentes de información tradicionales (agencias y periódicos). Esta
evidencia obliga a tomar conciencia también de las consecuencias
negativas de esta red para la formación política de los ciudadanos.
En primer lugar, frente su potencial democratizador, Twitter tiene el
riesgo de reforzar las comunidades más que abrirlas. Al fomentar la
tendencia natural a relacionarnos con gente con la que compartimos
opinión o intereses, la red acaba creando lo que la periodista Delia
Rodríguez ha llamado “cámaras de eco”, habitadas por grupos afines que,
más que discutir, confirman nuestras tomas de posición. Así, a base de
relacionarnos con gente que piensa igual que nosotros, se radicaliza la
opinión preexistente de un grupo que se va aislando, tiene el riesgo de
confundir la parte por el todo y pierde el contacto con personas que
piensan diferente.
Un segundo inconveniente es que la búsqueda de la máxima repercusión
en solo 140 caracteres puede incentivar el ingenio pero también aviva
las vanidades y la exaltación en la conversación pública. Por
naturaleza, Twitter pide adhesiones inmediatas y es más proclive a la
etiqueta y al insulto que a la duda y el matiz. Su instantaneidad y
velocidad lo acercan al funcionamiento de lo viral, dominado por la
emoción, la sorpresa o la indignación. Según el uso que le demos,
Twitter no entiende de tiempos ni complejidades. Finalmente, Twitter
difumina aún más la frontera entre público y privado. Si bien el debate
siempre es positivo, también cabe preguntarse si todo debe ser objeto de
conversación pública. No es lo mismo hablar en privado que hacerlo ante
la mirada de centenares de personas. Además, la formación del
pensamiento crítico y la imaginación también exigen privacidad y diálogo
con uno mismo.
En este momento de extrema exposición pública de las ideas, es
necesario preservar la esfera privada y cuidar los espacios de silencio y
contemplación fuera de esta conversación permanente. Porque aunque es
cierto que nos hemos vuelto más eficientes procesando información,
también lo es que hemos perdido capacidad para concentrarnos y para
convertir esa información en conocimiento. Ante el despiste que provoca
la intoxicación informativa, conviene dar un paso atrás y recuperar la
libertad de decidir a qué dedicamos nuestra atención.
Judit Carrera, Razonar en tiempos de Twiter, El País, 05/10/2013
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