Aquest Estat és una vergonya.
Mariano José de Larra |
Es tanta la vergüenza con la que convivimos cada día que, para
secarse las lágrimas, no basta con comprar todos los pañuelos de papel
que venden los mendigos en los semáforos de las ciudades españolas.
Quiero decir que no basta con quejarse. Hay que pasar al ataque
político. Hay que tomar el Estado. Aunque la cultura neoliberal intente
desacreditar la importancia del Estado, el tejido legal público sigue
manteniendo un peso decisivo a la hora de regular la convivencia. Sin un
Estado vergonzoso, los ciudadanos no pasaríamos tanta vergüenza cuando
se habla del paro, la religión, la vivienda y el régimen bipartidista
que sufrimos.
Es para llorar de vergüenza que una vicepresidenta del Gobierno se
permita denunciar a 520.000 desempleados por cometer fraude con el
subsidio. Lo de menos es la mentira de la cifra. Lo demás es otra cosa:
el verdadero fraude que debilita la fiscalidad española tiene que ver
con los impuesto de las grandes empresas. Una legislación vergonzosa
permite por mil caminos la ingeniería del no pago. Y, por si faltaba
algo, los inspectores de hacienda tienen una tradicional obligación de
cerrar los ojos ante el fraude de los poderosos. Se facilita hasta el
blanqueo del dinero defraudado. Aquí sólo se vigila al sector medio de
los autónomos y a los asalariados. Ahora se criminaliza también a los
españoles que, por culpa de unos gobiernos sumisos a la especulación y
las instituciones financieras, sufren el paro. Es para llorar.
Es para llorar que los máximos representantes del Gobierno de España y
de la Generalitat participen en una falsificación histórica como la
perpetrada en Tarragona. La beatificación de los mártires de la Iglesia
Católica en la guerra civil sólo es posible por culpa de un Estado que
lleva años queriendo falsificar la historia de España. Pero la España
del suegro de Undargarín no es la España real. La iglesia Católica
preparó, alimentó, participó y consagró en 1936 un golpe militar feroz
contra un Gobierno democrático. Después bendijo durante 40 años los
crímenes y las represiones sistemáticas de la dictadura. La mayoría de
los sacerdotes muertos en la guerra no fueron víctimas de su fe. Cayeron
en su propio golpe de Estado y como luchadores fascistas en un asalto a
la legitimidad republicana. Los que no somos partidarios de los golpes
de Estado ni de la violencia sentimos cualquier muerte. Pero es para
llorar el espectáculo de un país que convierte a los verdugos en héroes.
Y es para llorar de vergüenza que un grupo de trabajo de la ONU haya
tenido que denunciar recientemente la dejadez de los gobiernos
democráticos españoles a la hora de buscar justicia y reparación para
las verdaderas víctimas del golpe militar de 1936.
Da vergüenza también que el Tribunal de Derechos Humanos de
Estrasburgo tenga que paralizar el desalojo de 43 ciudadanos españoles.
Da vergüenza nuestra ley hipotecaria. Da vergüenza nuestra manera de
pagar la factura de los bancos y sus malos negocios a costa de
empobrecer a la mayoría de la población. Da vergüenza el sometimiento de
los partidos mayoritarios a la oligarquía económica.
Es para llorar, pero no basta con llorar. Hay que tomar el Estado,
cambiar las leyes que nos condenan a las lágrimas y a la vergüenza.
Escribir en Madrid, en España, es hoy contener la rabia, morderse la
lengua, no pasarse en la cólera destructiva, no gritar contra los que de
una forma u otra, por acción u omisión, han sometido la vida ciudadana a
un respirar contaminado y vergonzoso. Más que la inercia negativa, se
necesitan ahora optimismo y valor para configurar una nueva mayoría, una
transformación del Estado. Eso, o mirarse al espejo como Larra y
pegarse un tiro en la cabeza.
Luis García Montero, Tomar el Estado, Público, 17/10/2013
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