Sloterdijk: "no hi ha ningú que pugui treure rendiment polític a la ira".

Peter Sloterdijk

En el principio fue la ira. “Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles”, reza el verso inicial de La Ilíada, que para el filósofo Peter Sloterdijk (Kalrsruhe, 1947) equivale a la “primera palabra de Europa”. La ira y la indignación han sido una piedra angular del continente, y con él, de todo el mundo occidental. El recorrido histórico por las consecuencias políticas de esa energía humana dieron origen a un libro —Ira y tiempo, editado en España por Siruela— del más controvertido y seguramente más influyente, tras Jürgen Habermas, de los pensadores alemanes contemporáneos. Sloterdijk ha estado dos días en Santiago para recibir un singular premio por esa obra. El galardón, llamado Bento Spinoza en honor del gran filósofo de origen judío portugués, está organizado por el instituto compostelano Rosalía de Castro, cuyos alumnos, junto a los de otros cuatro colegios públicos gallegos, eligieron Ira y tiempo como el mejor ensayo. “Por una vez no me ha premiado un jurado gerontocrático”, bromeaba ayer, con una mezcla de ironía y sorpresa, el pensador alemán, que no oculta su inquietud por el futuro de una Europa a la que “vuelven los viejos demonios, ahora bajo la forma de nacionalismo económico”.

Muy popular en Alemania, donde es frecuente verle en televisión hablando de casi todo —desde fútbol a cómo dejar de fumar— su capacidad para la provocación es casi legendaria. Irrumpió de la forma más escandalosa en 1999, cuando algunos —entre ellos el propio Habermas— vieron resucitar los fantasmas del nazismo con su libro Normas para el parque humano que defendía las técnicas de mejora genética del homo sapiens. Hace tres años, un artículo suyo en el Frankfurter Allgemeine Zeitung, en el que arremetía contra la “cleptocracia fiscal” de los Estados de bienestar europeos y propugnaba sustituir los impuestos por donativos voluntarios, provocó otro enorme incendio. Ira y tiempo contiene un furibundo ataque contra lo que llama “izquierda fascista”, y eso le ha servido para que desde el otro lado del espectro ideológico el filósofo comunista Slavoj Zizek lo haya definido como “un liberal-conservador que ejerce de enfant terrible del pensamiento alemán contemporáneo”.

La izquierda, según Sloterdijk, ha funcionado históricamente como un mecanismo de “organización política de la ira” o, para ser más precisos, como “un banco de ira”. “La gente depositaba allí sus frustraciones y, como en un banco, otros gestionaban ese capital para devolverle los intereses en forma de autoestima para ellos y desprecio para sus enemigos”, explica Sloterdijk desde su imponente estatura, mirando siempre por encima de unas pequeñas gafas y con un cabello alborotado que corrobora esa imagen de enfant terrible, aún a sus 66 años, Él acabó de escribir su libro en 2006 y, desde entonces, la “atmósfera ha cambiado mucho en el mundo”, advierte. “La ira, la cólera, la indignación, han cobrado más fuerza. Lo que pasa es que ahora no hay un banco mundial de la ira. Ese papel lo jugó la izquierda desde el siglo XIX, pero hoy ya no es capaz de desempeñarlo. El islamismo es únicamente un banco local de ira, sin alcance mundial. Ahora la gente puede quedarse en casa con su cólera y meterla debajo de la almohada o del colchón, porque ya no hay nadie que pueda sacar rendimiento político de eso ni devolverle intereses”.

Su durísimo diagnóstico sobre las consecuencias de organizar políticamente la ira, desde el primer anarquismo de Bakunin hasta el estalinismo o el maoísmo, no implica que Sloterdijk desdeñe el papel que ha desempeñado la indignación en la historia de Occidente. Y lo subraya cuando comenta el fenómeno del 15-M en España: “Esto no es nada nuevo, aunque sí la forma cómo se manifiesta. La República es hija de la indignación. De ella nace el primer movimiento democrático en la antigua Roma, donde la monarquía da paso a la República por la indignación popular contra la violación de Lucrecia por el hijo del rey. Lo mismo vale para la Revolución Francesa. En ese sentido, los jóvenes españoles demuestran que viven la auténtica tradición democrática”. Pero esa energía no puede ser canalizada por fuerzas como “la izquierda francesa, que parece una empresa del Estado, solo pendiente de los funcionarios”. “Se necesita algo completamente diferente, un instinto más emprendedor. Y pensar que no se puede forzar la economía. No vale con masacrar a dos millonarios y repartir su fortuna dando 20 euros a cada persona en paro. No creo que eso sea una solución política”.

La disputa entre el Norte y el Sur en Europa tras el estallido de la crisis ha abierto una brecha cuyos peligros resultan muy evidentes para Sloterdijk: “Han vuelto los antiguos demonios a Europa. Ya no se trata del viejo nacionalismo, ahora es un nacionalismo económico venenoso. Y sin duda se debe a los defectos en la construcción política de Europa. El euro fue sobre todo un proyecto político, y los especialistas ya advirtieron entonces de que eso podría llevar a una explosión. Pero los políticos siguieron adelante con lo suyo. Y esa explosión es lo que estamos viendo ahora. Hay un retroceso en el sentimiento transnacional”. El pensador resume la división continental entre países partidarios de la estabilidad económica, como Alemania, y los defensores de “políticas inflacionistas, como los Estados del Sur”. “Las diferencias neonacionalistas vienen de mezclar la política con esos problemas técnicos. Si no evitamos esa mezcla, Europa puede saltar por los aires”, afirma.

Un cierto sentido de la ironía impregna la obra de Sloterdijk y aflora cuando se pregunta si de verdad Alemania desea mandar sobre Europa: “Todo esto es un malentendido trágico. Los alemanes rezan todas las noches para no tener que gobernar Europa. Pero qué le vamos a hacer, son grandes y fuertes, y no se pueden esconder como cuando uno es pequeñito y se mete detrás de un árbol. El problema no es que Alemania quiera el poder, sino que se trata de una obligación a la que debe acostumbrarse. Pero los alemanes son muy cuidadosos y muy respetuosos”.

Xosé Hermida, "Los viejos demonios han vuelto a Europa" (Sloterdijk), El País, 31/10/2013

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