Sloterdijk: "no hi ha ningú que pugui treure rendiment polític a la ira".
Peter Sloterdijk |
Muy popular en Alemania, donde es frecuente verle en televisión
hablando de casi todo —desde fútbol a cómo dejar de fumar— su capacidad
para la provocación es casi legendaria. Irrumpió de la forma más
escandalosa en 1999, cuando algunos —entre ellos el propio Habermas—
vieron resucitar los fantasmas del nazismo con su libro Normas para el parque humano que defendía las técnicas de mejora genética del homo sapiens. Hace tres años, un artículo suyo en el Frankfurter Allgemeine Zeitung,
en el que arremetía contra la “cleptocracia fiscal” de los Estados de
bienestar europeos y propugnaba sustituir los impuestos por donativos
voluntarios, provocó otro enorme incendio. Ira y tiempo
contiene un furibundo ataque contra lo que llama “izquierda fascista”, y
eso le ha servido para que desde el otro lado del espectro ideológico
el filósofo comunista Slavoj Zizek lo haya definido como “un
liberal-conservador que ejerce de enfant terrible del pensamiento alemán contemporáneo”.
La izquierda, según Sloterdijk, ha funcionado históricamente como un
mecanismo de “organización política de la ira” o, para ser más precisos,
como “un banco de ira”. “La gente depositaba allí sus frustraciones y,
como en un banco, otros gestionaban ese capital para devolverle los
intereses en forma de autoestima para ellos y desprecio para sus
enemigos”, explica Sloterdijk desde su imponente estatura, mirando
siempre por encima de unas pequeñas gafas y con un cabello alborotado
que corrobora esa imagen de enfant terrible, aún a sus 66 años,
Él acabó de escribir su libro en 2006 y, desde entonces, la “atmósfera
ha cambiado mucho en el mundo”, advierte. “La ira, la cólera, la
indignación, han cobrado más fuerza. Lo que pasa es que ahora no hay un
banco mundial de la ira. Ese papel lo jugó la izquierda desde el siglo
XIX, pero hoy ya no es capaz de desempeñarlo. El islamismo es únicamente
un banco local de ira, sin alcance mundial. Ahora la gente puede
quedarse en casa con su cólera y meterla debajo de la almohada o del
colchón, porque ya no hay nadie que pueda sacar rendimiento político de
eso ni devolverle intereses”.
Su durísimo diagnóstico sobre las consecuencias de organizar
políticamente la ira, desde el primer anarquismo de Bakunin hasta el
estalinismo o el maoísmo, no implica que Sloterdijk desdeñe el papel que
ha desempeñado la indignación en la historia de Occidente. Y lo subraya
cuando comenta el fenómeno del 15-M en España: “Esto no es nada nuevo,
aunque sí la forma cómo se manifiesta. La República es hija de la
indignación. De ella nace el primer movimiento democrático en la antigua
Roma, donde la monarquía da paso a la República por la indignación
popular contra la violación de Lucrecia por el hijo del rey. Lo mismo
vale para la Revolución Francesa. En ese sentido, los jóvenes españoles
demuestran que viven la auténtica tradición democrática”. Pero esa
energía no puede ser canalizada por fuerzas como “la izquierda francesa,
que parece una empresa del Estado, solo pendiente de los funcionarios”.
“Se necesita algo completamente diferente, un instinto más emprendedor.
Y pensar que no se puede forzar la economía. No vale con masacrar a dos
millonarios y repartir su fortuna dando 20 euros a cada persona en
paro. No creo que eso sea una solución política”.
La disputa entre el Norte y el Sur en Europa tras el estallido de la
crisis ha abierto una brecha cuyos peligros resultan muy evidentes para
Sloterdijk: “Han vuelto los antiguos demonios a Europa. Ya no se trata
del viejo nacionalismo, ahora es un nacionalismo económico venenoso. Y
sin duda se debe a los defectos en la construcción política de Europa.
El euro fue sobre todo un proyecto político, y los especialistas ya
advirtieron entonces de que eso podría llevar a una explosión. Pero los
políticos siguieron adelante con lo suyo. Y esa explosión es lo que
estamos viendo ahora. Hay un retroceso en el sentimiento transnacional”.
El pensador resume la división continental entre países partidarios de
la estabilidad económica, como Alemania, y los defensores de “políticas
inflacionistas, como los Estados del Sur”. “Las diferencias
neonacionalistas vienen de mezclar la política con esos problemas
técnicos. Si no evitamos esa mezcla, Europa puede saltar por los aires”,
afirma.
Un cierto sentido de la ironía impregna la obra de Sloterdijk y
aflora cuando se pregunta si de verdad Alemania desea mandar sobre
Europa: “Todo esto es un malentendido trágico. Los alemanes rezan todas
las noches para no tener que gobernar Europa. Pero qué le vamos a hacer,
son grandes y fuertes, y no se pueden esconder como cuando uno es
pequeñito y se mete detrás de un árbol. El problema no es que Alemania
quiera el poder, sino que se trata de una obligación a la que debe
acostumbrarse. Pero los alemanes son muy cuidadosos y muy respetuosos”.
Xosé Hermida, "Los viejos demonios han vuelto a Europa" (Sloterdijk), El País, 31/10/2013
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