Ignacio Castro Rey: la necessitat de "superar" a Marx.
Ignacio Castro Rey |
1. ¿Es posible un “marxismo” sin Marx, como podría entenderse en algunos momentos de tu libro? Si es así, ¿cómo sería ese dispositivo?*
En Sociedad y barbarie empleo casi siempre la palabra
“marxismo” con comillas, para referirme a movimientos de resistencia de
muy distinto signo y a veces con ideologías híbridas, muy
ajenas a nuestra tradición ilustrada: populismos latinoamericanos que
mezclan nación con metafísica y religión; movimientos autónomos europeos
que mezclan radicalismo político con una especie de vieja sabiduría
judeocristiana (Tiqqun); movimientos árabes que usan la cultura islámica
para combatir el despotismo y la pobreza, etc. Hay actualmente mil
procesos de conflicto en curso y tal vez en pocos de ellos Marx esté
presente, a la cabeza del ideario de esos enfrentamientos. Precisamente
la idea de “enfrentamiento”, frente por frente con un enemigo que se
sitúa al otro lado, tal vez no tenga cabida si se trata de recuperar
estratos de democracia real en una nación, de
arrancarle porciones de poder a las castas dominantes, a veces de
ideología oficialmente “progresista”. Al contrario, manteniendo un pie
fuera, en una popular y casi ahistórica ambivalencia, es posible jugar
con los escenarios de lo visible. Es cierto que, bajo cualquier régimen
histórico, la violencia nunca debe ser excluida. Pero esto no significa
necesariamente el enfrentamiento; con frecuencia es preferible la infiltración,
provocar una polarización interna de las situaciones, otra inclinación
de ellas. En una humanidad cristalizada por el cálculo, provocar el
rubor puede ser ya una forma suficiente de violencia. Desde luego, el
orbe digitalizado europeo necesita la provocación para que ocurra algo y surja una cierta desnudez. Para en tal situacionismo
molecular es importante esquivar el “frentismo” contra un enemigo
satanizado, una enemistad frontal que no hará más que cosificarlo en su
trinchera. Resistir en una singularidad, mantenerse como existencia cualsea
(Agamben) ya es luchar. Es urgente aceptar una noción de lucha que no
dependa de los grandes encuadramientos que nos ha hecho tan obedientes.
El estalinismo de antaño sólo es el epítome histórico de un conductismo
de masas que no ha dejado de crecer. Tal conductismo, aunque sea
“marxista”, es parte del sistema, cuya economía sólo cristaliza una
metafísica de lo general. Es cierto que mi libro se “encarniza” con el
pensador, pero para pensarlo desde el hombre de carne y hueso.
El hombre que está ahí entero a cada instante, alimentándose de su
enigma mortal, de su “alienación” originaria. En este sentido, jamás he
estado tan cercano y conmovido por el tormento personal de Karl, el hijo de Henrietta y Herschel. Llego a decir que Marx no cabe en Karl.
2. ¿Por qué piensas que existe, consolidada, la idea de que
hay un Marx analista del capital (que sería insustituible), y un Marx
historicista, redundante, infiltrado de teleología, mesiánico? Esa
división, ¿tiene alguna consistencia?
No creo que el Marx analista del Capital sea insustituible. En algún
momento de mi libro digo algo así como que la crítica de la economía
política en Marx sigue teniendo la forma de la economía. Es el
“espejo de la producción” lo que Marx no perfora, esa teleología
irreversible del tiempo histórico, guiado por una ley dialéctica que
nunca rompe con la comprensión lineal de las cosas. De manera que no se
entiende la ley compleja que guía la vida del individuo, mucho más
compleja que una simple adscripción a una dinámica “de clases”. De
hecho, no hay tal Ley de la historia ni del individuo, ninguna Ley que
no hunda sus raíces en la contingencia. Es la creencia
en tal Ley (la ideología es creencia) la que ha convertido a la
economía en una religión asfixiante y a la izquierda oficial en una
alternativa que engrasa continuamente el sistema. El éxito del
pensamiento de Marx se debe a una reacción defensiva contra el
individualismo, esa feroz competencia que está en la base de la moderna
cultura urbana. Pero una de las cosas sobre las que hay que insistir es
en la idea de que la base del pensamiento de Marx, precisamente por su
naturaleza reactiva, es el individualismo moderno, una
concepción del hombre que es de herencia liberal, una inversión
aritmética de la misma concepción insular que mantiene la
economía política. Sólo a partir de esta atomización antropológica, que
Marx hereda del capitalismo, es posible la máquina de guerra del
“socialismo científico”, la conexión a través del trabajo, la
socialización forzosa y el Estado. Marx socializa “por fuera” a un
hombre al que “proletariza” (o aliena) en su misma alma. Tal hombre sólo
tiene el contexto “material” que le determina por fuera, sin ningún
fondo interior desde el que tomar distancias con el contexto económico.
Con esta concepción “darwinista” Marx ha sido clave para la penetración
de la modernidad capitalista en América, Rusia, China, África y otros
mundos. Es este imperialismo del contexto el
que hoy en Europa ahoga a la gente, haciendo muy difícil movimientos de
cambio que no acaben tragados por la inercia de la alternancia.
3. Slavoj Žižek (aparte de la opinión que tengas de él) ha
escrito que el leninismo es, al contrario de lo que suele creerse, un
invento -retroactivo- del estalinismo. No sé cuál es tu opinión, pero
según él, fue la fidelidad a Stalin de los mandos medios la que permitió
que soportaran los peores momentos de la batalla de Stalingrado y
también lo que permitió que fuera Stalin y no Trotsky el heredero de
Lenin. La pregunta: ¿qué hubiera pensado Marx de esa transición? ¿Es
posible que Marx creyera que esa zona oscura, abismal, "retratada" en el
cine de Sokurov o de Tarkovsky, la sociedad sin clases -aunque sea como
horizonte- pudiera abolirla?
No sé si entiendo la última parte de la pregunta. En cuanto a Stalin,
en fin, no podemos ni imaginarnos lo que fue aquel horror. Pero creo
que Žižek en este punto tiene parte de razón. Es muy fácil ahora hacer
revisiones democráticas de aquella época, pero habría que estar allí,
mientas las democracias liberales se limitaban a “dejar hacer”. De no
ser por el régimen de Stalin, y la resistencia heroica del pueblo ruso,
Hitler se habría tragado a Europa; incluso, tarde o temprano, a la
propia Inglaterra. Resistir a un poder monstruoso no puede solamente
hacerse con palabras, libros y buenos discursos. Es también en parte la
historia de la resistencia al franquismo: ¿qué habríamos hecho sin la
organización férrea del PCE? He sido trotskista durante años y ahora veo
la versión europea de aquel movimiento, también a Trotsky, como una
corriente un poco literaria que vive a expensas de que el “trabajo
sucio” de resistencia lo hagan otros. Es posible que en este punto
Arendt se despiste y que Sartre haya tenido bastante razón. En cuanto a
la otra parte de la pregunta, no sé si entiendo: Sokurov y Tarkovsky no
se han limitado, ni quizás se han centrado nunca, en una denuncia del
estalinismo. Ellos dos han filmado sobre todo la cárcel que es la
condición humana en el mundo moderno, por debajo de todas las
ideologías, de cualquier régimen. Bajo la losa de la Unión Soviética,
con una inteligencia y una generosidad muy rusas, se han infiltrado en
el drama mortal de vivir. Constituye una paradoja bastante divertida, y
significativa de los límites de lo político, que mucho antes del
“deshielo” esos dos genios creadores hayan sobrevivido perfectamente en
la URSS, aunque un poco despreciados como “formalistas”. En efecto, lo
son: sin creer en ninguna teleología, se ocupan de las formas de vida
que resisten a la infamia de la historia, alimentándose del vértigo de
una condición mortal que es común a todos los hombres. Habiendo sido tan
injusto con Feuerbach y Stirner, no sé que tipo de insultos emplearía
Marx contra estos dos creadores metafísicos. Además, ¿cómo pensar
después una sociedad “sin clases” cuando antes no se ha pensado en una
vida común sin clase, en una lucha por vivir que es en sí misma lucha por desclasificarse?
4. ¿A qué atribuyes la resistencia que ha provocado tu libro
entre los intelectuales españoles? No me extrañaría en la órbita del
PCE, pero ¿es que ya no queda ningún espíritu libertario, abierto a la
incertidumbre en la península, en Europa en general, y quizá eso sea a
causa del fracaso notorio de la política socialdemócrata en el
continente?
Poco queda de ese espíritu libertario en nuestro continente, quizás
debido también al triunfo de unas políticas socialdemócratas que siempre
han jugado un papel de formidable complemento con las políticas
neoliberales. Sociedad y barbarie me obligó a volver atrás
para ayudar a un salto que hay que dar “hacia delante”. He prometido a
mis amigos que no volvería a hacer un libro como éste, así de
“crispado”, de enfrentado en bloque al universo progresista dominante,
por la izquierda y por la derecha. Puedo cumplir la promesa, pues es
como si Sociedad y barbarie ya hubiera ajustado cuentas con el
pasado, con la sombra intocable del Padre, y uno pudiera entonces
dedicarse a un presente que, antes y después de ese libro, siempre ha
sido muy amplio y ajeno completamente a los diferentes “Marx”. En cuanto
a tal “resistencia” de los intelectuales españoles… no sé si en mi
libro es peor intentar profanar una figura intocable de nuestro santoral
laico, o atreverme al universo metafísico afirmativo ajeno a nuestro
cómodo nihilismo. España y Europa son hoy, a pesar de algunos signos
contrarios, una tierra bastante inerte, donde pesa enormemente la
tradición. Y así es también en la izquierda. Funciona una especie de catatonia
anímica que, al menos en España, hace un poco indiferente todo lo que
se salga de la circulación habitual, aplaudida por los medios. Me temo
que el resultado es que mi libro, como algunas otras obras donde se
plantea una “crítica de la crítica”, no saldrá fácilmente de círculos
muy restringidos. Lo problemático de Sociedad y barbarie
no es que señale insuficiencias en el marxismo, sino que se plantee
precisamente “superar” la filosofía de Marx. Y esto no se hace
defendiendo un “repliegue” hacia Nietzsche y Stirner, sino apostando por
un salto hacia una concepción no “dialéctica”, ni nihilista, del hombre
y lo real. Se acusa a la filosofía de Marx, en conjunto, de constituir
un inusitado repliegue del pensamiento. Precisamente una de las
tesis a considerar es que el pensamiento de Marx se ha incrustado en la
cultura del capitalismo, ha configurado incluso al capitalismo como cultura.
Esta idea, que de otro modo mantiene Tiqqun, implica al progresismo
izquierdista en la gestión global del capitalismo. Escuchar esto no es
fácil, tanto en la izquierda socialdemócrata como en la “radical”.
5. El Marx que piensa la revolución en las sociedades
industriales, ¿se equivoca en el diagnóstico? Si se equivoca, ¿cómo
explicarse el asesinato de Rosa Luxemburgo, por otra parte una leninista
convencida?
No sólo es el asesinato de Luxemburgo y otros líderes. Lo
significativo es que el pensamiento de Marx jamás triunfa, como
Revolución, en los países industriales importantes. Relativamente pronto
se convierte en un producto para la “exportación”, ayudando a estatalizar
naciones atascadas en el despotismo y en el “atraso” agrario. Como si
Marx, convenientemente retocado, sólo funcionase bien como ideólogo del
“capitalismo estatal” frente a la barbarie del capitalismo salvaje de
los dictadores. No sé si Cuba es una excepción a esto. Allí donde
gobierna la inteligencia liberal del capitalismo, Marx pronto
se convierte en una fuerza socialdemócrata, reformista. Entre nosotros,
los ciudadanos de herencia europea que ya estamos “ultraestatalizados”
(Deleuze habló de un estatismo continuo), el
movimiento de emancipación debería ser hoy muy distinto al que propugna
Marx. Para no ser devorados por esta economía mundial e interactiva,
necesitamos volver a una noción fuerte de lo que podríamos llamar individuación, esto es, la defensa de singularidades (sujeto, familia, vida local, movimiento social, nación) que son siempre comunidades contingentes,
en marcha. No se trata de refugiarse en el localismo o el
individualismo, sino de pensar la universalidad local, el absoluto de
las vidas reales. Aquí el pensamiento de Marx es un obstáculo casi
militar, pues su filosofía tiene problemas hegelianos con esas “figuras
del arraigo” que nos permitirían pensar la libertad como una modulación
de la necesidad, no como su “superación”. La idea en Marx de la
emancipación, cómplice de la metafísica triunfal en Occidente, parte de
oponerla de raíz a la fatalidad natal. El capitalismo triunfa así,
ayudado por el progresismo marxista, como cultura de la separación
y la acumulación. Cultura de la velocidad de escape, lo único que le
queda a un nihilismo que ha alienado al hombre de raíz. De lo que se
puede acusar a Marx, al menos hoy, es de cambiar una
acumulación por otra, pero manteniendo la cultura separadora que está en
la base del capitalismo: historia/vida, conciencia/mundo, saber/poder,
trabajo/existencia… Tanto el justicialismo peronista, como la caridad
cristiana, como el comunitarismo musulmán y toda una amplia gama
occidental de populismos juveniles, han intentado perforar el nihilismo feroz de esa cultura, tanto en su versión liberal como socialista.
6. Finalmente, quisiera que escribieras una pequeña reflexión
sobre América latina en el nuevo escenario global (a la luz incluso de
la incomprensión que manifiesta Marx), y cómo China puede alterar el
orden global en arreglo a su estatuto de acreedor e inversor, sostenida
en dos axiomas de lejana tradición jacobina: el partido único y la
economía de mercado centralizada.
Que haya varios poderosos, aunque todos ellos sean temibles, no puede
dejar de ayudar a las naciones del sur americano. En tal sentido, China
y las potencias emergentes no dejan de representar una oportunidad de
frenar al poderoso vecino de un Norte que siempre ha entendido a
Latinoamérica como su patio trasero o su jardín delantero. Nos es que
los chinos sean intrínsecamente mejores, pero sus intereses estratégicos
pueden ser utilizados por la resistencia al imperio nivelador, eso es
todo. Cada nación debe tener claro que hoy no existen modelos. Cada una
debe jugar sus propias cartas, ejercer su propia fuerza, y tejer desde
ella su tablero de alianzas. De ahí que nos parezcan atinadas las
palabras de Carlos Fuentes cuando, en la Introducción de El espejo enterrado,
afirma buscar “la continuidad cultural que pueda informar y trascender
la desunión económica y la fragmentación política del mundo hispánico”.
El descuido de este espejo empañado que es la cultura
hispana no es sólo un error histórico que otras culturas no han
cometido, sino también una lesión a la integridad cultural -en España,
casi territorial- de cada una de sus naciones. La gran ventaja hispana
es el humor de su experiencia trágica, una fresca memoria del peligro
que es la historia. Según el Ortega y Gasset de España invertebrada,
se trata de “la insólita capacidad de sentirse, en plena salud,
agonizante y, por lo mismo, siempre dispuesto a renacer”. En palabras de
Fuentes: “España y la América española nunca se han engañado al
respecto. Siempre hemos mantenido vivo el margen de lo trágico. La
advertencia de Nietzsche -la felicidad y la historia rara vez coinciden-
es parte de la experiencia carnal del mundo español e
hispanoamericano”. Me parece una sabiduría política importante, no ajena
a los movimientos y los personajes que han cambiado la historia en el
sur. Por ser del todo incorrecto, diría que Juan de la Cruz es tan
importante como Marx en la resistencia política y cultural del
continente sudamericano.
7. Última: ¿qué opinión te merecen las declaraciones de Peter Sloterdijk sobre la dictadura de los impuestos?
Sigo poco a Sloterdijk y no conozco esas declaraciones. Pero no es un
secreto para nadie que en Europa las poblaciones, sobre todo del sur,
viven esclavas de un dictado macroeconómico dirigido por expertos que
viven aparte y no hablan ningún idioma conocido, aunque se expresen en
inglés. Esa imagen “flotante” de la casta que nos somete es reflejo de
un nivel de vida también flotante, literalmente incomprensible para el ciudadano medio. Se trata también de un nivel de corrupción
impune, pues la ley y la cultura que les ampara es como ellos. Lo
señalaba Arendt hace sesenta años, pero la paradoja de unas democracias
dirigidas por una secta esotérica no ha dejado de agravarse. La “presión
de los mercados”, la “dictadura de los impuestos”, la “oscilación
bursátil”, la “deslocalización”… son todos ellos eufemismos para no
llamar a las cosas por su nombre. Una violencia inusitada, la de la
macroeconomía, se abate sobre la gente de a pie. Y no hace falta ser
marxista para reconocer que las naciones europeas que viven bien lo
hacen a costa de otras, a veces no muy lejanas, a las que explotan. Como
diría Baudrillard, “todo lo malo que le pase a esa cultura me parece
bien”. Aunque, francamente, no creo que Europa pueda luchar sola contra
una metafísica reactiva que ha nacido de sus entrañas. Necesitamos la
energía de todas las culturas exteriores que resisten a la economía del
nihilismo.
Ignacio Castro Rey, Marx en Karl, fronteraD, 31/01/2013
*Preguntas de Pablo Chacón en torno a Sociedad y barbarie para la revista argentina Página 12.
Comentaris