Els somnis de la nació.
Como recordara El Roto, “el sueño de la nación produce —cuando menos— exilios”. Ante las últimas resoluciones del Parlamento de Cataluña, de 27 de septiembre, se hacen indispensables ciertas reflexiones que pretenden hacer visible que, hoy en Cataluña, hay otras voces y otras alternativas a lo que, bajo la cobertura del eufemismo llamado “derecho a decidir”, es pura y simplemente la ruptura con los españoles que conviven y, posiblemente, sufren más que la mayoría de los ciudadanos de Cataluña.
Pero, resulta necesario llamar la atención sobre la Declaración de
Soberanía del 23 de enero de este año, que constituye su precedente.
Primero, basta ya de manipulaciones históricas. Ya sabemos lo que
significó para Barcelona y Cataluña el 11 de septiembre de 1714, ¡hace
más de tres siglos!, pero que no nos oculten la verdad. Manuel Vázquez
Montalbán se refirió a ese acontecimiento así: “La feroz resistencia de
sus clases populares encabezada por Rafael Casanova y el general
Villarroel, mártires víctimas de una causa nacional perdida”. ¿Quién se
acuerda de Villarroel? Y, en esa terrible fecha, los Comuneros de
Barcelona, representantes del pueblo, lo animaban a soportar las
consecuencias de la derrota, advirtiéndoles él que quedarían “esclavos
con todos los demás españoles engañados”. ¿Dónde estaba la ruptura con
España?
En dicha Declaración se atribuía exclusivamente al Estado español “la
involución del autogobierno” de Cataluña. Una mentira más de los
gobernantes de CiU, asumida por ERC e ICV. Por ejemplo, el proceso de
destrucción del sistema sanitario público catalán, ¿es responsabilidad
exclusiva del Gobierno de Rajoy? Evidentemente, no. Cuando el presidente
Mas denuncia los “agravios” del Estado español, se olvida de que son
peores los agravios que él y sus gobernantes han infligido a su pueblo,
al que ahora trata de embaucar con delirios remotos. Su grupo
parlamentario en el Congreso de Diputados apoyó las medidas más duras
del PP, como el RDL 20/2011, que incluía enormes restricciones en el
sector público —incluidas la educación y la sanidad— y congelación de
salarios, así como cuantas medidas se adoptaron para la reestructuración
bancaria y saneamiento del sector financiero en beneficio de los más
poderosos. Pero, eso sí, como denunció el diputado Joan Coscubiela, el
presidente Mas mantenía “un doble lenguaje” mientras “defendía los
intereses de sectores económicos y lobbys catalanes y españoles”.
Pero aún es más reprochable en esa Declaración que no cite en ningún
momento a los ciudadanos y pueblos de España, como si las mujeres,
hombres y niños/as de España pudieran ser confundidos con las
instituciones y normas jurídicas que los regulan. Para los firmantes de
esa Declaración, España solo son el Estado español, la Constitución de
1978 y la II República. Es muy grave. Como es, igualmente irritante e
injusto, que si bien el apartado 5 de la Declaración se refiere a
“Europa” —luego a la Unión Europea—, se omita toda referencia a España, a
la que Cataluña ha estado vinculada hace centenares de años, y, en su
lugar, se haga referencia al “Estado español” como sujeto de
negociaciones, al mismo nivel que las instituciones europeas o la
comunidad internacional, cuando la continuidad o no de los lazos de
Cataluña con España es, en definitiva, el núcleo del debate y el
objetivo fundamental de la supuesta consulta. Al menos, así lo
entendemos los denominados en el Estatuto “ciutadans espanyols” y, sobre
todo, los ciudadanos de esa España que, indignamente, se oculta. Y, por
último, en el apartado Legitimidad democrática, se dice que en el
proceso que plantea se garantizará “la pluralidad de opciones y el
respeto a todas ellas”, afirmación completamente falsa, que descalifica
al propio proceso.
Frente a las pretensiones expuestas en dicha Declaración, hay que
hacer constar que el Gobierno de CiU está incumpliendo de forma
flagrante el Estatuto vigente, que “quiere proseguir… la construcción de
una sociedad democrática y avanzada… solidaria con el conjunto de
España…” y que quiere “desarrollar su personalidad política en el marco
de un Estado que reconoce y respeta la diversidad de identidades de los
pueblos de España”. Se niega a admitir que igual que había varias
“Barcelonas”, también hay varias “Cataluñas” que desean convivir en paz y
armonía con todos los pueblos de España.
Naturalmente que Cataluña es una indudable “realidad nacional”, pero
también es cierto que esa realidad se ha fraguado, fundamentalmente en
el siglo XX, por el apoyo que ha recibido constantemente de todos los
pueblos de España. Cataluña es lo que es porque, tras las oleadas
migratorias de dentro y fuera de España, se ha construido una “sociedad
integradora” donde pueden convivir “identidades diversas”. Esta es la
gran riqueza de Cataluña, como pueblo y como cultura.
Es la suma de los sufrimientos y aspiraciones de catalanes de origen y
de inmigrantes, nacionales y extranjeros, que abandonaron sus tierras a
causa de las políticas capitalistas que gobernaron coordinadamente las
burguesías de España y Cataluña.
En las resoluciones parlamentarias citadas se plantea un marco
institucional inmediato, que es claramente contradictorio con nuestra
Constitución democrática. Más allá de las dificultades legales que
ciertamente concurren para la celebración de consultas, competencia
exclusiva del Estado y que solo pueden ser consultivas, es justo
reconocer que esta competencia del Estado es delegable en una comunidad
autónoma pero deberá hacerlo a través de una ley aprobada por el
Congreso de Diputados. En todo caso, la pretensión de los partidos
soberanistas se enfrenta a un precepto constitucional esencial, porque
afecta a la igualdad de todos los ciudadanos: “Todos los españoles
tienen los mismos derechos y obligaciones en cualquier parte del
territorio del Estado”.
Ciertamente, se hace referencia a “un proceso democrático” y a un
“diálogo con las instituciones del Estado para acordar las condiciones
legales para el ejercicio del derecho a decidir”. Luego, se reitera “el
diálogo y la negociación con el Gobierno del Estado” con el objetivo de
realizar una “consulta democrática” para determinar el resultado del
ejercicio de aquel derecho. Para, a continuación, argumentar, con
evidente error, anticipación histórica y manipulación política, que “la
voluntad mayoritaria del pueblo de Cataluña” ha quedado expresada en la
manifestación del pasado 11 de septiembre. El Parlamento de Cataluña
llega, pues, a asociar derecho a decidir con independencia a partir de
unos datos sociológicos, los que fueran, que en absoluto se corresponden
a la libre y democrática expresión de la voluntad popular en las urnas.
Por tanto, ya no estamos hablando de derecho a decidir sino, pura y
simplemente, de una consecuencia, la secesión de España, que es
radicalmente incompatible con la Constitución vigente.
De aquí se desprende que en la Resolución se plantee una situación de
“transitoriedad jurídica” y de “estructuras de Estado” cuando, hoy por
hoy y no sabemos hasta cuándo, el actual estatus institucional de
Cataluña es el establecido en el Título VIII de la Constitución. Y en un
Estado democrático choca que un Parlamento plantee unas propuestas con
un cierto tono de provocación como cuando afirma que el deseado diálogo
“no se puede eternizar”. ¿Es una velada amenaza? Y es igualmente
rechazable, por la falta de respeto a otras opciones legítimas sobre las
relaciones de Cataluña y España, que la pretendida “consulta” solo
verse sobre “la pregunta”, dando a entender que es única y excluyente
fuera de la independencia. Si fuere así, debemos rechazar y denunciar un
programa tan sesgado como engañoso para los ciudadanos.
Y, para concluir, el objetivo constitucional de que la libertad y la
igualdad de los ciudadanos sean “reales y efectivas” en el marco de una
democracia avanzada —centro de la Constitución y del Estatuto vigente—
ha quedado limitado a una genérica referencia a la “profundización del
Estado del Bienestar”. Proclamación que, como ha sostenido SOS Racisme,
está “en flagrante contradicción con las políticas económicas del actual
gobierno”. Realmente, estamos ante un gravísimo retroceso histórico
que, como siempre, perjudicará a las clases populares.
Carlos Jiménez Villarejo, Por una Cataluña solidaria, El País, 31/10/2013
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