Coses de la vida (recull de pensaments de l' Ignacio Castro Rey)


Género de terror, piercing y tatuajes; parque de atracciones y deportes de riesgo; sexo salvaje y música electrónica a todo volumen se generan desde una existencia urbana espantosamente homologada, tanto física como -lo que es peor- psíquicamente. Por instinto, para encontrar algo de tierra por algún lado, el cuerpo y la mente necesitan líneas de resistencia primaria, al menos algún tipo de simulacro de otredad que se nos enfrente.

Germanwings no ha venido del cielo. Cada avance, técnico o social, tiene su accidente potencial específico, una sombra nueva que sigue ese progreso.

Debido ante todo a la religión de la seguridad, nuestra vida es en extremo dudosa. Y no por exceso de riesgo, sino por falta en ella de cualquier peligro real. Nada debe ocurrir entre nosotros, nada ocurrirá nunca: falsa seguridad que provoca una lasitud -una depresión- difícilmente disimulable. Pero enseguida, para tranquilizarnos, vemos que a los otros les va peor. Nada más ojear la pantalla cercana comprobamos en qué se ha convertido la vida de la humanidad que no se ha clonado digitalmente. De hecho, para confirmar lo envidiable que es nuestro dudoso bienestar democrático, día a día arriban a nuestras fronteras miles de llorosos y oscuros seres humanos que escapan de la peste del atraso. Les recogemos -o les expulsamos- con mascarillas, mientras sus imágenes se convierten en virales y por dentro seguimos pensando que somos los elegidos. Xenofobia y solidaridad son dos caras, todo lo distintas que se quieran, de un racismo democrático hacia la humanidad atrasada que subsiste en las afueras. Pobre Tercer mundo si necesita realmente la ayuda del Primero: de nosotros, que ni siquiera -por falta de relación con los límites- podemos ayudarnos a nosotros mismos.

La incansable -un poco contaminante- preocupación verde coincide con el hecho de que cualquier ciudadano normal, para saber el tiempo que va hacer esta misma tarde, mira la imagen última de la información antes que asomarse fuera de la ventana, oler el viento y escrutar el aspecto rugoso del cielo.

Al menos en Occidente, todos estamos juntos, apretados, permanentemente reunidos -las redes han hecho maravillas para conectar nuestra soledad- frente al terror de la vida mortal al desnudo.

Si el calentamiento global es una evidencia, ¿por qué el ambiente entre nosotros es cada día más gélido?

Ignacio Castro Rey, Para una antropología del dogma verde, fronteraD 09/04/2016

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