En l'època postmoderna l'autoconsciència substituí la consciència de classe.
Simultáneamente a la revolución informática, las sociedades postmodernas
conocen una «revolución interior», un inmenso «movimiento de conciencia» («awareness movement», C. N., pp. 43-48),
un entusiasmo sin precedentes por el conocimiento y la realización personal,
como lo atestigua la proliferación de los organismos psi, técnicas de expresión y de comunicación, meditaciones
gimnasias orientales. La sensibilidad política de los años sesenta ha dado paso
a una «sensibilidad terapéutica»; incluso (los más duros sobre todo) entre los
ex líderes contestatarios sucumben a los encantos de la self-examination: (…)En el
momento en que el crecimiento económico se ahoga, el desarrollo psíquico toma
el relevo, en el momento en que la información substituye la producción, el
consumo de conciencia se convierte en una nueva bulimia: yoga, psicoanálisis,
expresión corporal, zen, terapia primal, dinámica de grupo, meditación
trascendental; a la inflación económica responde la inflación psi y el formidable empuje narcisista
que engendra. Al canalizar las pasiones sobre el Yo, promovido así al rango de
ombligo del mundo, la terapia psi, por más que esté teñida de corporeidad y de
filosofía oriental, genera una figura inédita de Narciso, identificado de una vez
por todas con el homo psicologicus. Narciso obsesionado por él
mismo no sueña, no está afectado de narcosis, trabaja asiduamente para la
liberación del Yo, para su gran destino de autonomía de independencia:
renunciar al amor, «to love myself enough
so that I do not need another to make me happy» ese es el nuevo programa
revolucionario de J. Rubin (citado por Chr.
Lasch, p. 44).
En ese dispositivo psi, el
inconsciente y la represión ocupan una posición estratégica. Por el
desconocimiento radical que instituyen sobre la verdad del sujeto, son
operadores cruciales del neonarcisismo: ofrecer el cebo del deseo y la barrera
de la represión es una provocación que
desencadena una irresistible tendencia a la reconquista de la verdad del Yo:
«Allí de donde era, debo advenir.» El narcisismo es una respuesta al desafío
del inconsciente: conminado a reencontrarse, el Yo se precipita a un trabajo
interminable de liberación, de observación y de interpretación. Reconozcámoslo,
el inconsciente, antes de ser imaginario o simbólico, teatro o máquina, es un
agente provocador cuyo efecto principal es un proceso de personalización sin
fin: cada uno debe «decirlo todo», liberarse de los sistemas de defensa
anónimos que obstaculizan la continuidad histórica del sujeto, personalizar su
deseo por las asociaciones «libres» y en la actualidad por lo no-verbal, el
grito y el sentimiento animal. Por otra parte, todo lo que podía funcionar como
desperdicios (el sexo, el sueño, el lapsus, etc.) se encontrará reciclado en el
orden de la subjetividad libidinal y del sentido. Ampliando así el espacio de
la persona, incluyendo todas las escorias en el campo del sujeto, d
inconsciente abre el camino a un narcisismo sin límites. Narcisismo total que
manifiestan de otra forma los últimos avatares psi cuya consigna ya no es la
interpretación sino el silencio del analista: liberado de la palabra del
Maestro y del referente de verdad, el analizado queda en manos de sí mismo en
una circularidad regida por la sola autoseducción del deseo. Cuando el significado
deja paso a los juegos del significante, y el propio discurso a la emoción
directa, cuando las referencias exteriores caen, d narcisismo ya no encuentra
obstáculos y puede realizarse en toda su radicalidad.
De este modo la autoconciencia ha substituido a la conciencia de clase, la
conciencia narcisista substituye la conciencia política, substitución que no
debe ni mucho menos interpretarse como el eterno debate sobre la desviación de
la lucha de clases. Lo esencial no está aquí. Ante todo instrumento de
socialización, el narcisismo, por su autoabsorción, permite una radicalización
del abandono de la esfera pública y por ello una adaptación funcional di
aislamiento social, reproduciendo al mismo tiempo su estrategia. Al hacer del
Yo el blanco de todas las inversiones, el narcisismo intenta ajustar la
personalidad a la atomización sibilina engendrada por los sistemas
personalizados. Para que el desierto social resulte viable, el Yo debe
convertirse en la preocupación central: se destruye la relación, qué más da, si
el individuo está W condiciones de absorberse a sí mismo. De este modo el
narcisismo realiza una extraña «humanización» ahondando en la fragmentación
social: solución económica a la «dispersión» generalizada, el narcisismo, en
una circularidad perfecta, adapta el Yo al Rundo en el que nace. El
amaestramiento social ya no se realiza por imposición disciplinaria ni tan sólo
por sublimación, se efectúa por autoseducción. El narcisismo, nueva tecnología
de control flexible y autogestionado, socializa desocializando, pone a los
individuos de acuerdo con un sistema social pulverizado, míentras glorifica el
reino de la expansión del Ego puro (pàgs. 53-55).
Gilles Lipovetsky, La era del
vacío, Anagrama, Barna 1986
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