La física en temps de Hitler.
Es químico, físico, investigador, editor de Nature y un divulgador hiperactivo y prolífico que publica un libro al año. Y no son libros pequeños. La
ciencia irradia sus trabajos pero no agota su curiosidad sino que la
multiplica en la historia, la sociología, la psicología o el arte. Ha escrito una historia sobre el color, una biografía del agua,
una enciclopedia del caos, una indagación acerca del instinto musical,
una reflexión sobre los peligros morales de la vida artificial y una
genealogía de la curiosidad a propósito del nacimiento de la ciencia
moderna. Lo último que activó el sensor de historias de Philip Ball
(Londres, 1962) fue una pregunta en apariencia banal: ¿Por qué la
mayoría de los seres humanos no se enfrenta al mal? El resultado fue Al servicio del Reich. La física en tiempos de Hitler (Turner, 2014).
La pista la dio la noticia, en 2006, de que el físico Peter Debye, premio Nobel de origen holandés que ejerció en Alemania en los primeros años del nazismo, tenía “las manos sucias”. No sólo contribuyó al programa militar de Hitler sino que apoyó la “purificación aria” del Instituto de Física de Berlín y la expulsión de los físicos judíos. Algunos, como Einstein, se habían marchado ya. A otros les esperaba un futuro aterrador. Pero sus colegas no hicieron nada por ellos. Ni Debye, ni Max Planck ni Werner Heisenberg, los tres casos en torno a los que Ball urde una historia que entiende, y deplora, las miserias humanas. Una denuncia de cómo la idea de una ciencia “pura”, al margen de la realidad, puede ser la coartada perfecta de regímenes abyectos.
- ¿Qué supuso descubrir la historia de Peter Debye?
La pista la dio la noticia, en 2006, de que el físico Peter Debye, premio Nobel de origen holandés que ejerció en Alemania en los primeros años del nazismo, tenía “las manos sucias”. No sólo contribuyó al programa militar de Hitler sino que apoyó la “purificación aria” del Instituto de Física de Berlín y la expulsión de los físicos judíos. Algunos, como Einstein, se habían marchado ya. A otros les esperaba un futuro aterrador. Pero sus colegas no hicieron nada por ellos. Ni Debye, ni Max Planck ni Werner Heisenberg, los tres casos en torno a los que Ball urde una historia que entiende, y deplora, las miserias humanas. Una denuncia de cómo la idea de una ciencia “pura”, al margen de la realidad, puede ser la coartada perfecta de regímenes abyectos.
- ¿Qué supuso descubrir la historia de Peter Debye?
- Decidí escribir este libro después de encontrarme por casualidad con la reciente controversia acerca de Debye: fue acusado en 2006 de confabularse con los nazis. Aquello volvió a inflamar un debate más general sobre cómo juzgar las acciones y decisiones de los científicos en la Alemania nazi. Debye representa a la mayoría de los científicos de Alemania en ese momento. Los académicos e intelectuales se encontraban en la “zona gris”: no simpatizaban con los nazis, pero al mismo tiempo no hicieron mucho para oponerse a sus demandas. Debye tenía la opinión de que uno simplemente debe tratar de hacer su trabajo lo mejor posible. Esta era una posición comprensible, y no quiero juzgarla con demasiada dureza. No estoy muy seguro de que la mayoría de nosotros lo hiciera mucho mejor en una situación tan extrema. Pero tampoco creo que eso le absuelva a él y a otros como él. Debían saber lo inmoral y depravado que era el régimen nazi, y sin embargo, optaron por seguir trabajando para él. ¿Qué deberíamos pensar exactamente acerca de ellos? Tal es la pregunta que quería explorar, inicialmente examinando “el caso Debye” y comparando luego sus opciones con las de otros dos físicos clave de la época, Heisenberg y Planck.
- ¿Y con qué se encontró?
- Me puse a investigar sin prejuicios acerca de lo que iba a hallar. Pero tengo que decir que acabé bastante decepcionado con cómo respondió la comunidad científica en Alemania, y también preocupado por la posición que tomaron muchos científicos. Sentían que su primera obligación era “servir a la ciencia” y las responsabilidades sociales y morales más amplias tan sólo una cuestión secundaria. Por cierto que es la posición que creo hoy compartirían muchos científicos. Así la ciencia se convierte en un “escudo” para eludir responsabilidades.
- De hecho, recuerda que, históricamente, los científicos siempre han estado al servicio de otro: Dios, patria, etc.
- Bueno, es que los científicos de Alemania en ese momento -al menos en las universidades- eran oficialmente siervos del Estado. También sentían el patriotismo como un deber, y en ese sentido no eran realmente diferentes de los de cualquier otro lugar. Heisenberg y muchos otros explicaban a menudo que el estado de la ciencia alemana era lo que más le preocupaba. Pero claro, parece contradictoria la idea de que, por un lado, el deber principal sea “servir a la ciencia” y, por otro, “servir a la nación”.
¿Se jugaban mucho los físicos alemanes en aquel trance? No tanto, en realidad. Ball demuestra que, pese a la opinión habitual, la Alemania nazi permitía un cierto grado de disensión. Ni te jugabas la vida por criticar al régimen ni siquiera el trabajo aunque sí la posibilidad de medrar. Por cierto, que a muchos de aquellos físicos no les parecía del todo mal el ascenso de un líder fuerte que recuperara el prestigio de la gran ciencia alemana. Hasta que las leyes raciales restallaron y los campos empezaros a llenarse. Y entonces se refugiaron en la “neutralidad” de la ciencia.
- Es muy crítico con la idea de una ciencia “neutral”.
- Es cierto que la ciencia aspira a acumular conocimientos libres de ideología y subjetividad, y aplica la razón y el experimento. Pero la ciencia opera dentro de un contexto cultural y político con muchas implicaciones, y eso nunca debe ser olvidado. Por ejemplo, los científicos se ven obligados a buscar financiación, lo que significa que tienen que argumentar a favor, y demostrar, el valor social de su trabajo. Y tomar el dinero de diversas fuentes, incluidas las comerciales y las militares. Eso no es necesariamente problemático (aunque puede), pero debemos tenerlo en cuenta. Estos factores, además del contexto cultural general, afectan a qué cuestiones la ciencia aborda o no. Por poner un ejemplo, en la investigación y desarrollo de fármacos. Historiadores como Paul Forman han argumentado que la cultura provoca un impacto significativo en las direcciones que la ciencia toma, los grandes temas que persigue o descuida.
- Planck, Debye y Heisenberg protagonizan su libro y afirma que no fueron héroes pero tampoco fueron villanos. Se adaptaron. ¿Se comportaron como el resto de los alemanes?
- Se comportaron como la mayoría de los académicos alemanes. Así que sí, no fueron héroes ni villanos. Es un error habitual pensar que los ciudadanos alemanes estaban “a favor” o “en contra” de los nazis. Muchos simpatizaban con algunos aspectos de la política nazi, mientras que encontraban otros menos deseables o incluso repulsivos. O no estaban simplemente tan preocupados por algunas cuestiones, como el antisemitismo. Para la mayoría de los académicos la “cuestión judía” era un asunto “político” (no moral) sobre el que podían tener puntos de vista personales pero no permitían que interfiriese en su vida profesional. Como el editor científico austríaco Paul Rosbaud atribuye al eminente físico Walter Gerlach: querían que Alemania ganara la guerra, pero que Hitler la perdiera. Y de alguna manera se convencieron de que aquello no era contradictorio. Planck, Debye y Heisenberg bajaron la cabeza y siguieron adelante con sus carreras. Se les podría acusar, de enterrar sus cabezas en el trabajo. Fue una respuesta muy humana pero eso no significa que nos parezca adecuada.
- Pero el nazismo triunfó gracias precisamente a esa actitud.
- Ese es el verdadero problema. Los científicos se convencieron de que seguían siendo “apolíticos” en la medida de lo posible, al margen de la situación. Pero parece claro que no lograron ejercer una resistencia efectiva a las presiones políticas y fueron fácilmente manipulados por el gobierno. Fíjese que los nazis estaban más que satisfechos con sus científicos. Tal vez sólo un poco impacientes con la lentitud de los físicos (en comparación con los químicos) en lo referente a la expulsión de sus colegas “no arios”.
- Describe a Planck como un conservador que sentía que debía obedecer la autoridad del Estado. Y al final de la guerra era un hombre roto. Pero afirma que Heisenberg fue una figura muy diferente, amoral. Equiparó la revolución cuántica con la nazi, cumplió las demandas nacionalsocialistas y, tras la guerra, se explicó con mentiras.
- Es un juicio duro sobre Heisenberg, pero parece cierto. Algunas de esas “mentiras” fueron más bien historias que contó para justificarse (¿y no lo hacemos todos?). Al final probablemente se convenció de que eran ciertas. Por ejemplo, parecía convencido de que los científicos alemanes habían evitado inteligentemente la decisión de suministrar una bomba atómica a los nazis. Aunque mucho más tarde se ha afirmado que falsificó deliberadamente las matemáticas. El verdadero problema con Heisenberg es que ansiaba la aprobación oficial, y que su “reputación” era más importante que las cuestiones morales. Pero estos defectos de carácter no son los de una persona malvada. En otras circunstancias, no le habrían comprometido tanto. Aquellas personas no fueron afortunadas. Sus defectos eran humanos y su desgracia fue que una situación extrema les dejara tan comprometidos.
- Los científicos alemanes no se enfrentaron al nazismo pero no parece que pervirtieran el alma de la ciencia: el método científico. ¿Y en la URSS de Stalin? ¿El caso Lysenko demuestra que allí la ideología sí acabó anegándolo todo?
No soy un experto acerca de la ciencia en la Unión Soviética estalinista. Pero me gustaría tener cuidado de no exagerar la cantidad de ciencia que fue distorsionada. El caso más famoso es, por supuesto, las ideas pseudocientíficas del genetista Lysenko. Sin duda, allí la ideología pervirtió a la ciencia. Sin embargo, es un caso bastante aislado (aunque importante). Como relato en mi libro, Stalin no molestó a sus físicos nucleares porque era lo suficientemente sensato como para darse cuenta de que eran demasiado importantes. Aunque es cierto que el principio de incertidumbre de Heisenberg era impopular en la URSS por estar en conflicto con el determinismo marxista. Por otra parte, los científicos de Alemania rechazaron el indudable papel de Einstein en la teoría de la relatividad. La teoría era más o menos aceptada, pero no sus orígenes. Así, mientras que pueden existir diferencias entre las respuestas nazis y estalinistas a la ciencia, en general, creo que los historiadores que cito en mi libro tienen razón al afirmar que hay más bien poca evidencia de que las dictaduras intervengan significativamente en las ideas y teorías de la ciencia. La ciencia puede verse comprometida por otros medios, por ejemplo mediante la interferencia política en sus instituciones, como ocurre ahora en Turquía y Rusia.
- En su libro anterior, Curiosidad, negaba el mito de una brecha entre la ciencia antigua y la ciencia moderna. Ahora en Al servicio del Reich ataca el mito de la maldad.
- No creo que mi objetivo en el libro sea interrogar la moral del nazismo, pero tal vez tiene razón al sugerir que quiero desafíar algunos de los mitos que los científicos se cuentan a sí mismos. Aquí quería desafiar la idea de que la ciencia es “apolítica”, y de que sólo puede prosperar en una democracia. En Curiosidad quería retar la opinión de la revolución científica que muchos científicos todavía acarician, a pesar de que los historiadores de la ciencia la han rechazado. Pero siento un gran respeto por los mitos, en el sentido más general, y creo que juegan un papel en la ciencia más importante de lo que a veces reconocemos.
- ¿Pero no parece claro que la ciencia florece con más brío en democracia?
- Creo que en conjunto la ciencia está bien servida por la democracia, aunque, por supuesto, no todos los países democráticos le dan el apoyo que necesita. No debemos ser complacientes. Como hemos visto en los EE.UU. bajo la administración de George W. Bush, los gobiernos democráticos están a veces dispuestos a interferir en la ciencia, en ese caso en concreto, en la ciencia del cambio climático. Y claro, existe también el peligro de que la presión pública pueda inclinar a gobiernos democráticos a posiciones anti-científicas en algunas áreas, como la modificación genética.
- En sus atípicos y muy variopintos libros de divulgación exhibe una “curiosidad insaciable”, que diría Richard Dawkins. ¿Cómo trabaja? ¿Cómo decide lo siguiente?
- A veces, como en mi biografía del alquimista renacentista Paracelso, sencillamente se trataba de un libro que sentía que “tenía que escribir”. Pero, en general, busco temas que trascienden las fronteras científicas o que se ocupan de las interacciones de la ciencia y la cultura en general (artes, historia, sociedad...). Mi único criterio es que, en la investigación y la escritura, vaya a aprender cosas que antes no sabía. Me interesan más las ideas y su historia, y se da la circunstancia de que la ciencia está (¡pero no únicamente!) llena de ideas. A algunos escritores les gusta encontrar narrativas y contar historias, otros se apasionan por informar a la gente acerca de los logros de la ciencia. Tengo coincidencias con todos ellos, pero mi verdadera pasión son las ideas, cómo se desarrollan y mutan.
Daniel Arjona, entrevista con Philip Ball: "Quería desafiar el mito de que la ciencia es apolítica", elcultural.es, 31/10/2014
Comentaris