Narcisisme, contra el temps i el sentit.
Ya lo dice Chr. Lasch, el miedo
moderno a envejecer y morir es constitutivo
del neo-narcisismo: el desinterés por las generaciones futuras intensifica la
angustia de la muerte, mientras que la degradación de las condiciones de
existencia de las personas de edad y la necesidad permanente- de ser valorado y
admirado por la belleza, el encanto, la celebridad hacen la perspectiva de la
vejez intolerable (C. N., pp. 354-357). De hecho, es el proceso de
personalización el que, al evacuar sistemáticamente cualquier posición
trascendente, engendra una existencia puramente actual, una subjetividad total
sin finalidad ni sentido, abandonada al vértigo de su autoseducción. El
individuo, encerrado en ese ghetto de mensajes, se enfrenta a su condición
mortal sin ningún apoyo «trascendente» (político, moral o religioso). «Lo que
realmente rebela contra el dolor no es el dolor en sí, sino el sin sentido del
dolor», decía Nietzsche: ocurre lo
mismo con la muerte y la edad: es su sinsentido contemporáneo lo que exacerba
su horror. En los sistemas personalizados, no queda más remedio que durar y
mantenerse, aumentar la fiabilidad del cuerpo, ganar tiempo y ganar contra el tiempo. La personalización del
cuerpo reclama el imperativo de juventud, la lucha contra la adversidad temporal,
el combate por una identidad que hay que conservar sin interrupción ni averías.
Permanecer joven, no envejecer: el mismo imperativo de funcionalidad pura, el
mismo imperativo de reciclaje, el mismo imperativo de desubstancialización
acosando los estigmas del tiempo a fin de disolver las heterogeneidades de la
edad.
Como todas las grandes dicotomías,
la del cuerpo y del espíritu se ha esfumado; el proceso de personalización, y
particularmente aquí, la expansión del psicologismo, borra las oposiciones y
jerarquías rígidas, confunde las referencias e identidades marcadas. El proceso
de psicologización es un agente de desestabilización, bajo su égida todos los
criterios vacilan y fluctúan en una incertidumbre generalizada; de este modo el
cuerpo ya no está relegado a un estatuto de positividad material en oposición a
una conciencia cósmica y se convierte en un espacio indecidible, un
«objeto-sujeto», una mezcla flotante de sentido y lo sensible, como decía Merleau-Ponty. Con la expresión
corporal y la danza moderna (la de Nikolais, Cunningham, Carolyn Carlson), con
la eutonía y el yoga, con la bioenergía, el rolfing,
la gestaltterapia, ¿dónde comienza el cuerpo, dónde acaba? Sus fronteras
retroceden, se difuminan; el «movimiento de conciencia» es un descubrimiento
del cuerpo a la vez que el de sus potencias subjetivas. El cuerpo psicológico
ha substituido al cuerpo objetivo y la concienciación del cuerpo por sí mismo
se ha convertido en una finalidad en sí para el narcisismo: hacer existir el
cuerpo por sí mismo, estimular su autorreflexividad, reconquistar la
interioridad del cuerpo, esa es la obra del narcisismo. Si el cuerpo y la
conciencia se intercambian, si el cuerpo, como el inconsciente, habla, debemos amarlo
y escucharlo, debe expresarse, comunicar, de ahí emana la voluntad de
redescubrir el cuerpo desde dentro, la búsqueda furiosa de su idiosincrasia, es
decir el mismo narcisismo, ese agente de psicologización del cuerpo, ese
instrumento de conquista de la subjetividad del cuerpo por todas las técnicas
contemporáneas de expresión, concentración y relajación. (pàgs. 61-62).
Gilles Lipovetsky, La era del
vacío, Anagrama, Barna 1986
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