Felicitat = salut mental?


La felicidad es ya uno de los productos estrella del escaparate del gran centro comercial en que se está convirtiendo el área de la salud mental. Hoy, cada vez más salud mental es sinónimo de felicidad y ello supone un cambio radical en los planteamientos básicos de la psiquiatría y la psicología.

En nuestra sociedad todo ha devenido objeto de consumo, y la salud mental no podía ser una excepción. Al contrario, estamos hablando de uno de los mercados más apetitosos. Si para toda necesidad, incluso inventada, el mercado ya tiene un producto, ¿por qué razón la salud mental iba a ser una excepción?

Las preocupaciones, las tensiones de la vida y no digamos los duelos, en el marco de la mentalidad de la sociedad de consumo, el planteamiento es que seguro que hay un producto que puede eliminar todo sufrimiento. Solo hay que saber guiar el carrito de la compra hasta la estantería adecuada. Porque en el marco de una vertiginosa carrera publicitaria para incrementar las ventas, el marketing del producto felicidad no deja de ser una irresistible panacea, como puede verse en la creación del Instituto Coca-Cola para la Felicidad.

Ya hay librerías en las que la sección de psicología ha sido sustituida por la sección de bienestar, y no sería de extrañar que pronto veamos cómo el rótulo de la sección sea sustituida por uno que ponga “Felicidad” (no quiero dar ideas). Sin embargo no hace mucho tiempo ni siquiera el término felicidad era una simple entrada en los diccionarios de psicología, ni incluso en los diccionarios de filosofía.

Hoy se proclama la obligación de ser feliz. La felicidad se ha convertido en una necesidad hasta el punto de que se sufre por no serlo. Quien no es feliz está enfermo o le pasa algo. Y ante esa necesidad ahí está la salud mental para solucionarla.

El mercado que abre esta sencilla ecuación felicidad = salud mental, es enorme, porque la felicidad humana es insegura. Como escribió Nietzsche en la Gaya Ciencia “la felicidad humana es la frágil seguridad de un náufrago que al poner los pies en tierra se maravilla de mantenerse firme”.

Porque vivir supone esfuerzos, tensiones, conflictos, y la felicidad desde luego no está siempre a la vuelta de la esquina. Como plantean la psicología y la psiquiatría evolucionista, las leyes de la selección natural no buscan la felicidad sino la supervivencia del individuo, funcionan por lo que se denomina “la ley de la prevención generalizada”: es mejor tener cien veces miedo que no tenerlo y poner en riesgo nuestra supervivencia. Es pues adaptativo que mantengamos un nivel de tensión y de alerta. O es mejor estar triste cien veces que seguir haciendo actividades que te llevan al fracaso.

Por supuesto cuando hoy se habla de felicidad cada vez más se usa el término en su versión más plana y simple. En realidad ni siquiera está claro de qué estamos hablando cuando tratamos de definir la felicidad. Martin Seligmann, uno de los máximos investigadores en la temática considera que la felicidad es un concepto muy amplio que no se puede reducir a una simple fórmula. En esta línea como señalan por ejemplo la denominada “Paradoja de Easterlin” o los trabajos de Richard Layard de la London School of Economics, el incremento indefinido de los ingresos no incrementa la felicidad a partir de que se cubren las necesidades básicas.

Pero, además ¿qué lugar tendrá la literatura, el arte, el área de lo existencial o lo espiritual en esa sociedad “feliz”, en una vida sin misterio, sin libertad?

Frente a esta visión del mundo recordaría lo que Baroja escribía en las últimas páginas de su novela Las aventuras de Shanti Andia: “En el otoño me embarga una gran tristeza, pero una tristeza tan extraña que me parece que sería muy desgraciado si no la sintiera alguna vez”. 
 
Joseba Achotegui, ¡Felicidad y salud mental ya son lo mismo!, Público, 23/11/2014

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