Contra la incòmoda necessitat de pensar (1).
by Rick Beck |
La vorágine de lo que ocurre es tal que apenas somos capaces de analizarlo y de reflexionar. Pronto nos vemos conminados a tratar de asumir con serenidad, incluso lo que no hemos podido aún comprender. Sin embargo, mientras parecemos empeñados en que no se nos escape detalle alguno, solícitos de lo que se dice y se hace, es difícil sustraerse a una cierta impresión de que tanta atención nos tiene distraídos. El encuentro con quienes parecen menos pendientes con cada circunstancia, y resultan menos disipados y más centrados en lo que importa, nos lleva a considerar lo que puede llegar a significar la cada vez más contagiosa agitada quietud. Correteamos de aquí para allá, de esto a lo otro, de uno a otro suceso, lo que finalmente no hace sino confirmar el sentido concreto de nuestra parálisis.
Tanto ajetreo apenas nos daría para coleccionar un cúmulo de opiniones, y su reiteración ofrecería la impresión de componer un pensamiento propio, y quizás incluso una posición. Ya casi bastaría nutrirla, ratificarla, procurar que ninguna nueva experiencia la pusiera en evidencia. Y, en su caso, cualquier sinsentido ajeno corroboraría la veracidad de nuestro asentamiento. No pasaríamos de ser un depósito de opiniones, aireadas con novedades y afincadas con su mera repetición,
En última instancia, precisaríamos de vez en cuando amalgamar y adornar esa acumulación con el lazo de algún contraste. A ser posible, de nuevo, de opiniones, de aseveraciones, de puntos de vista, de actitudes, de cotas y de lomas. Ahora bien, lo efectuaríamos por el procedimiento de eludir una auténtica conversación en la que ponerlos en juego, en la que ponernos en acción. Nada de tratar atisbar lo que en realidad cabría pensar, reducidos a la simple ostentación de un denominador, que serviría precisamente para eso, para denominarnos. Casi bastaría con discutir, o con debatir, si es preciso airadamente y, eso sí, sin demasiadas consecuencias, salvo la de quedar más o menos bien, y sin otros cuestionamientos, excepción hecha, si fuera preciso, de mejorar las estrategias para lograrlo. Todo menos verse en la incómoda necesidad de pensar, no sea que implique otro hacer o hacer algo distinto o, simplemente, hacer.
Tanto ajetreo apenas nos daría para coleccionar un cúmulo de opiniones, y su reiteración ofrecería la impresión de componer un pensamiento propio, y quizás incluso una posición. Ya casi bastaría nutrirla, ratificarla, procurar que ninguna nueva experiencia la pusiera en evidencia. Y, en su caso, cualquier sinsentido ajeno corroboraría la veracidad de nuestro asentamiento. No pasaríamos de ser un depósito de opiniones, aireadas con novedades y afincadas con su mera repetición,
En última instancia, precisaríamos de vez en cuando amalgamar y adornar esa acumulación con el lazo de algún contraste. A ser posible, de nuevo, de opiniones, de aseveraciones, de puntos de vista, de actitudes, de cotas y de lomas. Ahora bien, lo efectuaríamos por el procedimiento de eludir una auténtica conversación en la que ponerlos en juego, en la que ponernos en acción. Nada de tratar atisbar lo que en realidad cabría pensar, reducidos a la simple ostentación de un denominador, que serviría precisamente para eso, para denominarnos. Casi bastaría con discutir, o con debatir, si es preciso airadamente y, eso sí, sin demasiadas consecuencias, salvo la de quedar más o menos bien, y sin otros cuestionamientos, excepción hecha, si fuera preciso, de mejorar las estrategias para lograrlo. Todo menos verse en la incómoda necesidad de pensar, no sea que implique otro hacer o hacer algo distinto o, simplemente, hacer.
Ángel Gabilondo, Ni un paso, El salto del Ángel, 25/11/2014
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